La indefensión y la cobardía aprendidas, los españoles se han instalado en la desesperanza… «Quien controla el miedo de la gente se convierte en el dueño de sus almas».

CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS

Los que hayan tenido la oportunidad de presenciar la muerte de algún animal a degüello o tengan noticias de ello, sabrán que el único animal que no hace el menor signo de protesta cuando le cortan la garganta, ni se rebela, ni patalea y se deja morir sin inmutarse, desangrándose lentamente tras recibir un corte en la garganta es el cordero…  

Cuando los corderos son llevados al matadero ninguno dice nada, ninguno protesta, … Los corderos no se dicen nada unos a otros, ni esperan nada. La diferencia de las ovejas con los humanos es que éstas no votan, no eligen al matarife que las acabará sacrificando, ni tampoco a quién se las comerá más tarde.

En estos momentos tan terribles como los que sufre España, es seguro que ninguna nación muestra mayor indiferencia, estupidez, cobardía, indolencia y miedo con la intensidad que lo hacen los españoles, hasta el extremo de que España está en camino de convertirse en un estado fallido, si es que no lo es todavía… los españoles no se sienten concernidos, ni conmovidos, ni afectados, ni movidos a actuar, manifiestan falta de voluntad, a la vez que apatía y pereza, y al parecer se han vuelto insensibles al dolor y ni siquiera sienten pena, mientras asisten a la demolición de la Nación Española; los españoles permanecen impasibles, no se sienten inquietos y tampoco parece que les preocupe que los enemigos de España estén destruyendo la Monarquía Parlamentaria y acabando con los derechos y libertades constitucionales. ¿De veras, a los españoles les importa un comino que Sánchez y sus secuaces estén destruyendo nuestra forma de vida y la unidad de la patria?

España está a punto de convertirse en el primer país del mundo que será destruido, no por ser agredido desde el exterior, sino por el enemigo interno: socialistas, comunistas, separatistas, terroristas.

La metáfora de la rana nos puede ayudar a ver cómo es posible que una persona, o una nación se instale en la indefensión y se rinda en estas circunstancias como las que sufre España. Si quisiéramos cocinar una rana viva y la echásemos a una olla hirviendo, lo más seguro es que ésta saltara e intentar escapar de la olla. En cambio, si colocamos a la rana en agua fría y vamos poco a poco subiendo la temperatura, ésta apenas se dará cuenta de cómo poco a poco está siendo cocinada.

Los españoles participan de lo que los psicólogos denominan «indefensión aprendida», llaman de ese modo a la circunstancia de los animales o las personas que acaban inhibiendo lo que sería una respuesta lógica para intentar contrarrestar cualquier situación adversa, de peligro, de sufrir daño, o simplemente dolorosa… tras comprobar que las acciones para evitarlo no dan un resultado satisfactorio. Como consecuencia, el animal o la persona afectada adopta una actitud de total pasividad ante posteriores situaciones más o menos semejantes, la persona o animal aprende-interioriza que no puede hacer nada por cambiar sus circunstancias… aquellas personas expuestas a daños aleatorios e inevitables -también los previsibles y evitables- acaban rindiéndose, no intentan escapar, no se oponen, y se sumergen en una completa impotencia.

Ante situaciones tales, las personas afectadas suelen sentir ansiedad, o angustia, e incluso depresión al sentir que son incapaces de escapar de la circunstancia que sea. Al mismo tiempo, esas mismas personas pierden poco a poco su capacidad para pensar en posibles soluciones y vías de salida, y se ven inmersas en un efecto túnel.

¿Cómo puede una persona llegar a este nivel de indefensión e inhibir posibles respuestas ante situaciones adversas? Cada uno de nosotros poseemos una importante brújula, que son nuestras emociones. Cuando hay peligro cerca tendemos a reaccionar y poner en marcha una respuesta de lucha o de huida. Tal actitud es resultado del entrenamiento, hasta acabar convirtiéndose en un hábito, la indefensión aprendida se desarrolla de forma progresiva, de manera que la persona va poco a poco viendo reducido su margen de actuación.

Aquellas personas que han sido expuestas a agresiones de todo tipo (físicas, verbales…) de forma reiterada en el tiempo, observan que sus acciones no logran frenar al agresor. Esto conduce a una actitud de sumisión, pues la persona aprende que, haga lo que haga, el resultado será el mismo, e incluso acabará más perjudicado. A veces, esta sumisión puede incluso llegar a mostrar afecto, cariño al agresor, o placer con cierto componente de masoquismo. 

Esta forma de respuesta, mejor dicho, de no respuesta, de indefensión e inhibición es realmente llamativa, pues personas válidas y capaces se ven atrapadas en una jaula invisible de la que no logran salir, algo así como el elefante encadenado que protagoniza el cuento de Jorge Bucay.

Evidentemente, tras todo ello existe un profundo miedo a la libertad, a optar, mover la voluntad y hacerse responsable de los resultados de sus actos, como haría cualquier persona madura, adulta…

Pero, ¿cómo y por qué hemos llegado a tales extremos?

Cuando yo era niño, aparte de enseñarnos a decir «buenos días», «gracias», «por favor», etcétera, se aplicaba al pie de la letra aquello de “para educar a un niño hace falta toda una tribu”, existía un general consenso en cosas tales como que, si un profesor reprendía a un niño, o lo castigaba, era porque el menor había hecho algo incorrecto… Lo mismo se consideraba si un adulto de la vecindad corregía “razonablemente” a un niño que no fuera su hijo, y nadie (salvo excepciones) lo consideraba una intromisión, o cosa parecida…

En aquellos tiempos (que las películas y literatura diversa han denostado y ridiculizado hasta la exageración) la gente tenía muy claro, adultos y menores, cuáles eran sus estatus y cuáles los modelos de conducta a seguir, y nadie dudaba de que, la mejor manera de educar e instruir era empezar por transmitir la tradición…

Solía haber una “natural” armonía, sintonía, entre los valores éticos que se inculcaban en casa, en la familia, y lo que se inculcaba/reforzaba en la escuela.

Frente a todo aquello, si actualmente hay algo especialmente devaluado en la Sociedad que nos ha tocado vivir, eso es la AUTORIDAD; no está de moda, y la gente (padres, profesores y educadores) teme ser tildada de “autoritaria” si insinúa que habría que utilizarla con los niños y adolescentes… Lo mismo ha acabado ocurriendo con todo aquello que suene a DISCIPLINA, BÚSQUEDA DE LA EXCELENCIA, DEL MÉRITO, DE LA CAPACIDAD, DEL ESFUERZO…

Desgraciadamente, son muchos los que han olvidado que, educar es, también, poner límites: Es imprescindible para que un niño crezca de manera “constructiva” que sepa gestionar las frustraciones, es importantísimo que, los adultos que para él son importantes, se atrevan a decirle ¡NO!

Ponerles límites a los menores es enseñarles que la vida “también es frustración”, situaciones no gratas, sentirse contradicho, y que todo ello es inevitable y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.

Decirle NO a un hijo es enseñarle a que él también sepa decir NO a determinadas cosas que no le convienen, y lo que es más importante: que los menores aprendan que “decir no” no significa romper las relaciones con las demás personas.

No es fácil decir NO, pues suele generar frustraciones, sentimientos negativos, conflictos no sólo con el hijo, sino con el otro progenitor; no es tarea fácil ponerse de acuerdo entre los papás a la hora de decidir sobre el grado de exigencia, o lo que se ha de permitir, o no, a los menores…

Pues bien, a pesar de que todo lo anterior es absolutamente elemental, casi de, Pero Grullo, sin embargo, el que no se tenga en cuenta nada de ello, de forma sistemática, nos ha conducido a una sociedad psicopática y sociópata, una sociedad sin conciencia, en la que la característica definitoria es la ANOMÍA.

Estamos convirtiendo a los individuos en psico-sociópatas, no hablo de gente “loca” que sufre delirios, alucinaciones, ni neurosis de alguna clase, o angustia, o ansiedad… hablo de gente (cada vez un mayor número), que padece una especie de “autismo social”, gente con un egoísmo profundamente irracional, que carece del más mínimo escrúpulo, o cargo de conciencia a la hora de elegir los medios para conseguir su provecho personal… el sociópata, el psicópata, no entienden de respeto a las normas, a las leyes; y tampoco poseen sentimiento de culpa. En este tipo de individuo, en sus actos, está presente una especie de “lógica perversa”, si se me permite la expresión (pues nada más lejos de la lógica que la perversidad)

Vivimos en una sociedad que favorece el “narcisismo”, en la que las principales instituciones “educadoras y socializadoras”, la familia y la escuela, han acabado siendo altamente tóxicas, ya que no promueven –ni ayudan a- que los individuos interioricen normas éticas o morales. Tal es así que incluso ha acabado produciéndose una especie de “amnesia” en las personas de bien, en algunos españoles hasta hace poco «personas decentes», que las conduce a una situación de anomía y desapego afectivo.

Vivimos en una sociedad en la que todo vale, en la que se promueven “valores” como el engaño, la manipulación, la frivolidad, la superficialidad, la trivialidad, valores profundamente psicopáticos. Por supuesto, todo ello supone una ruptura radical con los códigos morales considerados como tradicionales… frente a los cuales se impone una cultura festiva, caprichosa y hedonista (todo lo que es deseable es sinónimo de derecho)

Si la sociedad genera personas psicópatas es debido al dogma educativo de “tolerancia máxima” (prohibido prohibir). Una psicopedagogía sin restricciones, por miedo a castrar, a traumatizar, que genera incapacidad para inhibir ciertas conductas; es el mejor camino para fabricar personas caprichosas y tiranas. Hemos llegado a tal situación que son muchos los que consideran que “modernidad” es sinónimo de “transgresión”, pues la transgresión es divertida y festiva…

Como siempre se recolecta lo que se siembra, en España hemos creado una especie de democracia, un régimen democrático y de derecho que propicia estupideces, que encumbra a los mediocres y malvados; una democracia débil que es permisiva y condescendiente con los delincuentes; un régimen político que es débil con el fuerte y fuerte con el débil. Hasta tal extremo es así que, los actuales gobernantes, socialistas, comunistas, terroristas y separatistas han convencido a una gran cantidad de españoles de que hay que tener piedad, compasión con los delincuentes, tal como pretenden Pedro Sánchez y sus secuaces con la «amnistía» que tienen intención de aplicar a quienes en 2017 intentaron destruir España.

Tal pretensión es traicionar a quienes los delincuentes han causado daño; una democracia fuerte no puede admitir que una de sus regiones intente separarse de la nación, como ocurrió en Cataluña, y no tenga consecuencias para los responsables de la rebelión. Una democracia fuerte debe impedir que la corrupción la tengan que pagar sus ciudadanos, mientras que los corruptos campan por sus fueros…

En resumen, debemos combatir la cobardía y la indefensión aprendidas, debemos dejar de lado la comodidad y ponernos manos a la obra. No estaríamos en la situación en la que estamos si todos los que afirman ser partidarios de la libertad adoptaran una actitud de «demócratas militantes» en lugar de mirar para otro lado; estamos en un momento terrible en el que el riesgo de que nuestra forma de vida desaparezca. No vale aquello de limitarse a cuidar de los asuntos personales, pensando que no corren ningún peligro y que les toca a otros cuidar y defender la libertad de cada uno. Es responsabilidad de todos contribuir a que exista eso que se llama sociedad libre, abierta, y no se debe olvidar que nada está garantizado. Como decía Thomas Jefferson, “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”.

Sin duda es más reconfortante dedicarse a la vida pacífica en familia, con los amigos y en el trabajo, pero no es posible evitar el inmenso riesgo de que desaparezcan esos derechos si no se está alerta y no se hace nada por defenderlos. No se trata de abandonar las tareas en las que uno está ocupado habitualmente, se trata de destinar una parte de nuestro tiempo para que nuestras ocupaciones cotidianas puedan continuar de modo pacífico.

Y, además de todo lo anterior, el asunto no es preocuparse sino ocuparse, no es suficiente con estar inquieto, alarmarse… tampoco sirven las críticas de sobremesa, o tomando copas con los amigos para después de beber y comer dedicarse a los intereses personales cortoplacistas.

 Cuando uno abandona las responsabilidades de las que vengo hablando y las buenas personas no actúan y dejan hacer a los malvados, acaba produciéndose de forma inevitable un desastre. Hacer como que nada de todo ello va con nosotros es un acto de cobardía, dejarse llevar por el miedo.

Tenemos la obligación de evitar que los peores, los malvados, los mediocres vuelvan a tomar las riendas y nos lleven definitivamente al desastre.

Por otro lado, ¿y nuestro Rey a qué está esperando para intervenir? ¿No será que Don Felipe está también contagiado de la indefensión aprendida y de cobardía?

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