Los gobiernos y las supuestas «comisiones de investigación» son culpables de ocultar la pederastia y cómplices de los abusadores…

Hay que decirles a los gobernantes: ¡Basta ya de convertir a la Iglesia en chivo expiatorio de sus responsabilidades!

Demos un paso atrás para observar mejor el panorama. Empecemos por las acusaciones de pederastia contra los miembros de la Iglesia, que se  están produciendo en el área anglosajona, Francia y Alemania, a las que ahora se añade España, por medio de una acción guiada desde el 2018 por el periódico de la izquierda globalista El País, teléfono para denuncias anónimas incluidas, y que une en una operación simultanea al gobierno, Congreso de los Diputados y Fiscalía.

En todos estos procesos y escenarios anida una poderosa anomalía. ¿Por qué la necesaria lucha contra la pederastia (que debería extenderse a la prostitución de menores, con igual o mayor fuerza) solo se centra en los presuntos delitos cometidos por la Iglesia, cuando estadísticamente y en todos los lugares, constituyen una mínima expresión del total? En España y entre 2009 y 2019, solo representa un 0,2%, como ha señalado la declaración firmada por e-Cristians, Cristianos en Democracia, Fundación Educatio Servanda y Plataforma para la familia-ONU (Leer aquí) en la que exigen que se consideren todos los casos, incluidos los de los muy numerosos funcionarios públicos, y todas las víctimas, cosa obvia si existe la voluntad de concretar políticas públicas que resulten validas. Porque, ¿Cómo van a explicar algo si dejan fuera el 99,8% de los casos?

pederastia

Parece una broma pesada, un desvarío… No lo es. Se trata de una intención y sigue una estrategia ligada a esta extraña maniobra de reducir hasta dejar en nada el campo de observación de los delitos, para así concentrarlos solo en la Iglesia. Se  trata de extender hacia mucho tiempo atrás la indagatoria eclesial, hasta los años cincuenta del siglo pasado, incluso más atrás, cuando los presuntos culpables están muertos en algunos casos, y los delitos, de haberlos, han prescrito, en lugar de concentrase en la última década, en la que sí puede aportar responsabilidades efectivas y una información mejor. La razón también  es obvia. De esta manera se consigue multiplicar en términos absolutos el número de presuntos culpables religiosos. Si observando 10 años, son pocos, si le agregamos 7 u 8 veces más conseguiremos unos números más vistosos. Esto es una evidencia.

Tesis. Estratégicamente se puso en marcha una picadora de carne dirigida a conseguir que los abusos a menores quedaran fijados en un solo sujeto, la Iglesia, y que junto con el desprestigio que ello comporta, se produjeran reacciones en su seno, como así ha sido, que ayuden a su desmembramiento.

Si un estado mayor especializado en psicología de la conducta hubiera diseñado un ataque contra el único gran intelectual orgánico, que en Occidente resiste, mal que bien, a la desvinculación y sus “estados policiales rosas” con banderas arco iris, la elección del tema de los abusos sexuales  a menores, ha resultado  genial, porque dada la mentalidad eclesial  mayoritaria, se podría prever que la respuesta oscilaría entre la vergüenza, un acierta ocultación, la petición de perdón reiterada y el resarcimiento; en definitiva el asumir el hecho sin cuestionar que así era convertida en chivo expiatorio de un mal social.

El éxito ha sido asombroso, porque la Iglesia, no tanto ella como la instituciones eclesiales, han llegado a negarse a sí mismas su capacidad de indagar objetivamente y juzgar su propia realidad, y se ha librado a manos de comisiones mundanas, que han hecho lo que han querido, en ocasiones bien, la mayoría de las veces mal. ¿Nadie se da cuenta de que cuando la Iglesia dice que lo haga una comisión independiente está negando ante el mundo su autoridad? Una autoridad  que, como principio, no es suya, sino que procede del mismo Jesús. ¿Cómo va a dejar atado o desatado nada en la tierra, para que prevalga en el cielo, si se declara incapaz de informar y juzgar sus propios  actos? ¿Se deja arrastrar por la mundanidad?

¿Cómo puede haber caído en tan evidente trampa? ¿Cómo puede haberse olvidado tanto de quién es y de por qué está en el mundo?

¿No es penoso ver a católicos  con responsabilidades pedir el fin del celibato a causa de la pederastia cuando es público y notorio, aunque nadie lo diga por su nombre, que se trata de abusos nacidos de impulsos y deseos homoeróticos, homosexuales, en los que la mujer poco pinta?  Encima del gran error, una parte de los de casa siempre parecen más dispuestos a seguir a la mundanidad, que tiene amo, que a confiar en su propia fe y tradición. Han echado leña al fuego.

Hay que terminar con eso. Hay que construir un nuevo relato: el de la verdad y la justicia.

La pederastia es uno de los grandes males de la sociedad desvinculada donde el deseo sexual campa sin límites. Su efecto ha contaminado a personas dentro de la Iglesia, pocos en proporción y menos en relación con la mundana. Esto, en lo que nos afecta eclesialmente,  se debe sanar y reparar de manera imperativa, cosa que en gran medida ya ha hecho, y lo ha de hacer la Iglesia y solo ella. Al mismo tiempo ha de practica la gran denuncia de los abusos sexuales en la sociedad y encabezar una comisión independiente que los examine a todos al menos de una década, la última, incluyendo en esta tarea la prostitución infantil. Es la sociedad, sus instituciones, quienes están enfermos de esta sexualidad desviada, y ahí hay que acudir a denunciar proféticamente y sanar.

Por último, hay que poner en primer plano con palabras claras y que alcancen a todos la defensa de nuestros sacerdotes y religiosos, como lo que son, hombres de bien.

Sin estos cambios, hoy por hoy, son los propios estados, gobiernos y medios de comunicación, los que con su ocultación se convierten en cómplices de esta plaga.

¡Basta ya de usar a la Iglesia como chivo expiatorio! ¡Alzaos de una vez seguidores de Cristo!

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