FRANCISCO RUBIALES

Les voy a contar un cuento verídico, una historia que realmente sucedió, aunque parezca increíble. España, en el pasado siglo XX, llegó a ser un país de ensueño, admirado y envidiado en todo el mundo, pero llegaron los políticos, esos que mandan ahora y nos piden el voto, y lo estropearon en pocos años. No era un país perfecto y tenía un claro déficit en libertades políticas, pero, comparado con lo que hoy padecemos, aquello era el paraíso.

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Aquel país admirable, al que ahora llaman Franquismo con desprecio y odio, es hoy denigrado, vapuleado y presentado ante los ciudadanos como un infierno. Su fundador es tratado como una bestia y hasta ha sido desenterrado por indigno.

Amparados en una democracia falsa, los políticos llegaron, se apoderaron del Estado, expulsaron a los ciudadanos del poder, los dividieron, los enfrentaron y ellos, convertidos en una clase privilegiada, se blindaron y rodeados de jueces amigos, policías a sueldo y periodistas corrompidos con dinero, desplegaron su labor de destrucción y envilecimiento.

Ese país maltratado, del que hoy apenas quedan despojos, se llama España, la nación protagonista de la historia más brillante del mundo, junto con la Italia del Imperio Romano.

Entonces no sabíamos que teníamos un tesoro, pero hoy sí lo sabemos, aunque ya quizás sea demasiado tarde para reconstruirlo y recuperarlo. Era un tesoro con defectos y sin elecciones para elegir políticos, pero funcionaba y era admirado y envidiado en el mundo, que, al principio lo aisló, pero al que, poco a poco, fue abriendo las puertas y otorgándole un sitio de respeto.

Publicamos hoy, en la víspera de las elecciones generales más cruciales de las últimas décadas, un artículo importante, para que los que van a votar conozcan la verdad y sepan que van a elegir a enterradores de un paraíso perdido.

El artículo está inspirado y basado en otro, firmado por Javier García Isac, que hemos completado y reformado, manteniendo su esencia y sus tesis, aunque no sus párrafos, ni su redacción. Espero que lo disfruten porque está cargado de verdad y de una nostalgia positiva y saludable.

España era un país que, comparado con lo que es hoy, parecía el protagonista de un cuento de hadas. Era la envidia del mundo y se admiraba el «milagro español», que sacó al país de la pobreza y le hizo crecer más que ningún otro en Europa. Pero llegaron ellos (los políticos) y todo cambió.

Existió, no hace mucho, una España respetada y respetable, que crecía cada año en paz y avanzando, mirando hacia el futuro con confianza, apoyada en el esfuerzo. Aquella nación no era discutible ni discutida. Sus habitantes prosperaban, eran aceptablemente felices, trabajaban y eran solidarios y respetuosos con sus vecinos, independientemente de cuál fuera su lugar de nacimiento. Era una nación grande, unida y bastante libre.

La usura era mal vista y la vivienda un bien con el que no se podía especular. Existía la cultura del esfuerzo y una clase media mayoritaria que daba consistencia y estabilidad al país, una clase media que cada año prosperaba y era la columna vertebral de la sociedad. Existía conciencia de lo que se era y se deseaba. Con una ley igual para todos, sin discriminaciones, ni por edad, ni sexo, ni afiliación política y muchos menos, por lugar de residencia.

Una ley justa, aplicada por personas justas, donde el delincuente estaba en la cárcel, donde el asesino cumplía sus penas, donde la familia era respetada y ayudada, donde los heterosexuales no eran perseguidos, donde no te aconsejaban lo que tenías que fumar, lo que tenías que beber o con quién te deberías acostar.

No había partidos políticos ni votaciones para elegir al número uno, pero visto lo que ha ocurrido en la España de la falsa democracia, carecer de políticos profesionales, de partidos políticos y de elecciones era soportable y no representaba un drama.

En aquel país la libertad individual se tenía en cuenta muy por encima de otras consideraciones. Allí no era necesario tergiversar y reinventar la historia para adoctrinar a los jóvenes.

Era un país donde las pensiones no estaban en peligro, donde los impuestos casi no existían, donde nadie jugaba con el dinero de los demás, donde los banqueros no robaban ni engañaban con el consentimiento de la clase dirigente. Donde no te cobraban por conducir, por aparcar, por abrir un negocio; donde se confundían trabajadores y empresarios, ediles y ciudadanos. En definitiva, un país con futuro, con pasado y con ilusión. Un país solvente, próspero y en continuo progreso.

Pero aquel sistema se hizo el harakiri y dejó paso voluntariamente a los políticos, cuya llegada fue acogida con ilusión, sin que se fuera consciente de que con ellos se iniciaba el caos y la decadencia.

Una niebla espesa empezó a cubrirlo todo. Hablaban de constitución, de hechos diferenciales, de comunidades autónomas, de Europa, de burocracia, de guerras en países lejanos, de cultura y religiones que nos odiaban y de muchas mentiras. Nos aseguraron que seríamos libres por votar cada cuatro años. Duplicaron instituciones, aumentaron ferozmente los impuestos y nos impusieron leyes y normas Nos instalaron en la cultura del pelotazo, del dinero fácil, de la corrupción, del nacionalismo en las regiones e Inventaron historias y sucesos que jamás existieron. Adoctrinaron, no educaron, dieron categoría de idiomas a dialectos, incluso, pusieron traductores en el senado para poder entendernos en nuestra propia nación.

Degradamos nuestra lengua, nos degradamos a nosotros mismos. Se dedicaron calles, plazas, estatuas y hasta estadios del fútbol a asesinos y genocidas y proliferaron los homenajes a rameras y criminales, al mismo tiempo que héroes de nuestra historia era borrados del mapa y expulsados al olvido. No nos dábamos cuenta de que había llegado la hora de los insignificantes y los mediocres, que se hicieron dueños de la nación.

De la mano de los políticos, aquella nación penetró en una noche oscura en la que se liberó a los delincuentes, se crearon múltiples gobiernos, se gastaron nuestro dinero y nos hicieron más pobres, más ruines y más cobardes. Los enemigos de España fueron aliados de los políticos y crecieron como la espuma, potenciando la división y el odio a España y a la unidad. Los medios de comunicación empezaron a servir al poder, a cambio de publicidad y favores, dejando al pueblo abandonado, sin verdad ni información. Aquellos falsos demócratas crearon una sucia Torre de Babel, que hoy sigue creando confusión, odio, desencanto y mucha suciedad.

Existe un Estado de Bienestar, pero es sólo para los políticos. El pueblo fue progresivamente marginado, empobrecido, engañado y despreciado. Ellos tenían y controlaban el dinero, los recursos, los privilegios y el poder, tras haberse adueñado de un Estado del que los ciudadanos fueron expulsados.

A ese estercolero, en el que hoy vivimos, le llamaron «democracia», a pesar de que la hermosa democracia jamás ha llegado a España..

Francisco Rubiales

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