Los «visitadores»: la enorme afición de los políticos y sindicalistas españoles a frecuentar burdeles…

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

Recuerdo que cuando yo era pequeño en mi casa había palabras prohibidas tales como «cachondo» y sus derivados. Todo lo relacionado con el comercio carnal, la prostitución, etc. era tabú.

Hace casi cincuenta años en España, palabras como «cachondo», «cachonda», «cachondeo» guardaban relación con la prostitución, con los burdeles, y evidentemente no tenían que ver con el significado que se les da actualmente de juerga, disfrute, broma, burla, o cuestiones por el estilo. Bueno, todavía «cachondo» y su femenino se utilizan como sinónimos de excitarse sexualmente, pero es una excepción.

Pues sí, originalmente así era, es por ello que nunca me sentí extrañado cuando el alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, dijo aquello de que «la justicia española es un cachondeo», siempre pensé que se refería a que los tribunales de justicia eran comparables a burdeles y no a que fueran «el club de la comedia» y que los jueces, fiscales y abogados fueran humoristas.

A la vez que escribo estas líneas me viene a la mente el libro de Mario Vargas Llosa, «Pantaleón y las visitadoras», basado en hechos reales; la narración sucede en la Amazonia Peruana, donde los soldados del Ejército de Perú son atendidos por un servicio de prostitutas, profesionales del sexo, a quienes llaman «visitadoras», para compensar de alguna manera el alejamiento de sus familias y su difícil acceso al sexo…

Y, por asociación de ideas, también, casi inevitablemente recuerdo cuando hace décadas un amigo mío, entonces «liberado sindical» (gracioso eufemismo) de un sindicato «de clase» (que no «con clase») acudía a múltiples reuniones, con bastante frecuencia e iba al encuentro de gente de la administración pública, políticos, miembros de las organizaciones patronales, etc. y me contaba -a medias- que tras reuniones a veces maratonianas que, duraban hasta altas horas de la noche, todos o casi todos acaban en algún burdel de carretera, de los muchos que hay diseminados por España, con nombres como «sala de fiesta». Y evidentemente no acudían a tomar una copa, muchos, según me contaba mi amigo, pasaban allí la noche, y también muchos ingerían sustancias «espirituosas» más fuertes que el alcohol… Más de una vez me dijo: «te sorprenderías si te contara cuanta gente de prestigio, relevantes, pasan por los puticlubes».

En España, al contrario que en el libro del Premio Nobel hispano-peruano, Vargas Llosa, no hay visitadoras sino «visitadores» que, al no poder conciliar vida familiar con sus tareas habituales, al verse alejados de sus esposas, de sus familias, diariamente, tras acudir a cientos de reuniones, «se compensan» comprando sexo, drogas, alcohol… con dinero de los impuestos que pagamos los españoles.

Llama poderosamente la atención que, políticos, sindicalistas, «agentes sociales» como se hacen llamar, gente que cuando yo era pequeño eran calificados como maleantes, gente de mal vivir, indecentes, etc. digan que nos representan y, para recochineo, nos den lecciones de moral y de buenas costumbres.

Pero lo que más sorprende es que estos depravados reciban dinero de nuestros impuestos (así lo determinan la Constitución Española y las leyes), no sean inspeccionados ni contralados de ningún modo, y nadie ponga el grito en el cielo por gastarse esta gentuza, capos de cárteles mafiosos, nuestro dinero en protitutas, alcohol y drogas… Y, aquí nunca pasa nada, pues, la justicia, como decía Pedro Pacheco, es un cachondeo…

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