Acabar con los vagos

ITXU DÍAZ

FUENTE: https://www.libertaddigital.com/opinion/2023-05-05/itxu-diaz-acabar-con-los-vagos-7011726/

No soy precisamente un estajanovista. Primero, porque aborrezco todo aquello que huele a socialismo soviético, y segundo, porque, cómo decirlo, no comienzo mi jornada laboral bailando, dando vítores por las ventanas, y sonriendo con la ilusión de los 20 años, sino más bien con el decaimiento de los 70. Como cristiano, creo que el trabajo es un castigo divino, al menos tal y como lo concebimos nosotros, porque a fin de cuentas el primero que se puso a trabajar, según el relato bíblico, fue Dios, aunque por entonces no era algo doloroso, como tampoco lo era parir hasta que Eva enredó a Adán y nos trajo el lío; Dios debería haberla puesto a jugar a la tablet para que se distrajera un rato cuando empezó a dar la murga con comerse la manzanita. Como sea, mi simpatía por el trabajo es, según el día, de leve a moderada.

Pese a todo, o quizá por esto, paradojas de la vida, me apasiona el nuevo propósito que se ha marcado Meloni: poner a todo el mundo a trabajar. No se me ocurre nada más impopular ni más beneficioso para la salud de una sociedad. Puedo maldecir mil veces tener que trabajar, pero lo cierto es que hay algo mucho peor aún y es no tener nada que hacer. En mi experiencia, no hay nada más peligroso que alguien que no tiene ninguna ocupación un día y otro.

No lo saben, porque jamás miran a los problemas cara a cara, pero la mayor parte del desastre que ocasiona el socialismo tiene que ver con su nefasta política laboral: aumenta la delincuencia, las enfermedades mentales, las dependencias destructivas, la violencia, y destruye moralmente a los individuos. Pero todo esto, claro, no se puede decir, por eso hay que decirlo mucho. El socialismo es una fábrica de vagos, resentidos, y sinvergüenzas. No sé tú, pero no es así el país que yo quiero.

Lo más asombroso del éxito de popularidad de Meloni en Italia es que ha hecho lo contrario de lo que llevan haciendo los políticos europeos desde tiempo inmemorial: decir la verdad a los ciudadanos. En donde más clara se ha mostrado, más allá de la inmigración, es en el aspecto laboral, algo que aterra tanto a políticos miedosos como a subsidiados de diferente pelaje. Tras anunciar una enorme rebaja de impuestos, Meloni se cargó el ingreso mínimo vital y endureció las condiciones para cobrar el paro: quienes rechacen una oferta laboral que tenga una duración de más de un mes perderán la ayuda. Fin del problema. Lo leo y no solo lo aplaudo, sino que me escandaliza pensar cómo hemos podido llegar a lo contrario: ¿por qué tenemos que subsidiar a quien no quiere trabajar? La mayoría de las personas que trabajamos, la mitad de los días tampoco querríamos hacerlo. ¿Y? Lo hacemos. Cuando tenemos la suerte de dedicarnos a lo que nos gusta y también cuando no.

Escandaliza mucho ahora que se enfoque desde lo laboral el problema de la inmigración: ¿es tanto pedir que quien venga a España lo haga para trabajar? Los políticos socialistas, y no pocos de los que centroderechean, creen que se trata de una exigencia intolerable y discriminatoria; pero lo único discriminatorio es pagar subsidios a quien rechaza ofertas de trabajo. «¿Y usted de qué va a vivir?» es la pregunta que se hace un país que se respeta a sí mismo antes de asilar a un viajero que llega para quedarse.

«A fin de año, el que pueda ir a trabajar, va a tener que trabajar», así de claro lo ha dicho en varias ocasiones la Primera Ministra de Italia. Hace un par de meses respondió al comentario de un tipo que, desde televisión, aseguró que la supresión de los subsidios gubernamentales le empuja a la delincuencia. No sin cierta coña marinera, Meloni le espetó al hombre que, entre cobrar paguitas y salir a robar, hay una alternativa: está «la opción de ir a trabajar».

Siento una profunda envidia de mi querida Italia. Escuchas hablar a Meloni, a quien ya no acompañan en los titulares con los adjetivos «ultraderechista», «xenófoba», y «homófoba», y comprendes que hay otra forma de hacer política, mucho más honrada, mucho más pragmática, y mucho más justa, que la que llevamos padeciendo en España y en casi toda Europa desde hace décadas.

Leo también que Macron está muy enfadado con su homóloga italiana, por las políticas migratorias y por todo en general. No es para menos. Lo está poniendo en evidencia a cada minuto. La realidad: te cambio setenta Macrons por la uña del dedo meñique de una Meloni. A Sánchez no te lo cambio, te lo regalo.

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