España, Europa, Occidente, paraísos del crimen.
El dilema Carl Ransom Rogers y Sigmund Freud: de la infantilización del mal a la disolución moral de Occidente
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
La justicia occidental agoniza no solo por la decadencia de sus instituciones, sino sobre todo por la inanidad moral que la ha invadido: aquí reside el dilema fundamental —el dilema Carl Ransom Rogers y Sigmund Freud— que vertebra la crisis más profunda de nuestro tiempo. Occidente, y España como laboratorio de la impotencia judicial, ha optado por negar la dimensión trágica del ser humano; ha preferido el consuelo sentimental de Carl Ransom Rogers al diagnóstico sombrío de Sigmund Freud y, en ese extravío, ha proporcionado al crimen su paraíso.
Por otro lado, contribuyendo desde el testimonio y la experiencia, Erin Pizzey aporta un enfoque realista y desgarrador sobre el fracaso institucional al afrontar la violencia grave, mostrando cómo la negación del mal se traduce en sufrimiento real y en un sistema que perpetúa la impunidad y la indefensión de las víctimas. Su trabajo ilustra la expresión práctica del “buenismo” en la justicia que administra la criminalidad contemporánea.
Carl Ransom Rogers contra Sigmund Freud: la elección antropológica definitoria
Occidente ha inclinado todos sus dispositivos penales y sociales hacia la pedagogía rogeriana, un dogma que se ha impuesto como la única vía válida: el criminal, víctima de un entorno malévolo o defectuoso, es tratado como sujeto potencialmente reeducable, merecedor de empatía y apoyo terapéutico. Carl Ransom Rogers visualiza al ser humano con una inclinación innata hacia el bien, donde la maldad última es producto de bloqueos externos, no de una naturaleza interna irrevocable.
En cambio, Sigmund Freud, con su profundo análisis psicoanalítico, sostiene que el crimen emerge muchas veces de pulsiones oscuras, inconscientes, destructivas (el “ello”), y que la naturaleza humana incluye conflictos irreductibles. Estas fuerzas no pueden ser relegadas ni suprimidas fácilmente: el mal es estructural, a veces imperecedero, y la violencia no siempre es simple cuestión de entorno o educación.
El predominio rogeriano configura hoy el sistema penal y penitenciario: instituciones que prefieren la terapia, la pedagogía y los protocolos de reinserción ante el castigo o la exclusión. Sin embargo, la realidad contradice esta construcción: las tasas de reincidencia, la violencia urbana persistente y la inseguridad ciudadana evidencian que hay criminales para los que la compasión es irrelevante y la rehabilitación, una quimera.
Erin Pizzey, en su destacado trabajo sobre violencia doméstica y el fracaso de la protección institucional, aporta una resonancia fundamental: mostrar cómo la infantilización del mal pone en jaque a la justicia, perpetúa el sufrimiento de las víctimas y mantiene impune al agresor. Su experiencia confirma que asumir ingenuamente la rehabilitación sin el reconocimiento del daño real es la peor traición al orden social.
Justicia como tecnología social y su demolición
John H. Langbein, en Albion’s Fatal Flaws (1983), describe con detalle el sistema penal inglés del siglo XVIII, que funcionaba como una tecnología brutal pero calculada destinada a preservar el orden social. El crimen era una perturbación orgánica, y la justicia accionaba con la frialdad de un cirujano: el verdugo representaba la amputación social del mal. Entre ejecuciones, indultos y deportaciones se desarrollaba un sistema que perseguía un equilibrio esencial, donde la ejemplaridad y la discreción judicial se combinaban para mantener la cohesión.
En contraste, el presente muestra a las democracias europeas y especialmente a España entregadas a la gestión del desorden, incapaces de aplicar castigos efectivos y dominadas por una burocracia que sustituye la justicia por la mera administración de expedientes. La desaparición del castigo ejemplar ha convertido a las sociedades en permeables a la violencia, mientras la población desconfía cada vez más del sistema y percibe con amargura el fracaso institucional.
De la selección jurídica a la selección biológica y social
Peter Frost y Henry Harpending, desde el ámbito de la psicología evolutiva, plantean que la erradicación recurrente de los individuos más violentos tuvo un efecto biológico real: modelar poblaciones europeas más pacíficas. Esta “pacificación genética” fue un resultado indirecto del sistema penal histórico que eliminaba a violentos crónicos. La caída espectacular de homicidios en Inglaterra entre 1500 y 1750 avala esta tesis.
Hoy, sin embargo, la selección ha cambiado de naturaleza. Ya no se elimina al delincuente para proteger a la comunidad, sino que la marginalización social se focaliza en los pobres y excluidos, mientras que los violentos reincidentes son protegidos bajo discursos buenistas, impunidad o políticas de integración carentes de medidas efectivas. España es un ejemplo dramático de esta paradoja, donde la exclusión cínica afecta a los vulnerables pero no logra contener la violencia estructural.
El ideal de la rehabilitación y su crisis.
La abolición de la pena de muerte es una victoria moral, indiscutible, pero con un coste alto: la transformación del sistema penal en un mecanismo enfocado en la reinserción sin garantizar la protección ciudadana. Las prisiones son hoy laboratorios de intentos de curar lo que antes se extirpaba. Esta confianza total en la reeducación universal nace del humanitarismo ilustrado y encuentra su auge con la psicología humanista de Carl Ransom Rogers.
Pero esta fe choca con la realidad: las estadísticas muestran tasas alarmantes de reincidencia y crecimiento de la violencia urbana. La víctima percibe que el Estado protege a los delincuentes más que a quienes sufren. David Garland diagnostica este cambio como sustitución de la moral por la administración, donde la justicia se limita a calcular riesgos, perdiendo su sentido simbólico y ejemplar.
Infantilización y banalización del mal: el triunfo del pensamiento Alicia
Gustavo Bueno conceptualiza esta decadencia como el “pensamiento Alicia”: una negación ingenua del mal que convierte al criminal en niño extraviado. La justicia disfraza su debilidad con pedagogía, escuelas y terapia, mientras el mal queda reducido a error administrativo. Erin Pizzey corrobora esta visión desde la práctica: la negación institucional del daño verdadero, especialmente en la violencia doméstica, legítima la indefensión de las víctimas y la impunidad de los agresores.
Esta infantilización derivada en banalización ha destruido el núcleo ético de la justicia, aboliendo cualquier rigor ante la perversión y sustituyéndola por la burocracia. La sociedad occidental hoy confunde compasión con cobardía, tolerancia con indiferencia.
Buenismo, multiculturalismo y auge de la violencia importada.
Este paradigma se ve agravado por fenómenos sociales complejos: la llegada masiva de personas con tradiciones donde impera la ley del Talión y otras formas violentas de justicia no estatal. En barrios de España y Europa occidental coexisten códigos tribales con la ley estatal, que muchas veces queda subordinada o ignorada. Las cifras dramáticas en aumento de agresiones sexuales y homicidios mediadas por dinámicas étnicas y migratorias evidencian una realidad soslayada por la política de la integración complaciente.
El discurso progresista legitima la violencia según la identidad del agresor, criminalizando al ciudadano que exige orden y justicia. Este buenismo multicultural ofrece a la criminalidad selectiva, impunidad ya la sociedad un riesgo creciente.
La muerte simbólica y práctica de la justicia.
El colapso de la justicia es a la vez simbólico y operático. La pérdida del sentido trascendente y de la función selectiva del castigo ha convertido las instituciones en agentes de la gestión del desorden, sin fuerza ni credibilidad. España exhibe crueldad con el contribuyente y mansedumbre con el criminal. Así, el sistema persigue la forma mientras tolera la brutalidad y alimenta la percepción justificada de indefensión social.
El dilema Rogers/Freud como columna vertebral del diagnóstico
Todo este declive se explica por la elección imprudente entre Carl Ransom Rogers y Sigmund Freud. Occidente ha abrazado el optimismo del primero y rechazado la dureza existencial del segundo. Erin Pizzey, en su experiencia con la violencia doméstica, evidencia cómo esta opción práctica y política legítima la impunidad y el fracaso en garantizar la seguridad. La justicia que renuncia a castigar lo irrecuperable es la que más gravemente falla en su deber.
Reconocer el núcleo trágico, oscuro y estructural de la violencia no es crueldad sino responsabilidad. La justicia debe legislar y castigar cuando sea el último recurso para proteger a la sociedad y evitar que las víctimas se conviertan en la verdadera tragedia. Esto exige superar la ingenuidad humanista para abrazar un humanismo complejo, que convoca la compasión y la firmeza.
Epílogo: sin equilibrio no hay futuro posible
No basta denunciar ni el multiculturalismo complaciente, ni el pensamiento Alicia, ni la administración judicial incapaz. No se pueden desechar análisis estructurales, memoria histórica, crítica sistemática a la exclusión socioeconómica, y sobre todo, es imprescindible un reconocimiento profundo del dilema Rogers/Freud/Pizzey. La justicia, como instrumento de paz social, sólo puede sobrevivir si reconoce la necesidad de límites y del coraje de castigar cuando la pedagogía fracasa.
Sí, es necesario sumar el realismo de la justicia punitiva, la necesidad de un Estado fuerte pero limitado, y la valentía de nombrar al mal por su nombre. Porque sin esa suma profunda, sin ese equilibrio maduro, toda sociedad está destinada a caer bajo el peso de sus propios miedos y omisiones.
Bibliografía ampliada
- Langbein, John H. Defectos fatales de Albion . Oxford UP, 1983.
- Guirnalda, David. Castigo y sociedad moderna . Oxford UP, 1990.
- Frost, Peter y Harpending, Henry. Europa Occidental, Formación del Estado y Pacificación Genética . Psicología Evolutiva, 2015.
- Bueno, Gustavo. El pensamiento Alicia: un mundo sin mal . Ediciones B, 2006.
- Barraycoa, Xavier. Los (des)heredados de la democracia . Itinerarios, 2018.
- Pizzey, Erin. Testimonios y estudios sobre violencia doméstica y sistemas fallidos de protección.
