Felipe VI e Isabel II: La historia se repite… de manera desastrosa.
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Que la monarquía española sea hoy un monumento al esperpento no es casualidad: Felipe VI no es más que la repetición decadente de Isabel II, la reina del XIX que terminó expulsada por inútil, corrupta y ridícula. Ambos reinados comparten la misma esencia podrida: matrimonios de conveniencia y secretos, escándalos de corrupción que salpican hasta el tuétano, y crisis políticas que ponen en entredicho no solo a la corona, sino la misma unidad de España.
Matrimonios de conveniencia y farsas privadas
Isabel II vivió atrapada en un matrimonio sin amor con su primo Francisco de Asís, un hombre cuya dudosa orientación sexual fue secreto a voces en la corte. La vida privada era un lodazal de rumores sobre paternidades inciertas y adulaciones vacías. Felipe VI no parece haber tomado nota: su relación con Letizia, ese matrimonio más bien vacío y distante, esconde pactos silenciosos, escándalos ocultos y una familia real que prefiere guardarse los trapos sucios para sí, lejos de la vista de un público cada vez menos crédulo.
¿Alguien cree que estos borbones son modelos de moralidad o estabilidad? No. Son una oligarquía que pacta la apariencia para que nada cambie mientras sus miembros se reparten infidelidades, silencios y discreciones venenosas.
Corrupción institucional: el cáncer real
Isabel II gobernó en medio de la corrupción endémica, donde el nepotismo y la incompetencia eran norma. Su caída fue la consecuencia lógica. Felipe VI heredó la corona con la pesada losa del escándalo Nóos, la vergonzosa huida de Juan Carlos I para evitar que sus marrullerías financieras e indiscreciones arrastraran a toda la monarquía al fango.

Y pese a todo, la Casa Real sigue sin limpiar ni un ápice de su imagen. Más bien, con Felipe VI, la estrategia ha sido enterrar los escándalos bajo capas de protocolo y discursos vacíos mientras el dinero opaco y las tramas oscuras siguen operando en la sombra. ¿Dónde está la transparencia? ¿Dónde la ejemplaridad? No existe.
Unidad nacional: un circo sin rey
Isabel II lidió con guerras carlistas y fracturas territoriales sangrientas. Felipe VI vive en una España rota por el separatismo y el descontento social, con un rey que habla mucho y actúa poco, una marioneta que teme molestar a los que realmente mandan.
Su papel de “símbolo de unidad” es una farsa maquillada. No tiene poder real y ni siquiera la voluntad para ejercerlo. Prefiere el silencio y la irrelevancia antes que enfrentarse a la podredumbre política. ¿Así quieren que creamos en una institución que apenas asoma la cabeza para sacar un comunicado?
Fortuna y poder: la farsa del “rey humilde”
Mientras Isabel II acumulaba poder directo, Felipe VI se conforma con ser una figura decorativa. Su “modesta fortuna” no es más que humo para una opinión pública que traga con la monarquía como una reliquia de tiempos pasados.

Lo cierto es que esta “modestia” camufla privilegios y conexiones clientelares que mantienen a la corona como un estado dentro del Estado, protegido de cualquier escrutinio real. Un parásito institucional que se alimenta del dinero público y la impunidad.
¿El principio del fin o la eterna decadencia?
La historia no engaña. Lo que vivimos con Felipe VI es una repetición miserable de los mismos errores que hundieron a Isabel II. Y, esta vez, la paciencia social es mínima. La monarquía está herida de muerte, incapaz de renovarse y con una base popular que se resiste a seguir tragando esta farsa.
¿Está España ante el principio del fin del reinado borbónico? Probablemente.
La Tercera República no es ya una quimera, sino una necesidad política que se acerca con paso firme, porque la monarquía no solo está desfasada, está podrida hasta el tuétano.
