El orden mundial ya cambió en 2022‎. Los occidentales se mantienen pendientes de lo que ‎sucede en Ucrania pero no perciben que el panorama general internacional ya no es el de ‎antes.

Thierry Meyssan

No es ni remotamente frecuente que las relaciones internacionales registren cambios tan ‎importantes como los que marcaron el año 2022. Y esos cambios todavía están lejos de haber ‎terminado. El proceso iniciado ya no se detendrá, aunque algunos acontecimientos vengan a ‎perturbarlo y quizás incluso a interrumpirlo durante algunos años. ‎

La dominación de Occidente, o sea la dominación que ejercieron Estados Unidos y ciertas ‎potencias coloniales europeas –principalmente Reino Unido, Francia y España– y una potencia ‎asiática –Japón– ha llegado a su fin. Ya nadie obedece a un jefe, ni siquiera los países que ‎siguen siendo vasallos de Washington. Cada cual comienza ahora a pensar por sí mismo. Todavía ‎no estamos en el mundo multipolar que Rusia y China tratan de construir, pero ya estamos ‎viéndolo surgir. ‎

Todo comenzó con la operación militar rusa destinada a aplicar la resolución 2202 del Consejo ‎de Seguridad de la ONU para proteger al conjunto de la población ucraniana del gobierno ‎nacionalista integrista instaurado en Kiev. ‎

Por supuesto, esa no es la interpretación de los hechos que se difunde en Estados Unidos, en la ‎Unión Europea, en Australia ni en Japón. Los occidentales y sus socios están convencidos de que ‎Rusia invadió Ucrania para modificar sus fronteras mediante el uso de la fuerza. Pero eso no es ‎lo que anunció el presidente Vladimir Putin, ni tampoco lo que ha hecho el ejército ruso. ‎Los hechos no confirman la interpretación de Occidente. ‎

Dejemos de lado la cuestión de saber quién tiene o no la razón. Todo depende de saber ‎si se tiene o no conciencia de que Ucrania estaba sufriendo una guerra civil desde que fue ‎derrocado su presidente democráticamente electo, Viktor Yanukovich, en 2014. ‎

Cuando relega al olvido los 20 000 muertos de esa guerra civil, Occidente es incapaz de percibir ‎que Rusia quiso detener aquella matanza. Como además no quieren recordar los Acuerdos ‎de Minsk –a pesar de que Alemania y Francia los firmaron como garantes de su aplicación, ‎al igual que Rusia–, los occidentales no pueden plantearse la idea de que Rusia puso en práctica ‎la «responsabilidad de proteger» que se proclamó en la ONU en 2005. ‎

Sin embargo, la ex canciller de Alemania Angela Merkel [1] y ‎el ex presidente de Francia Francois Hollande [2] reconocieron públicamente haber firmado los ‎Acuerdos de Minsk, pero no para parar la guerra civil en Ucrania –entre el gobierno de Kiev y la ‎población del Donbass– sino sólo para ganar tiempo y armar a Kiev. ‎

En otras palabras, Merkel y Hollande se vanagloriaron de su propia duplicidad, se enorgullecen de ‎haber engañado a Rusia… pero la acusan de ser la única responsable del conflicto actual. En ‎cierta manera, no es sorprendente que Merkel y Hollande se enorgullezcan de su duplicidad ante ‎la opinión pública de sus países respectivos y de Occidente. ‎

Pero en otras regiones del mundo, las declaraciones de esos dos “líderes” occidentales resuenan ‎de forma diferente. La mayoría de la humanidad está viendo hoy el verdadero rostro ‎de Occidente. Y lo que ve es que las potencias occidentales siempre tratan de dividir a los demás ‎países y de engañar a los que quieren ser independientes. Ven que las potencias occidentales ‎hablan mucho de paz pero siempre fomentan guerras. ‎

Es de tontos creer que el más fuerte siempre quiere imponer su voluntad a los demás. Son pocos ‎los humanos que comparten esa actitud occidental. La cooperación ha demostrado dar ‎mejores resultados que la explotación, que siempre acaba provocando revoluciones. Ese es el ‎mensaje que los chinos tratan de enviar cuando hablan de relaciones «win-win», o sea de ‎relaciones en las que todas las partes salen ganando. ‎

Cuando los chinos hablan de ese tipo de relaciones, no hablan sólo de relaciones comerciales ‎justas y equitativas sino que hacen más bien referencia a la manera de gobernar de los ‎emperadores chinos. En la China antigua, cuando un emperador promulgaba un decreto tenía que ‎garantizar que su decisión sería aplicada por los gobernadores de todas las provincias, incluyendo ‎a los que no tuviesen nada que ganar o perder con la aplicación del decreto imperial, y para ‎lograrlo el emperador ofrecía a cada gobernador algún presente o algún tipo de favor como ‎prueba de que no lo había olvidado. ‎

El hecho es que en 10 meses, el “resto del mundo”, que en realidad es la aplastante mayoría de la ‎humanidad, ha abierto los ojos. El 13 de octubre de 2022, 143 países siguieron la narración ‎occidental y condenaron en la ONU la «agresión» rusa [3]. Pero ‎hoy seguramente ya no votarían de la misma manera. Eso quedó demostrado el 30 de diciembre, ‎cuando la Asamblea General de la ONU adoptó un proyecto de resolución donde solicita a la ‎Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– que se pronuncie claramente ‎sobre la legalidad de la ocupación israelí sobre los territorios palestinos. La adopción de esa ‎resolución indica que la Asamblea General de la ONU ya no se resigna a seguir tolerando el ‎desorden mundial alimentado desde Occidente. ‎

Por otro lado, 11 Estados africanos que hasta ahora habían sido parte de la “zona de influencia” ‎de Francia, han decidido recurrir al ejército ruso o a una firma militar privada rusa para garantizar su ‎propia seguridad. O sea, esos Estados africanos ya no creen en la sinceridad de Francia y de ‎Estados Unidos. Otros más han tomado conciencia de que la “protección” occidental contra los ‎yihadistas es menos importante que el apoyo oculto de Occidente a esos mismos yihadistas. Esos ‎Estados africanos ya han expresado públicamente su inquietud ante la entrega masiva a los ‎yihadistas del Sahel y a Boko Haram de armamento supuestamente destinado a Ucrania ‎‎ [4], a tal punto que el ‎Departamento de Defensa de Estados Unidos ha creado una misión de “seguimiento” para ‎verificar adónde van las armas que se envían a Ucrania –lo cual es en realidad una manera de ‎enterrar el problema para que el Congreso no meta las narices en los oscuros manejos del ‎Pentágono. ‎

En el Medio Oriente, Turquía –país miembro de la OTAN– está maniobrando sutilmente, a medio ‎camino entre su “aliado” estadounidense y su socio ruso. En Ankara han entendido hace tiempo ‎que la Unión Europea nunca aceptará a Turquía como miembro. También han entendido, aunque ‎más recientemente, que ya no será posible restaurar el imperio otomano en el mundo árabe. ‎Así que, Turquía se vuelve ahora hacia otros Estados europeos –como Bulgaria, Hungría y ‎Kosovo– y hacia países asiáticos –como Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajastán y ‎Kirguistán– de cultura turca –no de lengua turca como los uigures de China. En el marco de su ‎nueva proyección, el gobierno turco trata ahora de reconciliarse con las autoridades sirias y ‎se prepara para retirarse del oeste y desplegarse en el este. ‎

Mientras tanto, la llegada de China al Golfo Pérsico, durante la Cumbre de Riad, modifica ‎totalmente el panorama en esa parte del mundo. Los Estados árabes han comprobado que Pekín ‎es razonable y que los ayuda a establecer relaciones de paz con sus vecinos persas. Irán es para ‎China un aliado milenario, pero es un aliado histórico al que Pekín defiende sin tolerar por ello ‎los excesos de Teherán. En la Cumbre arabo-china realizada en la capital saudita, los países árabes ‎pudieron ver la diferencia de actitud entre China y Occidente, teniendo en cuenta que las ‎potencias occidentales siempre han tratado de sembrar la división entre los pueblos árabes y de ‎ponerlos a luchar entre sí. ‎

La India y Irán están trabajando a toda marcha con Rusia en la construcción de un corredor de ‎transporte que les permitirá mantener los intercambios comerciales, a pesar de la guerra ‎económica occidental –eso que Occidente se empeña en llamar «sanciones», cuando ‎en realidad se trata de medidas coercitivas enteramente ilegales a la luz del Derecho ‎Internacional. En este momento, la ciudad india de Bombay ya está conectada con el sur ‎de Rusia, y pronto estará también conectada a Moscú y San Petersburgo. Eso hace que Rusia ‎y China se complementen. China construye «rutas de la seda» que surcan Eurasia de este ‎a oueste, mientras que Moscú hace lo mismo, pero de norte a sur. ‎

Aunque la guerra de Ucrania es para China una catástrofe que viene a perturbar sus planes de ‎creación de «rutas de la seda», Pekín no se ha dejado llevar por la narrativa occidental sobre el ‎conflicto. En el pasado China fue víctima de Rusia –en el siglo XIX Moscú participó en la ‎ocupación de Tianjin y de Wuhan–, pero Pekín sabe que las potencias occidentales son capaces de ‎cualquier cosa para explotar tanto a China como a Rusia. Los chinos recuerdan la pasada ‎ocupación de su territorio y eso los hace conscientes de que su destino está hoy vinculado al ‎de Rusia. Quizás no entienden bien todos los aspectos del asunto ucraniano, pero saben que la visión china de ‎la organización de las relaciones internacionales sólo podrá instaurarse si Rusia sale victoriosa. ‎En resumen, China no tiene intenciones de luchar en Ucrania junto a Rusia… pero intervendrá si ‎su aliado ruso llega a verse en peligro. ‎

Toda esta reorientación del mundo ya es más que visible en las instituciones gubernamentales. ‎Occidente humilló a Rusia en el Consejo de Europa hasta que Moscú decidió retirarse de esa ‎institución. Pero, para sorpresa de los occidentales, Rusia está abandonando también, ‎uno a uno, todos los acuerdos concluidos en el seno del Consejo de Europa, en todos los ‎sectores, desde el deporte hasta la cultura. Y las potencias occidentales se dan cuenta ‎abruptamente de que han dejado ir a un socio culto y además generoso. ‎

Ese alejamiento de Rusia seguirá haciéndose patente en todas las demás organizaciones ‎intergubernamentales, empezando por las Naciones Unidas. Volvemos así a la vieja historia de las ‎relaciones entre Occidente y Rusia, una historia que comenzó en 1939, cuando Moscú fue ‎excluido de la Sociedad de las Naciones (SDN). En aquella época, los soviéticos, inquietos ante la ‎posibilidad de un ataque nazi contra Leningrado (hoy San Petersburgo) quisieron alquilar a ‎Finlandia el puerto de Hanko. Como las negociaciones se hacían interminables, la URSS acabó por ‎invadir Finlandia, pero no para anexar ese país sino para poder desplegar la marina de guerra ‎soviética en el puerto de Hanko. Ese precedente se enseña hoy como un ejemplo del ‎‎“imperialismo” ruso, pero el presidente finlandés Urho Kekkonen ha reconocido que aquella ‎reacción de los soviéticos fue «comprensible». ‎

Pero volvamos a las maniobras antirrusas en la ONU. Para excluir a Rusia, habría que lograr ‎primero que la Asamblea General de la ONU modificara la Carta de las Naciones Unidas. Eso pudo ‎parecer posible en octubre, pero ahora no. Además, el proyecto de excluir a Rusia de la ONU ‎viene acompañado de una reinterpretación de la historia y de la naturaleza misma de esa ‎organización. ‎

Se suele decir que hacerse miembro de la ONU es como “prohibir la guerra”. Eso es absurdo. ‎Cuando un país se hace miembro de la ONU, se compromete a «mantener la paz y la ‎seguridad internacionales». ‎

Pero, teniendo en cuenta la naturaleza humana, la ONU autoriza sus miembros a hacer uso de la ‎fuerza bajo ciertas condiciones. En ciertas circuntancias, esa autorización puede convertirse ‎incluso en una obligación, en virtud de la «responsabilidad de proteger». Eso es exactamente ‎lo que ha llevado a Rusia a intervenir en Ucrania, en aras de proteger a las poblaciones del ‎Donbass y de la Novorrosiya. ‎

Es importante observar que Moscú no actúa por impulsos, por eso las tropas rusas retrocedieron ‎en la margen derecha –parte norte– de la ciudad de Jerson. El estado mayor ruso atrincheró ‎sus tropas tras una frontera [y obstáculo] natural –el río Dnieper– porque consideró que sería ‎demasiado difícil y costoso defender la otra parte de la ciudad. Y actuó así a pesar de que la ‎población de la ciudad había solicitado –por vía de referéndum– su incorporación a la Federación Rusa. ‎En resumen, nunca existió la cacareada “derrota rusa” en Jerson… pero esa realidad no impide ‎a los occidentales hablar hasta el cansancio de «reconquista» por parte del régimen de Zelenski. ‎

Pero lo más importante es que se oscurece el funcionamiento de la ONU al cuestionar ‎el funcionamiento de su Consejo de Seguridad. La Organización de las Naciones Unidas se creó ‎con la intención de reconocer la igualdad entre todos los Estados, en la Asamblea General, y de ‎dotar a las grandes potencias de aquella época de la capacidad de prevenir conflictos reuniéndolas ‎en el seno del Consejo de Seguridad. ‎

Es importante entender que el Consejo de Seguridad no es un órgano de democracia sino de ‎consenso ya que el Consejo no puede tomar decisiones que no cuenten con el respaldo de sus ‎cinco miembros permanentes. Occidente finge hoy sorpresa porque no es posible condenar a ‎Rusia en el Consejo de Seguridad. Pero, ¿cuántas veces se sorprendió Occidente de no haber ‎podido condenar en ese órgano a Estados Unidos, al Reino Unido o a Francia por las guerras ‎ilegales que impusieron en Kosovo, Afganistán, Irak y Libia? Sin derecho de veto, la ONU sería ‎absolutamente ineficaz. Pero eso es lo que busca Occidente, y es lo que se trata de inculcar a la ‎opinión occidental. ‎

En todo caso, sería absurdo creer que China, primera potencia comercial del mundo, seguiría ‎siendo miembro de una ONU que no cuente con la presencia de Rusia, la primera potencia militar ‎del planeta. Pekín no dará su aval a una maniobra contra su aliado… porque sabe que la muerte ‎de ese aliado sería el preludio de su propia muerte. Y es también por eso que Rusia y China están ‎preparando otras instituciones que pueden convertirse en relevo de una ONU vaciada de su razón ‎de ser, si esa organuzación llegara a convertirse en una asamblea monocromática y perdiera así su ‎capacidad de prevenir conflictos. ‎

Lo que hoy vemos es que la única salida posible es que Occidente, las potencias occidentales ‎acepten que no pueden ser más que lo que son. Pero, hasta ahora, no parecen ser capaces de conformarse ‎con un papel más modesto que aquel que alguna vez tuvieron. Se obstinan en deformar la verdad y en ‎alimentar injustificadamente su propia esperanza de mantener su hegemonía de siglos. ‎

No ven que ese juego ha terminado, porque están exangües pero, sobre todo, porque el resto del ‎mundo ya no es el de antes. ‎

No es ni remotamente frecuente que las relaciones internacionales registren cambios tan ‎importantes como los que marcaron el año 2022. Y esos cambios todavía están lejos de haber ‎terminado. El proceso iniciado ya no se detendrá, aunque algunos acontecimientos vengan a ‎perturbarlo y quizás incluso a interrumpirlo durante algunos años. ‎

La dominación de Occidente, o sea la dominación que ejercieron Estados Unidos y ciertas ‎potencias coloniales europeas –principalmente Reino Unido, Francia y España– y una potencia ‎asiática –Japón– ha llegado a su fin. Ya nadie obedece a un jefe, ni siquiera los países que ‎siguen siendo vasallos de Washington. Cada cual comienza ahora a pensar por sí mismo. Todavía ‎no estamos en el mundo multipolar que Rusia y China tratan de construir, pero ya estamos ‎viéndolo surgir. ‎

Todo comenzó con la operación militar rusa destinada a aplicar la resolución 2202 del Consejo ‎de Seguridad de la ONU para proteger al conjunto de la población ucraniana del gobierno ‎nacionalista integrista instaurado en Kiev. ‎

Por supuesto, esa no es la interpretación de los hechos que se difunde en Estados Unidos, en la ‎Unión Europea, en Australia ni en Japón. Los occidentales y sus socios están convencidos de que ‎Rusia invadió Ucrania para modificar sus fronteras mediante el uso de la fuerza. Pero eso no es ‎lo que anunció el presidente Vladimir Putin, ni tampoco lo que ha hecho el ejército ruso. ‎Los hechos no confirman la interpretación de Occidente. ‎

Dejemos de lado la cuestión de saber quién tiene o no la razón. Todo depende de saber ‎si se tiene o no conciencia de que Ucrania estaba sufriendo una guerra civil desde que fue ‎derrocado su presidente democráticamente electo, Viktor Yanukovich, en 2014. ‎

Cuando relega al olvido los 20 000 muertos de esa guerra civil, Occidente es incapaz de percibir ‎que Rusia quiso detener aquella matanza. Como además no quieren recordar los Acuerdos ‎de Minsk –a pesar de que Alemania y Francia los firmaron como garantes de su aplicación, ‎al igual que Rusia–, los occidentales no pueden plantearse la idea de que Rusia puso en práctica ‎la «responsabilidad de proteger» que se proclamó en la ONU en 2005. ‎

Sin embargo, la ex canciller de Alemania Angela Merkel [1] y ‎el ex presidente de Francia Francois Hollande [2] reconocieron públicamente haber firmado los ‎Acuerdos de Minsk, pero no para parar la guerra civil en Ucrania –entre el gobierno de Kiev y la ‎población del Donbass– sino sólo para ganar tiempo y armar a Kiev. ‎

En otras palabras, Merkel y Hollande se vanagloriaron de su propia duplicidad, se enorgullecen de ‎haber engañado a Rusia… pero la acusan de ser la única responsable del conflicto actual. En ‎cierta manera, no es sorprendente que Merkel y Hollande se enorgullezcan de su duplicidad ante ‎la opinión pública de sus países respectivos y de Occidente. ‎

Pero en otras regiones del mundo, las declaraciones de esos dos “líderes” occidentales resuenan ‎de forma diferente. La mayoría de la humanidad está viendo hoy el verdadero rostro ‎de Occidente. Y lo que ve es que las potencias occidentales siempre tratan de dividir a los demás ‎países y de engañar a los que quieren ser independientes. Ven que las potencias occidentales ‎hablan mucho de paz pero siempre fomentan guerras. ‎

Es de tontos creer que el más fuerte siempre quiere imponer su voluntad a los demás. Son pocos ‎los humanos que comparten esa actitud occidental. La cooperación ha demostrado dar ‎mejores resultados que la explotación, que siempre acaba provocando revoluciones. Ese es el ‎mensaje que los chinos tratan de enviar cuando hablan de relaciones «win-win», o sea de ‎relaciones en las que todas las partes salen ganando. ‎

Cuando los chinos hablan de ese tipo de relaciones, no hablan sólo de relaciones comerciales ‎justas y equitativas sino que hacen más bien referencia a la manera de gobernar de los ‎emperadores chinos. En la China antigua, cuando un emperador promulgaba un decreto tenía que ‎garantizar que su decisión sería aplicada por los gobernadores de todas las provincias, incluyendo ‎a los que no tuviesen nada que ganar o perder con la aplicación del decreto imperial, y para ‎lograrlo el emperador ofrecía a cada gobernador algún presente o algún tipo de favor como ‎prueba de que no lo había olvidado. ‎

El hecho es que en 10 meses, el “resto del mundo”, que en realidad es la aplastante mayoría de la ‎humanidad, ha abierto los ojos. El 13 de octubre de 2022, 143 países siguieron la narración ‎occidental y condenaron en la ONU la «agresión» rusa [3]. Pero ‎hoy seguramente ya no votarían de la misma manera. Eso quedó demostrado el 30 de diciembre, ‎cuando la Asamblea General de la ONU adoptó un proyecto de resolución donde solicita a la ‎Corte Internacional de Justicia (CIJ) –el tribunal interno de la ONU– que se pronuncie claramente ‎sobre la legalidad de la ocupación israelí sobre los territorios palestinos. La adopción de esa ‎resolución indica que la Asamblea General de la ONU ya no se resigna a seguir tolerando el ‎desorden mundial alimentado desde Occidente. ‎

Por otro lado, 11 Estados africanos que hasta ahora habían sido parte de la “zona de influencia” ‎de Francia, han decidido recurrir al ejército ruso o a una firma militar privada rusa para garantizar su ‎propia seguridad. O sea, esos Estados africanos ya no creen en la sinceridad de Francia y de ‎Estados Unidos. Otros más han tomado conciencia de que la “protección” occidental contra los ‎yihadistas es menos importante que el apoyo oculto de Occidente a esos mismos yihadistas. Esos ‎Estados africanos ya han expresado públicamente su inquietud ante la entrega masiva a los ‎yihadistas del Sahel y a Boko Haram de armamento supuestamente destinado a Ucrania ‎‎ [4], a tal punto que el ‎Departamento de Defensa de Estados Unidos ha creado una misión de “seguimiento” para ‎verificar adónde van las armas que se envían a Ucrania –lo cual es en realidad una manera de ‎enterrar el problema para que el Congreso no meta las narices en los oscuros manejos del ‎Pentágono. ‎

En el Medio Oriente, Turquía –país miembro de la OTAN– está maniobrando sutilmente, a medio ‎camino entre su “aliado” estadounidense y su socio ruso. En Ankara han entendido hace tiempo ‎que la Unión Europea nunca aceptará a Turquía como miembro. También han entendido, aunque ‎más recientemente, que ya no será posible restaurar el imperio otomano en el mundo árabe. ‎Así que, Turquía se vuelve ahora hacia otros Estados europeos –como Bulgaria, Hungría y ‎Kosovo– y hacia países asiáticos –como Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajastán y ‎Kirguistán– de cultura turca –no de lengua turca como los uigures de China. En el marco de su ‎nueva proyección, el gobierno turco trata ahora de reconciliarse con las autoridades sirias y ‎se prepara para retirarse del oeste y desplegarse en el este. ‎

Mientras tanto, la llegada de China al Golfo Pérsico, durante la Cumbre de Riad, modifica ‎totalmente el panorama en esa parte del mundo. Los Estados árabes han comprobado que Pekín ‎es razonable y que los ayuda a establecer relaciones de paz con sus vecinos persas. Irán es para ‎China un aliado milenario, pero es un aliado histórico al que Pekín defiende sin tolerar por ello ‎los excesos de Teherán. En la Cumbre arabo-china realizada en la capital saudita, los países árabes ‎pudieron ver la diferencia de actitud entre China y Occidente, teniendo en cuenta que las ‎potencias occidentales siempre han tratado de sembrar la división entre los pueblos árabes y de ‎ponerlos a luchar entre sí. ‎

La India y Irán están trabajando a toda marcha con Rusia en la construcción de un corredor de ‎transporte que les permitirá mantener los intercambios comerciales, a pesar de la guerra ‎económica occidental –eso que Occidente se empeña en llamar «sanciones», cuando ‎en realidad se trata de medidas coercitivas enteramente ilegales a la luz del Derecho ‎Internacional. En este momento, la ciudad india de Bombay ya está conectada con el sur ‎de Rusia, y pronto estará también conectada a Moscú y San Petersburgo. Eso hace que Rusia ‎y China se complementen. China construye «rutas de la seda» que surcan Eurasia de este ‎a oueste, mientras que Moscú hace lo mismo, pero de norte a sur. ‎

Aunque la guerra de Ucrania es para China una catástrofe que viene a perturbar sus planes de ‎creación de «rutas de la seda», Pekín no se ha dejado llevar por la narrativa occidental sobre el ‎conflicto. En el pasado China fue víctima de Rusia –en el siglo XIX Moscú participó en la ‎ocupación de Tianjin y de Wuhan–, pero Pekín sabe que las potencias occidentales son capaces de ‎cualquier cosa para explotar tanto a China como a Rusia. Los chinos recuerdan la pasada ‎ocupación de su territorio y eso los hace conscientes de que su destino está hoy vinculado al ‎de Rusia. Quizás no entienden bien todos los aspectos del asunto ucraniano, pero saben que la visión china de ‎la organización de las relaciones internacionales sólo podrá instaurarse si Rusia sale victoriosa. ‎En resumen, China no tiene intenciones de luchar en Ucrania junto a Rusia… pero intervendrá si ‎su aliado ruso llega a verse en peligro. ‎

Toda esta reorientación del mundo ya es más que visible en las instituciones gubernamentales. ‎Occidente humilló a Rusia en el Consejo de Europa hasta que Moscú decidió retirarse de esa ‎institución. Pero, para sorpresa de los occidentales, Rusia está abandonando también, ‎uno a uno, todos los acuerdos concluidos en el seno del Consejo de Europa, en todos los ‎sectores, desde el deporte hasta la cultura. Y las potencias occidentales se dan cuenta ‎abruptamente de que han dejado ir a un socio culto y además generoso. ‎

Ese alejamiento de Rusia seguirá haciéndose patente en todas las demás organizaciones ‎intergubernamentales, empezando por las Naciones Unidas. Volvemos así a la vieja historia de las ‎relaciones entre Occidente y Rusia, una historia que comenzó en 1939, cuando Moscú fue ‎excluido de la Sociedad de las Naciones (SDN). En aquella época, los soviéticos, inquietos ante la ‎posibilidad de un ataque nazi contra Leningrado (hoy San Petersburgo) quisieron alquilar a ‎Finlandia el puerto de Hanko. Como las negociaciones se hacían interminables, la URSS acabó por ‎invadir Finlandia, pero no para anexar ese país sino para poder desplegar la marina de guerra ‎soviética en el puerto de Hanko. Ese precedente se enseña hoy como un ejemplo del ‎‎“imperialismo” ruso, pero el presidente finlandés Urho Kekkonen ha reconocido que aquella ‎reacción de los soviéticos fue «comprensible». ‎

Pero volvamos a las maniobras antirrusas en la ONU. Para excluir a Rusia, habría que lograr ‎primero que la Asamblea General de la ONU modificara la Carta de las Naciones Unidas. Eso pudo ‎parecer posible en octubre, pero ahora no. Además, el proyecto de excluir a Rusia de la ONU ‎viene acompañado de una reinterpretación de la historia y de la naturaleza misma de esa ‎organización. ‎

Se suele decir que hacerse miembro de la ONU es como “prohibir la guerra”. Eso es absurdo. ‎Cuando un país se hace miembro de la ONU, se compromete a «mantener la paz y la ‎seguridad internacionales». ‎

Pero, teniendo en cuenta la naturaleza humana, la ONU autoriza sus miembros a hacer uso de la ‎fuerza bajo ciertas condiciones. En ciertas circuntancias, esa autorización puede convertirse ‎incluso en una obligación, en virtud de la «responsabilidad de proteger». Eso es exactamente ‎lo que ha llevado a Rusia a intervenir en Ucrania, en aras de proteger a las poblaciones del ‎Donbass y de la Novorrosiya. ‎

Es importante observar que Moscú no actúa por impulsos, por eso las tropas rusas retrocedieron ‎en la margen derecha –parte norte– de la ciudad de Jerson. El estado mayor ruso atrincheró ‎sus tropas tras una frontera [y obstáculo] natural –el río Dnieper– porque consideró que sería ‎demasiado difícil y costoso defender la otra parte de la ciudad. Y actuó así a pesar de que la ‎población de la ciudad había solicitado –por vía de referéndum– su incorporación a la Federación Rusa. ‎En resumen, nunca existió la cacareada “derrota rusa” en Jerson… pero esa realidad no impide ‎a los occidentales hablar hasta el cansancio de «reconquista» por parte del régimen de Zelenski. ‎

Pero lo más importante es que se oscurece el funcionamiento de la ONU al cuestionar ‎el funcionamiento de su Consejo de Seguridad. La Organización de las Naciones Unidas se creó ‎con la intención de reconocer la igualdad entre todos los Estados, en la Asamblea General, y de ‎dotar a las grandes potencias de aquella época de la capacidad de prevenir conflictos reuniéndolas ‎en el seno del Consejo de Seguridad. ‎

Es importante entender que el Consejo de Seguridad no es un órgano de democracia sino de ‎consenso ya que el Consejo no puede tomar decisiones que no cuenten con el respaldo de sus ‎cinco miembros permanentes. Occidente finge hoy sorpresa porque no es posible condenar a ‎Rusia en el Consejo de Seguridad. Pero, ¿cuántas veces se sorprendió Occidente de no haber ‎podido condenar en ese órgano a Estados Unidos, al Reino Unido o a Francia por las guerras ‎ilegales que impusieron en Kosovo, Afganistán, Irak y Libia? Sin derecho de veto, la ONU sería ‎absolutamente ineficaz. Pero eso es lo que busca Occidente, y es lo que se trata de inculcar a la ‎opinión occidental. ‎

En todo caso, sería absurdo creer que China, primera potencia comercial del mundo, seguiría ‎siendo miembro de una ONU que no cuente con la presencia de Rusia, la primera potencia militar ‎del planeta. Pekín no dará su aval a una maniobra contra su aliado… porque sabe que la muerte ‎de ese aliado sería el preludio de su propia muerte. Y es también por eso que Rusia y China están ‎preparando otras instituciones que pueden convertirse en relevo de una ONU vaciada de su razón ‎de ser, si esa organuzación llegara a convertirse en una asamblea monocromática y perdiera así su ‎capacidad de prevenir conflictos. ‎

Lo que hoy vemos es que la única salida posible es que Occidente, las potencias occidentales ‎acepten que no pueden ser más que lo que son. Pero, hasta ahora, no parecen ser capaces de conformarse ‎con un papel más modesto que aquel que alguna vez tuvieron. Se obstinan en deformar la verdad y en ‎alimentar injustificadamente su propia esperanza de mantener su hegemonía de siglos. ‎

No ven que ese juego ha terminado, porque están exangües pero, sobre todo, porque el resto del ‎mundo ya no es el de antes. ‎

Thierry Meyssan

FUENTE: https://www.voltairenet.org/article218652.html

[1] “Hatten Sie gedacht, ich komme mit ‎Pferdeschwanz?”, Tina Hildebrandt y Giovanni di Lorenzo, Die Zeit, 7 de diciembre de 2022.

[2] «Hollande: “There will only be a way out of the ‎conflict when Russia fails on the ground”», Theo Prouvost, The ‎Kyiv Independant, 28 de diciembre de 2022.

[3] “Ukraine: UN General Assembly ‎demands Russia reverse course on ‘attempted illegal annexation’”, UN News, 13 de octubre de 2022.

[4] «Buhari: les armes utilisées en Ukraine pénètrent dans les pays du bassin du lac Tchad», [en español, “Buhari: las armas utilizadas en Ucrania ‎entran en los países de la cuenca del lago Chad”], agencia TASS, Alwihda Info, 8 de diciembre ‎de 2022, y «Le Sahel menacé par le djihadisme: une nouvelle Syrie» [en español, “Sahel bajo la amenaza del ‎yihadismo”], Leslie Varenne, Mondafrique, 15 de diciembre de 2022.

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