La crisis de relación entre hombres y mujeres: análisis exhaustivo, sin concesiones ni eufemismos

En la sociedad actual, la relación entre hombres y mujeres atraviesa una crisis profunda y multidimensional que exige un análisis detallado, riguroso y libre de los tópicos ideológicos y de la corrección política. Esta crisis se manifiesta en los planos económico, social, cultural, psicológico y lingüístico, y ha transformado de raíz la convivencia y la percepción mutua entre los sexos.

Descompensación económica, emocional y social

Las mujeres jóvenes, cada vez más autónomas, ya no aceptan vínculos en los que asumen toda la carga. Muchas superan económicamente a sus compañeros, novios o esposos, lo que genera tensiones visibles e invisibles. Según datos recientes, una gran parte de las mujeres menores de 30 mantiene una relación sentimental estable, mientras que solo uno de cada tres hombres puede decir lo mismo. Muchas mujeres optan por salir con hombres mayores, ante la dificultad de encontrar entre sus coetáneos a alguien emocional y económicamente estable.

El problema no es solo financiero: es actitudinal. Si un hombre aporta una escasa renta, ¿está contribuyendo de manera correcta emocionalmente o en otros aspectos a la relación? En muchos casos, los hombres no compensan su menor aportación económica con otras formas de cuidado o compromiso.

En muchos lugares un tercio de las mujeres gana más que sus compañeros sentimentales, y algunas incluso falsean sus ingresos para aparentar lo contrario. Cuando la contribución masculina no logra seguir el ritmo del aporte femenino, desemboca en relaciones rotas, soledad creciente y una generación de mujeres que siente que obtiene poco de sus relaciones con hombres.

Hipergamia y expectativas incompatibles

La Psicología Evolutiva considera que la hipergamia —la tendencia a buscar un compañero con mayor estatus económico, educativo o social— es una estrategia adaptativa para garantizar protección y seguridad para los hijos, patrón que aún influye en el subconsciente colectivo. Actualmente, las mujeres están superando a los hombres en niveles de educación superior en muchos países. Según datos recientes, el 54% de los graduados universitarios en la América Española, en Europa, en el mundo occidental en general, son mujeres, y en algunas ciudades este número supera el 60%. Esto ha generado una asimetría de estatus, donde muchas mujeres no encuentran hombres con un nivel “igual o superior” al suyo.

Las redes sociales promueven que la gente aspire a un estilo de vida donde el “éxito” se asocia al lujo, el poder y la imagen, elevando las expectativas en la elección de compañero. Pese al avance en equidad, muchas culturas siguen reforzando el ideal del hombre proveedor y la mujer que “aspira a más”, reproduciendo inconscientemente la hipergamia como un ideal deseable. Muchos hombres no han sido preparados para una sociedad donde ya no son indispensables como proveedores, lo que genera una crisis de valor interno que se manifiesta en evasión, inseguridad o rechazo al compromiso.

En la actualidad, el 45% de las mujeres entre 25 y 45 años permanece soltera en economías desarrolladas, muchas por no encontrar compañeros que cumplan sus criterios de estatus. En Estados Unidos, el 63% de los hombres menores de 30 años están solteros y muchos no buscan activamente una relación sentimental; y en Europa la situación es muy similar. Los hombres se están evadiendo de relaciones formales por sentirse “insuficientes” económicamente (52%) o por estrés emocional o financiero (48%). Además, uno de cada cuatro jóvenes varones simpatiza con ideas que promueven la vida sin compromiso sentimental.

La crisis silenciosa de los hombres jóvenes

Los hombres jóvenes se enfrentan a la soledad, la depresión, el bajo rendimiento y la falta de propósito. Por primera vez, una persona de 30 años no alcanza el nivel de bienestar económico que tenían sus padres a esa edad.

En centros urbanos de Estados Unidos y Europa, las mujeres menores de 30 años ya superan a los hombres en ingresos y propiedad de vivienda, lo que algunos consideran un signo de victoria para la autonomía femenina.

Aunque la soledad afecta a ambos sexos, sus consecuencias son especialmente duras para los hombres jóvenes, que tienden a canalizar la energía romántica hacia videojuegos, pornografía o aislamiento social.

El resultado es una generación de varones inviables emocional y económicamente, reflejado en que dos tercios de las mujeres menores de 30 tienen novio, mientras solo uno de cada tres hombres mantiene una relación sentimental.

El fenómeno feminaziestalinista: una nueva tribu urbana

En este contexto de transformación y conflicto, ha surgido una nueva “tribu urbana” que se está propagando rápidamente. Cualquier hombre heterosexual —el 97 o 98 por ciento de la población masculina— se habrá percatado de su existencia: las feminaziestalinistas.

Como cualquier tribu urbana, son gente joven que viste de forma similar, posee hábitos comunes y frecuenta los mismos lugares. Las feminaziestalinistas son el resultado de la hibridación de un perroflauta y un progre. Están omnipresentes: en los medios de información, en las asociaciones vecinales, en los gabinetes de “orientación” de los institutos de secundaria, en las Facultades Universitarias, en las parroquias católicas, en los partidos políticos y en los sindicatos, particularmente en los autodenominados “progresistas”.

Como cualquier “tribu” que se precie, sus integrantes, quienes se adscriben a esta manada, poseen costumbres, hábitos –y hábitos– muy especiales. Veamos algunas características, algunas señas de identidad:

  • El pelo es uno de sus rasgos más peculiares. Las “miembras” más maduritas suelen llevar pelo corto teñido de color rojo fuego, y en ocasiones morado, alusiones claras al comunismo y republicanismo. También se da la variante gris-blanco en cualquier longitud, como muestra de oposición a la tiranía de la moda y de lo que denominan “auto-cercenación” de la feminidad. Las “miembras jóvenas” suelen llevar un corte de pelo, denominado “mullet”: corto por delante, flequillito muy corto, a bocados, y largo por detrás. Algunas llevan las sienes, o una de ellas, rapada; otras añaden “rastas”. Las que hacen apología de la fealdad recurren simplemente a llevar el pelo corto, llegando casi “al cero”. El objetivo es parecer lo menos femeninas posible.
  • El atuendo de las individuas de más avanzada edad suele ser de colores extravagantes, vestidos floreados, túnicas y atavíos por el estilo. También suelen elegir chaquetas, o rebecas, grises o marrones con hombreras y acompañarlas de faldas hasta los tobillos. Las prendas de vestir de las más jóvenes suelen imitar los vestidos de la última década del siglo XX, tirando a “perrofláuticos”: mayas y camisetas de rayas, petos de estilo malabarista, y ropa artesanal, de las que distribuyen quienes se dedican al negocio denominado “comercio justo”. Predominan los colores morado y violeta. También suelen atarse al cuello algún “fular” generalmente de color lila, o multicolor, con los colores de la bandera “gay”.
  • Distribución geográfica y hábitat: Habitan tanto en ciudades como en pueblos. Frecuentan plazas y, como buenas individuas gregarias, siempre van en grupo. Se agrupan en juntas, «círculos», asambleas y comandos diversos, para “luchar contra el sistema”. Visitan parques con zonas infantiles, acompañadas de niños desaliñados y perros. Abundan en las Universidades de Humanidades, especialmente en departamentos subvencionados con dinero público. Pululan por tascas, mesones y bares casposos, casas okupas, centros cívicos…

Pensamiento y doctrina

La mayoría son comunistas, socialistas, anarquistas o se autodenominan “progresistas”, aunque algunas niegan participar de ninguna “ideología”. Su doctrina está impregnada de odio, rencor, maniqueísmo, fanatismo e intolerancia.

Si uno trata con ellas, solo cabe estar con ellas o contra ellas. Su discurso es tramposo, incomprensible y falaz, recurriendo constantemente a falacias lógicas, especialmente la falacia ad hominem. Cuando no logran que su contrincante se retire, intentarán aburrirlo por hartazgo, saltando constantemente de tema.

Echan pestes de cualquier relación sexual, especialmente heterosexual, por considerarla implícitamente desigual, de dominación y violenta. Llegan a equiparar cualquier acto sexual entre hombre y mujer con una violación, aunque sea consentido. Abogan por perseguir la prostitución (voluntaria o no) y la pornografía.

Sienten un profundo odio hacia los hombres y todo lo que, a su entender, huela a burgués, aunque acaben aceptando a “feministas burguesas”. Pese a que lo nieguen, muchas desearían formar una familia tradicional, “aburguesada”. Aborrecen cualquier forma de seducción, cortejo, flirteo o piropo, considerándolos una forma de maltrato que debería ser proscrito y sancionado.

Se arrogan una superioridad moral que las lleva a creerse legitimadas para convertirse en gestoras de la moral colectiva. Sus tópicos y consignas más repetidos son “el patriarcado”, “el techo de cristal” y los “constructos sociales y culturales”. Cualquier idea es susceptible de argumentarse con estas frases “talismán”, como haría cualquier secta.

Conducta y actitudes

Muestran abierta hostilidad hacia los hombres heterosexuales y también contra mujeres heterosexuales que reivindiquen su rol femenino tradicional, llegando incluso a agredir a las mujeres que se manifiestan delante de los abortorios… Son beligerantes contra toda clase de orden, jerarquía o gobierno, con especial inquina hacia la Iglesia Católica, no dudando en profanar templos.

Siempre están de mal humor, crispadas, con un tono de voz gritón, coactivo, estridente, insultante y amenazante. Paradójicamente, entre ellas abunda la misoginia mezclada con la misandria, y no entienden de otro “feminismo” más que el suyo, del que se arrogan la ortodoxia.

Gustan de todo lo zafio y feo: axilas y piernas sin depilar, desnudos antisexys, pubis desaseados. Usan expresiones chabacanas, soeces y barriobajeras (“porque mi coño lo vale”) y acostumbran a desplazarse con los pies a las tres menos cuarto. Su estrategia consiste en integrar a su cotidianidad lo peor de ambos sexos.

Sus gustos musicales abarcan flamenco, flamenkito, ska, reggae, punk, cantautores, y todo lo que tenga un toque rumbero o aflamencado con aires de fusión. Las más “avanzadas” se deleitan con las divas del jazz. Prefieren el cine europeo, español y sudamericano, y también el de Oriente Próximo, siempre que sea “combativo” o de denuncia. Sus gustos artísticos se inclinan hacia el arte contemporáneo, vanguardista, experimental, conceptual, fotografía en blanco y negro, y videoarte de temática aberrante, provocadora y deshumanizada.

Ejemplo de pensamiento

“Hay muchos hombres que forman parte de mi vida, mi padre es un hombre, mi novio es un hombre, mi mejor amigo es un hombre y mi hijo es un futuro hombre… Estos hombres me encantan, por supuesto… También hay un par de hombres que considero amigos. Me encantan, me gustan unos pocos hombres, pero los hombres como ‘género’, no merecen para mí más que el desprecio y la sospecha. ¿Por qué habría yo, u otra mujer cualquiera, de tener afecto por los hombres? Uno de cada cuatro hombres es violador. Los hombres poseen muchos, muchísimos privilegios respecto de las mujeres, reciben trato de favor, trato preferente en casi todos los ámbitos de la vida. Cada hombre es un potencial maltratador, un posible agresor y abusador de cualquier mujer, que casi nunca conoce sus intenciones, cada desconocido es capaz de volverse violento cuando una menos lo espera, o tratar a las mujeres de forma cruel, y las estadísticas sobre la violencia masculina demuestran que no solo es posible, sino lo más probable. Aparte de los pocos que me han demostrado su amor y una cierta amistad que merezca la pena, voy a seguir odiando a los hombres, recelo de los hombres, seguiré sospechando, dudando de ellos, hasta que se me demuestre que no existe ya necesidad de seguir odiándolos, o teniendo recelo…” “Bueno, en realidad, no es que yo odie a los hombres… pero…”

Hipocresía y doble vara de medir en el discurso “de las progresista mujeres empoderadas”

Uno de los rasgos más llamativos —y menos denunciados— del feminismo institucional y de las autodenominadas “mujeres progresistas empoderadas” es su flagrante hipocresía y su doble vara de medir. Mientras proclaman a los cuatro vientos la necesidad de abolir la prostitución y piden públicamente señalar y estigmatizar a los usuarios de burdeles, no tienen reparo en mirar para otro lado cuando esos usuarios son “de los suyos”, es decir, hombres vinculados a su propio entorno ideológico, político o mediático. La exigencia de transparencia, castigo y escarnio público se evapora si el implicado pertenece a la “tribu” progresista.

Esta doble moral se extiende también al tratamiento del abuso y la violencia contra las mujeres. Son numerosos los casos en los que figuras públicas de la izquierda —como Monedero, Errejón, López Aguilar y otros muchos— han sido acusados de violentar o agredir a mujeres, y sin embargo, las mismas voces que claman por la aplicación implacable de la Ley de 28 de diciembre de 2004 “contra la violencia de género” (y su protocolo VIOGEN) cuando el acusado es un adversario político, optan por el silencio, el encubrimiento o la justificación cuando el acusado es “uno de los suyos”. Se han dado casos en los que, lejos de exigir explicaciones, se ha intentado tapar el escándalo, minimizado o directamente negado, mostrando así que la supuesta defensa de las mujeres es, en muchos casos, un arma arrojadiza y no un principio ético universal.

Esta actitud revela que, para muchas de estas mujeres “empoderadas”, la lucha contra la prostitución, la trata de personas, el maltrato o el abuso no es una causa de justicia, sino una herramienta de poder y control social, utilizada selectivamente según convenga a los intereses de la tribu o del partido. El resultado es una profunda deslegitimación del discurso igualitario y una creciente desconfianza social hacia quienes, desde la superioridad moral autoproclamada, exigen sacrificios y ejemplaridad solo a los adversarios, mientras protegen y encubren a los propios.

Esta hipocresía no solo erosiona la credibilidad del feminismo institucional y el generosamente subvencionado y omnipresente, sino que además perpetúa la injusticia y la desigualdad real, pues convierte la denuncia en un ejercicio de oportunismo político y mediático, en vez de un compromiso sincero con la verdad y la equidad. La consecuencia es una sociedad cada vez más crispada, fanatizada y cínica, donde la ley y la moral se aplican según la filiación ideológica y no según los hechos objetivos.

La hipocresía multiculturalista: el doble discurso ante el islam y la situación de las mujeres

Otro de los aspectos más llamativos y contradictorios del discurso de las autodenominadas “mujeres progresistas empoderadas”, integrantes del llamado femiestalinismo degenerado, es su actitud ante el multiculturalismo, especialmente en lo que respecta al mundo musulmán. Estas mujeres, que en el contexto occidental se muestran implacables contra cualquier manifestación de tradición, religión, costumbre o símbolo que consideren “patriarcal” u “opresivo” (desde el piropo hasta la maternidad, pasando por la familia o el simple hecho de depilarse), adoptan una postura radicalmente distinta cuando se trata de analizar la situación de las mujeres en sociedades islámicas.

Resulta sorprendente escuchar a estas mismas voces afirmar, sin rubor, que en el mundo musulmán las mujeres gozan de situaciones de “libertad” inigualables, o que el uso del velo, el hiyab, el niqab o el burka es una elección libre y respetable, e incluso un símbolo de empoderamiento. Llegan a justificar, relativizar o incluso defender la obligatoriedad de cubrir el rostro y el cuerpo, bajo el pretexto del respeto a la diversidad cultural y religiosa, olvidando que en muchos países islámicos la mujer carece de derechos fundamentales, está sometida a la tutela masculina, y puede ser castigada severamente por no acatar estas normas impuestas.

Esta doble vara de medir evidencia una profunda hipocresía: lo que en Occidente es considerado opresión, sumisión y violencia simbólica, en el islam se convierte, por arte de birlibirloque ideológico, en “libertad cultural” y “autonomía femenina”. Así, mientras en España o Francia u otros lugares de Occidente se denuncia como machista que una niña lleve falda o que una mujer elija ser ama de casa, se aplaude como emancipador que millones de mujeres sean forzadas a cubrirse de pies a cabeza y a vivir bajo estrictas normas de segregación sexual.

Esta actitud no solo es incoherente, sino que constituye una traición a los principios de igualdad y libertad que supuestamente defienden. El multiculturalismo, entendido como relativismo acrítico, se convierte en una coartada para justificar prácticas y sistemas que, en cualquier otro contexto, serían denunciados sin paliativos como inaceptables. La consecuencia es que el feminismo institucional y las “mujeres progresistas empoderadas” acaban siendo cómplices de la perpetuación de la desigualdad y la opresión real de millones de mujeres, mientras dirigen toda su furia y su activismo contra el varón occidental, convertido en chivo expiatorio universal.

Este multiculturalismo selectivo, que esconde una profunda cobardía moral y una falta de coherencia intelectual, desacredita cualquier discurso sobre la igualdad y la justicia, y revela que, para muchas de estas activistas, el feminismo no es más que una herramienta de poder y de confrontación ideológica, no un compromiso sincero con la dignidad y los derechos de todas las mujeres, sin distinción de cultura, religión o nacionalidad.

El mito de la opresión histórica y la responsabilidad masculina

Es fundamental desmontar el mito de la opresión secular de las mujeres y la culpabilización de los hombres actuales. La narrativa feminista hegemónica ignora que los grandes avances sociales, políticos, tecnológicos y legislativos que han permitido a las mujeres acceder a derechos y libertades han sido promovidos, impulsados y aprobados fundamentalmente por hombres.

Han sido varones quienes, en los parlamentos y gobiernos occidentales, han legislado para equiparar a hombres y mujeres en todos los ámbitos, y quienes han desarrollado los inventos y mejoras tecnológicas (como la lavadora, la píldora anticonceptiva, o el sufragio universal) que han transformado la vida de las mujeres y les han proporcionado ventajas inéditas en la historia.

La idea de una opresión universal de la mujer es, como mínimo, una exageración interesada. En la vida cotidiana, las mujeres han gozado frecuentemente de privilegios y trato preferente (“las mujeres y los niños primero”), mientras que los hombres han sido considerados prescindibles, responsables del sustento y la defensa, pagando el precio más alto en guerras, trabajos peligrosos y marginación social.

El sufragio femenino, además, no fue una concesión aislada, sino que se produjo en paralelo a la extensión del sufragio universal masculino; hasta entonces, el voto era censitario y la mayoría de los hombres tampoco votaba.

Es absurdo e injusto responsabilizar a los hombres actuales de situaciones del pasado, como si heredaran la culpa de sus antepasados (algo así como «el pecado original» del cristianismo…) La mayoría de los varones, lejos de beneficiarse de un sistema de privilegios, han vivido sometidos a exigencias, presiones y jerarquías impuestas por una minoría dominante de su propio sexo.

El cambio cultural y sus consecuencias

Un cambio cultural contrario a fomentar, promover relaciones estables, duraderas, perdurables se ha sumado al creciente costo de tener hijos. Ésta parece ser la causa clave de la caída en el número de nacimientos.

No es que sea “culpa” de las mujeres, sino que ellas son los agentes de este cambio de época, como lo fueron en luchas políticas por el voto universal, la píldora y la revolución sexual, y en la transformación del mercado de trabajo. Ahora son el agente de cambio de la constitución de las familias y la opción por tener menos hijos.

Puede deberse también a un rezago en la reacción de los hombres para adaptarse a las nuevas realidades y roles, y a que los cambios institucionales han tardado demasiado en reconocer lo sucedido.

En el siglo XXI, con internet, smartphones, redes sociales y aplicaciones para el amor, este cambio se ha acentuado. El costo creciente de los hijos y el cambio cultural en contra de formar una relación estable explican la caída en la natalidad en muchas partes del mundo.

La enorme urgencia de la precisión lingüística: “género” no es “sexo”

Es imprescindible, además, reivindicar el uso correcto de la lengua española. La expresión “género” hace referencia a un accidente gramatical, a la posibilidad de que los nombres o sustantivos puedan acompañarse por los artículos determinativos “el” y “la”, y en nada tiene que ver con el sexo biológico (el único que existe en términos científicos y naturales). Por ejemplo, la palabra “casa” es de género femenino, ya que solo puede ir acompañada por el determinante “la”; y la palabra “edificio” es de género masculino, por ser solo posible acompañarla con el artículo determinativo “el”. Ni la palabra “casa” ni la palabra “edificio” están “sexuadas”, aunque en la una y el otro se pueda practicar sexo. La confusión deliberada entre “género” y “sexo” es una de las grandes falacias del discurso ideológico contemporáneo, y conviene recordar que el sexo es una realidad biológica, mientras que el género es un accidente gramatical que afecta a los sustantivos o nombres.

Conclusión: hacia un futuro de entendimiento

La crisis actual entre hombres y mujeres no es fruto de una resistencia masculina a los avances femeninos, sino del agotamiento de un modelo de convivencia basado en la culpabilización colectiva y la incapacidad de superar discursos victimistas y excluyentes.

Es necesario reconocer que la igualdad real solo puede construirse desde el respeto mutuo, la responsabilidad individual y el abandono de discursos que perpetúan la división y la sospecha entre sexos. Los hombres y mujeres de buena voluntad deben trabajar juntos para superar esta crisis, rechazando tanto los roles tradicionales opresivos como las nuevas formas de sectarismo ideológico que impiden el diálogo y la comprensión mutua.

El futuro de las relaciones entre hombres y mujeres dependerá de nuestra capacidad para construir puentes de entendimiento, valorar las diferencias como complementarias y no como antagónicas, y crear espacios donde ambos sexos puedan desarrollarse plenamente sin miedo, sin culpa y sin resentimiento.

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