Regina Turdulorum versus El Turuñuelo: arqueología de la vergüenza institucional en España

CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Pues sí, retomo la ciudad romana situada en Casas de Reina (Badajoz) que sigue siendo de nadie…
En el mapa ignominioso de la gestión patrimonial española, pocos casos ejemplifican con tanta crudeza la doble vara de medir, la hipocresía política y el abandono institucional como el contraste entre Regina Turdulorum y El Turuñuelo. Ambos lugares están ubicados en la misma provincia, Badajoz, pero a efectos de financiación, protección, interés político y cobertura mediática, parecen pertenecer a planetas distintos. Lo que debería ser una política cultural basada en el rigor, la conservación, en valorar y tener en cuenta el patrimonio, etcétera, se ha transformado en un circo propagandístico en el que los mitos identitarios —como el de Tartesos— se alimentan con dinero público, mientras los vestigios reales de nuestro pasado romano se pudren bajo bolsas de plástico.
Regina Turdulorum: la ciudad que nadie quiere ver
Regina Turdulorum no es una aldea perdida, ni una conjetura basada en alguna mención en algún texto de la remota antigüedad grecolatina… tampoco es una suposición historiográfica. Es una ciudad romana con nombre propio, con foro, teatro monumental, termas, mosaicos, esculturas de mármol y una relevancia estratégica indiscutible en la provincia Bética romana. Es, en resumen, uno de los enclaves más importantes del suroeste peninsular, comparable por volumen, complejidad y valor arqueológico a Mérida, Itálica o Segóbriga.
Y, sin embargo, Regina languidece. Lleva décadas sometida a una muerte lenta, agónica, de abandono y expolio. El saqueo sistemático de monedas, fragmentos escultóricos y mármoles epigráficos —a cargo de detectoristas y mafias organizadas— padece una auténtica enfermedad patrimonial. No hay vigilancia. No hay cámaras. No hay vallado digno de tal nombre. Pero lo que más duele no es la rapiña privada, sino la negligencia pública: las esculturas halladas en Regina no están expuestas para conocimiento del público, ni protegidas, ni restauradas. Siguen almacenadas, cubiertas por bolsas de basura en dependencias de la Diputación Provincial de Badajoz. Silencio, humedad, moho y olvido: esa es la política cultural que se aplica a uno de los yacimientos más valiosos de Extremadura.
Y todo esto sucede mientras los equipos de investigación arqueológica —muchos internacionales— siguen trabajando a pesar del desprecio institucional, no gracias a él. Casas de Reina, el pequeño municipio, de apenas 200 vecinos, que alberga Regina, apenas dispone de recursos ni competencias para revertir por sí solo un abandono que roza lo criminal. Las autoridades regionales y estatales, por su parte, se escudan en excusas burocráticas mientras se fotografían sonrientes en enclaves más mediáticos.
El Turuñuelo: el decorado de Tartesos
Mientras Regina se hunde, El Turuñuelo brilla. Cada nueva campaña en este yacimiento de Guareña se anuncia con tambores y trompetas institucionales. Se lo presenta como la joya de la corona de una mítica Tartesos, una civilización envuelta más en brumas ideológicas que en certezas arqueológicas. Se lanzan titulares, se liberan fondos, se celebran congresos. Todo con una premisa discutible: que El Turuñuelo es un enclave tartésico. Lo cual está muy lejos de ser una verdad académicamente asentada.
La fascinación por Tartesos no responde tanto a evidencia científica como a la necesidad política de construir una narrativa fundacional, una “seña de identidad” regional que dé cohesión simbólica y rendimiento propagandístico. Pero, mientras se construye este relato neotartésico a base de millones y campañas institucionales, Regina —documentada, excavada, monumental— es condenada a la irrelevancia. La ciencia se sacrifica en el altar del storytelling político.
El patrimonio como escaparate electoral
El fenómeno de “patrimonio de escaparate” —tan sintomático en El Turuñuelo— obedece a una lógica perversa: se protege aquello que da votos, titulares o fotos; se ignora lo que exige inversión, paciencia y una voluntad de país que ya no existe.
Otro ejemplo, también sangrante es el caso del «Capricho de Cotrina», también en la provincia de Badajoz, en el pueblo de Los Santos de Maimona, lo deja claro: interés político sí, siempre y cuando haya rédito estético inmediato. Pero cuando se trata de proteger, restaurar y poner en valor un yacimiento que no entra bien en Instagram, las autoridades desaparecen.

Lo que en otros países sería motivo de escándalo —ver esculturas romanas únicas deteriorándose bajo plásticos, en vez de brillar en un museo comarcal— en España se digiere con una mezcla de apatía, cinismo y resignación. La gestión del patrimonio se convierte así en una metáfora perfecta de lo que somos: un país más interesado en la postal que en la memoria, más pendiente de la foto que del fundamento.
La impunidad del expolio
La ausencia de medidas efectivas de seguridad ha hecho de Regina un objetivo preferente para el expolio organizado. Mafias del saqueo arqueológico actúan con total impunidad, mientras las administraciones locales carecen de medios y las superiores miran hacia otro lado. El limbo jurídico, la dispersión competencial y la dejadez voluntaria han convertido este enclave en tierra de nadie.
La pregunta no es solo por qué se permite este desmantelamiento progresivo del legado romano. La pregunta es también por qué nadie asume responsabilidades. Ni la Junta de Extremadura, ni la Diputación, ni el Gobierno central han tomado cartas en el asunto de forma seria, sostenida y eficaz. A lo sumo, se han producido gestos simbólicos y promesas huecas. Nada más.
¿Qué hacer con Regina?
Lo primero y más urgente es detener la hemorragia. Regina necesita protección física: vallado, vigilancia, cámaras. Pero también protección institucional: una estrategia de conservación seria, con recursos estables y voluntad política real. Es imprescindible sacar las esculturas de los sótanos indignos donde hoy se pudren y exponerlas en condiciones adecuadas, en un centro de interpretación digno, dotado y vivo.
Hay que integrar Regina en las rutas del turismo cultural, conectándola con otros enclaves romanos, implicando a la sociedad civil y a la comunidad científica en su valoración. Y, sobre todo, hay que coordinar de verdad a las administraciones implicadas: Ayuntamiento, Diputación, Junta y Estado deben dejar de pasarse la pelota y asumir, cada uno, su cuota de responsabilidad.
La paradoja española: ruinas enterradas bajo bolsas de basura
Regina Turdulorum no solo revela el abandono de un yacimiento: retrata con nitidez la terrible enfermedad de un modelo cultural fallido. En España se celebran los mitos mientras se ignoran las evidencias; se premian los relatos inventados y se castiga la arqueología documentada. Se exhibe lo simbólico y se entierra lo tangible. Es una política cultural de cartón piedra, tan estética como vacía, tan aparatosa como ineficaz.
Y mientras eso ocurre, las ruinas reales —las que deberían cimentar nuestra identidad, nuestra historia, nuestra memoria— se desmoronan en silencio. Bajo bolsas de basura. Bajo décadas de desidia. Bajo toneladas de hipocresía política. El futuro de Regina, y del patrimonio español en su conjunto, depende de un cambio radical del modelo de gestión. O asumimos la responsabilidad de cuidar lo que somos, o seguiremos vendiendo humo mientras nuestra historia real se disuelve en el polvo.
Porque un país que entierra su memoria está, literalmente, condenado a repetir su ruina.
O de cómo España entierra su patrimonio con bolsas de basura mientras mira para otro lado
En un país donde los recursos públicos se dilapidan en ideología de género, chiringuitos “inclusivos” y ministerios para lo innecesario, una ciudad romana entera permanece en ruinas y en el olvido. Literalmente: abandonada, saqueada y plastificada con bolsas de supermercado. Bienvenidos a Regina Turdulorum, la ciudad romana que no es de nadie… y por eso es campo abierto para el expolio y la indiferencia institucional.
Un yacimiento arqueológico sin dueño
Regina Turdulorum está situado en el municipio de Casas de Reina (Badajoz), justo en la vía que unía Emerita Augusta con Hispalis. Una ciudad completa, con su teatro monumental, foro, termas, inscripciones, esculturas, mosaicos, necrópolis… y todo lo que haría envidiar a cualquier país civilizado que se precie. Pero en España, si no sirve para montar una performance woke, no interesa.
La gestión de Regina es tan surrealista que parece una sátira: el terreno es privado, la Junta de Extremadura organiza visitas sin tener la titularidad, la Diputación de Badajoz almacena esculturas bajo bolsas de plástico, y el Ayuntamiento asiste impotente a todo ello, sin capacidad de maniobra… Resultado: nadie es responsable, y todos lavan sus manos. Un limbo jurídico-institucional perfecto para la desidia y el saqueo.
Saqueos, detectoristas y mafias: barra libre al expolio
Mientras las instituciones se cruzan de brazos, mafias de saqueadores con detectores de metales campan a sus anchas. Lo que no se ha expoliado aún es porque pesa demasiado. Monedas, lucernas, fragmentos escultóricos, mármoles epigráficos… todo va directo al mercado negro. Y si alguien piensa que esto es nuevo, basta con leer los informes de los últimos veinte años. Ni una vigilancia permanente, ni cámaras, ni vallado efectivo. Nada.
Hablamos de un país, España, donde multan a un campesino por recoger leña pero no a quien revienta un yacimiento romano entero, queda clara la escala de valores: el pasado estorba si no da votos.
Comparaciones que sonrojan: Mérida, Segóbriga, Sagunto… y Regina
Frente al modelo Regina (abandono, expolio, bolsas de basura), yacimientos como Mérida, o Medellín (también en la provincia de Badajoz), o Segóbriga o Sagunto ofrecen un contraste doloroso. En ellos hay consorcios, fondos europeos, centros de interpretación, vigilancia, excavaciones continuadas y un flujo constante de visitantes. ¿Por qué? Porque allí sí hay voluntad política, interés municipal, y sobre todo, rentabilidad cultural y económica entendida como inversión, no como gasto.
En Regina, en cambio, se acumulan décadas de dejadez. Nadie ha querido asumir el coste de proteger, excavar o musealizar la ciudad. Mejor mirar para otro lado y dejar que el tiempo y los saqueadores hagan su trabajo.
¿Por qué nadie hace nada? Porque no hay votos que rascar
La situación de Regina es un síntoma. El patrimonio en España molesta, salvo que pueda utilizarse como arma ideológica. No da votos. No moviliza. No cabe en un eslogan progresista. Y por eso se deja morir. Las esculturas encontradas en Regina están almacenadas, deteriorándose, sin catalogar ni exhibir. El teatro está abierto… pero sin baños, sin centro de interpretación, sin protección contra el vandalismo.
La Junta de Extremadura organiza visitas, sí, pero no invierte en lo básico. Y la Diputación de Badajoz, presidida por un amigo íntimo del hermano de Pedro Sánchez, ha dejado claro que no tiene el más mínimo interés. ¿El Ministerio de Cultura? Ni está ni se le espera.
Un crimen patrimonial con todos los agravantes
Regina no solo es una víctima de la negligencia. Es un ejemplo claro de crimen patrimonial institucionalizado, donde la cadena de desidia va desde lo local hasta lo estatal. En un país donde se subvencionan festivales de reguetón con bandera LGTB en ruinas históricas, Regina no merece ni una caseta de vigilancia.
Los arqueólogos han denunciado durante años lo que ocurre. Los expertos han advertido del potencial del yacimiento. Pero mientras no se monetice con ideología, no importa. Las mafias siguen saqueando. Las esculturas siguen bajo bolsas. Y la ciudad romana, entera, sigue sin dueño, sin plan, sin futuro.
La alternativa: comprar, excavar, proteger
¿Qué se haría en un país serio? Primero, expropiar o comprar los terrenos. Segundo, crear un consorcio público con participación científica, municipal y regional. Tercero, excavar sistemáticamente. Cuarto, crear un parque arqueológico integral, con centro de interpretación, rutas, paneles, protección y proyección internacional.
Pero eso cuesta dinero. Y no genera titulares. Y nadie puede hacerse una foto señalando mosaicos mientras habla de “memoria democrática”. Así que Regina, la ciudad romana que podría ser orgullo cultural, sigue siendo tierra de nadie. Y por tanto, tierra de todos los saqueadores. Y, condenar a Regina Turdulorum a la damnatio memoriae, al olvido….