La Era de la Misandria: El Suicidio Silencioso de Occidente

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Diagnóstico de una Civilización en Declive
Anatomía de una Sociedad Hostil al Hombre
Vivimos en una época en la que lo más elemental y lo más obvio deben ser recordados a diario. La confusión, la ignorancia y la manipulación han alcanzado tal grado que resulta imprescindible volver a los clásicos para entender el presente. Erasmo de Rotterdam advertía en su “Elogio de la Estulticia” que “más vale tener gobernantes malvados que gobernantes estúpidos e ignorantes”, pues los primeros son previsibles, mientras que los segundos, por su ignorancia, son absolutamente imprevisibles y peligrosos. Hoy, la sociedad occidental parece gobernada por una mezcla letal de mezquindad, insensatez y deshumanización, una élite que mira hacia otro lado ante el sufrimiento ajeno y que, por acción u omisión, ha alentado el auge de ideologías liberticidas y totalitarias.
No sabemos si es resultado de la “modernidad”, de la ignorancia atrevida o del olvido de la historia, pero lo cierto es que Occidente está siendo malgobernado por quienes han permitido —y a menudo promovido— la destrucción de los fundamentos de la convivencia y del sentido común. La “ideología de género”, lejos de ser una reivindicación de igualdad y justicia, se ha convertido en un mecanismo de ingeniería social, censura y privilegios, que amenaza lo poco que queda de Estado de Derecho, de libertades y de derechos individuales.
1. ¿Por qué parece que la sociedad está en declive, que la justicia y la moral sufren un retroceso, que la tiranía de las élites causa estragos aunque la mayoría esté en contra, mientras la verdadera causa permanece oculta?
La raíz de este mal endémico es la misandria: el odio, desprecio y prejuicio sistemático hacia los hombres, una plaga que corroe los cimientos de Occidente y amenaza con arrastrar a toda la civilización al abismo. El mundo occidental se ha transformado lentamente en una civilización que infravalora a los hombres y sobrevalora a las mujeres, en la que el Estado transfiere por la fuerza recursos de los hombres a las mujeres, creando numerosos y perversos incentivos para las que, de otra manera, serían buenas mujeres, dando lugar a mujeres que actúan en contra de los hombres. El Mundo Occidental se ha transformado en un sistema donde todo lo masculino es denigrado, y por el contrario, todo lo femenino es celebrado y ensalzado. Todo ello es injusto, perjudicial para ambos sexos, y es una receta para un rápido declive de nuestra forma de vida, nos aboca al suicidio como civilización, y es una losa, una hipoteca que, en última instancia, recaerá en una siguiente generación de mujeres inocentes, desde ahora en adelante.
2. ¿Qué pasaría si el insostenible sistema de pensiones, el coste creciente de la seguridad social, el estancamiento de los sueldos, el aumento de la criminalidad, el desmoronamiento de las infraestructuras y hasta el declive de las grandes ciudades tuviesen un origen común?
Sucede, de hecho, que todos estos problemas tienen su raíz en la destrucción del contrato social tradicional entre hombres y mujeres, en la demonización de la masculinidad y en la instauración de políticas que penalizan al hombre corriente y premian a la mujer, independientemente de sus méritos o necesidades reales. El Estado, al subvencionar la maternidad en solitario, al penalizar la paternidad y al transferir riqueza de los hombres a las mujeres, ha creado una estructura de incentivos que desmotiva a los hombres corrientes, los margina y los convierte en parias dentro de su propia comunidad. El resultado es una civilización que se autodestruye, que pierde cohesión, productividad y sentido de propósito, y que condena a las próximas generaciones a una existencia precaria y desarraigada.
3. El mito de la opresión femenina y el poder masculino: una mentira institucionalizada
A todos nosotros, hombres y mujeres, se nos ha inculcado desde pequeños cómo supuestamente las mujeres han sido oprimidas a lo largo de la historia de la humanidad, y como esto ha sido algo sistemático y promovido por hombres corrientes que probablemente disfrutaban de una vida mucho mejor que las mujeres. En realidad, toda este relato no es nada más que un bulo prefabricado. El común de los mortales fue forzado a lo largo de la Historia a jugarse la vida en el campo de batalla, en el mar o en las minas, mientras la mayoría de las mujeres se quedaban en casa, cuidando de la prole y ocupándose de las tareas domésticas. La esperanza de vida de los hombres ha sido siempre enormemente más baja que la de las mujeres, y aún hoy continúa siendo inferior.
La guerra ha sido una constante a lo largo del tiempo (y la paz una excepción) en los momentos anteriores a la época moderna, y allí donde fuese que dos tribus, o reinos, entrasen en conflicto la una con la otra, el lado perdedor vio como muchos de sus hombres en plena juventud, morían asesinados; mientras que las mujeres eran asimiladas por la sociedad invasora. Ser una concubina o una mujer que atiende a las tareas de la casa no parece un destino muy afortunado, pero no lo es tan desafortunado, si lo comparamos con ser sacrificado en batalla como lo fueron continuamente los hombres, siglo tras siglo. ¿A alguien le gustaría que hombres y mujeres invirtiesen los papeles?
La mayor parte de este discurso proviene de ‘feministas’ que comparan las situaciones de las mujeres corrientes de la época con las de los hombres en lo más alto de la escala social (el monarca y otros aristócratas), en lugar de compararlas con las del hombre corriente. Esta práctica es conocida como la “Falacia del Ápice” (Apex Fallacy) que, se produce cuando alguien evalúa a un grupo basándose en la forma de vivir, o cómo funcionan los que mejor viven del grupo; obviamente, no en una muestra representativa de los miembros del grupo, y ya sea de forma accidental o de forma intencionada, tergiversa la realidad.
Para aproximarse a las condiciones de vida de la mujer corriente y del hombre corriente en el Mundo Occidental de hace un siglo -por poner un ejemplo-, simplemente hay que observar las vidas de los más pobres campesinos de los países pobres: tanto los hombres como las mujeres tienen que llevar a cabo trabajos duros y tediosos, tienen insuficiente ropa y alimentos, y oportunidades limitadas.
En cuanto a ciertas anécdotas como el derecho al voto, en la mayoría de los casos, los hombres tampoco podían votar. De hecho, si uno compara la historia de las diversas naciones, todas ellas concedieron el acceso al sufragio, el derecho al voto a hombres y mujeres en el mismo momento o casi… Incluso hoy, de 200 Estados soberanos en el mundo no existe ninguno que, dé un distinto tipo de derecho al voto a hombres y mujeres. Cualquier afirmación de que, en otros tiempos a las mujeres se les estaban negando derechos que los hombres tenían, no tiene fundamento, es una falacia absoluta.
Esto no es negar las genuinas atrocidades que han sido perpetradas y que se siguen perpetrando en contra de las mujeres como la mutilación genital (también los hombres son mutilados genitalmente y en mayor número que las mujeres…) Pero los hombres también han sufrido atrocidades tan terribles o más, de las que nada se habla… Cuando un hombre es genitalmente mutilado por una mujer, otras encuentran esto algo gracioso, y están orgullosas de decirlo públicamente. (Youtube: Solo es Sexista si los hombres lo hacen)
Es moralmente injusto que los miembros de un grupo contemporáneo exijan reparaciones, por una injusticia que, supuestamente se produjo hace más de un siglo, o más… de la que fueron víctimas personas que ya no están vivas. Pero, peor aún es cuando esta opresión es un bulo, un embuste prefabricado. El mito de la opresión femenina por parte de los hombres en general, debe ser rechazado y refutado, pues es una enorme mentira
4. La ausencia de la masculinidad en la cultura popular y el entretenimiento
Hoy, la industria del ocio muestra generalmente a los hombres de negocios como villanos, y a los maridos como ineptos que están siempre bajo la autoridad de la todopoderosa esposa, que nunca se equivoca. Raro es el Show que no retrata de forma compasiva a la agraviada mujer, pero nunca a los hombres que también han sufrido grandes injusticias. Absurdamente, falsos mitos feministas tales como la creencia de que, las mujeres reciben salarios inferiores en comparación con los hombres por el mismo rendimiento en el trabajo, o que el adulterio y la violencia doméstica son cometidos exclusivamente por hombres, son metidos con cuña en todos los medios, incluso dentro de los guiones de las comedias y las series dramáticas de televisión.
Todo esto invita a las mujeres a faltarles el respeto o a menospreciar a los hombres, a las esposas a pensar mal de sus maridos, y a las hijas a devaluar la importancia de sus padres, lo que lleva a la normalización de las madres solteras (subvencionadas con dinero público), a pesar de que en realidad la mayoría de las madres solteras no son víctimas, sino simplemente mujeres que pasaron una buena época disfrutando de todo un “carrusel” de hombres. Esto, a su vez, produce más hijos huérfanos de padre que crecen con el mensaje de que el comportamiento natural masculino es equivocado y que la feminización es normal.
5. La naturaleza de hombres y mujeres: biología y sociedad
La investigación genética ha demostrado que antes de la era actual, el 80% de las mujeres conseguían reproducirse, pero solo el 40% de los hombres lo lograba. La obvia conclusión de esto es que, unos pocos hombres tenían múltiples mujeres, mientras que el 60% restante de hombres no tenía ninguna, o apenas ninguna, posibilidad de reproducirse. Esto es así porque a las mujeres no les importa compartir a los hombres de la cima de la escala social con otras mujeres, prefiriendo ser una de cuatro mujeres que compartan el mismo ‘macho alfa’, en lugar de disponer de la exclusividad absoluta de un ‘macho beta’.
Investigaciones en gorilas, chimpancés y tribus humanas primitivas demuestran que los hombres son promiscuos y polígamos. Esto no es nuevo para una persona medianamente formada e informada, pero investigaciones más profundas muestran que las mujeres no son monógamas, como es aceptado popularmente, sino hipergámicas. En otras palabras, una mujer puede sentirse atraída por un solo hombre en un período determinado, pero a medida que el status y la fortuna de los hombres fluctúa, la atención de una mujer puede subir o bajar y cambiar de un hombre a otro. Hay una constante rotación en los rangos de los machos alfa de la cual las mujeres son muy conscientes.
Como resultado, las mujeres son las primeras en querer estar en una relación monógama, y las primeras en querer salirse de ellas (y por lo tanto, repudiar y desahuciar a su hasta entonces compañero). Esto que describo, no es bueno ni malo, sino simplemente algo natural. Lo que está mal sin embargo, es la presión social y cultural sobre los hombres para comprometerse en matrimonio bajo la falsa etiqueta de que tienen ‘miedo al compromiso’ o padecer el llamado ‘Síndrome de Peter Pan’ mientras que, por el contrario, ya no existe la tradicional condena social que se le reservaba a las mujeres adúlteras que destruían el matrimonio, a pesar de que en el 90% de los divorcios son las mujeres quienes dan el primer paso. Es más, cuando la mujer destruye el compromiso y daña con ello a los hijos, ella exige que sea el hombre, al que abandona y expulsa de su vida -a la vez que lo expulsa de la crianza y la educación de los hijos-, el que siga pagando…
Un hombre que se niega a casarse, ni está dañando a menores inocentes ni espera parasitar, ni vivir a costa de alguna mujer. Este absurdo e hipócrita doble estándar, a la vez que doble moral, supone costos invisibles pero importantes para la sociedad.
6. El contrato civilizatorio: matrimonio monógamo y estabilidad social
Para darle un mayor incentivo a los hombres ‘beta’, para que consiguieran rendimientos económicos superiores al mínimo que se necesita para subsistir, al mismo tiempo que controlaban la hipergamia de las mujeres que privaría a sus retoños de la interacción con sus padres biológicos, las grandes religiones establecieron una institución para forzar que la conducta de ambos sexos no fuera destructiva, penalizando las primitivas tendencias naturales de cada uno. Esta institución es conocida con el nombre de ‘matrimonio’.
Las sociedades que implantaron el matrimonio monógamo se aseguraron de que todos los machos beta tuvieran esposas, de esta manera se promovió la obtención de un mayor rendimiento productivo de estos hombres que, en tiempos prehistóricos no habrían tenido ningún incentivo en ser productivos. Las mujeres, por su parte, recibieron un proveedor, un protector y un mayor estatus social que las mujeres solteras que, muy a menudo estaban condenadas la pobreza. Cuando este esquema se aplica a una extensa población de humanos, esta forma de organización social es conocida con el nombre de ‘civilización’.
Todas las sociedades que alcanzaron grandes avances y perduraron durante muchos siglos siguieron esta fórmula con escasas diferencias, y es notable la similitud en la naturaleza del matrimonio monógamo en culturas que aparentemente son muy diferentes entre sí. Las sociedades que se desviaron de este modelo fueron rápidamente reemplazadas. Este ‘contrato’ entre los sexos era ventajoso para los hombres beta, mujeres mayores de 35 años y los niños, y al mismo tiempo limitó las actividades de los hombres alfa y de las mujeres menores de 35 (que sumados entre sí son un grupo menos numeroso que el primero).
7. ¿Qué ocurre cuando los controles tradicionales de la civilización se abolen para hombres y mujeres? Las Cuatro Sirenas
Cuatro fuerzas, cuatro factores, actúan como auténticas “sirenas” modernas, seduciendo y desestabilizando el equilibrio social que durante siglos sostuvo la civilización occidental: la anticoncepción, la pornografía, la prostitución y la independencia económica femenina.
- Anticoncepción: Separó la sexualidad de la reproducción y permitió a las mujeres elegir pareja sin temor a las consecuencias de un embarazo no deseado.
- Pornografía: Ofrece a los hombres una vía de escape, reduciendo su motivación para buscar pareja y competir en el mercado sexual.
- Prostitución: Se ha despenalizado o normalizado en muchas sociedades, permitiendo a los hombres acceder a sexo sin compromiso.
- Independencia económica femenina: Ha eliminado la necesidad de depender de un hombre proveedor, permitiendo a las mujeres seleccionar pareja únicamente por atractivo o estatus.
El resultado: familias rotas, hombres desmotivados, mujeres solas, hijos sin referentes y una sociedad al borde del colapso.
8. Discriminación positiva: el disfraz moderno de la coacción igualitaria
Lo que la progresía y la ingeniería social contemporánea llaman “discriminación positiva” no es sino la forma postmoderna de imponer las políticas igualitarias propias del socialismo y de los regímenes colectivistas. Bajo el pretexto de corregir injusticias históricas, se ha construido un sistema de trato preferente, de privilegios legales y sociales que, lejos de combatir la desigualdad, la perpetúan y la agravan, atacando la libertad individual y despreciando la diversidad y la riqueza de las capacidades humanas.
La llamada “discriminación positiva” —que en español debería llamarse trato de favor o trato preferente— es intrínsecamente coactiva. Es un ataque directo a la libertad y a la dignidad, pues parte de la premisa de que los individuos no pueden progresar por sí mismos, que necesitan ser tutelados, guiados, protegidos incluso contra su voluntad, por una élite política y burocrática que decide quién merece ser ayudado y quién debe ser sacrificado en el altar de la igualdad forzada.
Las políticas de discriminación positiva no provocan otra cosa, generalmente, que un enorme resentimiento social. Cuando el poder político promueve medidas de discriminación positiva (lo cual hace por puro electoralismo, favoreciendo a un grupo social fácilmente identificable para conseguir el apoyo de sus miembros en futuras citas electorales) acaba corrompiendo moralmente a la sociedad, pues se acaba propagando la idea de que es legítimo reivindicar la compensación de un determinado agravio pretérito, en lugar de preocuparse de labrar su futuro confiando en sus posibilidades, en igualdad de oportunidades con el resto de sus semejantes.
9. Ejemplos históricos y legislación comparada
- Estados Unidos: Las políticas de affirmative action, implantadas para corregir la discriminación racial, han generado enormes tensiones y resentimientos sociales. Thomas Sowell, en su obra “La discriminación positiva en el mundo”, demuestra con datos y ejemplos que estas políticas no solo no han solucionado los problemas que pretendían resolver, sino que han perjudicado a sus destinatarios, fomentando el victimismo, la mediocridad y la desconfianza entre grupos sociales.
- India: Las cuotas reservadas para las castas consideradas “desfavorecidas” han perpetuado la división social, han generado corrupción y han impedido la movilidad y la meritocracia.
- España: La aplicación de la “Ley Integral contra la Violencia de Género” ha traído como consecuencia la detención y el procesamiento indiscriminados de cientos de miles de hombres, ocasionando más y mayores problemas que los que supuestamente se pretendían solucionar.
- Suecia, Noruega y otros países nórdicos: La ley de cuotas obliga a las empresas y partidos políticos a reservar puestos para mujeres, aunque no haya mérito ni capacidad equivalente.
- Francia, Bélgica, países nórdicos, Canadá y Estados Unidos: En estos países, la custodia compartida es la norma tras el divorcio, avalada por estudios científicos y por la experiencia internacional. En España, pese a la jurisprudencia del Tribunal Supremo y a la evidencia de que es la mejor opción para el bienestar del menor, apenas se concede en la práctica.
10. Denuncia final: una llamada urgente a la rebelión intelectual y moral
Basta ya de silencios cómplices. Basta de aceptar sin rechistar la demonización del hombre corriente, la criminalización de la masculinidad, la destrucción de la familia y el expolio institucionalizado de los varones. Basta de falacias, de victimismo, de privilegios disfrazados de derechos. Basta de una cultura que celebra la misandria y castiga la excelencia, el esfuerzo y la responsabilidad masculina.
La era de la misandria es la era del suicidio silencioso de Occidente. Es hora de denunciar, de rebelarse, de restaurar el equilibrio, el respeto y la verdad. Es hora de romper el tabú, de exigir justicia, de reconstruir el contrato social que hizo posible la civilización. La misandria es una losa que hipotecará el futuro de todos, hombres y mujeres por igual. No podemos permitirlo. El tiempo de la denuncia ha llegado. El tiempo de la restauración es ahora.