Yo escojo mis guerras

Rosa Martínez

Vivimos continuamente en el enfrentamiento y hay que posicionarse. La equidistancia parace ser más grave que cualquiera de los pecados capitales. Incluso me atrevería a decir que la equidistancia es algo totalmente inexistente para muchos: si defiendes una cosa, automáticamente significa que apoyas la contraria.

Te levantas una mañana. Otra guerra en una parte del mundo a la que la mayoría de nosotros no ha ido y nunca irá. Pero hay que tomar parte. Hay que estar machacando a diario con los muertos de unos y las bombas de los otros. Es que están muriendo niños. Es que mueren mujeres. Es que mueren civiles. Es que… Jopetas, qué feo es eso de la guerra.

Perdonadme que tenga que ser yo la que os lo diga, ya que ni siquiera en la televisión de todos y para todos tienen la decencia de contar las cosas como son: en una guerra muere gente. Incluso los soldados son personas. Nunca imaginé que las guerras que nos contaba Gila sirvieran para otra cosa que para hacer chistes: “¿Es el enemigo? Que se ponga. ¿Ustedes van a avanzar mañana? ¿A qué hora? Es que a las 7 estamos todos acostados… ¿Y no podrían avanzar por la tarde?”

He escuchado y leído a políticos y a algunas personas que se hacen llamar a sí mismas periodistas, e incluso corresponsales de guerra, con discursos aún más ridículos que la infantil y cómica visión de la guerra de Gila.

Pero lo importante en realidad no es si mueren niños, mujeres o civiles ni cuántos. Lo importante de verdad es a quién votas, para saber a quién tienes que apoyar.

El infiel eres tú y también Yolanda Díaz, aunque ella esté encantada de hacer su papel de liberadora del mundo, mientras se reparte los sillones con Sánchez

Si fueramos medianamente cabales, tendríamos que hacerlo al revés: examinar a quién apoyan los políticos, para saber a quiénes tenemos que votar. Parece mucho más lógico posicionarse a favor de una gente que vive en democracia, igual que tú, donde las mujeres pueden ir por la calle en mini falda sin que las lapiden, donde se puede discrepar del Gobierno y existe debate político, antes que defender un territorio ocupado y dominado por terroristas, donde si una mujer no se cubre la cabeza de la manera correcta, con un puñetero pañuelo, se la apaliza hasta dejarla en muerte cerebral y donde los niños con 7 u 8 años juegan en la calle a asesinar infieles (por cierto, por si no lo sabes, el infiel eres tú y también Yolanda Díaz, aunque ella esté encantada de hacer su papel de liberadora del mundo, mientras se reparte los sillones con Sánchez).

Las guerras serían mucho más sencillas si simplemente las redujéramos a lo que son: los malos contra los buenos. O los que nos parecen menos malos. Pero tenemos que empeñarnos en ponerle a todo etiquetas, de manera que no sea tan sencillo identificar quiénes son los malos.

A pesar de las ampollas que pueda levantar el decir esto: no tengo pesadillas por las noches con los caídos en Gaza o en Israel, ni me despierto cada mañana dedicando mis oraciones para que no vuelen sus hospitales por los aires. Sí, soy una persona horrible. Tanto como lo serás tú dentro de unos meses, cuando ya no te acuerdes de Israel. Tanto como lo son todos aquellos que nos daban la murga con Ucrania un día sí y otro también y parece que ahora no se quieren enterar de que allí siguen en guerra. Sí, sigue muriendo gente. Es una guerra. Una guerra como las 58 guerras que hay activas en el mundo ahora mismo. Sacando de la ecuación la lucha por el narcotráfico y el crimen organizado, podemos reducir la lista a 23 conflictos bélicos que involucran a 30 países y que han provocado la muerte de 7 millones de personas en total, más de 100.000 muertes en lo que va de año.

¿Y de verdad me tengo que posicionar en esto de Israel?

¿Por qué me tiene que importar más que Ucrania, Rusia, Yemen, Siria, Somalia, Mali, Nigeria, Haití...?

¿Acaso nos cuentan en los medios de información todas las guerras que están teniendo lugar ahora mismo en el mundo, donde, curiosamente, el mayor denominador común son los grupos islamistas?

Me preocupa mucho más que desde que tenemos este Gobierno tan progresista y tan preocupado por la libertad de otros, España ha pasado de ser el quinto país más seguro del mundo para vivir siendo mujer, a ocupar el puesto 22º. Me preocupa que, a la luz de estos datos, la todavía ministra de Igualdad siga insistiendo en echarle la culpa a mi padre y a mi abuelo, tachándolos de machistas y violadores, en lugar de pensar que a lo mejor algo que ver en esa tremenda inseguridad y violencia que sufrimos las mujeres tienen aquellos que acostumbran a casar a niñas de 8 años con señores de 40, que enseñan a los hombres cómo tienen que pegar a sus mujeres, que campan por nuestras calles creyendo que tienen todo el derecho del mundo para llamarme puta o violarme en grupo, porque voy con mi melena al viento, y que llegan a este país en pateras, previo pago de varios miles de euros, para ser acomodados en hoteles y con todos los gastos pagados. Sin embargo, a Irene Montero le quitan el sueño mi abuelo y mi padre, que en paz descansen.

A mí me preocupan mucho más los idiotas que siguen soltando aquello de “yo no soy machista ni feminista”, al igual que los imbéciles que pretenden que creamos que todas las mujeres somos seres de luz o que todos los hombres son la bondad personificada. Esto es lo que pasa cuando las guerras ya no se hacen de buenos contra malos, sino que se empeñan en hacerlas de mujeres contra hombres: que algunas personas son tan estúpidas como para olvidar que por supuesto que hay personas horribles capaces de hacer monstruosidades, independientemente de lo que tengan entre las piernas.

Todos en peligro

No queremos ver que siempre ha habido y habrá cavernícolas a los que la palabra machismo se les queda corta y que hay mujeres que están tan trastornadas y tienen tanta maldad como para dañar a sus propios hijos o llamar violador a mi padre y ponernos a todos en peligro, (porque no hay nadie a salvo, ni hombres ni mujeres), si con ello se llenan los bolsillos.

Espero que sepáis disculpar que la guerra que a mí me importa es en la que me juego la vida que tanto amo y que mi enemigo es aquel que la pone en peligro. Pero, hoy por hoy, por mucho que se esfuercen en tratar de imponerme a quién tengo que odiar, aún soy libre de escoger mis guerras.

FUENTE: https://www.vozpopuli.com/opinion/escojo-mis-guerras.html

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