Incendios forestales e inundaciones en Extremadura: abandono, negligencia, desastre anunciado y espectáculo mediático

El verano que no cesa (y la irresponsabilidad que tampoco)

Extremadura afronta cada comienzo de verano con una mezcla de resignación, impotencia y rabia. La región, tradicionalmente vulnerable a los incendios forestales, ha visto cómo en los últimos años el fuego se convierte en protagonista recurrente de la crónica social, económica y ambiental. El verano de 2025 no ha sido la excepción: a tan solo tres días del comienzo oficial de la estación, nueve incendios en 24 horas, el corte de una autovía y pueblos sin suministro eléctrico anticipan una temporada especialmente complicada para la región. Esta realidad, lejos de ser coyuntural, es el resultado de una suma de factores históricos, estructurales y de gestión, que se han ido agravando por la absoluta falta de prevención real y la ausencia de políticas eficaces de manejo del territorio. Pero, sobre todo, es el resultado de una irresponsabilidad colectiva y una pasmosa indiferencia institucional. La irresponsabilidad de los gobernantes sigue siendo el peor incendio que arde sin control. Porque aquí, la naturaleza hace su parte, pero el verdadero desastre es la negligencia humana y la desidia de quienes deberían proteger el territorio.

Y, por si fuera poco, a todo esto se suma la jodienda diaria de los catastrofistas hombres del tiempo de Canal Extremadura, que parecen competir en un concurso de alarmismo, asustando a la población día tras día con “alertas multicolores” y mapas del tiempo convertidos en auténticos infiernos cromáticos. No hay boletín meteorológico que no se convierta en un parte de guerra. Nos pintan un apocalipsis climático a cada hora, vaticinan catástrofes y, por supuesto, echan la culpa de todo al cambio climático antropogénico, como si fuera el único y exclusivo responsable de todo lo que ocurre. Y lo más sangrante: se atreven a anticipar cómo será el clima en Extremadura, en España y en el mundo dentro de medio siglo, cuando fallan más que las escopetas de feria y no son capaces de anticipar el tiempo atmosférico que habrá en Extremadura más allá de quince días. Así, el espectáculo mediático sustituye a la información rigurosa y a la autocrítica, y el miedo se convierte en rutina televisiva.


Evolución reciente: de 2023 a 2025, el desastre se repite… y nadie aprende

El verano de 2023 fue atípico: menos incendios que la media del decenio (456 frente a 670), pero una superficie devastada récord (12.030 hectáreas), casi toda por el gran incendio de Pinofranqueado (10.800 ha). En 2024 y 2025, la tendencia se mantiene: menos incidentes, pero cuando el fuego se descontrola, las consecuencias son catastróficas (Alcántara 2025, 1.200 ha). La provincia de Cáceres sigue siendo la más afectada, y la superficie arbolada representa la mayor parte del territorio calcinado. ¿Y cuál es la reacción institucional? La de siempre: lamentar, prometer y volver a empezar, sin que nada cambie en la raíz del problema. Nos ha jodido mayo con las flores,… nos ha jodido junio, y nos joden año tras año los mismos errores y la misma inacción.

El 55% de los incendios sigue siendo intencionado, la mayoría por quemas agroganaderas y conflictos entre propietarios; el 35% por negligencias, sobre todo con maquinaria; y solo el 1% por causas naturales. La escasez de lluvias en primavera (que no es el caso del presente año) y las olas de calor agravan el riesgo, mientras que la respuesta institucional, aunque mejorada en la extinción, sigue centrada en apagar fuegos, no en evitar que se produzcan. La prevención estructural, la gestión del territorio y la limpieza de montes y cauces brillan por su ausencia. Es la crónica de un desastre anunciado… y consentido.


Errores históricos y causas estructurales: la herencia del abandono y la chapuza

Plantaciones inadecuadas: el monocultivo del desastre

Uno de los grandes errores del pasado ha sido la repoblación masiva con especies alóctonas, especialmente pinos y eucaliptos, elegidos por su rápido crecimiento y rendimiento maderero. Sin embargo, estas especies son auténticas mechas vegetales: arden con facilidad, propagan el fuego a velocidad de vértigo y empobrecen el sotobosque, reduciendo la biodiversidad y la resiliencia del ecosistema. Frente a ellas, las especies autóctonas como encinas y alcornoques, que durante siglos protegieron el territorio, han sido relegadas por criterios cortoplacistas y políticas forestales erráticas. El resultado: montes homogéneos, frágiles y condenados a arder. Nos ha jodido la política forestal de décadas, nos ha jodido el olvido de lo autóctono, y nos sigue jodiendo la falta de rectificación.

Desaparición de los usos tradicionales del monte: de la vida cotidiana al olvido

Hasta hace pocas décadas, el monte era fuente de vida y trabajo: la tala, la producción de carbón vegetal (“picón”), el pastoreo extensivo y el aprovechamiento de frutos y resinas mantenían limpio el monte y limitaban la acumulación de biomasa. Cada rama, cada arbusto, tenía un uso y un valor. Hoy, la despoblación rural y el abandono de estos oficios han dejado el monte sin gestión, convertido en un polvorín. Nadie cuida, nadie limpia, nadie vigila. Y cuando el fuego llega, solo queda llorar sobre las cenizas. Nos ha jodido el éxodo y el vaciamiento de la Extremadura rural, nos ha jodido el desprecio por el saber tradicional, y nos sigue jodiendo la falta de incentivos para recuperar la gestión activa del territorio.


La otra cara del abandono: cauces, torrenteras y barrancos convertidos en trampas mortales

Pero el abandono y la desidia no se limitan al monte. El mismo patrón de negligencia y falta de prevención se repite, año tras año, en los cauces fluviales, torrenteras y barrancos. La ausencia de limpieza y mantenimiento sistemático convierte estos espacios en auténticas trampas mortales cuando llegan las lluvias intensas. Maleza, árboles caídos, sedimentos y basura obstruyen el paso del agua, multiplicando el riesgo de desbordamientos y arrasando todo a su paso.

Las consecuencias son tan previsibles como devastadoras: cosechas perdidas, ganado ahogado, viviendas inundadas, infraestructuras destruidas, instalaciones y equipamientos arruinados, y, lo más grave, vidas humanas truncadas. Y todo, absolutamente todo, por la falta de previsión, de limpieza y de mantenimiento. Porque aquí, como en los montes, la prevención es una palabra vacía, una promesa incumplida, una asignatura eternamente pendiente. Nos ha jodido mayo con las flores, y junio con el pertinaz verano, pero más nos ha jodido la irresponsabilidad de los gobernantes, que permiten que el agua se lleve por delante todo lo que encuentra a su paso, año tras año, desastre tras desastre.


Comparación entre la prevención de incendios y la de inundaciones

Ambos riesgos naturales, incendios e inundaciones, están reconocidos en los planes de protección civil de Extremadura (PLATERCAEX, INUNCAEX), con protocolos, mapas de riesgo y dispositivos de emergencia. Sin embargo, la gestión de incendios forestales ha contado históricamente con más recursos, visibilidad y campañas de sensibilización, mientras que la prevención de inundaciones se ha limitado a la respuesta reactiva y a la elaboración de mapas de riesgo, sin una política activa y sostenida-perdurable de limpieza y mantenimiento de cauces. La prevención de incendios, aunque insuficiente, es más visible; la de inundaciones, directamente inexistente en la práctica cotidiana. Nos ha jodido la asimetría de recursos, nos ha jodido la falta de visión integral, y nos sigue jodiendo la incapacidad de aprender de los errores.


Ventajas de incorporar la limpieza de cauces en las estrategias preventivas

Incluir la limpieza sistemática de cauces, barrancos y torrenteras en las estrategias preventivas tendría un impacto inmediato y directo:

  • Reduciría el riesgo de desbordamientos y la magnitud de las inundaciones.
  • Protegería cosechas, ganado, infraestructuras y viviendas.
  • Disminuiría el coste de las reparaciones y las indemnizaciones tras cada episodio.
  • Mejoraría la resiliencia del territorio frente al cambio climático y los eventos extremos.
  • Complementaría la prevención contra incendios al eliminar biomasa y vegetación invasora también en las zonas húmedas.

Pero, ¿por qué no se hace? Porque nos ha jodido la inercia, la desidia y la falta de voluntad política para invertir en lo que realmente importa.


Importancia de integrar la limpieza en los planes de protección ambiental

Integrar la limpieza y el mantenimiento de cauces en los planes ambientales es vital por varias razones:

  • Permite una gestión integral del territorio, abordando de forma conjunta los riesgos de incendio y de inundación.
  • Favorece la biodiversidad y la salud de los ecosistemas acuáticos y ribereños.
  • Reduce la vulnerabilidad de las zonas agrícolas y urbanas.
  • Cumple con los principios de la Directiva Marco del Agua y las normativas europeas de gestión de riesgos.

Nos ha jodido la falta de integración, nos ha jodido el cortoplacismo, nos sigue jodiendo la incapacidad de planificar a largo plazo.


Impacto de una mayor prevención en cauces sobre la reducción de pérdidas humanas y materiales

Una política real y efectiva de limpieza y mantenimiento de cauces reduciría drásticamente las pérdidas humanas y materiales:

  • Menos muertes y menos personas desplazadas por inundaciones.
  • Menor destrucción de viviendas, infraestructuras y equipamientos.
  • Menos pérdidas agrícolas y ganaderas, con mayor estabilidad económica y social en el mundo rural.
  • Reducción del gasto público en emergencias y reconstrucción.

Pero nos ha jodido la resignación, nos ha jodido la falta de presión social, nos sigue jodiendo la facilidad con la que se olvida el dolor ajeno tras cada desastre.


Obstáculos para una política efectiva de limpieza y mantenimiento preventivo

Los principales obstáculos para implementar una verdadera política de limpieza y mantenimiento son:

  • Falta de voluntad política y presupuestaria: la prevención no da réditos inmediatos y se posterga sistemáticamente.
  • Fragmentación de competencias entre administraciones y falta de coordinación real.
  • Ausencia de incentivos y ayudas para propietarios y ayuntamientos.
  • Burocracia y trabas legales para intervenir en cauces y zonas protegidas.
  • Despoblación rural y falta de mano de obra para tareas tradicionales de mantenimiento.

Nos ha jodido la burocracia, nos ha jodido la falta de liderazgo, nos sigue jodiendo la incapacidad de poner el bien común por encima del interés electoral o la comodidad administrativa.


Estrategias y tecnologías emergentes para la prevención de incendios e inundaciones: ¿soluciones o coartada tecnológica?

La prevención de incendios forestales y de inundaciones está experimentando una transformación gracias a la tecnología y la innovación. O, al menos, eso se dice en los discursos oficiales. Porque la realidad es que, aunque existen herramientas avanzadas, su implantación real es limitada y, en muchos casos, testimonial:

  • Detección temprana y monitorización inteligente: Uso de drones, satélites, cámaras infrarrojas y sensores distribuidos para vigilancia en tiempo real, junto con inteligencia artificial que analiza imágenes y datos para alertar de focos de calor o humo. Pero, ¿cuántos montes están realmente vigilados? ¿Cuántos cauces cuentan con un seguimiento real?
  • Modelado predictivo y simulación: Herramientas que simulan escenarios de incendio o inundación y analizan big data para identificar zonas de alto riesgo. Mucha simulación, poca prevención real sobre el terreno.
  • Gestión activa del combustible y limpieza de cauces: Innovaciones como quemadores de cortina de aire para eliminar biomasa de forma controlada, junto con tratamientos silvícolas y limpieza de cauces planificados y monitorizados mediante tecnologías TIC. Pero la biomasa y los sedimentos siguen acumulándose, porque nadie paga ni incentiva su retirada.
  • Integración de sistemas y coordinación multidisciplinar: Plataformas que unifican sensores, satélites, drones y gestión de recursos para una respuesta coordinada y eficiente. La teoría es impecable, la práctica, otra historia.
  • Innovaciones en infraestructuras eléctricas y hidráulicas: Sistemas de detección temprana de fallas y modernización de redes para evitar igniciones o desbordamientos. Pero los incendios por líneas eléctricas y las inundaciones por cauces obstruidos siguen ocurriendo.
  • Participación comunitaria: Fomento de la implicación de propietarios y comunidades locales apoyados por plataformas digitales para vigilancia y gestión preventiva. Pero los pueblos se vacían, y la implicación real es mínima.

Nos ha jodido la brecha entre el discurso y la realidad, nos ha jodido la falta de seguimiento, nos sigue jodiendo la incapacidad de convertir la innovación en acción concreta y perdurable.


El papel de los medios: alertas multicolores, catastrofismo y desinformación

¿Por qué los medios insisten en las alertas multicolores a pesar de su poca precisión? Porque el espectáculo vende, el miedo retiene audiencia y las “alertas” son la nueva moneda del rating, para conseguir aumentar, y retener-conservar, el número de personas que siguen un determinado medio de información.. . Las alertas multicolores, aunque nacidas de la necesidad de informar sobre riesgos reales, se han convertido en un carnaval de colores que, lejos de aportar rigor, saturan y desensibilizan a la población. Se repiten día tras día, sin matices ni contexto, y acaban perdiendo su eficacia real, porque la gente aprende a ignorarlas o, peor aún, a desconfiar de ellas.

¿Cómo influye la narrativa del cambio climático en la percepción de los incendios en Extremadura? La narrativa dominante atribuye todos los males al cambio climático antropogénico, lo que sirve de coartada perfecta para desviar la atención de la falta de gestión, la ausencia de prevención y la negligencia institucional. El cambio climático no es el único culpable: la desidia, el abandono y la mala gestión siguen siendo las causas inmediatas y evitables de muchos desastres.

¿Qué evidencia hay que demuestre que las predicciones meteorológicas a largo plazo son confiables? Ninguna. La ciencia meteorológica reconoce que, más allá de unos pocos días, la fiabilidad de las predicciones cae en picado. Los mismos que no aciertan si lloverá el domingo en Mérida se atreven a anticipar cómo será el clima en 2075. La exageración mediática sobre el clima, basada en modelos y escenarios hipotéticos, carece de la precisión y la humildad que exige la comunicación científica honesta.

¿Cómo afecta la exageración mediática sobre el clima a la confianza en los informes oficiales? La saturación de alarmas, la teatralización de los mapas y la repetición de mensajes apocalípticos erosionan la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en la información oficial. Cuando todo es alerta, nada es alerta. El resultado es el escepticismo, la indiferencia o, peor aún, el rechazo a las recomendaciones realmente importantes en situaciones de riesgo real.

¿En qué aspectos se puede mejorar la comunicación sobre riesgos reales sin generar alarmismo? La clave está en la honestidad, la contextualización y la pedagogía. Informar con rigor, distinguir entre escenarios probables y posibles, explicar los límites de la predicción, aportar datos verificables y evitar el sensacionalismo. La comunicación debe empoderar y educar, no asustar ni infantilizar a la ciudadanía. La transparencia y la autocrítica son imprescindibles para recuperar la confianza y la eficacia de los mensajes preventivos.


Reflexión final: la urgencia de un cambio de paradigma (y el grito que nadie escucha)

La experiencia de los últimos años en Extremadura muestra que la extinción, por sí sola, no basta. Sin prevención real —limpieza y gestión activa del monte, recuperación de usos tradicionales, restauración de especies autóctonas y mantenimiento de cauces—, cada verano y cada tormenta se convierten en una amenaza. Es urgente invertir en prevención, recuperar el saber tradicional y adaptar la gestión del territorio a los retos del cambio climático. Solo así se podrá garantizar un futuro sostenible para los bosques, los ríos y las comunidades rurales de Extremadura.

Pero, mientras tanto, seguimos esperando. Esperando a que arda el siguiente monte, a que se inunde el siguiente pueblo, a que se pierda la siguiente cosecha, a que se vacíe el siguiente valle. Porque aquí, la prevención es solo una palabra bonita en los discursos y una asignatura eternamente pendiente en la realidad.
Y, mientras tanto, el fuego y el agua siguen dictando sentencia.
Y nadie, absolutamente nadie, asume la responsabilidad.

Nos ha jodido mayo con las flores, nos ha jodido junio con el pertinaz verano, nos sigue jodiendo, año tras año, la irresponsabilidad de los gobernantes… y, para colmo, la jodienda diaria de los catastrofistas hombres del tiempo de Canal Extremadura, que entre “alertas multicolores” y mapas del tiempo infernales, pretenden asustarnos y echarnos la culpa de todo al cambio climático, mientras no son capaces de anticipar el tiempo que hará en quince días.
Y eso, en Extremadura, es el verdadero incendio y la verdadera inundación que nadie quiere apagar.

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