El triunfo de la mediocridad

Juan Manuel Rodríguez

Yo no creo que las cosas sean porque sí. De verdad, no lo creo. Ni en la vida ni, por ejemplo, en el deporte, que forma por supuesto parte de la vida. Quiero decir que no creo que Amancio Ortega, por poner un caso recurrente, sea millonario porque sí sino porque trabajó más y se esforzó más que los demás. Y probablemente porque también tuvo una pizca de suerte. La suerte es muy importante. Y en el deporte pasa lo mismo, quien hace mejor las cosas triunfa. Yo no creo que el Real Madrid tenga catorce Copas de Europa porque sí. Tampoco creo que a Rafa Nadal le hayan regalado ser el mejor deportista español de todos los tiempos. No creo que el LIV Golf le haya ofrecido a Jon Rahm el mayor contrato de la historia del deporte por su cara bonita, no lo creo. Nadie regala nada. A mí me parece que Rahm tiene un talento natural, seguro que ha tenido un pelín de suerte y, después, ha trabajado más que los demás. Como Doncic. No creo que Doncic esté arrasando en la NBA porque le dejen hacerlo sino porque él lleva abriéndose camino durante mucho tiempo. Nada es casual.

No hay casualidad en la brillantez y tampoco la hay en la mediocridad. Hace poco oía a Arturo Pérez Reverte decir que, hace años, cuando alguien no se formaba adecuadamente, no estudiaba o no leía, o sea cuando alguien vivía en la ignorancia, era por la sencilla razón de que no tenía a su alcance las herramientas necesarias para hacerlo. Hoy la cosa ha cambiado y el personal se jacta de su propia ignorancia, presume de ella, la pasea por la calle, la exhibe en el día a día. Y eso tampoco es porque sí. Después de conocerse los datos del informe PISA, que son los peores en mucho tiempo, el Gobierno catalán decía ayer que había que volver a lo básico y enseñar a los niños a leer. Porque los niños, en la España del siglo XXI, no saben leer, esa es la verdad.

Yo no creo que Pau Gasol haya sido el primer español que haya entrado en el Salón de la Fama por casualidad. Y tampoco creo que esta madrugada la estatua de Federico Martín Bahamontes haya amanecido destrozada en Toledo porque sí. Si la estatua de Bahamontes, situada en una de las zonas de mayor afluencia de Toledo, ha amanecido derribada y arrancada de su peana es porque, como también decía ayer Mayor Oreja, estamos haciendo algo mal. Si no respetamos a nuestros mitos, a nuestros ídolos, si no somos capaces de admirar y dar las gracias a los mejores, es por la sencilla razón de que no nos respetamos a nosotros mismos. Y no lo hacemos porque somos una sociedad profundamente ignorante, lo que me devuelve por cierto al último y nefasto Informe PISA.

Federico Martín Bahamontes no sólo fue el primer español en conquistar el Tour de Francia, no sólo fue un escalador prodigioso y que siempre iba al ataque, sino que fue una buena persona, un hombre íntegro y cabal, humilde, siempre atento, generoso, un ejemplo para todos. Junto a Manolo Santana, Seve Ballesteros, Ángel Nieto, Paquito Fernández Ochoa o Joaquín Blume, Bahamontes es uno de los pioneros del deporte español. Decía Einstein lo siguiente: «Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera». Si ya ni siquiera somos capaces de respetar la incuestionable figura de alguien que nos dio ejemplo paseando el nombre de España por el mundo es que algo terrible va a pasar. Está pasando de hecho. Si un grupo de vándalos son capaces de reunirse de noche, a escondidas, probablemente embozados, para arrancar la estatua de Bahamontes, y en Toledo además, es porque ya estamos irremisiblemente perdidos. Ellos los primeros, aunque aún no lo sepan. Y nosotros después, aunque tampoco lo sepamos.

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