¿Qué preocupa y ocupa realmente a los españoles y por qué?
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
En la España contemporánea, saturada de ruido mediático y polémicas prefabricadas, la distancia entre las verdaderas inquietudes de los ciudadanos y las obsesiones de su clase política se ha vuelto abismal. Mientras el Gobierno convierte en prioridad debates como el aborto o la guerra de Gaza —temas omnipresentes en tertulias, platós y redes—, la realidad sociológica muestra otra historia: los españoles no están preocupados por lo que sus dirigentes discuten, sino por lo que viven.
El último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dibuja una radiografía exacta de esa fractura. A la pregunta de cuáles son los principales problemas que existen actualmente en España, ningún ciudadano menciona el aborto entre los cincuenta primeros. Ninguno. Las guerras en general —incluida la de Gaza, que ha generado intensas protestas y polarizado el debate político— apenas alcanzan el puesto número 28 de un total de cincuenta.
Vivienda, inmigración y empleo: la tríada real de las preocupaciones
En cambio, la vivienda, la inmigración y el empleo concentran la preocupación nacional. La vivienda se ha convertido en una angustia transversal:
- El 19,2% de los españoles la considera su principal problema.
- El 11,8% la menciona en segundo lugar.
- El 6,1%, como tercero.
En total, el 37,1% de los españoles encuestados considera un problema grave la dificultad para acceder a una vivienda digna, en propiedad o en alquiler. Los precios imposibles, la escasez de oferta y la presión fiscal han convertido la vivienda en un lujo inalcanzable para buena parte de los jóvenes y clases medias.
El segundo gran problema es la inmigración, que preocupa a más del 20% de los encuestados. En septiembre volvió a ser el segundo problema principal, solo por detrás de la vivienda, tras haber sido el tercero en julio. La inmigración ilegal y su impacto en la seguridad y en la cohesión social se han convertido en asuntos de primer orden.
Entre quienes la sitúan como el principal problema de España destacan los votantes de Junts (16,1%), Vox (15,2%) y Coalición Canaria (7,9%), muy por delante del resto. En cambio, solo el 0,2% de quienes votaron a Sumar en las últimas elecciones considera la inmigración su principal preocupación.
El tercer foco de inquietud lo constituye la clase política misma. Hasta un 10% de los ciudadanos expresa intranquilidad precisamente con los políticos, la corrupción, el enfrentamiento constante y la sensación de que las instituciones se hallan paralizadas o capturadas por intereses partidistas. Los problemas relacionados con la política, la corrupción y el mal comportamiento de los dirigentes han ido desplazando de las primeras posiciones a asuntos como la sanidad o incluso el paro.
Mientras tanto, las guerras —que tanta atención mediática suscitan— preocupan solo al 1,3% de los entrevistados. Gaza ha desplazado a Ucrania en el interés político y mediático, pero no en el ciudadano: la mayoría percibe esos conflictos como realidades lejanas y manipuladas, convertidas en pretextos ideológicos más que en dramas humanos.
El aborto: prioridad política, indiferencia ciudadana
Paradójicamente, el debate sobre el aborto, encendido por el Gobierno con la intención de incluirlo como derecho constitucional, no aparece entre los problemas de los españoles. A pesar del ruido y de los enfrentamientos entre dirigentes —con declaraciones cruzadas, descalificaciones y campañas—, el aborto no figura entre las cincuenta principales preocupaciones del país.
Solo un 0,2% o 0,3% de los encuestados, que se sitúan ideológicamente más a la derecha lo mencionan, y ese grupo representa apenas el 8% del total. Se trata, por tanto, de una preocupación marginal en términos estadísticos, aunque el Gobierno la haya convertido en una bandera simbólica y una cortina de humo.
Conviene recordar que, en España, el aborto es legal hasta la semana 14 de gestación sin necesidad de justificación alguna. Entre la semana 14 y la 22, también puede practicarse si existe grave riesgo para la salud o la vida de la mujer, o si hay anomalías graves en el feto. La Ley Orgánica 1/2023 garantiza su gratuidad y accesibilidad en centros sanitarios acreditados, permitiendo además que las mujeres a partir de los 16 años puedan abortar sin consentimiento de sus tutores legales. Solo las menores de 16 requieren permiso paterno o de sus representantes.
Más allá de la semana 22, la interrupción del embarazo se permite en casos excepcionales: cuando exista una patología fetal incompatible con la vida o una enfermedad extremadamente grave e incurable en el feto. Las administraciones sanitarias están obligadas a garantizar esta prestación en centros públicos o concertados, con criterios de gratuidad, accesibilidad y acompañamiento psicológico.
Mientras tanto, el Ministerio de Sanidad ha reactivado el registro de médicos objetores de conciencia, lo que ha reabierto el debate sobre la libertad profesional y de conciencia en el ámbito sanitario.
Toda esta polémica —artificial, ideologizada, repetida hasta la saciedad— no conmueve al ciudadano común, que se debate entre la hipoteca, el alquiler, el trabajo precario y la inseguridad creciente.
La política como teatro de distracción
En este contexto, el Gobierno de Pedro Sánchez ha convertido temas morales o ideológicos en ejes de su acción política. Lo hace en un momento en que la corrupción se ha vuelto endémica, el acceso a la vivienda se acerca a lo imposible, y la inmigración masiva genera tensiones sociales evidentes.
Para buena parte de los ciudadanos, la política ha dejado de ser el arte de gobernar y se ha transformado en un espectáculo de distracción, una escenificación constante para desviar la atención de los problemas reales. Los temas elegidos no son casuales: responden a una estrategia emocional, diseñada para dividir, encasillar, y mantener el control del discurso público.
Opinión pública y manipulación cultural
Evidentemente, no puede olvidarse que la llamada opinión pública está profundamente condicionada por las corrientes de pensamiento que se crean ex profeso por los medios de comunicación, los creadores de opinión y los aparatos educativos. Desde el parvulario hasta la universidad se inculcan determinadas visiones del mundo, emociones políticas, y una narrativa moral y social que define qué debe considerarse aceptable o reprobable.
La insistencia, hasta el hartazgo, hasta aburrir, acaba dando frutos. Lo que ayer escandalizaba, hoy se aplaude; lo que ayer se defendía como evidente, hoy se considera retrógrado.
El fenómeno se comprende a través de la ventana de Overton, el mecanismo por el cual una idea inicialmente impensable va desplazándose poco a poco hacia lo debatible, luego lo legal y finalmente lo obligatorio. Así, se han normalizado cuestiones como el aborto, la eutanasia, el divorcio exprés o el matrimonio homosexual, que hace apenas unas décadas habrían suscitado un amplio rechazo social.
Como advertía Ayn Rand, las cuestiones más difíciles de explicar, y de lograr que alguien escuche, son aquellas que siempre fueron evidentes, pero a las que la mayoría ha acabado renunciando. Esa renuncia —que es moral, intelectual y espiritual— explica la docilidad con la que la sociedad acepta su degradación.
La pérdida del sentido de lo evidente
El resultado es una ciudadanía anestesiada. Ha perdido el sentido de la evidencia moral, la jerarquía de los problemas reales y la capacidad de indignarse ante lo que debería importarle.
De ahí la pregunta de fondo: ¿por qué despreocupa la política?
Porque se ha convertido en una farsa, un teatro de sombras que entretiene mientras la casa se derrumba. Porque se discuten abstracciones morales mientras las familias no pueden pagar el alquiler. Porque se legisla sobre símbolos mientras crece la deuda, se hunde la natalidad y se desmoronan los servicios públicos.
El desinterés ciudadano no es apatía, sino una forma de desencanto racional: la constatación de que la política actual no resuelve, sino agrava; no sirve, sino que se sirve.
Hoy la política ya no se ocupa de lo público, sino de manipular emociones. Y así, entre distracciones calculadas, encuestas amañadas y una educación cada vez más ideologizada, España asiste —resignada, casi indiferente— a la pérdida de lo que debería preocuparle de verdad: la libertad, la seguridad, la prosperidad y el sentido moral.
Quizá esa sea la respuesta más lúcida a la pregunta inicial: los españoles se preocupan y se ocupan de sobrevivir, mientras su clase política se ocupa —y se recrea— en fabricar distracciones para que nadie piense en lo esencial.
