Palabras de Marco Tulio Cicerón -hace 2000 años- que sirven de advertencia a España: «cuando se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales… es el colapso total del Estado.»

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

«Los pueblos que ya no tienen solución, que viven ya a la desesperada, suelen tener estos epílogos letales: se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede, no hay nadie que no comprenda que eso es el colapso total del tal Estado; donde esto acontece, nadie hay que confíe en esperanza alguna de salvación».

Estas palabras no pertenecen a un artículo sobre la actualidad política de noviembre de 2023, ni se escribió como respuesta a la despenalización del delito de sedición aprobada el año pasado, o por la amnistía que el gobierno de Pedro Sánchez, una vez conseguida la investidura y cuando logre prorrogar su mandato al frente del gobierno de España, pretende aplicar a los implicados en los actos del 1-O (intento de golpe de estado separatista de 2017 en Cataluña).

Se trata de un fragmento de un texto traducido del latín que escribió Cicerón hace dos milenios.

Puede ser una imagen de 1 persona y texto que dice "Los pueblos que no tienen solución y que viven ya a a desesperada, suelen tener estos epilogos etales: los condenados son rehabilitados en todos sus derechos, los presos son liberados, se permite regresar a los exiliados y se invalidan las sentencias judiciales, Cuando esto sucede, no hay nadie que no comprenda que ese es el colapso de tal Estado y donde eso acontece nadie tiene ya esperanza alguna de salvacion» (Discurso contra Verres II, libro V, 6,12). MARCO TULIO CICERON."

Este texto, extraído del discurso de Cicerón contra Verres (Verrinas, II, 5, 12), sirve perfectamente, para explicar la actual situación que sufre España que, si observan posee muchas similitudes con uno de los momentos más críticos de la historia de la antigua república de Roma.

En concreto, el texto se escribió en el año 70 a.C., una fecha entre las guerras civiles que habían enfrentado en el pasado al bando de los populares, con Mario a la cabeza, y el de los optimates, acaudillados por Sila, y las guerras también internas que estaban por venir entre Julio César y Pompeyo. Décadas de conflicto militar y vulneración de leyes que eclosionaron en el final de la República romana.

Marco Tulio Cicerón, víctima y verdugo de estas guerras, cargó sus tintas contra figuras como Cayo Verres que aprovecharon los desordenes populares para medrar a placer. Entre las fechorías que se le imputaron a Verres estuvo las de comprar el cargo de pretor, abusó de su autoridad en la Isla de Sicilia y provocar la ruina de esta fértil región. Los agentes de Verres saquearon propiedades privadas en la isla y, durante la revuelta de Espartaco, usaron ilegalmente el dinero de emergencia. Verres recogió a los esclavos de los terratenientes ricos de la isla y los acusó de establecer un complot para unirse a la Revuelta de Espartaco. Los condenó a muerte por crucifixión salvo que los terratenientes pagaran por su absolución.

A su vuelta a Roma, Marco Tulio Cicerón, uno de los mejores oradores de todos los tiempos, presentó una acusación contra Verres, que contrató para su defensa a uno de los más eminentes abogados de la época, Quinto Hortensio Hórtalo, y se preparó para lograr la absolución gracias a sus numerosos aliados. De poco le sirvió. Cicerón abrió el juicio con un alegato tan aplastante que Hortensio recomendó a su cliente que se exiliara y así pudiera conservar la mayoría de sus propiedades. Así hizo Verres, que vivió en el exilio hasta 43 a. C., año en el que fue proscrito por Marco Antonio, un enemigo que tanto Cicerón como el prófugo tenían en común.

Cicerón usó la figura de Verres para criticar todos los males que estaban erosionando la República de Roma. Esto le hizo ganar mucha popularidad y colocarse en el epicentro, aunque por momentos distanciado de los grandes bandos de la época, durante el derrumbe del sistema. Aunque no participó en el asesinato de Julio César, el orador trató de advertir del riesgo de un ciclo de gobernantes destructivos. Muerto César, Cicerón lideró a un Senado que propuso amnistiar a los conspiradores para calmar los ánimos. Cicerón se mostró extremadamente crítico con Marco Antonio, ahora a la cabeza del partido de Julio César, al que veía como la encarnación del peor tirano, y confesó a sus amigos que la república era un «barco completamente deshecho, o mejor, disgregado: ningún plan, ninguna reflexión, ningún método».

De la nueva guerra civil, que acabó con la victoria del triunvirato que representaba Octavio, Marco Antonio y Lépido, el senador salió con una diana en la cabeza. Los triunviros acometieron durante su ascenso al poder una de las mayores represiones de la historia romana. Octavio accedió a que Antonio proscribiera a Cicerón. El 7 de diciembre de 43 a. C. el cónsul ordenó su asesinato, así como que su cabeza y sus manos se expusieran en el Foro, tal como había sido la costumbre en tiempos de Sila y Mario. Cicerón no opuso resistencia y se limitó a pedir que se le matara con corrección. También fueron asesinados su hermano, Quinto, y su sobrino.

Cicerón no fue el único nombre que el derrumbe de la república se llevó por delante. La lista inicial de víctimas alcanzó varios centenares de nombres y el total ascendió a más de dos mil en cuestión de pocos meses. Se trataban, obviamente, de asesinatos ilegales, puesto que la legitimidad de este Triunvirato no emanaba del Estado, sino de los ejércitos privados que servían a su mando. La lex Titia fue creada apresuradamente y sin las necesarias garantías. La excusa de esta purga era vengar a Julio César, que había pagado con su vida haber perdonado a sus enemigos, pero Octavio, Antonio y Lépido cebaron la lista con sus rivales personales. Octavio, que pronto se convirtió en el primer emperador, lamentó el destino de Cicerón e incluso se mostró remiso inicialmente a que se descontrolara la represión. Sin embargo, el historiador Suetonio afirma que esa poca disposición a llevar a cabo las acciones que se le sugirieron se acabó transformando con rapidez en entusiasmo por buscar nuevas víctimas.

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