Reunión de pastores, ovejas muertas: España ante el abismo de la deuda, la cobardía y la estupidez.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
El rebaño y los pastores: Cervantes y la España de hoy
«Reunión de pastores, ovejas muertas». El refranero español, siempre sabio, nos advierte de los peligros de dejar nuestro destino en manos de quienes, bajo la apariencia de guardianes, son en realidad los depredadores del rebaño. Miguel de Cervantes, en El coloquio de los perros, lo expresó con una lucidez demoledora:
“Berganza se adapta bien al oficio de guardar ovejas… En lugar de salir disparado a la voz de alarma, se queda quieto, permanece con las ovejas y descubre que los pastores son los lobos. Son ellos los que matan a las ovejas para cogerle lo mejor de la carne y comérsela. Berganza quiere denunciar la fechoría, pero no se atreve. Reflexiona para sí mismo: ‘¿Quién será poderoso a dar a entender que la defensa ofende, que los centinelas duermen, que la confianza roba y el que os guarda os mata? … Porque no hay mayor ni más sutil ladrón que el doméstico’”.
Hoy, como en tiempos de Cervantes, los españoles asisten atónitos a la demolición de su nación, a la destrucción de la Monarquía Parlamentaria, los derechos y libertades constitucionales, nuestra forma de vida y la unidad de la patria. Y lo hacen, en muchos casos, sin rebelarse, sin protestar, como corderos llevados al matadero.
El miedo, la cobardía y la estulticia: raíces de la parálisis nacional
«La cobardía es la madre de la crueldad.» (Michel de Montaigne)
«Quien controla el miedo de la gente se convierte en el dueño de sus almas.» (Nicolás Maquiavelo)
España, en estos momentos, es un país paralizado por el miedo y la cobardía, dominado por una clase política que ha hecho de la mediocridad y la maldad su bandera. El miedo, como bien sabía Maquiavelo, es el instrumento más eficaz de dominación. Y la cobardía, como advirtió Montaigne, engendra la crueldad de los poderosos sobre los débiles.
Santo Tomás de Aquino, en su ensayo sobre los tontos y las tonterías, nos recuerda que «stultorum infinitus est numerus» —el número de los tontos es infinito— y que la estulticia lleva al embotamiento del corazón y de la inteligencia. El estulto es incapaz de ver la conexión entre medios y fines, entre causa y efecto. La máxima expresión de la estupidez, dice Tomás, la encontramos en la oveja, que se deja llevar al matadero sin protestar, sin esperar nada.
En España, la estulticia se ha convertido en epidemia, y la ciudadanía, más cordero que los propios corderos, vota una y otra vez a quienes la conducen al sacrificio. La sandez, la transgresión y el relativismo social y moral han sustituido a la sensatez, el esfuerzo y la meritocracia, motores del progreso y la prosperidad.
El Estado de las Autonomías: el sistema perfecto para la autodestrucción
España es el único país del mundo con un sistema político —el Estado de las Autonomías— diseñado para que quienes quieren destruir la nación dispongan de todos los instrumentos institucionales, culturales, financieros, educativos y mediáticos para hacerlo con total comodidad. El sistema permite que el enemigo interno actúe impunemente, mientras la mayoría asiste, entre el estupor y la indiferencia, a la demolición nacional.
Ninguna nación sensata debate constantemente su forma de Estado, su organización territorial, las competencias de sus poderes, su política exterior o sus sistemas de sanidad y educación. En España, la transitoriedad, la reforma perpetua y el cuestionamiento de los principios básicos son la norma, generando desánimo, inseguridad y parálisis.
La deuda pública: síntoma y símbolo de la decadencia
La monstruosa deuda pública española, que roza los dos billones de euros y supera el 103% del PIB, es el reflejo más visible de la irresponsabilidad y el desgobierno. El Estado, lejos de proteger al ciudadano, se ha convertido en botín de las élites extractivas, en una red de mediocridad y corrupción que bloquea cualquier intento de reforma y perpetúa el statu quo.
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Mientras tanto, el gobierno de Pedro Sánchez se dedica a la propaganda internacional, ofreciendo millones para “aliviar” la deuda de otros países, mientras la economía española se asfixia y los españoles ven cómo se les niega el futuro.
El fracaso de la inteligencia y la renuncia a la libertad
El filósofo José Antonio Marina habla del “fracaso de la inteligencia” para describir cómo ideas y corrientes de opinión absurdas, irracionales y destructivas se han instalado en la sociedad española sin apenas resistencia. Ayn Rand, por su parte, afirma que los humanos no somos animales racionales, sino “potencialmente racionales”: podemos elegir pensar y actuar racionalmente, o renunciar a ello.
En una comunidad dominada por la estupidez y el miedo, nadie se atreve a destacar, a proponer mejoras, a hacer esfuerzos extra. El miedo y la cobardía generan una sociedad pasiva, resignada, incapaz de defender sus derechos y libertades.
El deber de la vigilancia y la acción: Jefferson y la responsabilidad individual
Como advertía Thomas Jefferson, “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. No basta con preocuparse, hay que ocuparse. No sirven las críticas de sobremesa ni la resignación. Cada ciudadano tiene la responsabilidad de contribuir a la defensa de una sociedad libre, abierta y próspera. Nada está garantizado, y la comodidad de hoy puede convertirse en la ruina de mañana si no se actúa.
Cuando los buenos no hacen nada y dejan hacer a los malvados, el desastre es inevitable. Ignorar la realidad, dejarse llevar por el miedo, es un acto de cobardía que solo beneficia a quienes ansían el poder para destruir.
Respuestas a algunas preguntas imprescindibles
¿Hay salida a este laberinto o estamos condenados a repetir los mismos errores una y otra vez?
Sí, existe salida, pero exige una transformación profunda y colectiva. España no está predestinada al fracaso ni a la repetición cíclica de sus errores. La historia enseña que los pueblos pueden reaccionar ante la adversidad si recuperan la lucidez, la responsabilidad y el coraje cívico. La salida requiere:
- Recuperar la inteligencia crítica y la capacidad de discernir entre lo esencial y lo accesorio, entre lo verdadero y lo falso, entre el bien común y el interés sectario.
- Superar el miedo y la cobardía, asumiendo que la defensa de la libertad y la prosperidad no es tarea de unos pocos, sino de todos.
- Refundar el proyecto nacional sobre bases de responsabilidad, transparencia y meritocracia, ajeno a los partidos tradicionales y a las redes clientelares.
- Exigir a la Corona que ejerza su papel de garante último del interés general, si la situación lo exige, impulsando un gobierno de salvación nacional formado por personas íntegras y capacitadas, sin ambiciones de perpetuarse en el poder.
- Asumir que la vigilancia y la acción ciudadana son el precio de la libertad y que la resignación solo conduce a la ruina colectiva.
¿Estamos condenados a repetir los mismos errores?
Solo si persistimos en la pasividad, la resignación y la estulticia. Si la sociedad española continúa eligiendo a sus propios “matarifes”, si sigue votando a quienes la conducen al matadero, si no exige responsabilidad y cambio real, entonces sí, el ciclo de destrucción se repetirá. Pero si despierta, si recupera la dignidad y la inteligencia, si se une en torno a un proyecto común, aún hay esperanza.
Reflexión final: De la estulticia a la dignidad
Como en El coloquio de los perros, la lucidez y el coraje para denunciar la corrupción y la traición de los “guardianes” es el primer paso para recuperar la dignidad colectiva. España solo podrá dejar de ser un rebaño indefenso ante sus propios pastores-lobos si cada ciudadano asume su parte de responsabilidad y exige un cambio real.
No es momento de resignarse ni de esperar milagros. Es hora de actuar, de vigilar, de exigir y de construir, entre todos, una España digna, libre y próspera. Porque, como bien decía Santo Tomás, solo el sabio sabe discernir y saborear la realidad; solo el que sabe es capaz de transformar el mundo.
¿Y nuestro Rey? ¿A qué está esperando para intervenir?
La historia juzgará a quienes, pudiendo actuar, eligieron la comodidad y la inacción. La esperanza, sin embargo, nunca debe perderse: aún hay tiempo para que España despierte, recupere el sentido y evite el desastre al que la conducen la cobardía, la estulticia y la traición de sus élites