La banalización del mal: cuando Europa prefiere a los verdugos

Acerca de cómo el pensamiento débil, el sentimentalismo impostado y la corrección política han convertido a los terroristas en víctimas y al Estado que se defiende en genocida.

La inversión moral como signo de nuestro tiempo

No se trata simplemente de una guerra más en Oriente Medio. Lo que está en juego es mucho más que un conflicto territorial o un episodio de violencia puntual: se trata de una guerra de civilizaciones, de una batalla moral en la que el mundo libre —y sus principios de dignidad, libertad y razón— se enfrenta a la barbarie teocrática, al culto a la muerte y al totalitarismo islámico.

Pero hay algo aún más inquietante que la propia agresión: la reacción de Occidente. Porque mientras Hamás degüella bebés, viola a mujeres, toma rehenes y proclama sin ambages su objetivo de exterminar al pueblo judío, buena parte del periodismo, la universidad y la diplomacia europea parecen más preocupados por que Israel no “se pase” en su legítima defensa que por condenar con claridad al agresor. ¿Por qué?

La respuesta la dio hace más de medio siglo Hannah Arendt, cuando analizó el fenómeno del nazismo, y demás totalitarismos, en su célebre expresión: la banalidad del mal. El mal no siempre se presenta con cuernos y tridente. A menudo se disfraza de buenas intenciones, de “paz”, de “proporcionalidad”, de “preocupación por los civiles”. Se desliza por la grieta del sentimentalismo, de la ignorancia histórica y del cinismo político. Hoy, como entonces, se blanquea al verdugo y se demoniza a la víctima. Hoy, como entonces, se prefiere el confort del pensamiento débil al deber incómodo de la verdad.


Hamás: teocracia, terrorismo y culto a la muerte

Conviene recordar —porque muchos fingen haberlo olvidado— que Hamás no es una organización política con la que se pueda pactar nada, ni una insurgencia con reivindicaciones sociales, sino una milicia yihadista cuyo programa explícito es la destrucción de Israel y el asesinato sistemático de los judíos. No es una hipérbole. Está en su carta fundacional. Es parte esencial de su identidad. Su razón de ser.

Hamás no busca la paz.

No tiene ningún interés en construir un Estado viable, ni en garantizar los derechos de los palestinos. Lo único que busca es la perpetuación del conflicto, el martirio, el victimismo instrumental. Por eso excava túneles bajo hospitales, esconde cohetes en escuelas y utiliza a niños como escudos humanos. Porque su principal arma no es el misil: es el cadáver. Su objetivo no es ganar batallas, sino ganar titulares.


¿Genocidio en Gaza? La palabra más prostituida del siglo XXI

Decir que Israel comete un “genocidio” en Gaza -como ha afirmado hace horas Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España- no es solo una mentira escandalosa, sino una burla criminal a la memoria de las verdaderas víctimas de genocidios reales: el de los judíos bajo Hitler, el de los ucranianos bajo Stalin, el de los camboyanos bajo Pol Pot, el de los tutsis en Ruanda, o el de los yazidíes bajo el Estado Islámico.

Israel, a diferencia de sus enemigos, avisa antes de atacar, se expone al fracaso táctico con tal de evitar bajas civiles, permite el paso de ayuda humanitaria, y ha tolerado durante décadas que Hamás se fortalezca en su frontera para no desestabilizar aún más la región. ¿Ése es un comportamiento genocida?

La guerra en Gaza, como toda guerra urbana, es brutal. Hay víctimas civiles, por supuesto. Pero eso no convierte a Israel en genocida, del mismo modo que no convertía a los aliados en criminales de guerra por bombardear Dresde o Hiroshima para derrotar a regímenes asesinos.


Occidente como cómplice: la filantropía del verdugo

Durante años, la Unión Europea, Naciones Unidas y otras agencias internacionales han regado de dinero a la “Autoridad Palestina” y a ONGs en Gaza, muchas de ellas infiltradas por Hamás, sin establecer mecanismos de control ni condicionar la ayuda al respeto de los derechos humanos. Ese dinero ha servido —como denuncian incluso antiguos funcionarios de la UNRWA— para levantar una red de túneles más extensa que el metro de Londres, convertir a Gaza en un arsenal y alimentar el victimismo internacional cada vez que Israel responde.

¿Imbéciles útiles? ¿Cómplices conscientes? Probablemente ambas cosas. No se puede excusar tanta ceguera bajo el manto de la ingenuidad. Si después de 20 años de financiación, lo único que Gaza ha producido es una maquinaria de muerte, la conclusión es clara: Occidente ha financiado el terror. Y no parece dispuesto a asumirlo.


Gaza votó a Hamás: ¿responsabilidad colectiva o síndrome de Estocolmo?

La idea de que la población de Gaza es enteramente víctima de Hamás no resiste el menor análisis político. Hamás fue elegido democráticamente, y si bien la coacción es un factor real, lo cierto es que buena parte de los gazatíes comparte la ideología islamista y antisemita de sus líderes. Negarlo es una forma de «paternalismo colonial» disfrazado de compasión.

Por supuesto, hay disidentes, hay víctimas de Hamás entre los propios palestinos. Pero la narrativa infantil de “pueblo oprimido vs Estado opresor” borra esa complejidad, y de paso otorga impunidad moral a quienes han aplaudido, ocultado o incluso participado en los crímenes de Hamás.


El antisemitismo como barniz progresista

Lo más obsceno de todo este proceso es la resignificación del antisemitismo bajo ropaje progresista. Ya no se odia al judío por su raza, sino por su “sionismo”. Ya no se queman sinagogas, se boicotea a universidades israelíes. Ya no se culpa a los judíos por el oro, sino por “el apartheid”. Pero el fondo es el mismo: un odio ancestral que necesita al judío como chivo expiatorio universal.

En muchas universidades europeas y americanas, estudiantes “progresistas” corean lemas islamistas, justifican la violencia “decolonial” y celebran masacres como forma de “resistencia”. Es el colapso de la razón moral. El mismo que Hannah Arendt identificó en la Alemania de los años treinta: el momento en que el mal deja de ser monstruoso porque se vuelve cotidiano, cómodo, justificado, banal.


¡No hay nada que pactar con Hamás!

La única salida honorable, justa y racional a esta guerra es la derrota total de Hamás. No se puede pactar con quienes violan mujeres, degüellan niños y sueñan con exterminar a un pueblo entero. No hay simetría posible entre quienes defienden su existencia y quienes consagran la muerte como forma de vida.

Israel no libra solo su guerra. Defiende, con cada misil que destruye un túnel de Hamás, los restos del mundo civilizado. Defiende nuestra libertad, nuestra cultura, nuestro derecho a vivir sin tener que pedir perdón por existir.

Y lo hace mientras una parte de Occidente —cobarde, hipócrita, corrupta o estúpida— le señala con el dedo y le acusa de genocidio, como si exterminar fuera avisar antes de bombardear, y no alentar al asesino mientras excusas su causa.

La historia juzgará esta hora. Pero ya está claro quién ha banalizado el mal, quién ha dejado de distinguir entre el asesino y su víctima, y quién, por miedo, cinismo o ideología, ha traicionado lo mejor de la civilización occidental.

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