Isabel Díaz Ayuso y la impostura a ritmo de chotis: La derecha fashion es bonita, funcional, no conflictiva, pero incapaz de batallar y ser alternativa real.

Hay imposturas que se maquillan con eslóganes. Otras se perfuman con libertades de plató y rebajas fiscales sin poda institucional. Pero las más peligrosas son aquellas que visten como alternativa y se comportan como versión digerible del adversario. Isabel Díaz Ayuso no representa una ruptura con el progresismo hegemónico, sino su variante boutique, su edición de lujo. Una derecha de escaparate, con estética de rebeldía liberal y alma de funcionariado ideológico. En vez de contrarrevolución, gestiona la continuidad con filtro de Instagram y fondo de chotis.

Madrid no es el contramodelo al sanchismo: es su simulacro liberal. Un oasis de apariencia disruptiva donde se baja el IRPF sin cerrar chiringuitos ideológicos; donde se proclama la libertad educativa mientras se adoctrina con los mismos contenidos; donde se reparte chequera natalista sin tocar la cultura de la muerte (ni el aborto ni la eutanasia…); donde se presume de patriotismo sin tocar una ley de memoria sectaria. Ayuso es el trampantojo de la derecha: parece una ruptura, pero es continuidad adaptada al algoritmo.

Bienvenidos al espectáculo de la política madrileña, donde la presidenta Isabel Díaz Ayuso desfila como una estrella pop del conservadurismo fashion. Domina el arte del selfie con la libertad, agita la melena en la Puerta del Sol y posa para la foto con la bandera de España, mientras de fondo suena un chotis remixado para TikTok. Pero, bajo ese envoltorio de chulería neocastiza y postureo de influencer, se esconde una verdad incómoda: el PP madrileño se avergüenza de ser de derechas y, en el fondo, solo busca la aprobación de la izquierda, el aplauso del feminismo de género, el fanatismo ecologista y cualquier otra moda woke que le garantice un trending topic sin sobresaltos.

El “cumplimiento programático” y otras ilusiones ópticas

Ayuso ha ejecutado más del 95% de su programa, con la misma naturalidad con la que uno pide un café en Malasaña, ¡Casi nada! Pero, claro, ese porcentaje es tan nutritivo como una ensalada vegana de aire: mucha presentación, cero sustancia. Porque ¿de qué sirve cumplir algunas promesas si no desmontas ni una sola de las leyes que perpetúan la hegemonía cultural del adversario? Leyes Trans y LGTBI intactas, Memoria Histórica ni tocarla, currículo educativo woke maquillado pero intocable. Es el menú degustación de la derecha fashion: aparentar novedad sirviendo la misma receta ideológica de siempre, pero con decoración de verbena y filtro de Instagram… Pues sí, eso no es para ponerse una medalla: el programa de Isabel Díaz Ayuso no prometía desmantelar el sistema clientelar, ni derogar leyes de ingeniería social, ni devolver el Estado a sus límites naturales. Su único propósito era gestionar lo existente con más eficiencia y mejores fotos. Lo que la izquierda construye como dogma, Ayuso lo administra como rutina. Ni una ley derogada. Ni un relato alternativo. Ni una ruptura simbólica. La revolución cultural ha sido sustituida por un community manager.

Ideología para liberales inseguros

El éxito del “ayusismo” radica en su capacidad para ofrecer a las clases medias conservadoras una coartada emocional: sentirse valientes sin pagar el precio de la confrontación cultural. Es el producto perfecto para ese votante que quiere sentirse antisanchista sin dejar de gustarle El País; que repele la ingeniería social, pero financia campañas de “nuevas masculinidades”; que protesta contra la Agenda 2030 mientras consume su estética en forma de espectáculo cosmopolita, feminismo de diseño y pluralismo inclusivo. El PP de Ayuso no es la resistencia: es el placebo que adormece la posibilidad de resistencia real.

El “Estado liberal” de cartón piedra

La Comunidad de Madrid se presenta como la meca del liberalismo, pero lo es en los mismos términos que Disneylandia representa una monarquía mágica: es una ilusión pagada con dinero público. El gasto no se reduce, se redistribuye con otro acento. Los lobbies ideológicos siguen subvencionados, solo que en silencio. Las leyes LGTBI, la Memoria Histórica, el lenguaje inclusivo, el feminismo institucional… todo permanece. Solo se endulza el discurso, se suaviza el packaging, se oculta la continuidad con estética de cambio.

Madrid, el paraíso fiscal de la libertad. IRPF bajo, bonificaciones generosas y… el mismo gasto público desbocado de siempre. Porque aquí lo moderno es bajar impuestos sin reducir el tamaño de la administración del Estado y seguir financiando a las mismas asociaciones woke, campañas de reeducación e ingeniería social progresista y ayudas clientelares que tanto gustan en la izquierda. Todo ello, eso sí, con un toque de marketing y una sonrisa de peluquería perfecta. El modelo Ayuso: populismo cool, moderno, atractivo, interesante y susceptible de admiración… para que la izquierda te aplauda y la derecha no se enfade (demasiado).

Chotis sobre el Valle de los Caídos: pura cobardía

Patriotismo postmoderno: banderas sin batalla

Ayuso ondea la bandera nacional como una influencer que usa símbolos para aumentar su engagement, no como quien defiende una tradición en peligro. Calla ante la profanación del Valle de los Caídos, no exige respeto por la historia, no combate la hegemonía de la izquierda sobre la memoria. Prefiere el gesto estéril al enfrentamiento necesario. Así es el patriotismo posmoderno: emocional, estético, irrelevante.

¿Defender los símbolos históricos? ¡Uf, qué pereza! Mejor callar para no molestar al votante cosmopolita ni a la derecha que vive pegada a La Sexta. Mientras el Gobierno Sánchez profana tumbas, exhuma cadáveres, expulsa a monjes y convierte la cruz en decorado, Ayuso se limita a declarar Bien de Interés Cultural la Escolanía del Valle. Un gesto tan simbólico como inofensivo, que no molesta a nadie y no sirve para nada. Porque aquí lo importante es no mancharse los tacones defendiendo la memoria —o mejor dicho, la Historia— reciente de España. No vaya a ser que alguien te acuse de facha en Twitter.

Memoria histórica: del silencio cómplice al gesto calculado

Ayuso se declara hostil a la Ley de Memoria Histórica, pero en la práctica no hace nada. Ni homenajes, ni reformas, ni saneamiento simbólico de calles. Solo un gesto simbólico tras la presión de Vox y la Fundación Francisco Franco: declarar Bien de Interés Cultural la Escolanía del Valle. Patriotismo nostálgico de chulapa y bandera, pero sin tocar la memoria histérica democrática. Porque lo importante es no abrir heridas… ni enfrentarse a la izquierda.

Educación: cambiar el envoltorio para que todo siga igual… pero con jornada partida

Ratios, bilingüismo, pantallas con pausa… y los mismos contenidos de relativismo, ideología de género, ecologismo apocalíptico y culto a las emociones. ¿Libertad educativa real? Ni rastro. Cheques escolares, reformas estructurales, revisión de temarios… eso es demasiado arriesgado. Mejor cambiar el envoltorio y dejar todo igual. Porque en la moda educativa de la derecha fashion, todo cambia para que todo siga igual. Eso sí, con jornada partida y sin tabletas, que siempre queda bien en la foto.

Feminismo institucional fashion, sin Irene, pero con una importante partida presupuestaria

Feminismo a la carta: el género como gasto consolidado

El “no soy feminista como Irene” sirve de cortina de humo para continuar con la estructura feminista de gasto, adoctrinamiento y victimismo. Cambian las formas, no el fondo. Madrid sigue financiando campañas de reeducación sexual, talleres de “nuevas masculinidades” y asociaciones de ideología de género. No se combate el feminismo institucional: se lo rediseña para que parezca más razonable. Y el resultado es aún más peligroso, porque es más digerible.

Ayuso no grita «Sola y borracha quiero llegar a casa», pero financia a quienes lo hacen. Observatorios de género, subvenciones a asociaciones feministas de línea dura, campañas de “nuevas masculinidades” y toda la estructura de reeducación que convierte al hombre en sospechoso por defecto. ¿Quién paga la fiesta? Tú, querido contribuyente. ¿Quién la vende con sonrisa y peinado perfecto? La derecha fashion, que no quiere líos con el lobby feminista y prefiere que la izquierda le dé palmaditas en la espalda.

Ayuso dice que rechaza el feminismo de la izquierda, pero en la práctica elimina referencias a igualdad real y mantiene el statu quo. No crea nuevos centros de atención a víctimas, no refuerza ayudas y acepta eliminar la expresión “violencia de género” en acuerdos con Vox. Premios simbólicos, ayudas a familias, pero nada de cambiar el sistema. Porque lo importante es que parezca que haces algo, sin molestar a nadie.

Leyes de identidad y LGTBI: retrocesos visibles (pero solo hasta donde lo permita la izquierda)

Reforma de las leyes LGTBI, eliminación de la autodeterminación de género, controles médicos para menores trans. La izquierda grita “regresión”, Ayuso sonríe y Vox aplaude. Pero en el fondo, todo sigue igual: la Comunidad de Madrid no deroga la ley estatal ni toca la institucionalidad del 25N. Porque lo importante es contentar a todos… sin comprometerse con nadie.

Natalismo de chequera, pero no de convicción

14.500 euros por niño, pero sin cambiar nada de fondo. La cultura de la vida sigue proscrita, el aborto blindado, la patria potestad vaciada, la familia tradicional en la diana. Ayuso reparte ayudas como quien reparte caramelos en una cabalgata, pero sin defender los principios que hacen deseable tener hijos. Es el natalismo de marketing, no de civilización. Porque lo importante es salir bien en la foto, no cambiar la cultura.

Sanidad: Branding liberal, gestión funcionarial

Hospitales con nombres rimbombantes, citas médicas por app y libertad de elección… entre colas, saturación crónica y profesionales que huyen por falta de incentivos reales. El modelo sanitario madrileño es el mismo que el de cualquier comunidad socialista, pero con mejor diseño gráfico y ruedas de prensa más glamurosas. La libertad sanitaria se reduce a una estética: libertaria en el discurso, estatista en el fondo. Nadie se atreve a privatizar lo ineficiente, a introducir competencia real, a devolver poder al ciudadano. Porque eso supondría enfrentarse al monstruo intocable del funcionariado sanitario, ese que asegura huelgas selectivas y titulares indignados en El País. Mucho “hospital Zendal”, pero nada de reforma estructural. Y así, entre marketing y simulacro, el sistema sigue igual… o peor.

Justicia de diseño: Ciudad de Valdebebas, país sin ley

La nueva Ciudad de la Justicia será “la más grande del mundo”, con cafeterías gourmet y arquitectura de portada. Pero los okupas seguirán dentro 23 meses, los juicios laborales colapsados y los jueces presionados por el Ejecutivo. Más metros cuadrados para el mismo sistema sin autoridad ni garantías. Porque la derecha fashion entiende la justicia como un decorado, no como un pilar del Estado de derecho.

Cultura y espectáculo como coartada

Museo Picasso, Ballet Nacional, Fórmula 1, NFL, teatro, conciertos… Madrid es un escaparate de dinamismo y cosmopolitismo. Pero el relato cultural sigue siendo progresista, subvencionado y protegido. ¿Dónde está el verdadero cambio de narrativa? ¿Dónde el rescate de la tradición y el patrimonio histórico? Ausente. Porque lo importante es salir en la foto con el artista de moda, no cambiar el discurso dominante.

Seguridad: Que no se note la sangre en la acera

Madrid se vende como ciudad segura mientras los datos reales de criminalidad crecen al ritmo de la inmigración descontrolada, los narcopisos y la impunidad judicial. Pero denunciarlo es de mal gusto. Es de fachas. Así que la Comunidad prefiere invertir en campañas de “convivencia”, en “observatorios del odio” y en subvenciones a ONGs multiculturalistas que promueven la integración… en la precariedad y el delito. ¿Policía? La justa para las fotos. ¿Reformas legales? Ninguna. ¿Tolerancia cero con la okupación? Sólo en el titular de Okdiario. La derecha fashion no se mancha con porras ni con desalojos. Prefiere mirar a otro lado, o crear comités de estudio. Porque lo importante es no parecer “demasiado autoritarios”. Que no se note la sangre… ni los cuchillos.

Conclusión: la impostura no se combate con más impostura

El legado del ayusismo es una performance continua. Glamour libertario en la superficie, hegemonía cultural progresista en las tripas. Una derecha de escaparate, que se indigna con Irene Montero pero financia su aparato ideológico. Que critica la agenda 2030 pero la pone en práctica en silencio. Que habla de libertad mientras regula emociones, subvenciona lobbies y mantiene intactas las estructuras del Estado terapéutico. Una derecha que no quiere ganar el combate cultural, sólo posar en él. Que no quiere cambiar el sistema, sólo hacerlo habitable… para sí misma.

El resultado es el peor de los mundos posibles: un socialismo cool, con copa en mano y bandera española en la solapa. Una impostura boutique, tan peligrosa como la radicalidad izquierdista que dice combatir. Porque, como ya advirtió Julien Freund, lo que define la política es la decisión, no la imagen. Y Ayuso ha decidido no decidir nada. Solo sonreír, bailar el chotis… y esperar que el aplauso no se acabe.

El “ayusismo” es el modelo perfecto para neutralizar cualquier intento real de contrarreforma: una fachada de libertad sobre un edificio socialista. Se mantienen las formas, se maquilla el decorado, se juega con la iluminación… pero el aire sigue siendo el mismo: viciado, subvencionado y progresista. Es la derecha fashion: bonita, funcional, no conflictiva, incapaz de plantar cara a la izquierda o desmontar su hegemonía cultural. No es la alternativa al sanchismo: es su versión boutique, digerible, cool, diseñada para el votante de Chamberí que quiere votar derecha sin parecer de derechas.

Y mientras suena el chotis, la decadencia avanza con tacón afilado. Porque, al final, lo importante no es defender principios, sino que no se note.

No vaya a ser que la izquierda se enfade… y deje de aplaudir…

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