ERDOGAN, TURQUIA Y LA PROLIFERACIÓN DEL ISLAMISMO EN EL MEDITERRANEO ORIENTAL. I PARTE

Por David de Caixal : Historiador Militar. Director del Área de Seguridad y Defensa de INISEG.  Director del Máster de Historia Militar de INISEG / Universidad Pegaso. Director del Grupo de Investigación del CIIA (Centro Internacional de Investigación Avanzada en Seguridad y Defensa de INISEG-Universidad Pegaso. Membership in support of the AUSA (Association of the United States Army) Miembro asesor de la Sección de Derecho Militar y Seguridad del ICAM (Ilustre Colegio de Abogados de Madrid). Miembro del Grupo de Investigación de INISEG y “The University and Agency Partnership Program » (UAPP) proyecto universitario para la difusión de la Cultura de la Defensa de Estados Unidos.

Las revueltas árabes que estallaron en 2010 provocaron las caídas de los regímenes de Ben Ali en Túnez, Mubarak en Egipto, Gaddafi en Libia y Saleh en Yemen. También abrieron el proceso de transición en Siria y cambios constitucionales en Marruecos. En la práctica totalidad de los países árabes, el contagio alcanzó a sectores importantes de la población, que estalló en protestas y provocó el miedo a los regímenes en el poder. Algunas de estas protestas han sido muy duramente reprimidas, como en el caso de Bahrein, donde incluso ha intervenido el ejército saudí para asegurar la continuidad de la dinastía Al-Jalifa. En la mayoría de los casos, estas revueltas han sido protagonizadas por jóvenes que espontáneamente tomaron las plazas, y también por sindicatos obreros, allí donde su implantación es significativa. Sin embargo, en Túnez y en Egipto los mayores réditos de la caída de los regímenes los han recogido los grupos islamistas en forma de victorias electorales. Las transiciones políticas son procesos largos en los que los distintos actores políticos, económicos y sociales intentan adecuar el nuevo sistema a sus necesidades para ganar poder. Los revolucionarios tunecinos y egipcios se están enfrentando en la actualidad a unas élites que quieren construir un sistema político muy alejado de las aspiraciones de aquellos jóvenes que protestaron en las plazas. La principal amenaza para esta juventud es el poder ganado por algunos partidos islamistas y su modelo social reaccionario. Aunque los partidos islamistas mayoritarios aceptan y reivindican un sistema político democrático, en algunos aspectos su democracia tiene muy poco que ver con la nueva sociedad que quieren construir los jóvenes. Ello se muestra de forma muy evidente en la cuestión del papel de la mujer en la sociedad, pues muchas tunecinas y egipcias empiezan a experimentar como, en algunos aspectos, la nueva democracia puede tener consecuencias negativas para sus vidas, al restringirse todavía más algunos de sus derechos y libertades. La emergencia de gobiernos dominados por los islamistas en estos países ha provocado un cambio radical en la política árabe. Las victorias electorales de los Hermanos Musulmanes en Egipto y de Nahda en Túnez han ocasionado grandes tensiones sociales, con enfrentamientos y protestas importantes contra los gobiernos respectivos. El islam político ha vuelto al primer plano de la política árabe e internacional, lo que obliga a realizar nuevos análisis, ya que el islamismo ha evolucionado desde los años ochenta y noventa del siglo pasado.

A Turquía se la conoce como el primer Estado «laico» del mundo musulmán, siguiendo un itinerario propio como se ha apuntado y sirviendo como modelo a toda una serie de repúblicas surgidas de los procesos de descolonización, tras la Segunda Guerra Mundial. La trayectoria diferenciada de Turquía se basa sobre todo en una serie de indicadores concretos que son los siguientes: el islam en Turquía nunca se usó como herramienta política para liberar al país de las potencias ocupantes tras la Primera Guerra Mundial, como pudo suceder en otros países árabes; ha sido un islam de sociabilidad, de redes, esto es, las tarikats o cofradías, desde la época del Imperio otomano; ha recibido algunas influencias de Asia Central (de los derviches heterodoxos); y, además, debe considerarse la influencia de los alevíes y la opción por el secularismo desde el movimiento de los Jóvenes Otomanos a finales del siglo XIX. El punto de inflexión trascendental para el papel del islam en el Estado turco se produce con la proclamación de la República en el año 1923 después de una guerra de liberación nacional contra los países ocupantes tras la Primera Guerra Mundial. Una vez acabada la guerra, Mustafa Kemal, un militar de prestigio que había liderado este movimiento de liberación, comienza un proyecto de construcción nacional que contemplaba el establecimiento de una República moderna, laica y occidentalizada. Con el reconocimiento de Turquía como República por el Tratado Lausana (1923), se inicia una trayectoria propia, libre de la influencia exterior que tuvieron el resto de los territorios que habían sido parte del Imperio otomano bajo la forma de mandatos o protectorados. Este itinerario de casi noventa años de existencia se ha tendido a explicar de forma dicotómica, como si existiera una historia política y otra islámica de Turquía. Esto se entiende, en buena media, debido a los esfuerzos de la historiografía laicista por enfatizar la personalidad de una supuesta República turca que, por oposición al Imperio otomano, sería esencialmente turca –no multiétnica– y europea. Entre 1923 y 1945, la implantación del modelo de Estado autoritario se articula en torno a la abolición del Califato y de los tribunales religiosos, la adopción de una Constitución republicana en 1924 y el cierre de monasterios y mausoleos en 1925. La adopción del Código Civil suizo, en 1925, supuso la desaparición de las tradiciones de la religión en los asuntos familiares. La prohibición de llevar Fez (1925), el cambio de alfabeto y la prohibición de la llamada a la oración en árabe concluye un proceso de reformas que tenía como objeto eliminar toda referencia a la religión relegándola al ámbito de lo privado. Por lo tanto, el laicismo se constituyó durante los años veinte en el principio constitutivo del proyecto kemalista de construcción de un nuevo Estado-nación.

Fuente: OCATRY (Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista) www.ocatry.org

Es en el IV Congreso del Partido Republicano del Pueblo, en el año 1935, cuando terminó por incluirse el secularismo entre los principios conocidos como las «seis flechas» que conforman la doctrina del kemalismo, de total actualidad hoy en día: secularismo, nacionalismo, republicanismo, estatismo, reformismo y populismo. El kemalismo se declaró guardián de la República, protegiendo al Estado de la religión de la identidad étnica y siendo suspicaz al empoderamiento de la sociedad civil. Sin embargo, esa situación evoluciona con rapidez tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el 1 de noviembre de 1945 el presidente Mustafa İsmet İnönü anunció que el sistema político turco iba a ser reformado, liquidando el régimen de partido único. La aparición del Partido Demócrata (1946-1961), que iba a competir en años venideros con el kemalista Partido Republicano del Pueblo, inauguraba una saga que tendría continuidad en sucesivos partidos conservadores, de centro derecha y liberales, de cambiante denominación, pero de base social similar: el Partido de la Justicia (1962-1980) y el Partido de la Recta Vía (1983-2007). La base social que componía, apoyaba o votaba a tales formaciones era una muestra bastante homogénea de la sociedad turca específicamente no kemalista (lo que se denominó la periferia del sistema), una verdadera «segunda Turquía», estructurada en torno a una burguesía liberal y un sector rural que no medraba en el servicio al Estado ni reivindicaba la herencia kemalista. La composición social de la militancia y cuadros del Partido de la Justicia era en sí misma una radiografía de esa nueva realidad emergente: artesanos, industriales, comerciantes, campesinos, terratenientes. Esa amplia muestra social se expresaba en un amplio abanico ideológico que iba desde la derecha conservadora a una amplia representación del liberalismo. Pero lo importante es que en tal tipo de partidos tuvo acomodo una primera muestra de la burguesía islamista, que no lo tenía fácil a la hora de actuar políticamente en la Turquía de los años cincuenta y sesenta. Ese periodo de islamismo «sumergido» o «diluido» terminó con la fundación de la primera formación política explícitamente islamista, aunque legalmente esa condición no pudiera ser recogida en su denominación: el Partido del Orden Nacional (Milli Nizam Partisi, MNP) liderado por Necmettin Erbakan en 1971. Fue el primero de los diversos partidos presididos por esta figura, central en el islamismo turco. El MNP fue pronto ilegalizado, por lo que Erbakan puso en pie, al año siguiente, una nueva versión: el Partido de la Salvación Nacional (Millî Selâmet Partisi, MSP), y así sucesivamente, dando lugar a los siguientes partidos: 1983: Partido del Bienestar (Refah Partisi, RP) 1998: Partido de la Virtud (Fazilet Partisi, FP) 2001: Partido de la Felicidad (Saadet Partisi) Necmettin Erbakan (1926-2011) fue un personaje central en la historia del moderno islamismo turco, por cuanto no solo es el puntal de la nueva generación de partidos de esa tendencia, sino que también está en los orígenes del potente movimiento político que aglutinó a amplios sectores de la emigración turca en Europa, a partir de la publicación del manifiesto del movimiento Millî Görüş («Visión Nacional») en 1969. Este proyecto presentaba dos grandes ventajas para el naciente islamismo político turco. De una parte, encontraba un vivero formidable para la expansión y crecimiento de esa tendencia política entre la masa de emigrantes turcos que acudían a trabajar a Alemania y otros países de la Comunidad Europea. Personas procedentes de zonas de la Turquía interior en la que persistían modos de vida muy tradicionales, sufrían el natural desarraigo en los países occidentales y cristianos de destino. Eso explica el éxito que tuvo Millî Görüş, que en 2005 decía aglutinar a 87.000 turcos en el extranjero, de ellos 52.000 en Alemania. De otra parte, el movimiento quedaba a salvo de las cíclicas campañas de persecución organizadas por los gobiernos laicos en Turquía, aunque las actividades de Millî Görüş fueron –y son– vigiladas de cerca por las autoridades de diversos países europeos, Alemania en particular.

Por lo tanto, a lo largo de los años setenta, el islamismo político turco fue creándose una base de apoyo cada vez más amplia entre una pequeña clase media empresarial, con mucho empuje; y en las masas de campesinos de la Anatolia profunda, reconvertidos por entonces en trabajadores industriales mal pagados, explotados y desarraigados, que se hacinaban en las grandes ciudades de la región de acogida, fuera en el occidente turco, o la Comunidad Europea. Para entender el desarrollo del nuevo islamismo político turco entre 1971-1973 y 1997, también se debe tomar en consideración el impacto que tuvo en Turquía la revolución iraní de 1979. País miembro de la OTAN, vecino de la Unión Soviética pero también de Irán, Turquía fue uno de los países donde Estados Unidos impulsó la política de control sobre los movimientos islamistas, con el doble objetivo de evitar un contagio desde Irán, pero también para utilizarlos contra las fuerzas de izquierda en el propio país. En Turquía se encuentran indicios de esta política a partir del golpe militar de 1980: en los siguientes cinco años, el régimen militar dio algunos pasos hacia la aplicación de las exigencias islamistas, a la par que se dedicaba a desactivar su potencial insurgente. De hecho, ya durante la redacción de la Constitución de 1982, se podían encontrar indicios de esta actitud en la definición del concepto «turquicidad», que incluía una novedosa referencia al islam. Esa actitud se vio reforzada por el impulso aperturista que supuso la denominada «era de Turgut Özal», el carismático primer ministro (1983-1989) y presidente de Turquía (1989-1993). Y aunque no fue un camino de rosas –el islamismo político fue ocasionalmente castigado por la extrema derecha– la nueva situación propició el asentamiento definitivo del islamismo político en Turquía. Este mismo contexto da pie al desarrollo de la segunda gran fuerza islamista en Turquía –no siempre manifiestamente política–: las órdenes y cofradías religiosas. Las cofradías sufíes, aunque prohibidas desde 1925, habían sobrevivido en la clandestinidad durante décadas, resurgían en los años cincuenta y en los años ochenta emergían como un islam plural en el que se entremezclaban innovación y tradición. Las autoridades kemalistas consideraban las cofradías y mausoleos como «centros de oscurantismo religioso», pero precisamente eso los hacía particularmente atractivos, al presentarse como quintaesencia del islam popular específicamente turco. Por lo tanto, si bien desde la llegada al poder del Partido Demócrata resurgió con mucha fuerza el debate sobre los límites de la laicidad del Estado –y sobre todo en torno al artículo 163 del Código Penal (instituido en 1949), que prohibía cualquier instrumentalización política de la religión–, durante el mandato de Turgut Özal las cofradías sufíes vivieron su edad de oro, dado que el primer ministro, y más tarde presidente, les otorgó todo tipo de ventajas económicas y sociales.

El AKP de Erdogan Tras la caída del líder islamista, y percatándose de que el Partido del Bienestar sería disuelto por la presión de los militares y los sectores laicos más intransigentes, se creó el Partido de la Virtud (diciembre de 1997), que se presentó como más moderado (Yeşilada , 2002). Pero fue disuelto a su vez por el Tribunal Constitucional en junio de 2001, acusado de ser un nido de fundamentalistas. Al mes siguiente, los seguidores de Erbakan fundaron el Saadet o Partido de la Felicidad. Pero, algunos sucesores del Partido de la Virtud alumbraron el Partido de la Justicia y el Desarrollo, que se presentó como secular. Recep Tayyip Erdogan había sido alcalde de una megalópolis como Estambul (1994- 1998) y su efectiva labor convenció a muchos votantes de que era un gestor eficiente, lo que pesaba más que el célebre proceso que lo había llevado a la cárcel por un supuesto delito de incitar al odio por motivos político-religiosos, en 1998. Se había producido, por tanto, una escisión en la línea de partidos de la «generación Erbakan», que supuso la ruptura del tradicionalista Partido de la Felicidad, lo que dio lugar al modernista Partido de la Justicia y el desarrollo (AKP) liderado por Erdogan. Del éxito de la nueva fórmula da una idea el que al año siguiente el Partido de la Felicidad solo obtuviera el 2,4% de los votos, mientras que el AKP arrasó en las elecciones. El que pronto se convertiría en primer ministro procedía de un medio social modesto, era economista de formación, pero diplomado por una escuela de imames, y había desempeñado diversos cargos en el Partido de la Salvación Nacional de Erbakan. Sin embargo, durante su periodo de encarcelamiento, Erdogan había ideado un perfil para su partido conservador basado en el diálogo y la modernidad, abierto a la integración en la UE, y, en términos generales, a la continuación de la línea económica neoliberal de Özal. Pero, sobre todo, la tendencia política que se puso en marcha desde el Partido de la Justicia y el Desarrollo respondía en parte a un «euroislam» moderado y democrático, que buscaba conscientemente la semejanza con la democracia cristiana europea: de ahí el término «demoislamismo» o «democracia islámica». Una idea acertada teniendo en cuenta que los pasos iniciales del proceso de integración europea en los años cincuenta fueron obra de los partidos democristianos. Esa tendencia se completó con el ingreso del AKP, como observador, en la organización del Partido Popular Europeo en 2005.

Fuente: OCATRY (Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista) www.ocatry.org

Los grupos de activistas radicales Estos grupos, que se caracterizan por ser minoritarios, comienzan a ver la luz en los albores de los años setenta. Su aparición coincide en el tiempo con la de los partidos islamistas, lo cual tiene su lógica, dado que no dejan de ser una derivación ideológica extrema de las tendencias políticas vigentes. Se puede efectuar, de esta manera, una clasificación en las siguientes fases: antes de 1980, de 1980 a 2001 y después de 2001, por el impacto del 11-S en el extremismo islamista turco. La primera etapa, la de la década de los setenta, se inserta en la violencia política de los «años de plomo» turcos, caracterizados por los choques sangrientos entre los grupos radicales de la extrema derecha, la izquierda radical y las nacientes facciones de extremismo islamista. Con todo, la violencia con fines políticos por parte de los grupos islamistas se hace patente ya desde mediados de los años sesenta, con el Hizb-al-Tahrir o Partido de la Liberación Islámica, en su rama kurda o la «Unión de Estudiantes Nacional Turca» (MTTB), dependiente del Partido de Salvación Nacional (MSP). Precisamente, la violencia desatada entre grupos de extrema izquierda y extrema derecha e islamistas fue la justificación ofrecida en su día para el golpe de Estado de 1980, con la consiguiente prohibición de estas formaciones. Con posterioridad, reaparecerán de nuevo grupos violentos islamistas con objetivos políticos pero sin vínculos con ningún partido más moderado, lo cual condujo a una mayor radicalización. En algunos casos, no necesitaban financiación interna, puesto que procedían de la vecina República Islámica de Irán, donde había tenido lugar la revolución en 1979. El resultado de todo ello será un crecimiento espectacular de los grupos radicales armados islamistas, que en 1991 eran ya, según un informe del servicio de inteligencia (MIT):

* El Ejército de Liberación Turco Islamista (IKO)

* Frente Islámico de Liberación Turco (TIK-C)

* Combatientes de la Revolución Islámica (IDAM)

* Unión de Liberación Islámica Turca (TIKB)

* Ejército de Liberación de la Sharia Mundial (DSKO)

* Frente de la Hermandad Universal-Escuadra de la Venganza de la Sharia (EKC-SIM)

* Frente del Partido de la Liberación Islámica (IKP-C)

* Combatientes Turcos de la Guerra Islámica (EIK-TM)

* Ejército de los Combatientes Islámicos Turcos (IMO)

* Comandos de la Venganza de la Sharia Turca (TSIK)

Las guerras de Afganistán y Chechenia y, sobre todo, los atentados en Estados Unidos de Al-Qaeda, en septiembre de 2001, alumbran una nueva generación de radicales islamistas, que llevarán a cabo algunos atentados sonados en 2003. Hoy en día, los grupos de radicales extremistas, armados y en activo, identificados y vigilados por la policía turca, son los siguientes:

– Hibzbullah (turco)

– Estado Califal (Hilafet Devlet)

– Frente Islámico de Combatientes del Gran Oriente (İslami Büyük Doğu Akıncılar Cephesi-İBDA/C)

– Unidad y Saludo–Ejército de Jerusalén (Tevhid Selam-Kudüs Ordusu)

– Al-Qaeda de Turquía (El Kaide Terör Örgütü Türkiye Yapılanması: denominación policial)

Sin embargo, la capacidad operativa de la mayoría está muy disminuida, o está en proceso de extinción. Tal es el caso de Hizbullah turca, que aspira a convertirse en un partido político.

Se equivocan quienes acusan al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de querer restaurar el imperio ‎otomano. Para Erdogan, las conquistas territoriales no son un objetivo sino una ‎manera de propiciar alianzas. Al cabo de largas vacilaciones, Erdogan ya no tiene ‎intenciones de ser sultán sino califa, convirtiéndose en el jefe de los musulmanes ‎sunnitas del mundo entero. Desde su creación, la Turquía moderna sigue negando el genocidio perpetrado contra las ‎poblaciones cristianas (en 1894-1895 y, posteriormente, desde 1915 hasta 1923) ‎dedicándose a destruir las pruebas. Pese a ello, documentos que corroboran la autenticidad de las ‎órdenes impartidas, primero por el Imperio Otomano y más tarde por los “Jóvenes Turcos”– ‎fueron hallados en 2018 Si se despliega un mapa de Medio Oriente, Norte de África, Mediterráneo Oriental y Asia Central, es posible apreciar que Turquía está presente en varios de los conflictos que asolan la región. Hoy está presente de forma controvertida en Siria, Libia y Nagorno-Karabaj. Tiene serios problemas con los kurdos en su territorio y en Siria, y una peligrosa confrontación con Atenas por Chipre, y con otros países por recursos energéticos en el mar Mediterráneo. Igualmente, crecen las tensiones con Rusia, Estados Unidos, Israel, la Unión Europea y la OTAN. Durante 600 años, con especial auge en los siglos XVI y XVII, el Imperio otomano dominó desde el sureste de Europa hasta los territorios que actualmente son Austria y Hungría, los Balcanes, Grecia, parte de Ucrania, Irak, Siria, Israel, los territorios palestinos y Egipto. Su poderío alcanzaba Argelia en el norte de África y gran parte de la península Arábiga. El gobierno de Recip Tayyip Erdogan, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), que gobierna desde 2002, ha adoptado una política exterior cada vez más ambiciosa, con el trasfondo mítico de su pasado imperial. Israel y Turquía se enfrentaron diplomáticamente en 2010 por la flotilla humanitaria para Gaza que fue apoyada por el gobierno de Ankara. Las buenas relaciones comerciales y militares se redujeron sustancialmente. Turquía apoya la causa palestina y ha criticado a Estados Unidos por trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, en contra de múltiples resoluciones de Naciones Unidas. Bahréin y Emiratos Árabes Unidos (EAU) han reconocido recientemente a Israel y cortado sus ayudas a los palestinos. Ankara ha aprovechado la ocasión auspiciando el mes pasado la primera de una serie de reuniones en Estambul para mediar entre las facciones palestinas enfrentadas de Fatah y Hamas.

Fuente: OCATRY (Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista) www.ocatry.org

Turquía, además, apoya a Qatar contra las presiones de Arabia Saudí y EAU, y es crítico del gobierno egipcio por su represión a los Hermanos Musulmanes. Pese a estas divergencias hay indicios de que las relaciones con Israel podrían mejorar. Erdogan ha ido ganando control sobre las fuerzas armadas (tradicionalmente seculares) y adoptó una actitud intervencionista con motivo de la «primavera árabe«, cuando apoyó a los Hermanos Musulmanes en Egipto y a milicias islamistas contra Bashar al Asad en Siria. En la actualidad, se habrían fusionado las escuelas islamistas del PJD con la nacionalista, antioccidental y proasiática, en la que coinciden civiles y militares, que propugna la proyección de fuerzas y el establecimiento de bases militares, la reivindicación de derechos marítimos y ganar espacios geográficos, incluyendo varias islas bajo soberanía griega. En agosto de 2020 las tensiones entre Grecia y Turquía renacieron cuando el gobierno de Erdogan ordenó hacer prospecciones de gas en aguas de Chipre que están en disputa con Grecia. Israel, Grecia, Chipre, Italia y Egipto están firmando acuerdos de cooperación para explotar el gas en el Mediterráneo y venderlo a Europa. Turquía considera que tiene derechos sobre esos yacimientos. Alemania está tratando de mediar entre Grecia y Turquía, pero la cuestión ha dividido a los aliados de la Unión Europea (UE) y de la OTAN. Estados Unidos se ha alineado con Grecia. Ankara tiene una carta fuerte ante la UE: la presencia de los millones de refugiados de Siria y otros países que esperan en su territorio la oportunidad de marchar hacia Europa. Ankara hizo un pacto con la UE en 2016 para contener a los refugiados a cambio de 6.000 millones de euros. Rusia y Turquía intervienen en lados contrarios de la guerra civil en Libia, el país con las mayores reservas de petróleo de África. En diciembre pasado, el gobierno turco anunció que incrementaría el apoyo militar al Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN) de Libia, que cuenta con el apoyo de Naciones Unidas contra la ofensiva liderada por Khalifa Haftar, comandante militar del expresidente Muamar Gaddafi. Haftar lidera una alianza de milicias, alguna de ellas islamistas radicales, denominada Ejército Nacional Libio. El GAN controla la parte occidental del país gracias al apoyo militar turco y de Qatar, Italia y los Hermanos Musulmanes. Ankara financia mercenarios sirios. El general Haftar es apoyado por los EAU, Egipto, y Jordania. Por su parte, Rusia paga a aproximadamente 1000 mercenarios, según Sylvie Kaufmann, directora de Le Monde. Francia y Turquía se han enfrentado debido al papel ambiguo de París, pero inclinándose en favor en Haftar, tratando de establecer una alianza con Rusia. El gobierno de Emmanuel Macron tiene también disputas con Ankara por el acceso a fuentes de energía en el Mediterráneo oriental. A cambio de su apoyo, Turquía ha obtenido del frágil gobierno libio la creación de una zona marítima exclusiva en el Mediterráneo, con el fin de competir con los proyectos de Grecia y Chipre. Nadie, además, respeta el embargo de armas decretado por Naciones Unidas. En febrero pasado, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, manifestó su frustración acusando a Egipto, Turquía, Rusia y EAU por romperlo. Un desafío para los intentos rusos de mantener su hegemonía en el antiguo espacio soviético lo representa la política turca en Nagorno-Karabaj, territorio que se disputan Armenia y Azerbaiyán. Reconocido internacionalmente como parte de Azerbaiyán, tiene una mayoría de población étnicamente armenia. En septiembre pasado, fuerzas de azerbaiyanas intentaron recuperar zonas capturadas por Armenia en los enfrentamientos ocurridos entre 1992 y 1994. Rusia mantiene un delicado y controvertido equilibrio, facilitando armas y mediación, entre las dos partes. Pero Moscú se encontró con que Turquía, que siempre ha apoyado diplomáticamente a Azerbaiyán, ahora le estaría facilitando armas y, según algunas versiones, financiando mercenarios sirios.

Fuente: OCATRY (Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista) www.ocatry.org

Las relaciones geopolíticas entre Rusia y Turquía han girado desde el siglo XXI alrededor del control de los Balcanes, el mar Negro, el Cáucaso y la influencia en Medio Oriente. Aunque tienen posiciones diferentes en varios conflictos, comparten una visión estratégica. Tanto Erdogan como Putin consideran que el mundo es multipolar y que sus países merecen, junto con China y otros emergentes, una cuota de poder mayor frente a Estados Unidos y Europa. La nueva alianza entre Moscú y Ankara «no debe ser vista como un reemplazo de la OTAN, sino como una asociación de conveniencia que sirve para proteger los intereses nacionales de las dos partes: el deseo turco de contar con una política exterior más autónoma y el de Rusia de desafiar la relación de Turquía con la OTAN». Pese a las discrepancias regionales, los dos países tienen una estrecha relación económica. Rusia es el tercer socio comercial de Turquía y su principal proveedor de energía, y le construirá una planta nuclear. En enero pasado, los dos países decidieron seguir adelante con el proyecto de un gasoducto de 930 kilómetros que cruza el mar Negro (y evita el paso por Ucrania) para proveer gas a Europa. Las relaciones con Estados Unidos son también contradictorias. Washington trata de que el gobierno de Erdogan no se incline totalmente en favor de Irán. El gobierno turco critica que el gobierno de Trump abandonase el acuerdo internacional sobre el programa nuclear iraní de 2015. Estados Unidos y la OTAN tienen en Turquía la importante base militar de Incirlik, desde la cual ha realizado operaciones, entre otras, en Irak y Afganistán. Erdogan ha amenazado con cerrarla. Estados Unidos se ha negado a extraditar a Fetullah Gülen, opositor a Erodgan. Así también, en 2019 el gobierno turco se inclinó por adquirir de Rusia el sistema de defensa antimisiles S-400 Triumph, alegando que Washington no le había querido vender misiles Patriot en 2017.

Fuente: OCATRY (Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista) www.ocatry.org


1. Desde 1974, Turquía ocupa el noreste de Chipre. La ocupación turca persiste allí a pesar de que ‎Chipre se convirtió, en 2004, en miembro de la Unión Europea. Para decirlo claramente, hace ‎‎16 años que el ejército turco ocupa parcialmente un país miembro de la Unión Europea.

2. En 2012, Turquía emprendió, por cuenta de la OTAN, una operación tendiente a despoblar Siria. ‎Las autoridades turcas propusieron a las poblaciones del norte de Siria refugiarse temporalmente ‎en territorio turco, hasta que se estabilizara la situación en el aspecto militar. Turquía construyó ‎incluso varias nuevas ciudades para albergar a los refugiados sirios… pero sigue sin darles acceso ‎a esos alojamientos.

3. También en 2012, Turquía invadió el norte de Siria –actualmente sigue ocupando la ‎gobernación siria de Idlib. También saqueó las instalaciones industriales de la región siria de ‎Alepo, robando las máquinas-herramientas de las fábricas locales.

4. En 2013, el «banquero de al-Qaeda», Yassin al-Qadi, de Arabia Saudita, resultó herido en un ‎accidente automovilístico en Estambul, mientras se hallaba en compañía del jefe de la seguridad ‎del presidente Erdogan. Un hijo del propio Erdogan lo visitó en el hospital donde fue internado.

5. En 2014, el ejército turco dirigió a los yihadistas en Siria, llegando incluso a atacar junto a ellos ‎varias localidades sirias, como Kassab –de población mayoritariamente armenia–, y obligando sus ‎habitantes a huir.

6. En 2015, los servicios secretos turcos aportaron todo tipo de apoyo al Emirato Islámico (Daesh), ‎mientras que la empresa Powertans, propiedad del cuñado del presidente Erdogan, organizaba el ‎transporte del petróleo sirio robado por los yihadistas hacia el puerto turco de Ceyhan. Desde allí, ‎otra empresa –BMZ Group Denizcilik ve Insaat A.S., comprada por un hijo del presidente Erdogan– ‎enviaba el petróleo robado a Siria a varios países occidentales. Al mismo tiempo, ‎una hija del presidente Erdogan dirigía un hospital secreto en la ciudad turca de Sanliurfa, donde ‎se atendía a los yihadistas heridos provenientes de Siria hasta ponerlos en condiciones de ‎regresar al combate.

7. En 2015, la mafia turca, bajo la dirección del primer ministro Binali Yildirim, instalaba en las zonas ‎controladas por Daesh talleres dedicados a la falsificación de artículos de diferentes marcas ‎occidentales para su posterior venta en Europa, garantizando además el transporte de los ‎artículos falsificados hacia Europa.

8. También en 2015, Turquía amenazaba a la Unión Europea con “abrir la compuerta” para permitir ‎la llegada a Europa de un millón de refugiados de Afganistán, Irak y Siria. Con este chantaje, ‎Turquía obtenía de la Unión Europea el pago de cuantiosas subvenciones que le permitieron ‎proseguir sus guerras.

9. En 2015 y 2016, Turquía rechazó el fin de los acuerdos secretos concluidos con Francia y Bélgica ‎con vista a la creación de un seudo Kurdistán en suelo sirio. En represalia por la ruptura de esos ‎acuerdos, Turquía orquestó una serie de atentados que dejaron 138 muertos en Francia y ‎‎35 muertos en Bélgica.

10. En 2016, el ejército turco se negó a retirarse de Irak, a pesar de los pedidos de Bagdad. Bajo la ‎ocupación estadounidense, Turquía había instalado –a título provisional– varias bases militares en ‎suelo iraquí, pero comenzó a utilizarlas para aportar apoyo a los yihadistas de Daesh contra el ‎Estado iraquí. Actualmente, Turquía mantiene sus instalaciones militares en Irak.

11. En 2017, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan hizo campaña en el seno de las comunidades ‎turcas en el exterior. Alemania y los Países Bajos, le prohibieron realizar mítines políticos en ‎su suelo. Durante aquellos incidentes, el presidente Erdogan calificó de «nazi» a la cancillera ‎alemana Angela Merkel.

12. En 2019, Turquía procedió a la firma de un acuerdo con el gobierno libio creado en Trípoli y ‎posteriormente firmó otro con el gobierno de Túnez. A raíz de esos acuerdos, Turquía comenzó a ‎enviar a ambos países combatientes yihadistas provenientes de la región que aún sigue ocupando en Siria. ‎Esos yihadistas luchan actualmente contra las fuerzas emiratíes que apoyan el gobierno libio ‎establecido en Bengasi.

13. En 2020, Turquía reclamó la posesión de yacimientos de gas en el Mediterráneo. Las fronteras ‎marítimas con Grecia nunca han llegado a delimitarse desde la creación de la República de ‎Turquía. Ciertamente Turquía tiene derecho a explotar parte de los yacimientos de gas ‎descubiertos, pero no todos. A raíz de ese diferendo, navíos de la marina de guerra turca ‎amenazaron de hecho unidades navales de la marina de guerra francesa. ‎

Fuente: OCATRY (Observatorio contra la Amenaza Terrorista y la Radicalización Yihadista) www.ocatry.org

La fuerte represión que ha puesto en marcha el Gobierno de Erdogan está suscitando preocupación en Europa, aunque el presidente turco cuenta con un respaldo considerable en este país que está mirando cada vez más fijamente hacia el islam. En el poder desde 2003, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, de Recep Tayyip Erdogan, está precipitando la islamización de Turquía fundamentando el proceso en una jerarquía más rígida y represiva que es característica de los movimientos religiosos y nacionalistas contemporáneos. La oleada de detenciones de los últimos días cuestiona el carácter democrático del Gobierno turco y ha suscitado una gran inquietud en Europa. Sin embargo, Erdogan no parece atender a las protestas e insiste en que las medidas se están adoptando en el marco de un Estado de derecho y con el respaldo que obtuvo en las urnas en las elecciones del año pasado.

Este proceso de islamización turca, que arrancó hace sólo unos años y que alarma en Europa, corre el riesgo de acelerarse a partir del fallido golpe del 15 de julio. Parece natural que Erdogan proceda con más rapidez en esta línea, máxime si se tienen en cuenta que los antecedentes recientes apuntan claramente en esa dirección. En los últimos años, especialmente a partir de 2012, se ha agilizado la islamización de numerosas escuelas en las que se ha introducido un currículo religioso al lado del currículo laico. El Gobierno de Ankara ha defendido esta medida calificándola de “pluralismo”, aunque los sectores laicos han protestado con vigor y han puesto el grito en el cielo. Desde 2002 se han construido más de 20.000 nuevas mezquitas, lo que también refleja la tendencia dominante en el país. Recientemente, el Tribunal Constitucional ha anulado las provisiones que prohibían el matrimonio religioso, de manera que se ha abierto paso a la poligamia que hace casi un siglo abolió Atatürk. Además, algunos de los grandes bancos turcos han inaugurado ramas islámicas donde están prohibidos ciertos beneficios como el interés, algo que numerosos ciudadanos han visto como una respuesta apropiada y necesaria al capitalismo más o menos salvaje de las instituciones financieras. Asimismo, alrededor de la fecha de las elecciones de junio de 2007 se observó que Erdogan incorporó a la escena pública una serie de símbolos islamistas, e incluso un claro discurso más islamista, llegando a enarbolar el Corán en algunas manifestaciones. Parece natural que tras el fallido golpe Erdogan busque más apoyo en las clases que le respaldan y que con frecuencia son partidarias de un islamismo más marcado, a diferencia del islamismo aguado que defiende su gran rival, el predicador Fethullah Gülen.

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