¿ Antimonárquicos Monárquicos?

La mansión de Vladimir Putin en Alicante

La mansión de Vladimir Putin en Alicante

Suele afirmarse por defecto que a los reyes, a la aristocracia o a la burguesía en general, les agrada vivir cómodamente, en palacios, castillos con grandes extensiones de tierra, con servidumbre, etc., etc.

Y también se asocia a la realeza con personas que no trabajan y que todo lo heredan sin esfuerzo.

En mi opinión, nada más lejos de la realidad. Pertenecer a la realeza o a la nobleza implica una serie de compromisos y de limitaciones desde que se nace hasta que se muere.

Los estudios son diferentes, lo que se debe aprender exige enormes renuncias, el protocolo es implacable. La seguridad también. Por ejemplo, es habitual ni posible para un rey entrar en una zapatería y probarse zapatos. Sencillamente no puede.

La libertad queda entonces restringida y ello afecta aun más a plebeyos o plebeyas que se casan con nobles o con miembros de familias reales.
Lo que desde afuera les resultaba atractivo hacía luego realidad aquel refrán de “no todo lo que reluce es oro”.

Recuerdo al primo de padre. A Eduardo Rojas Lanusse. Él era criador de caballos de polo y de joven jugaba muy bien a ese deporte, del que los argentinos son los mejores del planeta.



“Eduardito”, como le llamábamos, entabló amistad con el Príncipe Carlos y, en su momento, con Lady Di.
Carlos o “Charles” le compraba caballos de polo y, junto a su primera esposa trágicamente fallecida en aquel recordado accidente en el túnel de París, visitó el campo de mi tío en algunas ocasiones.
También la Reina Isabel invitó a cenar a mi pariente paterno al castillo de Windsor en dos o tres ocasiones.

Un día, teniendo yo 13 o 14 años, fui con mi padre a la casa de Eduardo, y recuerdo claramente el diálogo de mi padre con su primo, ironizando sobre cómo políticos, artistas y hasta roqueros rebeldes y supuestamente opuestos al sistema, cuando triunfan y ganan dinero, lo primero que hacen es comprarse una mansión, rodearse de coches lujosos y de personas que los atiendan.
Muchos de ellos tienen chef personal, como Sting (el ex Police), quien es vegano y contrató para su palacete a un cocinero italiano que le prepara los mejores y más selectos platos que se pueda uno imaginar.

O Ritchie Blackmore, ex líder del grupo heavy Deep Purple, que adquirió un castillo en el sur de Francia denominado el “Moon Castle” o “Castillo de la Luna”. Sin olvidarnos de Mick Jagger, líder The Rolling Stones, con su hermoso castillo cerca de París o de la fastuosa mansión del ex beatle George Harrison, en la que vivió con su esposa y en la que también durante un tiempo miembros de Hare Krishna se instalaron sin querer largarse de allí.

Y los políticos tampoco se quedan atrás. Sobran los ejemplos de estos llamados “servidores del pueblo”, que llegan al poder y no tardan mucho tiempo en comprarse grandes fincas o costosas mansiones, siendo algunos de ellos de ideología de izquierdas e incluso republicanos o anti-monárquicos.
Vladimir Putin, por ejemplo, es propietario de una ostentosa casa-palacete en Alicante, entre muchas otras propiedades que posee.

Pero volviendo a aquel encuentro familiar que antes citaba, puedo asegurar que fue entonces cuando gracias al diálogo de mi padre con su primo monárquico Eduardo Rojas Lanusse, empecé a observar estas contradicciones de plebeyos monárquicos que criticaban enfáticamente a la monarquía.

Con los años comencé a estudiar musicoterapia y a lanzar mi carrera musical componiendo música relajante, espacial y escribiendo libros o dando conferencias en distintos países, y cuando estudiaba la denominada “música de las esferas” de Pitágoras, descubrí que las abejas y algunas aves volaban en elipse, al compás del universo, y que en concreto las abejas eran obviamente monárquicas. Esto me fascinó. Una especie organizada e inteligente era monárquica.

Y si bien sabemos que las monarquías no son perfectas, al igual que cualquier otra actividad humana tampoco lo es, personalmente admiro a muchos reyes, cuya vida y obra estudié a fondo y sin prejuicios.

De hecho, uno de mis logos musicales es una figura humana relajándose en un pentagrama pero coronada en el, para mí, “Reino de la Música”, uno de cuyos más grandes cantautores, Bob Dylan, declaró una vez ser monárquico y que apostaba por dicho sistema como más serio que gran parte de la escena política a la que estamos acostumbrados a soportar en la mayoría de nuestros países.

Cuando mi padre estaba por morir, Eduardito Rojas Lanusse fue a visitarlo al hospital. Tenía él entonces casi 95 años. Y al mes siguiente falleció también mi tío segundo. Era el año 2005.

El Príncipe Carlos propuso entonces que uno de los torneos de polo anuales más cotizados de Inglaterra llevara su nombre. Y así fue: The Eduardo Rojas Lanusse Tournament.

Es por ello que, como conclusión, quisiera acotar que la mayoría de los reyes actuales son menos monárquicos (en el sentido tradicional de la palabra) que muchos de nuestros políticos y roqueros o artistas que, a lo primero que aspiran, es a tener su castillito y su servidumbre plebeya, a veces hasta utilizando dinero no siempre ganado con el sudor de su frente, precisamente.

Así que reflexionemos sobre este tema y observemos con las antenas desplegadas a aquellas personas que enfatizan demasiado lo de ser “anti-monárquicas”. Hummmmm…

Guillermo Carlos Cazenave

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