EL CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ

Fernando Navarro García

A raíz de los últimos ataques de agresión de la organización terrorista palestina Hamás a Israel (de momento ya han lanzado en pocos días mas de 1.500 misiles contra objetivos civiles indiscriminados) parece que quienes simpatizamos con Israel debemos dar razones de tal simpatía. Creo que es un ejercicio lógico cuando uno se enfrenta a dilemas éticos de importancia, pues es evidente que en este larguísimo conflicto nada es blanco y negro del todo. Ningún ser humano lo es, por eso es importante tratar de entender y ello aun asumiendo que la comprensión de conflictos tan complejos como este jamás podrá ser abarcada en su justa medida.

Tratar de explicar en estas líneas el conflicto árabe-israelí es sencillamente imposible. Pero, vamos, ni aquí ni en varias tesis doctorales, tratados u observatorios. Como en todo conflicto multicausal hay numerosas razones que explican fragmentariamente algunos problemas, pero no todos. El Sionismo y el Estado de Israel no se entienden sin el milenario antisemitismo. Las guerras árabe-israelíes no se entienden sin la creación del Estado de Israel en 1948. Y así podríamos continuar casi hasta el infinito.

Me salto varios milenios, me olvido de Sansón y de los filisteos, de Tito o de Bar-Kosbah y me sitúo en los albores de la fundación del moderno Estado de Israel. Asumo incluso los numerosos errores, torpezas y vaivenes de ese largo y confuso proceso de construcción nacional, muy especialmente tras la desintegración del imperio otomano y durante el posterior mandato británico (1920-1948) en ese antiguo dominio turco. Es entonces cuando toma forma la idea de crear ‘un hogar nacional para el pueblo judío’ (Declaración de Balfour, 1917), en un territorio en el que – digámoslo ya – nunca existió un Estado palestino ni nada que se le pareciese.

Sigo para este período el estupendo estudio de David Fromkin “The Peace to end all peace” (2001). Los funcionarios británicos destacados en la zona (general Allenby y Gilbert Clayton) aunque privadamente simpatizaban con el sionismo en realidad lo interpretaban en el sentido limitado de creación de un área ‘cultural y sentimental’ para los judíos, pero sin soberanía propia y dependiendo de la administración británica ¡faltaría más! Sin embargo, y de forma global, la administración británica destacada en la zona era claramente antisionista e hizo muy poco por favorecer el entendimiento entre árabes y judíos. El planteamiento del movimiento sionista (que, obviamente, buscaba la creación de un Estado judío, entre otras cosas para evitar los progromos como los de Rusia o Polonia) fue desde el inicio de sincera cooperación con las comunidades árabes en la zona, limitándose únicamente a comprar o alquilar terrenos baldíos o abandonados al objeto de lograr un desarrollo socioeconómico que sería bueno para todos (Fromkin 2001:445). Es en esta época cuando a punto se estuvo de lograr un entendimiento entre árabes (la familia Al-Nashashibi) y sionistas. Por desgracia en 1919 los árabes atacaron algunos asentamientos judíos en Alta Galilea, en la tierra de nadie entre lis protectorados francés e ingles, asesinando a varios judíos entre ellos el capitán Trumpeldor, el héroe de guerra ruso-judío. Tras aquella agresión injustificada, los judíos decidieron organizar sus ‘autodefensas’ (Liga Judía), lideradas por Jabotinsky. En abril de 1920 hubo nuevos progromos por parte de los árabes contra los judíos en Jerusalén. Su grito de guerra era ‘¡El gobierno [británico] está con nosotros!’ (Fromkin 2001:447). Meinertzheger, el jefe de la inteligencia británica en El Cairo y un incondicional simpatizante del sionismo, confirmó al general Allenby que los funcionarios británicos en la zona habían estado conspirando con el Gran Mufti de Jerusalén (años después un incondicional aliado de Hitler) para promover los progromos contra los judíos. Las revueltas y progromos árabes siguieron aumentando y en mayo de 1921 volvieron a las andadas, con decenas de nuevas víctimas judías. La reacción de las autoridades británicas a estas agresiones árabes fue … ¡prohibir nuevas migraciones judías al Mandato Británico! El mensaje era claro: si agredes y asesinas judíos, logras tu objetivo.

Los lideres sionistas, sin embargo, trataron por todos los medios de buscar la cooperación con los árabes. Sokolow en el 12° Congreso Sionista en verano de 1921 declaró que ‘los judíos estaban decididos a trabajar en paz con las naciones árabes’. Merecen la pena ser leídas sus declaraciones, pues evidencian una clara intención de cooperación pacífica realizada en un momento en el que los árabes asesinaban por decenas a los judíos. Sokolow entendía que aquellas agresiones eran exclusivamente atribuibles a grupos minoritarios, en absoluto representantes de la mentalidad árabe. Sokolow se equivocó gravemente, pues como hemos visto el Gran Mufti de Jerusalén con el apoyo de altos funcionarios británicos (como Richmond) era un fanático antisionista.

La posición de Churchill, por el contrario, era claramente favorable al sionismo y en la Conferencia de El Cairo (marzo 1921) llegó a decir lo siguiente a la delegación árabe-palestina: “es perfectamente correcto qué los judíos perseguidos puedan tener un hogar nacional en dónde agruparse y ¿dónde mejor que en Palestina en dónde a lo largo de 3000 años han estado profunda e íntimamente ligados? Creemos que esto será bueno para el mundo, bueno para los judíos, bueno para el Imperio Británico pero también bueno para los árabes que habitan en Palestina y que beneficiarán del progreso del sionismo”.

En agosto de 1921, Churchill volvió a recordar a la delegación árabe-palestina que los judíos ‘no iban a poder arrebatarles las tierras, pero sí podrían comprarlas si los árabes deseaban venderlas y también podrían cultivar terrenos abandonados, áridos e improductivos’. Mas claro el agua. Aquel antiguo territorio otomano, a la sazón bajo protectorado británico, era un secarral improductivo y se esperaba que la iniciativa y esfuerzo judío lo transformaría positivamente, como de hecho sucedió tras la creación del Estado de Israel.

En realidad mas de una cuarta parte de los líderes de la delegación árabe Palestina, olieron el dinero fácil y vendieron muy lucrativamente sus improductivas tierras a los judíos durante el período 1920-1928. Se estima que los precios de venta fueron entre 40 y 80 veces superiores a los precios de mercado (Fromkim 2001:522). Debe subrayarse que los árabes vendedores eran quienes sostenían un vehemente discurso público contrario a la venta de tierras a judíos, lo que es un magnífico ejemplo de la doble moral de las élites árabes cuando tienen que elegir entre nacionalismo y dinero (véase, por ejemplo la inmensa fortuna amasada por por Arafat y su familia o el continuo desvío de fondos de la ayuda humanitaria y al desarrollo en territorios palestinos que rara vez llega a quienes esta realmente destinada).

En esa misma reunión de agosto de 1921, Churchill acusó a la delegación árabe-palestina de su cerrazón para negociar con los judíos, manteniendo la obcecada posición – en la que hoy persisten – de ‘todo o nada’ (Fromkin 2001:520). Churchill no entendió o no quiso entender que la negativa árabe a negociar no seguía criterios racionales sino ‘sentimentales, religiosos y xenófobos’ (Fromkin 2001:523).

Los líderes sionistas por el contrario se mostraron proclives a apoyar el nacionalismo árabe frente a las reclamaciones francesas sobre Siria y además propusieron planificaciones económicas y otros beneficios para los árabes que eligieran vivir dentro de las fronteras del nuevo Estado judío. El propio Ben Gurion, como genuino socialista de su tiempo, propugnaba que la tierra era para quienes la trabajaran y que árabes y judíos podían convivir juntos y enfrentarse al único enemigo común: los grandes terratenientes. Nada de esto satisfizo a los árabes, lo que no impidió que el 22 de julio de 1922 la Sociedad de Naciones aceptara que el Mandato Británico en Palestina pudiera empezar a implementar paulatinamente la Declaración de Balfour.

Se conforman entonces las nuevas y artificiales fronteras, que tantos quebraderos de cabeza han supuesto desde entonces: Líbano ampliado y junto con Siria bajo control francés, el este del rio Jordan desgajado del protectorado de palestina en lo que más tarde seria Jordania y el oeste del río Jordán destinado a la creación del nuevo Estado Judío, sobre la base del compromiso adquirido por Inglaterra en la Declaración de Balfour. La década de los años treinta fue un tira y afloja entre la administración británica y los intereses contrapuestos de árabes y judíos, entre la voluntad británica de cumplir su compromiso de crear un ‘Hogar Nacional Judío’ y el temor a implementarlo por la violenta reacción árabe.

La Segunda Guerra Mundial y el genocidio judío facilitó el proceso de creación de un Estado judío al que Inglaterra, como se ha explicado, se había comprometido en 1917 pero que no lograba virtualizar dada la negativa árabe a negociar y a la violencia creciente. Reino Unido pasó la patata caliente a la recién nacida ONU que en su Resolución 181 de 1947 (asumida por Israel pero no por los árabes) optó por la creación de dos Estados separados: uno judío y otro palestino. Soy uno de los que cree que esa habría sido una solución transaccional muy adecuada, pero la oposición árabe la impidió. Un año después, en 1948, Inglaterra se retiró y en mayo se proclamó el Estado de Israel.

Muy poco tiempo después los árabes iniciaron la primera guerra de agresión al nuevo Estado de Israel. La guerra duró algo mas de un año (1948-1949) y enfrentó a una decena de Estados árabes contra Israel que terminó victoriosa y amplió su territorio, tal y como suele suceder cuando un país gana una guerra.
Y de todo ello extraigo algunas observaciones:

1- Mi primera observación es que hasta la fecha todas las guerras árabe-israelíes han sido iniciadas por los árabes: La Guerra de Independencia de (1948-49). La disputa de Suez (1956). La Guerra de los Seis Días (1967) y la Guerra de Yom Kippur (1973).

2- Mi segunda observación es que todas las guerras árabe-israelíes han sido perdidas por los árabes (algunas han pasado a la historia como la ‘Guerra de los Seis Días’ o la de ‘Yon Kippur’). Cuando hablo de ‘guerras’ me refiero a su acepción mas ‘clásica’ de ejércitos enfrentados, no a guerrilla urbana o terrorismo, lo que me lleva a la tercera observación.

3- Mi tercera observación es que el conflicto árabe-israelí no es entre Estados, sino entre Israel que es un Estado democrático (con todos los contrapesos y limitaciones al poder) y un damero de organizaciones politico-terroristas, bien sean palestinas (Hamás en Gaza, Fatah en Cisjordania) o patrocinadas por otros Estados árabes indirectamente implicados (Hizbula en Líbano, Irán, etc). El objetivo de estos grupos terroristas – que no ejércitos – no es negociar unas condiciones concretas sino la destrucción del Estado de Israel. Así, sin mas matices. Israel debe, por lo tanto, tratar con unos enemigos fanatizados, ignorantes del ‘ius in bello’ (convenciones de Ginebra, etc) y con recursos importantes (apoyo financiero internacional, comprensión mediática, etc). Unos enemigos que no tienen problema en utilizar a su población civil como escudos humanos de sus ataques terroristas: es muy habitual que Hamás emplace sus arsenales, intendencias o lance sus ataques con misiles desde edificios especialmente sensibles: hospitales, escuelas y edificios de viviendas. Y aunque las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) adoptan todas las medidas posibles para evitar o minimizar los daños colaterales (algunas sorprendentes como llamar por teléfono al edificio que van a bombardear para alertar a sus ocupantes y darles tiempo para desalojarlo), la muerte de civiles es, en ocasiones, inevitable. Hamás quiere víctimas y obviamente las consigue en una franja como la de Gaza que debe ser la ciudad con mayor densidad de población del planeta. Una organización terrorista que es capaz de reclutar a niñas y discapacitados mentales para cometer atentados suicidas es igualmente capaz de sacrificar a todo un bloque de vecinos para obtener una portada sensacional en el NYT o The Times.

4- Y finalmente, en un contexto así, Israel (cuyo tamaño es equivalente al de la Comunidad Valenciana) debe enfrentarse no solo al buen gobierno democrático de su pujante Estado – cuyo parlamento incluye a un partido islamista – sino también a su permanente defensa frente a un enemigo múltiple (varios Estados y organizaciones terroristas), irracional, invisible, sin cortapisas legales o humanitarias y a menudo dentro de su propio territorio. Israel ocupa en 2021 el puesto 27 en el Índice de Democracia ‘The Economist’, jugando en la misma liga que Francia o los Estados Unidos. Compárese su puntuación en el índice democracia de los países árabes qué la rodean o atacan (ver cuadro).

Y frente a esta tesitura y aplicando el derecho de defensa de un modo implacable (y hasta la fecha efectivo) Israel, unas veces comete errores y otras directamente abusos que desde nuestra confortable seguridad nos resultan inexplicables y nos repugnan.

Quien me conoce sabe que simpatizo enormemente con la democracia israelí y con su ciudadanía ejemplar en tantos ámbitos, pero no puedo negar la evidencia: en ocasiones Israel se excede. Sin embargo, sus enemigos se exceden SIEMPRE. Y entonces tengo que plantearme una última pregunta: ¿Sería posible la supervivencia de Israel frente a enemigos tan terribles si SIEMPRE empleara los códigos civilizados de un Occidente al que desde hace mas de medio siglo que no bombardean a diario a su población civil?

Imposible – como escribí al principio – resumir en unas pocas líneas un conflicto tan enrevesado, poliédrico, cambiante y podrido como este. He querido solamente destacar algunas ideas por las que creo que – a pesar de sus errores – la voz de la razón y de la civilización esta del lado de Israel desde el mismo año de su fundación. Ello no resta legitimidad a las aspiraciones árabes o palestinas, aunque si a su proceder. Es evidente que si, realmente, los árabes quieren la paz con Israel tendrán que dar tres pasos fundamentales que hasta la fecha han sido incapaces de asumir: dejar de agredir y atentar contra Israel, reconocer su derecho a existir y sentarse en la mesa de negociación con propuestas que permitan algún tipo de cesión.

Creo que cuando eso suceda habrá millones de musulmanes, judíos, cristianos o ateos que lo celebraremos a lo grande.

Enlaces de interés:

https://www.economist.com/graphic-detail/2021/02/02/global-democracy-has-a-very-bad-yearhttps://en.m.wikipedia.org/wiki/Democracy_Index

https://en.m.wikipedia.org/wiki/Democracy_Index

Fernando Navarro García
Fernando Navarro García

Presidente Centro de Investigaciones sobre los Totalitarismos y Movimientos Autoritarios (CITMA)

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