El racismo antijudío (como todas las formas de racismo), el rechazo a los judíos camina de la mano de la ignorancia, el miedo, el odio y la violencia… 

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.

Retomo un texto que escribí hace tiempo, con motivo de la publicación del libro «CUANDO EINSTEIN ENCONTRÓ A KAFKA», de Diego Moldes y lo reescribo y actualizo… Y lo hago a propósito de los terribles actos de violencia de este último fin de semana en Oniente Medio, me refiero obviamente a los ataques de los que ha sido víctima el Estado de Israel por parte de terroristas musulmanes, miembros de la organización Hamás. El asunto en España, asombrosamente está provocando algo más que controversias, discusiones acaloradas de projudíos contra propalestinos, gente aplaudiendo los atentados terroristas, los secuestros, las violaciones… gente afirmando que los judíos se lo tienen bien merecido… gente anticipando que los judíos van a actuar de manera terrible contra los musulmanes y que es seguro que cometerán atrocidades inimaginables, gente hablando de que son verdugos de los musulmanes, que en Israel existe una situación de apartheid, a la manera de la existente en Sudáfrica años atrás… en medio de semejante «vorágine» me ha venido a la memoria un chiste que oí hace ya años:

  • Yo no es que sea «racista», pero… no me gustaría que mañana mi hija me diga que se ha enamorado de un farmaceútico o de un judío…
  • Y… ¿Por qué de un farmaceútico? …

Aunque no sea demasiado correcto, se suelen emplear indistintamente los vocablos antisemitismo y judeofobia y sus derivados como sinónimos de «antijudío» y «antijudaismo», lo correcto sería utilizar estos últimos, antijudio y antijudaismo, así que, para no estar corrigiendo constantemente, démoslos por válidos, aunque no lo sean…

Pese a ser muy escaso el número de judíos residentes en Europa —pues el 90% de los judíos viven en Estados Unidos, Israel, Canadá o Argentina—, el antijudaismo, el odio a los judíos no para de crecer en el Viejo Continente.

Mapamundi del antijudaismo
El fenómeno del antijudaismo, lejos de haber menguado en el siglo XXI, no para de crecer en casi todo el mundo. A ello hay que añadir la cruel paradoja de que uno de los medios de mayor propagación de la
nueva judeofobia —que en casi nada difiere de la antigua— es un instrumento creado, desarrollado e impulsado, en gran parte, por emprendedores de origen judío: internet.

Casi todos los estudios que he podido consultar en los últimos tres lustros hablan de un crecimiento del odio hacia los judíos o, como mínimo, de prejuicios hacia ellos o sus raíces familiares. Así, en 2015 la Anti-Defamation League (Liga Antidifamación, con sede en Nueva York, pero que opera a escala global) publicó en su web —global100.adl.org— unos datos espeluznantes, basados al parecer en estudios serios y reiterados, estadísticos, realizados durante décadas en más de cien países del mundo.

Se cotejaron diversos métodos, incluidas las encuestas. En su informe ADLGlobal100, incluye un mapamundi con 103 países y los porcentajes de antisemitismo, actualizados hasta el año 2015. Estudiados más de cien países, insisto, que suman una población de más de cuatro mil millones de personas, se detecta que el 26% de dicha población tiene actitudes o prejuicios antisemitas, es decir ¡más de mil millones de personas! 

Los estudios han sido verificados y validados, al parecer, por el Congreso de los Estados Unidos de América, entre otras instituciones, y han sido presentados a las Naciones Unidas. El desglose por áreas geográficas es el siguiente:

  • Oriente Medio y Norte de África: 74% de antisemitas.
  • Europa Oriental: 34% de antisemitas.
  • Europa Occidental: 24% de antisemitas.
  • África Subsahariana: 23% de antisemitas.
  • Asia (la India y Lejano Oriente): 22% de antisemitas.
  • América: 19% de antisemitas.
  • Oceanía: 14% de antisemitas.
    En el caso de España, por ejemplo, el porcentaje de antisemitismo es del 29%, superior al de la media de su entorno (24% en Europa Occidental), o al de su vecino ibérico, Portugal (21%), o al de Italia (20%), pero inferior al de su otro vecino, Francia (37%), el más alto de Europa Occidental.

Los países más antisemitas de Europa son, en primer lugar, Grecia (un espeluznante 69%, en donde se combina antisemitismo racial de extrema derecha, antisemitismo cristiano antiguo, ortodoxo en este caso pues, los griegos y los judíos fueron rivales comerciales en el Mediterráneo durante siglos desde la Antigüedad y de ahí proviene un antisemitismo milenario ortodoxo, con el modernop odio a los judíos de extrema izquierda, seguido de Polonia (45%), Bulgaria (44%), Serbia (42%), Hungría (41%), Ucrania y Bielorrusia (ambas 38%), Lituania (36%), Bosnia-Herzegovina (33%), Croacia (32%) y Montenegro (29%, el mismo que España). Austria, país natal de Hitler, pese a todas las políticas educativas que durante setenta años promueven erradicar los prejuicios raciales, xenófobos y antisemitas, tiene un porcentaje de antisemitismo del 28%, similar al de Alemania (27%), en donde la lacra neonazi sigue presente, latente entre minorías de fanáticos y grupúsculos antisistema. Turquía, miembro de la OTAN y a caballo entre Europa y Asia, tiene registrado, según la ADL, un antisemitismo exactamente igual al de su vecino Grecia, un 69%. Los países menos antisemitas de Europa son los protestantes y de tradición luterana-calvinista: Suecia (4%), Holanda (5%), Reino Unido (8%), Dinamarca (9%), Noruega (15%), Finlandia (15%) e Islandia (16%).
En América, por ejemplo, Estados Unidos tiene un antisemitismo registrado en 2015 del 9%, de los más bajos del mundo, mientras que su vecino México, de mayoría católica, cuenta con un 24%, es decir, la
misma media de Europa Occidental y exactamente igual a Argentina.
Como contraste, Panamá (52%), Colombia (41%), Perú (38%) y Chile (37%), tienen altos porcentajes de población antisemita, mientras que Brasil es mucho más tolerante, con un 16%, el más bajo de Sudamérica.[6] Canadá, por ejemplo, tiene un 14% de antisemitismo registrado, superior al de Estados Unidos, en parte porque en la región francófona de Quebec, de mayoría católica, el antisemitismo es más alto que en los estados canadienses angloparlantes y de mayoría protestante, cuya media es similar a la de Estados Unidos.


En Asia, en las Repúblicas del Cáucaso, las tasas de antisemitismo siguen siendo altas, y varían enormemente entre países vecinos, pues Georgia cuenta con un 32%, Azerbaiyán un 37% —como Francia— y Armenia un muy preocupante 58%.

¿Qué ocurre con los países importantes de Asia? Las gigantes China y la India, que suman más de dos mil quinientos millones de habitantes, tienen índices iguales de antisemitismo, un 20%.

La inmensa mayoría de chinos o indios jamás han conocido a un ciudadano judío. Bangladesh, por ejemplo, cuenta con un 32% de antisemitismo, cuando es un país de 157 millones de personas en donde el 87% son musulmanes. Indonesia tiene una población estimada de 255 millones de personas, de las cuales el 87% son de confesión islámica, aunque su constitución reconoce oficialmente seis religiones. Erigido en el país con más musulmanes del mundo, su índice de antisemitismo es del 48%. Pero no siempre más islam implica más antisemitismo, porque el país más antisemita del oriente asiático es Corea del Sur, país muy avanzado, de más de 51 millones de personas, en donde el 46% de la población se declara atea o agnóstica y en donde budistas, católicos, protestantes y otras religiones milenarias propias del país, conviven en paz. Su índice de antisemitismo es del 53%, mayor que el de cualquier país europeo.
¿Cómo es posible esto en un país sin judíos, como Corea del Sur, uno de los más avanzados del planeta en educación, tecnología y ciencia?
Es de suponer que el antisemitismo surcoreano es moderno y conspiranoico, pues el 59% de su población declara que los judíos tienen demasiado poder en el mundo de los negocios y un 57% cree que los judíos tienen demasiado poder en los mercados financieros internacionales. Su vecino Japón, aún más avanzado que Corea del Sur, cuenta con un índice de antisemitismo del 23%, similar al de Europa Occidental o al del África Subsahariana. Frente a esto, los índices de antisemitismo más bajos del planeta los encontramos en los países de Indochina, Laos (0,2%) y Vietnam (6%), aunque asciende algo en Tailandia (13%) y Singapur (16%).

En Malasia, en donde la religión oficial del Estado es el islam (aunque sólo lo practican el 60%, pues budismo, cristianismo e hinduismo están bien presentes), el índice de antisemitismo es del 61%,
de los más altos del mundo. Frente a esto, en el mismo mar de la China Meridional tenemos el caso anómalo, en sentido positivo, de Filipinas. En 2015 sobrepasó los cien millones de habitantes, siendo, tras Japón e Indonesia, el país insular más poblado. De amplia mayoría católica, Filipinas tiene un índice de antisemitismo bajísimo, del 3%.[7]

Como contraste brutal, el país más antisemita del mundo es Irak, con un índice de antisemitismo del 92%, seguido de Yemen, con un 88%. (Gaza tiene un porcentaje mayor, del 93%, pero no es considerado un país por la ONU.) Jordania tiene un 81%; Líbano, 78%; Kuwait, 82%; Qatar y Emiratos Árabes Unidos, 80%; Arabia Saudí, 74%. No se conocen datos de Afganistán, ni tampoco de Pakistán.
En la sección «Sabía usted qué», encontramos en el informe datos preocupantes de intolerancia, prejuicio e incluso puro odio. Transcribo aquí algunos de los datos más interesantes y que refuerzan algunas de las
ideas que ya tenía antes de escribir este ensayo, si bien hay otras que me resultan sorprendentes, por ejemplo que Irán tenga menos antisemitas que Grecia, o que un país considerado culto como Francia tenga índices de antisemitismo más altos que muchos países del tercer mundo. [Las
notas entre corchetes son mías, no pertenecen al estudio.]
1.Las personas que viven en países con mayores poblaciones judías (22% en el Índice de Puntuación) son
menos propensas a albergar opiniones antisemitas que las personas que viven en países con menor población judía (28% en el Índice de Puntuación).

Este punto apoya la idea de que existe un «antisemitismo sin judíos», en donde el judío es un «animal mitológico»,…
2.Más de una cuarta parte de las personas encuestadas, 26%, albergan actitudes antisemitas —eso representa un estimado de 1.090.000.000 adultos en todo el mundo [más de mil millones de personas].

3.El 74% de los encuestados nunca ha conocido a una persona judía.

4.El 18% de los encuestados cree que la población judía total en el mundo supera los 700 millones de personas. El número real de judíos en el mundo es alrededor de 13.700.000. Quienes sobreestiman de tal manera la población judía del mundo son más propensos a albergar actitudes antisemitas — con una puntuación de 38% en el Índice.

5.El 41% de los encuestados creen que los judíos son más leales a Israel que a los países en los que viven. Esa afirmación es la más ampliamente aceptada de todos los estereotipos antisemitas planteados.

6.Las personas en países en los que predomina el habla inglesa son la mitad de propensas a albergar opiniones antisemitas (13% en el Índice de Puntuación), en comparación con la población global encuestada.

7.Aunque los musulmanes son más propensos a albergar opiniones antisemitas que los miembros de cualquier otra religión (49% en el Índice de Puntuación), la geografía hace una gran diferencia en sus puntos de vista. Los musulmanes en el Oriente Medio y África del Norte (75% en el Índice de
Puntuación) son mucho más propensos a albergar actitudes antisemitas que los musulmanes en Asia (37% Índice de Puntuación), Europa Occidental (29% Índice de Puntuación), Europa Oriental (20% Índice de Puntuación) y África Subsahariana (18% Índice de Puntuación).

8.El país del Oriente Medio con la puntuación más baja en el Índice de antisemitismo es Irán (56%) [recordemos que los iraníes no son árabes, sino persas].

9.El 8% del total de encuestados asiste a servicios religiosos a diario. Esa cifra es tres veces superior en el Oriente Medio y África del Norte, con el 24% que asiste a servicios religiosos todos los días.
10.La mayoría de la gente en 48 de los 102 países y territorios encuestados dice que probablemente sea cierto que los judíos tienen demasiado poder en el mundo de los negocios.

11.En general, los hombres encuestados (29% Índice de Puntuación) son más propensos que las mujeres encuestadas (24% Índice de Puntuación) a albergar actitudes antisemitas.

12.Los tres países fuera del Oriente Medio y África del Norte con los puntajes de antisemitismo más altos en el Índice son Grecia (69%), Malasia (61%) y Armenia (58%).

13.El país del Oriente Medio con la puntuación más baja en el Índice de antisemitismo es Irán (56%).

14.Los tres países con los puntajes de antisemitismo más bajos en el Índice son Laos (0,2%), Filipinas (3%) y Suecia(4%).

Acerca del Holocausto.


15.Dos de cada tres personas encuestadas no han oído hablar nunca del Holocausto o no creen que los relatos históricos sean ciertos.

16.Menos de la mitad de los encuestados menores de 35 años han oído hablar del Holocausto. [Esto generará un problema en el futuro, de ahí la necesidad de estudios sobre la Memoria Histórica.]

17.En general, el 54% de los encuestados son conscientes del Holocausto. Esa cifra desciende a 24% en el África Subsahariana y a 38% en el Oriente Medio y África del Norte.
Hay un dato que llama especialmente la atención: «Las personas en países en los que predomina el habla inglesa son la mitad de propensas a albergar opiniones antisemitas» (13%). Es de suponer que este dato no guarda relación directa con el uso del idioma inglés sino con la cultura protestante anglicana, vinculada a la ética calvinista o luterana, que ha convivido mejor con el pueblo judío desde el siglo XVI, pues si en las naciones angloparlantes los porcentajes de antisemitismo son bajos —Reino Unido (8%), Estados Unidos (9%), Canadá (13%), Australia y Nueva Zelanda (14% en ambos casos)—, en los de mayoría católica, caso de Irlanda (20%) o de otras religiones nativas, como Sudáfrica (38%), el índice de antisemitismo es mucho mayor.

Vamos a ver con detalle el caso de España, que al igual que ocurre con los 103 países estudiados, dividió sus encuestas en once preguntas concretas. Antisemitismo en España (promedio del 29%).

  1. Los judíos son más leales a Israel que a su país / al país en el que viven: 65%
  2. Los judíos tienen demasiado poder en el mundo de los negocios: 53%
  3. Los judíos tienen demasiado poder en los mercados financieros internacionales: 50%
  4. Los judíos todavía hablan demasiado sobre lo que les sucedió en el Holocausto: 48%
  5. A los judíos no les importa lo que le pase a nadie aparte de ellos mismos: 26%
  6. Los judíos tienen demasiado control sobre los asuntos globales: 34%
  7. Los judíos tienen demasiado control sobre el gobierno de Estados Unidos: 39%
  8. Los judíos se creen mejores que otras personas: 22%
  9. Los judíos tienen demasiado control sobre medios de comunicación globales: 31%
  10. Los judíos son responsables de la mayoría de las guerras del mundo: 12%
  11. La gente odia a los judíos debido a la forma en que se comportan: 17%
  12. El primer punto, el más alto, con un 65% que afirma que los judíos españoles son más leales a Israel que a España es el más preocupante, porque induce a pensar que, aunque no todos los antisionistas son antisemitas, el antisemita se camufla en numerosas ocasiones dentro del antisionismo o negación a existir del Estado de Israel. Sobre que tienen «demasiado poder en el mundo de los negocios» (53%) y en los «mercados financieros internacionales» (50%), demuestra una vez más que el mito de Los protocolos de los sabios de Sión, un libelo creado en Francia durante el caso Dreyfus (1894-1906) y propagado desde la Rusia zarista antisemita a partir de 1902, ha sido considerado como válido por la mitad de los españoles, pasando de generación en generación.
  13. Conviene recordar que Los protocolos de los sabios de Sión han gozado, entre 1935 y 2000, de ¡veintinueve ediciones en castellano! (Álvarez Chillida, 2002, p. 496).
  14. El vínculo con Estados Unidos, que existe, se ve exagerado en el caso de España, y alude al mito del lobby judío que controla la Casa Blanca, pues, a la pregunta de si «los judíos tienen demasiado control sobre el gobierno de Estados Unidos», el 39% responde afirmativamente, un 10% más que el promedio de antisemitismo en España, que está en torno al 29%,… No hay encuestas durante el régimen del General Franco (1939-1975), ni durante la Segunda República Española (1931-1936) y, obviamente, tampoco durante toda la época anterior, desde las Cortes de Cádiz (1812), pasando por los reinados de Fernando VII, Isabel II, las diversas regencias intermedias, la Primera República de 1871, Alfonso XII y las regencias durante la minoría de edad de su hijo póstumo Alfonso XIII (que reinó de 1902 a 1923), la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la llamada dictablanda de Dámaso Berenguer (1930-1931), etcétera. No obstante, cuando uno lee y relee El antisemitismo en España, del historiador Gonzalo Álvarez Chillida, plagado de documentación rigurosa, comprende que, aunque la Inquisición fue abolida en 1834, el tradicional antisemitismo español católico y castizo, heredero de la limpieza de sangre, ha estado presente durante los siglos XIX y XX mediante creencias populares y familiares que han ido pasando de padres a hijos hasta nuestros días. Tras la Transición española parecía que la tolerancia y la llegada de la modernidad a España traería una caída del antisemitismo y, por tanto, de la xenofobia, y así parecía en los años ochenta y noventa del pasado siglo. Por desgracia, en lo que llevamos del siglo XXI, el antisemitismo irracional ha crecido, tanto el de herencia cristiana como el importado de los antiguos países de Europa Oriental la moderna judeofobia de las dictaduras comunistas (no pocas veces camuflada del odio a Israel o antisionismo). Esto explica que se dé por igual, y con similar virulencia, entre sectores de la extrema derecha y de la extrema izquierda.
  15. Respecto al complejísimo fenómeno del antisemitismo, uno de los autores que mejor lo han sintetizado es Natan Sharanski (Donetsk, 1949), judío ucraniano nacido en la Unión Soviética como Anatólij Borísovič Ščharanskij, conocido disidente comunista, escritor, maestro de ajedrez, activista de derechos humanos y emigrado a Israel, en donde se convirtió en un experto en la diáspora judía y en parlamentario israelí. Sharanski define cuatro tipos de antisemitismo, simbolizados de manera sencilla y eficaz por cuatro colores: amarillo, marrón, verde y rojo. El Amarillo es el antisemitismo de origen cristiano que tuvo su momento de mayor magnitud en la Edad Media y cuyos vestigios siguen vivos en parte del inconsciente de la sociedad europea. El Marrón es el antisemitismo fascista y nazi que, aun habiendo perdido la fuerza destructora de los años 40, sigue vivo en un sector marginal de la extrema derecha europea. El Verde es el antisemitismo de corte islámico que existe en una parte demasiado importante del mundo musulmán y que ha entrado en Europa a través de la inmigración. Por último, existe el antisemitismo de color Rojo que nació del estalinismo soviético y que hoy se esconde detrás del antisionismo militante progresista que, de todos los pueblos, le niega sólo al judío la legitimidad de un hogar nacional.
  16. «La derrota del antisemitismo debería ser una causa de gran importancia no sólo para los judíos, sino también para todas las personas que valoran la humanidad y la justicia…» (Departamento de Estado estadounidense, Informe sobre el antisemitismo global contemporáneo, 13 de marzo de 2008). Efectivamente, como decía Hannah Arendt ( Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal)—«posiblemente mi texto chocará a la gente bienintencionada y podría haber gente malintencionada que hiciera mal uso de él»—, hay gente muy malintencionada. En España, según un informe publicado por la AntiDefamation League (ADL) en septiembre de 2009 el antisemitismo está creciendo, de manera soterrada y confusa, difícil de identificar si no es en los medios de comunicación nacionales. Dicho informe se entregó al por entonces ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, un gran conocedor del llamado conflicto árabe-israelí, en una reunión celebrada en la misión española ante las Naciones Unidas. Abraham H. Foxman, director nacional de dicha Liga Anti-difamación explicó lo siguiente con preocupación: «Estamos profundamente preocupados por la integración de la lucha contra el antisemitismo en España, con más expresiones públicas y mayor aceptación pública de los estereotipos clásicos. […] Entre los principales países europeos, sólo en España hemos visto brutales caricaturas antisemitas en los medios de comunicación y protestas callejeras en las que se acusa a Israel de genocidio y los judíos son vilipendiados y comparados con los nazis. […] Nuestra encuesta muestra un aumento alarmante de las actitudes antisemitas».[10] El año anterior, en el verano de 2008, el entonces presidente de la Federación de Comunidades Judías de España, Jacobo Israel Garzón, matizaba que aunque la animadversión a los judíos existe en algunos sectores, «decir que España es o no antisemita es erróneo. Sólo creo que existe. Esto viene de mucho atrás. El antisemitismo no ha muerto en España durante mucho tiempo. A lo largo de la historia la comunidad judía ha sido desvalorizada y todavía se encuentra en el inconsciente de muchos españoles. Por eso España da resultados tan malos en las encuestas de antisemitismo en Europa. Hay mucho antisemitismo pero afortunadamente España no es antisemita».[11] Sinembargo, de cuando en cuando surgen en la prensa y otros medios de comunicación españoles artículos tendenciosos, no exactamente judeófobos o antisemitas stricto sensu, pero sí dotados de ambigüedades, insinuaciones soterradas, fruto de teorías conspirativas que, como en el pasado, pueden esconder el germen de un nuevo antisemitismo, que deriva en una actitud xenófoba que opone al Estado español (tradicionalmente de mayoría católica) con los nuevos judíos españoles, al menos con los más prósperos. Este tipo de artículos dan a entender al lector, confundiéndolo, que los personajes de origen judío españoles o afincados en España no están interesados en el progreso socieconómico del país, sino enfrentados a una nación de la que parecen valerse para sus intereses personales, familiares, empresariales o, incluso, sionistas. Como ejemplo de esta actitud, insistimos profundamente tendenciosa y aún más peligrosa por no ser explícita, tenemos un artículo de Alfonso Torres, publicado por el diario El Mundo y titulado «El lobby que vive en España»,[12] cuyo primer párrafo explica: «Están en la banca, la justicia, la hostelería, la construcción, el textil… Los judíos españoles se mueven en los círculos más poderosos y mantienen contacto con la elite económica y política. Contar con el respaldo del “lobby” hebreo incluso puede librarles de la cárcel». El firmante de este texto plagado de soterradas pinceladas antisemitas, Alfonso Torres, publicitaba con este artículo su propio libro, El lobby judío. Poder y mitos de los actuales hebreos españoles, publicado ese mismo año de 2002 por La Esfera de los Libros, asimismo editorial del citado diario madrileño. Para un conocimiento detallado del antisemitismo contemporáneo en España, de los siglos XIX y XX, existe un libro ineludible e imprescindible —y los tópicos adjetivos son aquí absolutamente exactos — titulado El antisemitismo en España. La imagen del judío (1812- 2002), del historiador Gonzalo Álvarez Chillida, con prólogo del novelista Juan Goytisolo. En él podemos conocer de primera mano y con múltiples ejemplos toda la tradición histórica del antisemitismo español, las castas, los conversos y los pogromos, desde las Cortes de Cádiz hastainicio del siglo XXI, la imagen del judío en el imaginario popular, el tema judío en las luchas político-religiosas decimonónicas, los debates en torno al filosefardismo, el racismo ario frente al semitismo y sus conexiones nacionalistas (tanto del nacional-catolicismo español, como de los nacionalismos catalán, vasco y gallego), la cuestión chueta en Mallorca, la eclosión antisemita vinculada al bolchevismo, la masonería, el capitalismo, las etapas del carlismo, la restauración, la segunda república, la guerra civil, la posguerra y el franquismo y la monarquía constitucional juancarlista, en definitiva, todo el antisemitismo español presente en la izquierda y en la derecha, en el clero, la clase política, las clases populares e incluso entre los escritores, desde Quevedo a Pío Baroja, pasando por Emilia Pardo Bazán, Vicente Risco, Sabino Arana, González Ruano, Ramiro de Maeztu, Blasco Ibáñez, Jardiel Poncela, José María Pemán… Frente a ellos, destaca el filosemitismo de escritores como Pérez Galdós, Aub, Muñoz Molina o Cansinos Assens. El volumen, escrito con solvencia y sencillez, con rigor histórico y exactitud historiográfica, cuenta además con gran número de citas, algunas de ellas sorprendentes, que componen una bibliografía completísima para el estudioso, y que incluye todas las ediciones en español (no sólo de España, también europeas en español) de Los protocolos de los sabios de Sión, detallando sus veintinueve ediciones españolas y las dos europeas (Álvarez Chillida, 2002, pp. 496-497), así como las nueve ediciones castellanas de El judío internacional, obra del magnate del automóvil Henry Ford, quizá el más célebre antisemita estadounidense. Un libro que es una lectura obligada para comprender los prejuicios y odios que la figura del judío, casi como personaje mitológico con frecuencia asociado al anticristo y a la conspiración judeomasónica, despierta entre los sectores más deleznables de la historia española moderna. Desde que publicó su volumen Gonzalo Álvarez Chillida en 2002, la situación no sólo no ha mejorado, sino que podría haber ido incluso a peor. Lo escalofriante es el alto porcentaje de odio antijudío en un país en el que apenas hay judíos. Según Casa Sefarad Israel, en España viven actualmente entre cuarenta y cuarenta y cinco mil ciudadanos judíos, porcentaje infinitamente inferior al de los otros países avanzados, singularmente Estados Unidos, el Reino Unido y Francia. El 58,4% de los españoles es antisemita, muy por encima de la media europea, según el Informe sobre Antisemitismo 2010. «No se están haciendo los deberes y la consecuencia es un peligroso crecimiento del antisemitismo y el odio racial en España.» Ésta es la queja de la Federación de Comunidades Judías de España y del Movimiento contra la Intolerancia. Un detallado informe presentado en Madrid no deja lugar a dudas: España figura a la cabeza de la Unión Europea en actos violentos y manifestaciones de odio racial y de desprecio a los judíos, con un incremento constante por la crisis económica. Los resultados de una encuesta encargada el otoño pasado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación no dejan lugar a dudas: el 58,4% de la población española opina que «los judíos tienen mucho poder porque controlan la economía y los medios de comunicación», y más de un tercio (34,6%) tiene una opinión desfavorable o totalmente desfavorable de esa comunidad religiosa, que en España apenas suma 40.000 personas. El estudio se realizó sobre 1.012 entrevistas a ciudadanos mayores de 15 años. Estos datos del titulado Informe sobre Antisemitismo en España 2010 avalan otros de una encuesta oficial entre escolares realizada hace un lustro, según la cual algo más de la mitad de los estudiantes no querría tener a un chico judío como compañero de pupitre pese a no poder reconocerlo físicamente. Curiosamente, es la extrema derecha la que menos rechazo tiene por las comunidades judías (un 34%), frente al 37,7% entre personas que se declaran de centro izquierda. «Si estos datos son correctos, España sería un caso único en Europa, y el país tiene un verdadero problema», destaca el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE), Jacobo Israel Garzón. Hay otros datos llamativos en este Informe sobre el Antisemitismo, el segundo que se realiza en España. Por ejemplo, la extrema derecha tiene una opinión menos desfavorable de los judíos (34%) que el centro izquierda (37,7%), y la simpatía hacia los judíos en la extrema derecha (4,9 en la escala de 0 a 10) es superior a la de la media de la población (4,6). La crisis económica ha agravado la situación, por el supuesto poder económico que la encuesta atribuye a los judíos españoles pese a significar apenas un 1% de la población total nacional. Dos tercios (62,2%) del 58,4% que opina que «los judíos tienen mucho poder porque controlan la economía y los medios de comunicación», son universitarios. El porcentaje sube hasta el 70% entre los que afirman «tener interés por la política». Es decir, «los más antisemitas son supuestamente los más formados e informados», lamenta Jacobo Israel. Entre los que reconocen tener «antipatía hacia los judíos», sólo un 17% dice que ésta se debe al llamado «conflicto de Oriente Medio». No sucede así en los medios de comunicación, donde el auge del antisemitismo sí está en función de ese conflicto. Otro conjunto de motivos alegados por los encuestados (con una suma del 29,6%) tiene que ver con «la religión», «las costumbres», «su forma de ser», etcétera. A éstos se añaden otros como «antipatía en general», o las percepciones relacionadas «con el poder». Otro 17% dice tener antipatía hacia los judíos aun sin saber los motivos. «Los insultos a través de internet, las pintadas en sinagogas, la banalización del Holocausto o frecuentes conciertos racistas son algunos de los problemas que se contemplan en el informe, elaborado por un Observatorio de Antisemitismo que apenas ha cumplido un lustro. Por ejemplo, existen más de 400 webs de carácter xenófobo y antisemita. «En encuestas realizadas por la Universidad Complutense de Madrid, un 20% de los escolares se pronunciaron, afirmando que si de ellos dependiera, “echarían a los judíos de España”. En 2008, el Observatorio Escolar de la Convivencia del Ministerio de Educación detectó mediante una encuesta sobre la diversidad que “el 50% de los escolares no compartirían pupitre con un niño o una niña judía”. Según el Centro de Investigación PEW, en 2008, el 34,6% de los españoles tenían una opinión desfavorable o totalmente desfavorable de los judíos, siendo, precisamente, aquellos que se identificaban ideológicamente en el centro-izquierda, quienes mostraban mayor rechazo hacia ese colectivo: un 37,7%, frente al 34% de la extrema derecha». Los datos son no sólo preocupantes, sino alarmantes, o al menos tendentes a crear una alarma. ¿Quiere esto decir que la generación de nuestros hijos tiende a ser más antisemita que la de nuestros padres y abuelos? ¿En qué ha fallado la educación en España, tanto desde el ámbito público como del familiar? El número de racistas, xenófobos y antisemitas crece cada año. Esto es un hecho triste pero incontestable. ¿Cuál es su origen?, ¿a qué achacarlo? «El odio antijudío no es un fenómeno moderno, viene de tiempos remotos y su metamorfosis ha sido continua. España no está al margen y si el antisemitismo tradicional estuvo basado en la discriminación religiosa contra los judíos por parte de los cristianos, el actual utiliza el conflicto israelí-palestino, la crisis económica y las teorías conspiracionistas del lobby mundial oculto. Junto a ello hay que añadir los mitos sociales del antijudaísmo, lo que proporciona nutriente para ese antisemitismo organizado que se construye como uno de los ejes esenciales de los grupos neonazis y racistas, minoritarios políticamente, pero con capacidad de ejercer agresión. Socialmente, la pregunta es: ¿cómo es posible que la sociedad española sea intolerante con un grupo de personas que apenas alcanza en España los 40.000 habitantes? En un país de 47 millones de personas, con nula percepción externa de la existencia de judíos, hay un significativo antisemitismo. Existen bastantes ideas prejuiciosas y estereotipos sobre el pueblo judío. Algunas encierran mitos, como que los judíos son avaros, usureros y materialistas; que los judíos controlan el sistema financiero, al Gobierno estadounidense y los medios de comunicación; que los judíos son responsables de la muerte de Jesús, o que los judíos se creen superiores a otros pueblos. Otro aspecto fundamental es cómo se proyecta en el imaginario al pueblo judío. Se quiere desconocer que el pueblo judío es multiétnico pues en él conviven diferentes etnias que, de hecho, sienten el “ser judío” no únicamente como pertenencia a una religión, sino incluyendo multitud de aspectos culturales. En cuanto a la teoría conspirativa de controlar todos los nodos de poder, hay que resaltar que ésta siempre renace en épocas de dificultades económicas, que es cuando los judíos son escogidos como chivo expiatorio. Multitud de rasgos de la cultura popular actual se encuentran impregnados del antisemitismo religioso (mataron a Cristo…) que se originó en Europa durante la Edad Media, demonizando a los judíos y sirviendo de fundamento a las primeras teorías conspirativas». El antisemitismo es quizá la manifestación de intolerancia más antigua y compleja de la que se conservan pruebas escritas, pues pervive, de una u otra forma, durante, por lo menos, veintisiete siglos. En el caso de España, desde finales del siglo XV, y de los antiguos reinos cristianos —Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón— desde su misma existencia medieval. Además del antisemitismo de raíz cristiana existe otro de tipo racial, que es propio de los siglos XIX y XX y cuyo más horroroso exponente es Adolf Hitler.  ¿Cuáles son los orígenes o motivaciones psicológicas de este antisemitismo espeluznante? Los datos publicados en 2019 todavía son peores que los que se conocían en 2014. En el mundo intelectual, la cosa del antisemitismo español también viene de lejos, y atraviesa los siglos XIX y XX como una navaja envenenada. Las acusaciones entre intelectuales, escritores, periodistas e historiadores tiene décadas, siglos de existencia. Atraviesa nuestra historia moderna, de Quevedo a Sabino Arana, desde José Amador de los Ríos y Juan Valera hasta Pío Baroja. Basta leer Los judíos en España del hispanista francés Joseph Perez para comprobar que el antisemitismo hispano no atiende a ideología ni espacios geográficos ni épocas, pues tuvo eclosiones en la regencia, la restauración, las dos repúblicas —con especial florecimiento en la segunda—, el franquismo y la monarquía constitucional. El odio a los judíos se detecta en la izquierda y en la derecha, en Madrid y en Cataluña, en Vascongadas o en Andalucía, entre católicos fervorosos y militantes comunistas, en el proletariado y en las clases dirigentes. Con excepciones, claro. Y este antisemtismo irracional no parece menguar. Los hay que creen, ingenuos, que el antisemitismo finalizó con la muerte de Franco, la caída del nacionalcatolicismo y la llegada de la democracia. No es así, por desgracia. Y, hay que insistir en que el odio a los judíos viene de ambos lados, de la extrema derecha y de la extrema izquierda.  Damos otro salto atrás en el tiempo, pues no se puede comprender el presente sin conocer bien el pasado. En la España democrática, desde la muerte del General Franco, el antisemitismo, que fue durante siglos nacional-católico, insisto, derivó en dos polos opuestos pero entrelazados: por un lado el neofascismo o neo-nazismo, con grupos más o menos numerosos y más o menos violentos; por otro lo que podríamos denominar neo-estalinismo, o antisemitismo poscomunista o de extrema izquierda, que desde la guerra del Yom Kipur de 1973 ha adoptado una posición claramente pro-arabista y a favor del pueblo palestino. La herencia filo-árabe del franquismo se trasladó, con la llegada de la democracia, hacia la izquierda española más radical e intolerante, en algunos casos siendo los hijos y nietos de los dirigentes franquistas. (Quizá exista una explicación psicoanalítica a este fenómeno paternofilial.) No podemos obviar otro aspecto, por polémico que pueda resultar: pocos sectores de la izquierda española han manifestado una postura neutral o equidistante ante el eterno conflicto árabe-israelí. Sí hay en el centro-izquierda, entre los izquierdistas españoles moderados, defensores de la solución de los dos estados, como es lógico. Sin embargo, un sector concreto, no siempre organizado, deslegitima la existencia del Estado de Israel, niegan su derecho a existir, como si se pudiese cambiar la historia de los últimos setenta u ochenta años. Esos mismos detractores de Israel emplean unos criterios historicistas y de defensa de derechos humanos que no aplican a otros estados soberanos, por ejemplo con China respecto al Tíbet (invadido de manera ilegal y ocupado desde 1950). ¿Alguien ha visto reiteradas manifestaciones contra la ocupación de China? ¿Se manifiestan esas mismas personas a favor de Argentina y contra la ocupación británica de las Islas Malvinas? Doble rasero. Hay, por desgracia, territorios en disputa en todos los continentes, recordemos los casos de Kosovo (territorio serbio, y no albanés, durante mil años), el Cáucaso (Abjasia, apoyada por Rusia, le arrebató territorios históricos a Georgia, como también hizo Osetia del Sur), Cachemira, región en disputa entre la India, Pakistán y China desde 1947 —mismo año del inicio de la guerra entre israelíes y palestinos— cuando se retiró el Imperio británico. Cuando en 1981, la colonia británica de Belice se constituyó como Estado soberano y le arrebató territorio legítimo a Guatemala, ¿alguien se manifestó en España por tamaña «ocupación»? Guatemala no reconoció a Belice hasta 1993. Nadie cuestiona la legitimidad de Nueva Zelanda, fundada en 1947 en una colonia británica en la que durante décadas se despojó de territorios a los maoríes, desplazándolos y privándolos de derechos. Más de cien años de injusticia. ¿Alguien ha escuchado hablar del genocidio maorí? Hoy en día sólo el 7% de los neozelandeses son de etnia maorí. Los descendientes de los ingleses y otros europeos jamás les han devuelto sus tierras. ¿Se manifiestan los activistas a favor de ellos? También en 1947, con la caída del Imperio británico, se creó la República Islámica de Pakistán, sobre territorios británicos que eran de la India y cuyo gobierno musulmán expulsó a millones de ciudadanos hinduistas de aquellas tierras. ¿Qué habríapasado si fuesen judíos los ocupantes? Se aceptó y se acepta un Pakistán musulmán, pero no una Palestina judía: Israel. Este cambio de criterio es el que ahoga el disfraz del antisionismo, que en no pocas ocasiones esconde el antisemitismo. Es legítimo defender al pueblo palestino y criticar los abusos israelíes, incluso cuando se producen con fines defensivos. Pero es sospechoso que existan personas que se movilizan por Palestina y jamás lo hagan por el Tíbet, por ejemplo. Cuando el norte de Sudán, islámico en su mayoría, inició una guerra civil contra sus hermanos cristianos del sur de Sudán, cristianos y/o animistas, casi nadie movió un dedo, ni en la Primera Guerra Civil Sudanesa (1955-1972) ni en la Segunda Guerra Civil Sudanesa (1983-2005), una de las más sangrientas de nuestra historia, con casi dos millones de civiles asesinados. ¿Se imagina alguien qué habría ocurrido si los militares sudaneses del norte, auténticos genocidas, hubiesen sido judíos en lugar de musulmanes? ¿Cómo habría reaccionado la opinión pública de Occidente ante ese genocidio? Mejor no pensarlo. En 2005 se llegó a un acuerdo de paz que incluía un referéndum, celebrado en 2011, año en que se constituyó un nuevo estado soberano: Sudán del Sur. Respecto al genocidio de los aborígenes australianos, Europa y Occidente siempre han guardado silencio, pese a que no lograron tener igualdad jurídica en Australia ¡hasta 1967! Aún hoy, en pleno siglo XXI, las comunidades aborígenes de Australia denuncian discriminación social, sin recursos sanitarios y económicos dignos, propios de un país rico, con deficiencias escandalosas en materia de educación, empleo, salud, etcétera. Los índices de pobreza, delincuencia y alcoholismo son altos. Las discriminaciones respecto a los blancos anglosajones protestantes y las distancias económicas son mucho mayores que las que pueden existir entre ciudadanos israelíes judíos, árabes o cristianos. ¿Alguien ha visto manifestaciones a favor de estas minorías u otras?  Es esta diferencia de rasero lo que invita a la sospecha razonable de que, dentro de los grupos antisionistas y de boicot anti-Israel se esconden antisemitas, los mismos judeófobos históricos de siempre. Lo que la historia nos ha enseñado es que el antisemitismo, absolutamente irracional e incomprensible, adopta nuevas formas con el devenir de las sociedades y su evolución.  Desgraciadamente, el fenómeno en otros países de Europa no es menor, sino incluso mayor y en el final de la década, en 2019, se han incrementado las denuncias por actos antisemitas en casi todos los países europeos respecto al inicio de la misma y del siglo XXI. Esto es especialmente visible en Polonia, Hungría, Grecia, Austria, Alemania y Francia, entre otros… En sus imprescindibles memorias El mundo de ayer (1942), escritas entre 1939 y 1941 en su exilio en Brasil, Stefan Zweig, poco tiempo antes de suicidarse con su segunda mujer, se define «como austríaco, judío, escritor, humanista y pacifista». Pero son mucho más que unas memorias escritas por uno de los intelectuales y humanistas más agudos que ha dado el mundo moderno, son, como bien indica Rafael Argullol, una «gran radiografía de la cultura europea moderna». Desde Brasil, sin apenas amigos ni sus libros en alemán, sin sus cuadernos ni papeles, escribiendo todo «de memoria», que es como se deben escribir siempre unas memorias, perdonen la redundancia, Zweig da en la clave sobre el verdadero espíritu del hombre libre, el que caracterizó a muchos judíos de la diáspora milenaria (en términos políticos, apátrida, en términos lingüísticos, extraterritorial, que diría George Steiner) y, ya en el prólogo, alerta sobre el mayor mal que existe en Occidente y en el mundo en general: el Nacionalismo (y no olvidemos que el sionismo, como cualquier otro, también es un nacionalismo): […] es precisamente el apátrida el que se convierte en un hombre libre, libre en un sentido nuevo; sólo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia. […] He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea. Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en la barbarie como no se había visto en tiempos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la antihumanidad. (Zweig, 2002, pp. 10 y 13). Este prodigioso libro de Zweig, como acaso Mi siglo. Confesiones de un intelectual europeo de Aleksander Wat, y algún otro, deberían ser lectura obligatoria en todas las escuelas europeas, como mínimo.
  17.  «Martin Varsavsky, empresario de telecomunicaciones argentino y judío, afirmaba en 2008 en su blog lo siguiente: “Existe en España otro antisemitismo que es el del progresismo que cree que Israel controla Estados Unidos y que tanto Israel como Estados Unidos son dos países enemigos de la convivencia y la estabilidad global, al que se le añade el antisemitismo de la derecha católica tradicional”. ¿Cómo podemos cambiar esta visión del conflicto de Oriente Medio? ¿Existe alguna solución al conflicto? El antisemitismo político utiliza ese conflicto para sobrevivir, aunque tradicionalmente es bastante anterior a 1967. Pero para entender el conflicto de Oriente Medio hay que reconocer que el pueblo judío no ha tenido nunca territorio y ahora, que por fin lo tiene, debe combatir para mantenerlo. Hay quien defiende lo que llaman el error histórico de la existencia de Israel porque creen que los judíos estaríamos mejor dispersos por el mundo. Pero, en primer lugar, hay que reconocer que los judíos tienen un derecho legitimado por las Naciones Unidas a tener un Estado y, en segundo lugar, es también el derecho de un pueblo que ha sido brutalmente exterminado a recuperar su dignidad. No soy partidario del nacionalismo, pero creo que el derecho a tener su propio territorio se lo han ganado los judíos a pulso, por sobrevivir al odio exterminador en el que ha culminado la historia europea. Es evidente que hay un conflicto con la otra parte de la población que hay que resolver, pero eso no quita la legitimidad del Estado de Israel. Sería deseable que se lograra un camino hacia la paz entre ambos pueblos, pero está claro que deben vivir en territorios separados porque no se llevan bien. Pero debemos recordar que tanto para la guerra como para la paz hacen falta dos. Por ello debemos forzar a ambos para ceder y construir un espacio para la convivencia civilizada. No se trata de alcanzar la amistad, sino de vivir en paz y recuperar la dignidad de ambos pueblos… La cultura es lo único que puede salvar a la sociedad del odio.
  18. Hay personas, españolas, que afirman que en España no hay antisemitismo. Al oírlas, negando la evidencia (lo mismo afirman de la xenofobia y el racismo), me vienen a la memoria las palabras de Amos Oz, cuando recordaba su primera niñez, a principios y mediados de los años cuarenta en Jerusalén: «Los microbios eran una de nuestras peores pesadillas. Como el antisemitismo: nunca podrás ver con tus propios ojos a un antisemita o a un microbio, pero sabes perfectamente que te acechan por todas partes sin dejarse ver» (Oz, 2015, p. 27). Eso es justo lo que ocurre en España y Europa, los antisemitas, cobardes, acechan sin mostrarse, sin dejarse ver. Y, lo que ya es el colmo de la estupidez o de la desfachatez —y ya no sé qué es peor de ambas cosas—, niegan ser antisemitas sin ni siquiera ruborizarse. Esto me lo hizo ver con claridad un artículo bien perspicaz, escrito por un periodista e intelectual húngaro afincado en Barcelona, Mihály Dés (1950-2017), quien en 2006 advertía desde la revista de cultura Lateral (por desgracia ya desaparecida) sobre las nuevas fauces disfrazadas de progresía y lo políticamente correcto, que él titulaba «El antisemitismo posmoderno». Su cualidad esencial, frente a la judeofobia islamófoba o el antisemitismo racial neonazi, es que el antisemitismo de izquierdas no se reconoce como tal, y se define con orgullo de antisionista, negándole a Israel el derecho a existir, acusándole de Estado genocida. «Éste es precisamente el signo distintivo del antisemitismo posmoderno: no se reconoce como tal. Hasta ahora todos los antisemitas de la historia estaban encantados de serlo. Nuestras bellas almas no lo saben o, al menos, no lo confiesan. Extender la descalificación de un gobierno de Israel a todos los israelíes y, a su vez, a los judíos en general es tan atroz y racista como tachar a los musulmanes en bloque de fundamentalistas o terroristas. Lamentablemente, esto último también ocurre, pero sobre todo a nivel popular y, por el momento, no está bien visto. En el otro lado, en cambio, el trato maniqueo y perjudicial se ha vuelto tan normal que uno ya ni se da cuenta. Yo mismo he visto varias de esas caricaturas sin haberme alarmado.»
  19. La descripción de los logros de los judíos, de los éxitos de sus mayores celebridades en el mundo moderno, pueden hacer abrir los ojos a algunos, hacerles comprender que no se puede entender el mundo moderno, no sólo el Occidental sino el Global, sin la presencia de los judíos de las diásporas, pero también, del mismo modo, esta descripción puede servir para que algunos judeófobos reafirmen o amplíen su «odio inhumano». Es un riesgo que asumimos y que hemos decidido correr.[ Suscribimos las palabras, una por una, del poeta Juan Gelman (1930-2014), intelectual de alta talla, judío argentino afincado en México, porque explica con meridiana claridad el carácter universalista y pluralista de la cultura judía, tantas veces tachada injustamente de tantas cosas, quizá porque siempre se ha hecho desde una óptica cristiana, secularmente proselitista. Quizá su universalismo y su antinacionalismo es lo que ha fomentado que, desde el Imperio romano a la Alemania nazi pasando por las más sangrientas dictaduras islamistas o la España del siglo XVI hasta 1975, gran parte de los aparatos de Estado de tantas naciones han atacado la cultura judía. Estoy convencido de que si hay una cultura universal y pluralista en el mundo, ésa es la cultura judía. Es un fenómeno realmente extraordinario, creado desde abajo, desde la comunidad, en pleno exilio, sin un Estado detrás que apoyara o fomentara esos procesos. Es tal vez, en ese sentido, la cultura más democrática del mundo, la más variada, la más plurilingüe y ciertamente pluricultural. Una cultura hecha en los cuatro rincones de la tierra. […] Si pensamos en toda esa diversidad que es hija de la incorporación de y la participación en tantas culturas diferentes; si pensamos que es una cultura que ha hablado y escrito en hebreo, arameo, árabe, idish, variaciones diversas del español, ¿cómo se puede pensar que a esa cultura se la pueda enchalecar en molde único, rígido, y aún en un Estado? Una cultura cuya extraordinaria cualidad estriba en que fue construida a lo largo de los siglos alrededor de un vacío: el vacío de Dios, el vacío del suelo original, el vacío que conlleva a la utopía. […] Yo deseo aclarar que jamás tuve conflicto alguno con lo judío de mí, es decir con mi «judío de mí». Tal vez por eso, jamás tuve conflicto alguno con mi «argentino de mí».
  20. Viene a cuento reproducir aquí un texto que comienza con la siguiente pregunta «¿Eres judío?». Existe un definido catálogo de reacciones cuando un español medio conoce en persona a un judío. Es un acontecimiento extraordinario, un hecho que se repite contadas veces a lo largo de la existencia de un español. Los hay, incluso, que jamás llegarán a experimentar este trance. Su vida discurrirá con una idea vaga y lejana de que, efectivamente, allá lejos, en algún lugar inhóspito y frío, hay judíos. Los que sí alcanzan a mirarles a los ojos, e incluso a tocarlos, suelen reaccionar bajo varios estándares reconocibles. Lo saben Elías, David, María y otros españoles judíos que reconstruyen amablemente la escena para este texto: —¿Eres judío? a) Ah, yo tengo un amigo judío. b) Ah, me gusta mucho la cultura judía. c) Ah, yo desciendo de judíos. d) Ah, qué suerte, mucha pasta tenéis los judíos. e) Joder, estáis masacrando a los palestinos. f) Ah, ¿y qué te parece lo de que hayan levantado un muro? g) ¿Cómo que judío? ¿Pero naciste en Madrid? ¿Y eres judío? La opción «a» es, probablemente, la peor reacción posible. «Tengo UN amigo judío.» Así es, conozco uno de tu especie. Soy cosmopolita, estoy preparado para cualquier escenario que me propongas. Ya conocí uno como tú antes, no intentes sorprenderme con tu judaísmo. Se salva porque, como la «b» y la «c», intenta crear buen clima. Huye de la confrontación, al contrario de lo que hacen la «d», la «e» y la «f»: el dinero y el conflicto de conflictos son la conexión que el motor mental de un español medio arranca en su cerebro cuando escucha la palabra «judío». Del momento en el que un incauto español conoce cara a cara un judío debe destacarse los primeros segundos de reacción: un silencio incómodo, un cambio rápido de postura en el sillón, si acaso un gesto con la mano imperceptible al ojo humano. El español se tiende a incomodar cuando se sitúa ante un judío, no por temor o rechazo, sino por puro desconocimiento. Está ante un ser nuevo, del que ha oído hablar, sobre el que —tal vez— haya leído algo, pero no está muy seguro de cuál es el siguiente paso a dar. Como cuando alguien de estética y maneras varoniles descarga con aplomo en plena conversación que es gay. La naturalidad de la afirmación rebota en la respuesta, la cual, incapaz de sostener el peso de la normalidad, muta en teatrillo de gestos y posturas. Son sólo unos segundos, hasta que la mente retoma el control. Se llama falta de costumbre, desconocimiento si lo prefieren. Y se sintetiza en la respuesta «g»: la mayor parte de la población en España todavía se sigue preguntando qué es exactamente un judío. Carretero da en la clave del asunto, a mi entender, sobre el antisemitismo hispano, con sus peculiaridades bien diferentes del de otros países: la ignorancia o el desconocimientoLa mayor parte de personas que he conocido en España (y en Portugal) con prejuicios antisemitas, más o menos latentes, más o menos evidentes, no sabe apenas nada o absolutamente nada, o casi nada, de la historia de los judíos, de su cultura y tradiciones. Incluso se ha dado el caso de personas que he conocido que admitían sin tapujos tener prejuicios antisemitas y admiraban al mismo tiempo a personalidades famosas de origen judío — cantantes, músicos, actores, directores, modelos o deportistas— ¡sin saberlo! Es una de las muchas contradicciones del antisemitismo español.  «En la lengua española de España el término judío, dicho en solitario, con un poquito de énfasis, se transforma, directamente, en un insulto. Hagan la prueba. Pronuncien judío en voz alta con una ligera dosis despectiva. No les sonará a insulto, sino a insulto grave»La gente en España somos muy hospitalarios y, es verdad, hay desconocimiento, pero en general la gente es muy tolerante y abierta»  Son muchos los españoles que dicen que los judíos controlan los medios de información: pues menudo control poseen los judíos en España, porque la falta de información acerca de Israel en los periódicos españoles es muy acusada… La idea general en España se basa en la premisa: el débil tiene razón. Y de ahí no pasa casi nadie. Es comprensible, pero no es correcto.
  21. Por fortuna, la absoluta mayoría de españoles no pasa de ahí: discutir, debatir y como mucho enfadarse. En España la gente es muy dialogante. Otra cosa es cuando nos encontramos, como este fin de semana, con ataques directos. O atentados. Eso ya es harina de otro costal…

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