ESPAÑA SAQUEADA, POR QUÉ Y CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ. CUADRAGÉSIMA PARTE.-¿España es Europa… qué «Europa»? Problemas, soluciones… La España realmente existente y la Europa realmente existente.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.

«Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo» José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote

Aunque afirmar lo que sigue parezca una perogrullada, permítaseme que comience diciendo que, si yo hubiera nacido en cualquier otra familia, en cualquier otro lugar, en otro país cualquiera, en otra época; en la actualidad  yo sería un individuo completamente diferente.

Lo que hoy me define, me caracteriza (y también me limita y condiciona) lo que me permite ser -y estar- tal cual soy, ser el que soy -y estar tal cual estoy-, no es resultado de una decisión personal, debido a que son elementos, factores que yo no controlo; sin duda, se puede afirmar que, mi forma de ser y de estar no han sido frutos de una decisión plenamente voluntaria, libre. ¿Quién puede asegurar que sería la misma clase de persona, y tendría la misma actitud ante la vida, si hubiera nacido en un barrio desfavorecido –pongo por caso- y crecido en un ambiente en el que la falta de oportunidades fuese lo habitual?, y ¿qué me dirían de alguien que hubiese pasado su infancia en un internado, o un orfanato, sin sentir el cariño de sus padres, de sus hermanos, primos, tíos…?

La “circunstancia” es el mundo vital en el que se halla inmerso cada individuo, (y nunca mejor dicho, pues de un profundo e interminable “baño”  se trata) el mundo físico, y la totalidad del entorno con que nos encontramos cuando nos llaman a la vida (cultura, historia, sociedad,…) La circunstancia de cada cual incluye el entorno material, físico, pero también las personas, la sociedad, la cultura; en los que y con los que el individuo habita. Pero no hay que olvidar que la circunstancia personal también incluye el cuerpo  y la mente. Inevitablemente, para bien y para mal, nos es dado un cuerpo y un conjunto de potencialidades, habilidades, capacidades psicológicas, y todas ellas pueden favorecer o ser un obstáculo para nuestros proyectos, nuestro crecimiento personal; de la misma manera que el resto de los factores del mundo que nos ha tocado en suerte…

Estamos obligados a decidir, optar en el momento presente (y por supuesto, hacernos responsables de los resultados de nuestras acciones u omisiones) también en el porvenir, pero, planificar el futuro implica tener presente el pasado, no hay otra manera de existir y actuar en el momento actual. 

El futuro que nos espera no es uno cualquiera, es “nuestro futuro”, el que nos corresponde a partir de nuestro ahora, la época de nuestros contemporáneos, la nuestra. En nuestro actual momento, tanto individual como social, también impone inevitablemente su presencia nuestro pasado. Es nuestro destino, “nuestro tiempo es nuestro destino”, y no debemos olvidarlo…

Gustavo Bueno / España frente a Europa / MC / diciembre 1999
Gustavo Bueno.

Decía el filósofo español, tristemente fallecido, Gustavo Bueno en su libro «España frente a Europa» (publicado hace más de dos décadas) que, la tradición española está en peligro frente a la idea de Europa en su versión dominante: la Europa del euro, la Europa de la burocracia de Bruselas.

También afirmaba por entonces, el profesor riojano, casi coincidiendo en el tiempo con el más nefasto de nuestros gobernantes, el presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, cuando tuvo aquella ocurrencia de decir que, «España es una realidad discutida y discutible», que España es una realidad incuestionable que, está «por encima de la voluntad» de quienes se disponen a interpretarla y que, la idea de nación no existió en España hasta las Cortes de Cádiz de 1812. Lo que había anteriormente eran grupos étnicos, pero no naciones», frente a la falacia que defienden vehementemente los partidos nacionalistas vascos y catalanes de su supuesta tradición histórica. Sin duda alguna, la idea de nación moderna no llega hasta la revolución francesa.

Añadía el profesor Bueno que, España se ha constituido a lo largo de la Historia, pero el proceso de su constitución no puede reducirse al terreno de la constituciones políticas. Para evitar las connotaciones jurídico-políticas inmediatas del término «constitución» , Gustavo Bueno recurre a la palabra griega sistasis (poner en orden todas las partes de un conjunto), usada por los estoicos, y traducida al latín como «constitutio».

A continuación, Gustavo Bueno habla de cómo determinar el punto de partida histórico de la constitución (sistasis) de España, y menciona a los iberos, romanos, godos. Tampoco se olvida de San Isidoro de Sevilla que fue, sin duda, el inspirador de la futura monarquía medieval y añade que el llamado «agustinismo político» es, en rigor, «isidorianismo político»; en el protocolo de algunos concilios, como en el de Constanza (1413), España precede a las demás naciones por su antigüedad dinástica. Y, como no podía ser de otra manera, como buen asturiano de adopción (pues nació en Santo Domingo de la Calzada), el profesor Bueno toma como referente el Reino Astur-Leonés, como arranque de la Nación Española: Fue con el ataque al imperialismo islámico cuando surge Asturias y su ampliación de fronteras con Alfonso II y Alfonso III… y, más todavía: , incluso el descubrimiento de América fue fruto también de la lucha contra el Islam: Colón viajó hacia Poniente porque quería coger a los turcos por detrás. Ya se sabía que la tierra era redonda desde tiempos de Alejandro Magno,

Tal como afirma el profesor Dalmacio Negro Pavón, España empezó a ser una nación en sentido moderno —no por cierto en el sentido contemporáneo— hacia 1474, cuando, al morir Enrique IV de Castilla, quedó el campo libre para el reinado de Isabel y Fernando, casados en 1469- La nación en ese sentido, sin pretensiones de ser el sujeto político, acompañó a la afirmación del Estado. Y España fue la primera nación moderna. Pues los Reyes Católicos construyeron un Estado, concebido empero según un modelo aragonés, no castellano, y conforme a un éthos —dato fundamental— continuación del medieval —la Reconquista terminó en 1492—; distinto, pues, al que conllevó su consolidación en otros países europeos. Cabe decir, que al menos en este punto no fue España la que siguió un rumbo diferente, sino que fue Europa en su conjunto la que se apartó de la trayectoria natural. Pero eso condicionó, comparativamente, en España su naturaleza y su evolución, tanto más que se convirtió enseguida en un Imperio según la concepción expresada en el famoso discurso de Carlos V frente a la opinión del canciller Gattinara. La Monarquía Hispánica, Católica o Monarquía de España devino en seguida, mucho más una realidad imperial que estatal, universalista no particularista, descentralizada no centralizada, personalista no neutral u objetivada.

En ese sentido (el de que España, la Monarquía Hispánica, Católica fue mucho más una «realidad imperial» que estatal), es interesante mencionar lo que piensa Gustavo Bueno acerca de los imperios:

El profesor Bueno diferencia entre imperios buenos, positivos, benéficos y los que el denomina «depredadores».

Los Imperios meramente coloniales o depredadores serían aquellos, que, movidos únicamente por los intereses relativos a sus propios «fines» cuando proyectan sus «planes» sobre otras sociedades, no son capaces de reproducir su propia estructura y funcionamiento políticos sobre estas otras sociedades que incorporan, limitándose a «explotarlas» y tratarlas a su vez con indiferencia respecto de sus propias formas políticas de organización. (De aquí, por ejemplo, como Bueno suele señalar, las formas características de «gobierno indirecto» del imperio colonialista y depredador británico moderno). 

Un Imperio tendría una universalidad sólo negativa cuando sólo busca extenderse indefinidamente, o ilimitadamente, más allá de sus posición territorial actual, debido a que su proyecto desconoce la efectiva totalización (geográfica) planetaria dentro de la cual (se ha llegado a saber que) ocurre la historia universal; tal sería, por ejemplo, el caso del Imperio Romano, o según afirma Bueno, el caso del Imperio español en su fase medieval de la «Reconquista». Pero un imperio será universal positivamente cuando su proyecto se basa en el mencionado conocimiento positivo de la totalización (geográfica) planetaria, la cual aspira -y especialmente, claro está, si su proyecto es esencialmente universal- a realizar.

En la misma dirección que apunta Dalmacio Negro Pavón, el profesor Bueno no duda en afirmar que España es una, si no la primera, de las naciones-estado, aunque el concepto moderno sea de cuño francés. Por supuesto, se trata de la nación política. Y añade que, no es nación política, por ejemplo, la catalana, ni lo es la «nación celta», que invocan algunos gallegos y asturianos, puras patrañas, y no porque en Galicia o Asturias no llegaran celtas, sino porque llegarán tarde y pequeñas cantidades.

Subraya, también, Gustavo Bueno que, el éxito del nacionalismo está íntimamente relacionado con el reconocimiento internacional por parte de terceras potencias. En Estados Unidos algunos antropólogos creen que los vascos son una etnia en extinción, como si fueran una tribu de Papua. El filósofo español, tristemente desaparecido, ya alertaba hace décadas acerca de que, el nacionalismo étnico-político, presente en los planes de estudio en humanidades, desde primaria hasta la universidad, pasando por las enseñanzas medias, y por supuesto, las televisiones, hacern muchísimo daño a las gentes sin preparación, que se tragan sus patrañas, y se hacen impermeables a la crítica.

Tratar de razonar con un nacionalista étnico es como intentar meter el espíritu en un perro dándole a comer libros. El fanático no puede ser convencido, porque un dispositivo de su máquina mental traduce todas las objeciones desvirtuándolas al código de sus creencias míticas.

Gustavo Bueno no pierde ocasión de indicar que, frente a otros imperios, una seña de identidad de España es su «singularidad» (aunque ya haya algo de ello en el imperio romano), al recuperar el proyecto estoico a través de los apóstoles: «Id y predicad por toda la tierra». La evangelización va unida, en contradicción continua también, con el imperio civil. Los funcionarios quieren súbditos de Castilla, los frailes no necesitan que hablen español las almas que ganan. Francisco de Vitoria defiende los derechos de los indios desde la Revelación, pero también el derecho de los españoles a entrar en América, en cuanto actúa como filósofo. En España estábamos acostumbrados al contacto con razas orientales y africanas, algo que preparó el mestizaje, y que no se conocía en Alemania, por ejemplo. El desprecio a los indígenas, por parte de los españoles, era muy minoritario, Ginés de Sepúlveda (que se destacó en defender el derecho a guerrear contra los indígenas, en oposición a fray Bartolomé de las Casas, durante la Controversia o Junta de Valladolid.), ni siquiera logra publicar sus tesis.

El Imperio católico acabó cayendo sin duda, cayó definitivamente como gran imperio, pero no fue aniquilado. Quedan muchas cosas y cosas vivientes que sólo él hizo reales. La principal, el español, la lengua española, con todo lo que esto implica: mucho más de lo que puede desempeñar una “lengua auxiliar”, un esperanto internacional. Lo que implica el español, como lengua, es una visión del mundo, pero una visión universal precisamente porque es un producto de muchos siglos de incorporación y asimilación de innumerables culturas (como ha ocurrido también con las músicas y los ritmos hispánicos, cuya vitalidad no tiene parangón con los de otras naciones: su sincretismo es un efecto más de “espíritu católico” integrador de culturas: peninsulares, africanas, americanas). La diferencia del español respecto de las lenguas vernáculas, cuya “visión del mundo” ha de ser necesariamente primaria, rural (no por ello menos interesante, desde el punto de vista de la etnolingüística), reside en este mismo punto. Es por su historia, desde que el romance primerizo tuvo que asimilar las traducciones de la filosofía griega a través del árabe, hasta que, ya en su juventud,tuvo que incorporar en su “organismo” los vocabularios jurídicos, políticos, técnicos que necesitaba precisamente como “Lengua del Imperio”, sin contar el importante conjunto de conceptos tomados de las mismas lenguas americanas. Por ello, el español es un idioma filosófico “por constitución”: es imposible hablar en español sin filosofar. No hay que atender sólo, por tanto, a la población de más de quinientos millones que hoy lo hablan, y que va en ascenso, sino a la estructura, riqueza y complejidad desde la que esos quinientos millones lo hablan. Y todo esto, sin duda, es herencia del Imperio.

Resulta verdaderamente cómico escuchar a quienes hablan, de vez en cuando, del español en tono de reproche indefinido, calificándolo como “idioma del Imperio”. ¿Acaso si no hubiera sido por el Imperio se hablaría hoy el español por tantos millones de personas, y, sobre todo, tendría el español la complejidad, riqueza y sutileza que le son propias? ¿Por qué el latín se extendió por toda Europa? ¿Por qué el inglés por todo un mundo? ¿No fue también a consecuencia del “Imperio”? Quienes, desde posiciones antiimperialistas, “democráticas” o populistas, se refieren críticamente al español en el que hablan como “idioma del Imperio”, recuerdan a aquella señora inglesa que, durante el te de las cinco, sin duda, en el que se comentaban las nuevas teorías de Darwin, decía: “Será verdad que descendemos del mono, pero por lo menos que no se entere la servidumbre.”

El Imperio católico español cayó como Imperio, pero no fue aniquilado. Pero, ¿cayó como católico? Desde luego, en todo caso, no del mismo modo, porque España y América siguen siendo católicas (sin perjuicio de la política tenaz del “Imperio que habla inglés” en orden a introducir las iglesias protestantes, como modo de debilitar tanto a la lengua española como al catolicismo. Me refiero a la España “sociológica”, no ya a la España del “Estado de derecho no confesional” de 1978, al Estado que reconoce, por una especie de ficción jurídica, diversas confesiones, entre ella la católica “como una más” (sin perjuicio de ciertos “privilegios fácticos” –explicables precisamente pongamos por caso, las procesiones de Semana Santa– por su condición de religión sociológica mayoritaria). Pero la cuestión no es tratar de demostrar que la religión católica se ha segregado de la sociedad española con la caída del Imperio católico, ni siquiera de equipararla por decreto a otras religiones. La Iglesia católica no es en España una más, es la Iglesia por antonomasia.

La cuestión habría que plantearla de este modo: ¿cuáles son los efectos que el catolicismo pretérito ha podido dejar en nuestro presente, no ya considerando a los católicos practicantes y creyentes, sino también a quienes no son ni practicantes ni creyentes? Porque esta pregunta vale tanto en la hipótesis de una España sociológicamente católica como en la hipótesis de una España que hubiera dejado de serlo. Es un modo de plantear la cuestión que podría hacerse de este otro modo: ¿qué queda del espíritu católico, de un catolicismo que ha actuado durante siglos y siglo en España, en estrechísima vinculación con el Imperio? Otros (que además suelen ser cristianos, más que católicos) podrán fijarse en multitud de efectos considerados como lacras (se señalará, por ejemplo, el desinterés por la lectura, el temor a ser denunciado, el formalismo litúrgico externo, la gazmoñería sexual, a pesar de que la Iglesia católica fue siempre la más tolerante en este orden de cosas). En esta ocasión interesa subrayar efectos que, aun sin necesidad de presentarlos como “virtudes” dignas de ser imitadas, acaso porque no tendría sentido una tal imitación, en modo alguno podríamos considerarlas como lacras, sino sencillamente como características grabadas por la historia en las “pautas de conducta” propias de los españoles (aunque no necesariamente exclusivas de ellos). Es obvio que en el momento de disponerse a señalar estas características tendríamos que preservarnos de la costumbre inveterada de quienes ejercitan el género literario que en otro tiempo se llamó “psicología comparada de los pueblos”; un género literario que todavía se cultiva por los ensayistas sobre España, si bien es verdad que está siendo desplazado por otros géneros literarios, o científicos, como puedan serlo el de las encuestas sociológicas de opinión, o el de los sondeos de “aptitudes primarias”.

Nuestro pretérito católico constituyó una alternativa secular al islamismo y al protestantismo. Y no sólo “constituyó”, sino que lo sigue constituyendo, dado el auge de un islamismo que recubre hoy prácticamente el tercer mundo de nuestro hemisferio: ni Covadonga ni Lepanto pudieron evitar que la humanidad musulmana vaya a iniciar nuestro próximo milenio con más “efectivos” personales de los que tiene el mundo cristiano, cuya curva demográfica está en descenso.

Aprovechando la presentación de su libro, concedió múltiples entrevistas y en ellas, también hizo hincapié en cómo la izquierda socialista y comunista babea con el tribalismo lingüístico, a la vez que proclama que hay que «diluirse» en la Europa «capitalista» bruselense. Quienes dicen «soy de izquierdas», lo hacen con un sentido místico, utilizado como una justificación y garantía de impunidad, al margen de si son cooherentes en su vida personal… También señalaba Gustavo Bueno que, es incomprensible como, en España, la izquierda está con los «micronacionalismos». La izquierda está desorientada,… Es sólo la «contra» desde que abandonó las viejas banderas comunista y anarquista. La izuquierda española (por más que le pese lo de «española») es sólo palabras: solidaridad, que es siempre contra terceros; tolerancia, que suele ser debilidad; etcétera.

Tampoco olvida, el profesor Bueno, de hablar de España como «modo de estar», más que «modo de ser» (distinción dificilísima de entender para quienes no tienen el español como lengua materna). Decir que España determina un «modo de estar» tiene un sentido más positivo que no compromete la integridad de lo que entendemos por vida humana. «Estar» es una posición alcanzada históricamente, por tanto, no como una condición absoluta, sino relativa a las posiciones alcanzadas por las naciones del presente. Permite un distanciamiento; crítica, ironía, discriminación de ciertos valores… firmeza. Lo importante es seguir estando. Hay misión de futuro para España. Hay que saber orientarse, saber elegir entre posibilidades. Saber elegir entre ser español o no serlo. Y, por supuesto, el profesor Bueno no tiene dudas en afirmar, sin tapujos que, «Es más importante ser español que europeo»

Después de todo lo anteriormente mencionado, a mi modo de ver imprescindible, retomemos el título que encabeza esté escrito: ¿España es Europa… qué «Europa»? Problemas, soluciones…

Una de las más bases ideológicas del actual régimen del 78 que, del que se afirma en su Constitución que es, una monarquía parlamentaria y organizada territorialmente mediante lo que bautizaron como «estado de las autonomías», es la idea requeterrepetida, hasta el hartazgo, atribuida al filósofo español José Ortega y Gasset: “España es el problema y Europa la solución”. Hasta tal extremo es así que, a los rasgos definidores del régimen del 78 bien se podría perfectamente añadir el de “europeísta”. Basta echarle un vistazo al artículo 93º de la Constitución Española de 1978 y a las diversas Leyes Orgánicas dictadas al respecto desde 1985, así como a diversas resoluciones del Tribunal Constitucional respecto del asunto. 

Casi nadie osa cuestionar la frase ni su supuesta autoría. Sin embargo, si se lleva a cabo un minucioso examen, acabaremos descubriendo que estamos frente a un mito, y precisamente uno de los denominados por Gustavo Bueno como oscurantistas, independientemente de que haya sido más o menos eficaz, como ha sucedido con otros en la Historia reciente y no tan reciente.

Cuando más éxito tuvo este mito fue durante aquellos años que algunos dieron en llamar «Transición política española», en el convencimiento de que el régimen que siguió al del General Franco abría la puerta de acceso a “Europa” (como si es que tras la guerra civil se hubiera construido un muro infranqueable, como el de Berlín, en los Pirineos…); pero para entrar en la “Europa sublime”, ya que España siempre formó parte de Europa.

Sin embargo, es cada vez mayor el número de españoles que poseen enormes dudas, acerca de si realmente mereció la pena (nunca mejor dicho lo de «pena») incorporarse a la Unión Europea, teniendo en cuenta que, para emprender el camino hubo que desmantelar la industria española, darle prioridad al sector servicios y pasar nuestras agricultura y ganadería a ser «ficticias», o casi, y dependientes de subsidios y subvenciones cientos…. Todo ello como compensación a la desindustrialización forzosa, y como condición imprescindible para la mejora de infraestructuras pagadas con fondos europeos.

Hablaba Ortega, en la primera década del siglo XX, de la regeneración de España tras el desastre del 98 y hacía especial hincapié en emprender una urgente reforma del sistema de enseñanza.

Transcurridos diez, cuando ya había sido firmado el Tratado de Versalles, tras la primera guerra mundial afirmaría que España estaba invertebrada,…

Ortega, siguió reflexionando sobre España y siguió sin encontrar respuesta a tan compleja y profunda cuestión. Es por ello que aún seguía sin resolver el problema cuando, de nuevo, transcurrida otra década acabe concluyendo que “no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”. En el convencimiento de que lo que él sentía era un sentimiento general.

Al fin y al cabo, José Ortega y Gasset, como otros regeneracionistas, como Joaquín Costa, consideraba que la mejor fórmula para impulsar la España hundida tras el 98 era aplicar el sistema de instrucción pública existente en determinados países europeos, como Alemania y Francia. Sus referentes eran, en suma, el autodenominado II Reich alemán de Bismarck, la reunificada Italia de Cavour y la renacida Francia de la III República. 

Asume Ortega, por lo tanto, la propuesta de Joaquín Costa («Oligarquía y caciquismo como forma de gobierno en España….»que incluye un programa para un futuro ”partido nacional, regenerador”), en la que afirma que un proyecto de regeneración debe estar ligado a un nuevo modelo de instrución-enseñanza publica… E, insiste Ortega en que hablar de regeneración es hablar de europeización, “regeneración es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la emoción reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea europeizadora. Regeneración es el deseo; europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vió claro desde un principio que España era el problema y Europa la solución”.

Un siglo después, quienes ahora hablan de que “España es el problema y Europa la solución”, hablan de la “salida del oscuro túnel” del franquismo hacia la cegadora ”luz” de la Europa sublime. Ideología alimentada por historiadores e ideólogos de signo socialdemócrata pero que, fue aceptada sin rechistar por otros de línea democristiana, liberal y hasta conservadora.

Decía también Ortega y Gasset que «España es un proyecto sugestivo de vida en común» (José Antonio Primo de Rivera lo llamó «unidad de destino en lo universal»), un proyecto de vida en común emocionante, fascinante, estimulante, prometedor, incluso esperanzador… España no es una mera reliquia del pasado, ni siquiera una reliquia, reanimada por fin como nación (al incorporarse a la Unión Europea), que ha reconquistado la condición de miembro de número en un club de naciones canónicas, tal como diría el profesor Bueno. España no necesita ser definida como un modo de ser característico; sino como un modo de estar (actitud). Un modo de estar que consiste no tanto en una tendencia a encerrarse o plegarse sobre sí misma (tratando de extraer la verdad de su sustancia o de su pasado) sino en mirar constantemente al exterior, a todo el mundo, a fin de conocerlo, asimilarlo, digerirlo o expeler lo que sea necesario para seguir manteniendo ese su “modo de estar”. Un modo de estar que no descarta, también, el “estar a la espera” de que se presenten mejores ocasiones…

Ninguno de nosotros es responsable de las circunstancias que nos tocaron en suerte cuando nos trajeron a este mundo, pero sí somos responsables de aquello que dejemos cuando nos llegue el momento de marcharnos. Todos podemos cambiar nuestro entorno, comenzando por nosotros mismos, humanizar  el ambiente en que vivimos, es nuestro territorio de responsabilidad, y para ello no hacen falta fórmulas mágicas, solo gente de buena voluntad… Claro que, para cambiar el ambiente en que estamos inmersos, nuestra circunstancia personal, hay que empezar por uno mismo…

  • Al escribir este libro, entre otras muchas fuentes he partido del libro de Gustavo Bueno, «España frente a Europa» y de entrevistas que se le hicieron al profesor Bueno cuando el libro fue editado, y artículos diversos relativos al mismo…

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