Isabel la Católica y la expulsión de los judíos

Carlos de Bustamante

FUENTE: https://www.periodistadigital.com/tresforamontanos/20211106/isabel-la-catolica-y-la-expulsion-de-los-judios-689404509175/

Tanto ha llamado la atención los años transcurridos desde que se inició el proceso de beatificación de la reina católica que se han vertido opiniones varias sobre   que algo o alguien ha introducido diferentes     motivos para paralizarlo o hacerlo dormir en los cajones de quien se ocupa de dar el curso reglamentario a las causas de los santos.

En mi opinión, dos han sido principalmente las acusaciones para demorar un proceso que parecía de resolución rápida, habida cuenta los argumentos favorables para ello:  la expulsión de los judíos y la Inquisición. Nuevamente de la mano de Luis Suarez Fernández, podréis ver, mis amigos y probables únicos lectores como sólo la mala fe o la ignorancia   han sido los causantes del retraso. La verdadera historia, presentada por el eminente doctor que se unió a la documentación inicial y que expongo resumido   parece que, con ella y aun   con retraso, el proceso está próximo a finalizar de forma positiva. Os animo a conocer el primero de los infundios:  la expulsión de los judíos por animadversión de la reina.

“El Arzobispo de París, que es judío, ve el problema de la expulsión de los judíos. Y no se da cuenta de que, en el fondo, “Isabel la Católica obedeció lo que desde Roma le mandaban”. En realidad, no hubo tal decreto de expulsión, sino de prohibición del judaísmo. Los judíos tenían la doble opción: podían convertirse; por consiguiente, no estaban obligados a salir. No eran expulsados por ser judíos: lo que se les prohibía era seguir practicando en España su religión. Si querían continuar en ella tenían que marcharse; si no querían abandonarla, se bautizaban y se quedaban. El jefe de los judíos, el Rabino Mayor, Abraham Seneor, se bautizó; los Reyes fueron sus padrinos, le hicieron noble, le dieron el apellido de Núñez Coronel, y su bisnieta es Sor María Jesús de Agreda.

Cuando el Papa Alejandro VI recibe la noticia del decreto organiza grandes fiestas en Roma, entre otras cosas, una corrida de toros en señal de alegría. Y la Universidad de París se reúne en claustro para felicitar a los Reyes Católicos. Porque el judaísmo estaba prohibido en toda Europa, salvo en España. Por consiguiente, el decreto responde a lo que era el espíritu de la época. Sin embargo, ahora da la impresión de que España fue el único país que expulsó a los judíos, y que todos los demás eran muy bondadosos y tolerantes. Pero es una opinión falsa, completamente falsa.

Como advierte el sacerdote claretiano Anastasio Gutiérrez, postulador del proceso de beatificación de la reina Isabel, «si de algo se podría acusar a los Reyes Católicos es de no haber tenido mucha cuenta de estas disposiciones». Isabel se rodeó así de buen número de judíos a quienes confió cargos importantes. Y eso, sin hablar de su esposo Fernando, de quien se afirma que procedía de judíos por línea materna.

El más destacado de todos sus colaboradores fue Abrahán Seneor, rabino mayor de Castilla, que fue el principal tesorero de la Hermandad General y de los Caudales para la guerra de Granada, bautizado en 1492. Pero otros fervorosos judíos que fueron al destierro, gozaron también del favor de los Reyes Católicos: Samuel Abolafia tuvo a su cargo el suministro de las tropas durante la guerra de Granada, Vidal Astori fue platero del Rey, y Yusé Abrabanel, recaudador mayor del Servicio de Ganados en noviembre de 1488. Los tres secretarios particulares de Isabel también eran judíos: López de Conchillos, Miguel Pérez de Almazán y Fernando del Pulgar, que además era consejero y cronista oficial.

Con razón, Amador de los Ríos afirmaba que la administración de las rentas reales de Castilla estuvo en manos de los judíos hasta su expulsión. Sin ir más lejos, la propia reina se sometió al tratamiento de un médico judío, Lorenzo Badoç, cuando sus esperanzas de obtener sucesión masculina flaqueaban. Sabemos también que el Rabí Jaco Aben Nunnes era «físico» del rey Fernando, y que el ingeniero de los monarcas era Maestre Abrahán de los Escudos. A Juan López de Lazárraga, considerándole judaizante, le dijo una vez Isabel: «Pésame, don López, que por fuerza haya de despediros de mi casa». Pero demostrada luego su inocencia, López de Lazárraga permaneció en palacio y fue designado por la reina ejecutor testamentario suyo.

Insistamos en que la legislación anterior al reinado de Isabel y Fernando ya discriminaba a los judíos. Las Partidas de Alfonso X les obligaban a llevar distintivos externos: «Mandamos que todos quantos judíos e judías vivieren en nuestro señorío, que trayan alguna señal cierta sobre sus cabezas, que sea tal porque conoscan las gentes manifiestamente quál es judío o judía; pena diez maravedís de oro, e si no los tuviere, reciba diez azotes públicamente». Las Cortes de Madrigal de 1476 renovaron las antiguas disposiciones sobre la ropa prohibida a los judíos, que no podían usar seda, grana ni adornos de oro y plata en su vestimenta o en los arreos de las cabalgaduras. Como signo distintivo debían llevar sobre el hombro derecho «una rodela bermeja de seis piernas, del tamaño de un sello rodado».

Pero los castigos por el incumplimiento no fueron severos, y las disposiciones apenas se cumplieron. Tan solo en tres ocasiones, dos en 1478 y una en 1491, los reyes indicaron a las autoridades locales su vigilancia, pero siempre se procedió a instancia de parte. Subrayemos también que España era católica, de hecho y de derecho, en el siglo XV. Muchos saben que España vivió en clima de reconquista durante casi ocho siglos, desde el año 718 hasta 1492. Bajo la enseña de la Cruz y el nombre de Santiago contra la media luna mahometana, se edificaron más de 1.800 monasterios históricamente catalogados. Es innegable que en el programa de gobierno de los Reyes Católicos figuraban la defensa y propagación de la fe católica. Juzgar por eso su actuación en la Edad Media con ojos del siglo XXI es anacrónico y distorsionante.

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