Orgullo, persecución y manipulación: la gran hipocresía global ante el drama homosexual

Antes de comenzar, conviene aclarar que no todos los homosexuales, hombres y mujeres, participan de las tesis, los objetivos ni la forma de vida del «lobby gay» ni de la denominada «perspectiva de género». Es fundamental distinguir entre la realidad de las personas y la agenda de ciertos grupos de presión que instrumentalizan su causa.

Orgullo: amor propio o soberbia

En la lengua española, orgullo es sinónimo de amor propio, de reconocimiento de que lo más valioso que uno mismo posee es «él mismo». Es sentirse digno, decente, con autoestima y autoeficacia; es poseer conformidad con lo que uno es, con sus riquezas y limitaciones, sin resignarse, y sin dudar de que se tiene el derecho a existir de forma auténtica, sin renunciar. Pero el vocablo orgullo también puede ser sinónimo de soberbia, vanidad, arrogancia, fatuidad, endiosamiento, inmodestia, petulancia, altivez, engreimiento, prepotencia. Y la celebración del «orgullo gay» en la mayor parte de occidente se desliza desde hace ya mucho tiempo peligrosamente hacia ese otro significado.

El «orgullo» y la dictadura de género

No es exagerado afirmar que, en España y en otros países de nuestro entorno cultural y civilizatorio, la situación se acerca peligrosamente a lo que el nauseabundo «Manifiesto SCUM» de Valerìe Solanas vaticinaba como paso previo a la «dictadura de género»: un sistema de apartheid que pretende alcanzar el feminismo de «género», también denominado «femiestalinismo». Hemos llegado a tal extremo que son generalmente hombres —supuestamente educados— quienes divulgan barbaridades para conseguir el diploma de «feminista mayor del reino», pidiendo perdón por haber nacido con pene.

¿Es exagerado hablar de un plan premeditado?

¿Puede parecer exagerado hablar de un plan premeditado de acoso y derribo de la «cultura heterosexual», encaminado a la destrucción de la institución familiar y a desestabilizar la sociedad? ¿Le parece excesivo, incluso ridículo?

No, no es exagerado en absoluto. Los hechos hablan por sí mismos. Estamos ante una estrategia calculada y sistemática que busca subvertir los valores tradicionales y la estructura familiar. Las pruebas son abrumadoras: desde la promoción desproporcionada de la agenda LGBTIQ+ en los medios, hasta la marginación cultural de la heterosexualidad, pasando por la demonización de la masculinidad y la ridiculización de la familia tradicional. Todo forma parte de un plan meticulosamente diseñado por las élites globalistas para fragmentar la sociedad, atomizar a los individuos y facilitar su control.

El 3% que lo inunda todo

Aunque escasamente el 3% de la población es gay y más del 97% heterosexual, el apoyo institucional a cuestiones como la familia, la paternidad, la maternidad, la masculinidad, la feminidad, el noviazgo, el matrimonio, el nacimiento, la crianza, es exiguo, incluso mezquino. Tales asuntos apenas reciben atención por el mero hecho de concernir a gente heterosexual. Si una mujer decide dedicar su vida a la familia, a la maternidad, a ser «ama de casa», es criticada de forma cruel. No se utiliza dinero público para ayudar a las mujeres a ser madres, pese a que la mayoría de las personas siguen considerando que uno de los principales objetivos en sus vidas es ser madres y padres. Sin embargo, la Administración del Estado dedica ingentes cantidades de los presupuestos a ayudar a las mujeres a «hacer carreras», a que se incorporen a lugares en donde por tradición, e incluso por tendencia natural, han estado ausentes.

Invisibilidad de la heterosexualidad

Si uno busca la palabra «heterosexual» en Google, encontrará unos 66 millones de entradas. Si busca «homosexual», hay más de 133 millones (más de 51 millones la palabra «lesbiana»). Una cuestión que afecta a no mucho más de 200 millones de personas, de más de 8.000 millones que pueblan el planeta Tierra, recibe tantísima atención. A la heterosexualidad se le ha hecho el vacío cultural, dándose trato preferente a la homosexualidad, o mejor dicho, al «homosexualismo». Se está produciendo desde hace ya mucho tiempo una campaña de lavado de cerebro, de manipulación de tal calibre que los heterosexuales han llegado a considerar que lo mejor, lo políticamente y socialmente correcto, es funcionar de manera invisible, para «no ofender» a los gays.

Apología de lo minoritario y demonización de lo natural

En televisión y medios, la heterosexualidad se muestra como algo a evitar, perverso, degenerado, anacrónico. Por el contrario, el homosexualismo es lo moderno, lo «progresista». La monogamia, la heterosexualidad como tendencia natural (enfocada en última instancia a la procreación y a la supervivencia de la especie) es ridiculizada; las relaciones estables se presentan como algo anómalo. En las películas se hace apología de las familias monoparentales, en las que casi siempre el padre está ausente, o es prescindible. El linchamiento de todo lo que huela a masculino es la norma.

¿Plan premeditado? Los datos confirman la sospecha

¿Les parece excesivo, e incluso ridículo hablar de un plan premeditado? Pues veamos algunos datos:

El feminismo ha sido diseñado para destruir a la familia (un objetivo ya previsto por Engels y Marx) y crear gente dócil y fácil de manipular. El objetivo del neo-comunismo, del homosexualismo, del femiestalinismo y del Nuevo Orden Mundial, también llamado «globalismo», ha sido siempre la destrucción de la familia. Así, la gente acaba buscando sentido de pertenencia en los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas, todos dirigidos por la élite.

Ingeniería social, élites y la ventana de Overton

El papel de las élites y el «gobierno mundial en la sombra» en la promoción del homosexualismo en Occidente es un aspecto clave en la transformación social que vivimos. No se trata de una deriva espontánea ni de un fenómeno natural, sino de una estrategia premeditada y cuidadosamente ejecutada por los grandes poderes globales, que han utilizado el procedimiento de la «ventana de Overton» para modificar, paso a paso, los límites de lo socialmente aceptable. Lo que ayer era impensable, hoy es debatible; lo que hoy se tolera, mañana se impone.

Los ingenieros sociales de la élite financiera globalista han sabido aprovechar la pereza intelectual, la credulidad y la tendencia al conformismo de la población occidental. Han convencido a las masas de que la única postura aceptable es la adhesión entusiasta a la «diversidad» y la «tolerancia», entendidas como la obligación de abrazar sin reservas la agenda homosexualista y de género, mientras se ridiculiza, margina o invisibiliza la heterosexualidad y la paternidad tradicional.

Estos ingenieros sociales saben que la gente es perezosa, acrítica y crédula, y que prefiere actuar según se le dice «dulcemente» que ha de hacerlo, antes que pensar por sí misma, usando su propia razón o incluso su «instinto». Como consecuencia, cuando un poder subversivo toma el control secreto, la gente resulta fácilmente manipulable.

La «tolerancia» como imposición

La reclamación de «igualdad», «tolerancia» y «diversidad» es el clásico procedimiento de los lobbies para subvertir la sociedad. Se sitúan en defensa de minorías, las retratan como víctimas, dividen y conquistan, colocan a sus agentes en el poder. Ellos llaman a esto «progreso», cuando en realidad es desintegración y tiranía.

En el contexto actual, la «tolerancia» realmente significa que los no-gays, los heterosexuales, la mayoría, deben abrazar con alegría el comportamiento homosexual. Esto se ve también en sus intentos permanentes para adoptar valores de aceptación del comportamiento gay. Los resistentes a esta imposición son tachados de «intolerantes» u «homófobos», aunque su única demanda sea la de aceptar la diferencia sin renunciar a sus propios valores. Hay una clara distinción entre aceptar las diferencias sin rencor y el no querer adoptar para uno mismo esas diferencias o ver a la sociedad en la que uno vive, subvertida.

La alianza homosexualismo-feminismo y el poder económico

La alianza homosexualismo-feminismo de género, el «femiestalinismo» echó a andar de la mano de las fundaciones Ford y Rockefeller, es decir, el «ultracapitalismo», lo que ahora se llama «globalismo», y está en perfecta sintonía con sus objetivos: sustituir el conflicto social por una lucha de sexos inducida. Así, la gente pone más atención en la violencia de género que en los miles de muertos anuales en accidentes laborales o de tráfico, en su mayoría hombres. Nadie habla de los cerca de un millar de hombres separados que se suicidan anualmente en España tras el divorcio, o de que el 70% del maltrato a niños y ancianos es provocado por mujeres.

Negocio redondo y desactivación social

Se divide a los trabajadores, se acaba con la familia nuclear para pasar a unidades minifamiliares atomizadas donde todos son consumidores individuales, incluidos adolescentes y niños. Negocio redondo. Se crea una sociedad donde otras creencias, como la religión, tienen menos margen de maniobra, y donde el globalismo puro y duro campa a sus anchas.

Políticas de problema y solución

Se busca «un problema» —lo haya o no—, se «encuentra» para aplicar lo que interesa a determinados políticos, se diagnostica erróneamente, se decretan soluciones duras e injustas, y luego se aplican a medias, tal cual diría Groucho Marx.

Adopciones y redefinición del matrimonio

Esta corriente de opinión está presente en las adopciones por parte de gays, que en cualquier sociedad sensata son consideradas un despropósito. Los niños, en su mayoría abrumadoramente heterosexuales, necesitan un padre y una madre, modelos heterosexuales. Llama la atención que se permita a los homosexuales adoptar a niños huérfanos, pero no a hombres heterosexuales adoptar a niñas o adolescentes.

Otra cuestión es la demanda del derecho al matrimonio por parte de personas del mismo sexo, que redefine y destruye el matrimonio, aunque en realidad son muy pocos gays los que quieren casarse. Prueba de ello es el escaso número de personas del mismo sexo que han recurrido a tal cosa en España desde su aprobación, pese a la insistencia política.

Realidad internacional

Evidentemente, las parejas homosexuales son tan dignas de respeto como cualquier otra pareja. Nadie debería tener ningún inconveniente contra quienes decidan unirse por amor, independientemente de si son o no del mismo sexo. Sin embargo, a pesar de la omnipresencia abrumadora de la ideología homosexualista y del feminismo de género, la mayoría de los habitantes de Croacia, por ejemplo, decidió en referendo prohibir el matrimonio homosexual. En Eslovaquia, donde están prohibidos el matrimonio homosexual y la adopción por parte de parejas homosexuales, se acabó celebrando un referendo –aunque no fue vinculante debido a la escasa participación- que dio como resultado un 90% de votos a favor de mantener la prohibición. Lo mismo sucede en otros países, sobre todo de la Europa oriental, como Rusia, Ucrania, Hungría, Polonia, Letonia o Lituania. En cuanto a Europa occidental, en Grecia e Italia el matrimonio homosexual sigue sin estar reconocido.

Al contrario de lo que ocurre en España, los homosexuales irlandeses, checos, alemanes, austriacos y suizos sólo pueden regularizar su situación como uniones civiles, y en la muy progresista y laica Francia, a pesar de haber sido autorizado el «matrimonio homosexual», el debate aún sigue abierto.

La gran hipocresía: fiestas en Occidente, muerte en Oriente

Mientras en Occidente se celebran fiestas estrafalarias, en países islámicos y bajo regímenes fundamentalistas, la homosexualidad se paga con la muerte. Irán, Arabia Saudita, Yemen, Sudán, Mauritania, Brunei, Nigeria, Somalia, Siria, Irak… la lista es larga y sangrienta. Lapidaciones, ahorcamientos, ejecuciones públicas. Y el silencio cómplice de quienes en Occidente se autoproclaman «progresistas» y defensores de los homosexuales es ensordecedor. Prefieren mirar hacia otro lado, centrando sus esfuerzos en imponer una agenda ideológica que margina a la mayoría heterosexual y ridiculiza la familia tradicional.

Conclusión

Muchos de nuestros líderes políticos y culturales, especialmente quienes dirigen los grandes partidos y medios, están vendidos y son un fraude que ha abrazado un deseo de muerte colectiva para nuestra sociedad. El homosexualismo ha sido diseñado para debilitarnos y postrarnos ante el régimen dictatorial y tiránico que anticipaba Valerìe Solanas en su «Manifiesto SCUM». Todas estas son las razones que están detrás de la falta de apoyo cultural a la heterosexualidad y de la hipocresía global: mientras aquí se celebra el «orgullo» con desfiles y dinero público, en la mitad del planeta se asesina a los homosexuales con la complicidad silenciosa de los autodenominados «progresistas».

Claro que no todo es tan sombrío, reconforta también acabar sabiendo que no todos los homosexuales, hombres y mujeres, participan de las tesis ni de los objetivos, ni de la forma de vida del «lobby gay», ni de la denominada «perspectiva de género». Pero, no obstante, es imprescindible (y más en estos momentos en los que en España se habla insistentemente de una necesaria regeneración) mirar con lupa las consecuencias de la progresiva implantación de las políticas «de género» y del homosexualismo, que no son otra cosa que instrumentos de ingeniería social al servicio de las élites globalistas.

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