Epístola de Su Sanchidad Petrus Golfus Hispánicus a su club de fans y a los que, a pesar de los pesares, siguen apoyándolo

SU SANCHIDAD PETRUS GOLFUS HISPÁNICUS (ALTER EGO DE PEDRO SÁNCHEZ)
Queridísimos súbditos de mi inefable reino de vanidades, fieles seguidores de esta tragicomedia que es mi existencia pública, y esos valientes insensatos que, contra viento, marea y evidencias, continúan sosteniendo mi nombre con una devoción casi religiosa:
Permitidme, en primer lugar, que me autodenomine con el título que con tanto cariño y sorna me habéis otorgado: Su Sanchidad. No es un honor cualquiera, sino un reconocimiento a mi excelsa capacidad para encarnar la figura del líder que, con aires papales, dicta sentencias infalibles desde su púlpito de egolatría. Porque, ¿quién más que yo podría llevar con tanto desparpajo la corona invisible de la soberbia, mientras el mundo observa atónito el desfile de contradicciones y despropósitos?
Este apelativo, lejos de ser una mera etiqueta, es un espejo en el que se refleja la grotesca farsa del poder moderno: un poder que se cree infalible, que se rodea de cortesanos aduladores y que convierte la realidad en un mero decorado para su teatro personal. «Su Sanchidad» soy yo, el monarca de la hipocresía, el campeón de la doble moral, el maestro del arte de hablar mucho y decir nada, mientras la verdad se ahoga en un mar de excusas y medias verdades.
A vosotros, mi club de fans, os dedico mi más profunda admiración y mi más sincero sarcasmo. Sois los guardianes de mi leyenda, los que, con una fe ciega y a veces desesperante, justificáis cada tropiezo, cada desliz, cada contradicción. Vuestra lealtad es digna de estudio: no por su nobleza, sino por su incomprensible resistencia a la lógica y al sentido común. Defenderme es, en efecto, una cruz que pocos están dispuestos a cargar, pero vosotros lo hacéis con el fervor de quien sabe que su causa es, cuanto menos, polémica.
Y a los críticos, esos aguafiestas que no cesan de señalar mis errores y desmontar mis discursos, os agradezco el papel que desempeñáis en esta tragicomedia. Sin vosotros, «Su Sanchidad» sería un rey sin reino, un bufón sin público, un mito sin leyenda. Vuestra insistencia en la verdad y la coherencia es la antítesis perfecta de mi reinado de apariencias y falsedades.
Por último, a los que, pese a todo, siguen apoyándome, os lanzo un consejo envuelto en ironía: reconsiderad vuestras prioridades. En un mundo lleno de causas nobles y personajes dignos de admiración, elegir seguir a «Su Sanchidad» es, cuando menos, un acto de masoquismo intelectual o de devoción ciega. Pero, claro, ¿quién soy yo para juzgar? En esta corte de sombras, siempre habrá lugar para el espectáculo, la farsa y el ídolo de barro.
Seguiré aquí, cultivando mi leyenda de mediocridad con la misma pasión con la que un político cultiva excusas, porque alguien tiene que ocupar el trono del esperpento. Y si «Su Sanchidad» es el título que mejor me define, que así sea, con toda la ironía y el desprecio que ello conlleva.
Ahora, permitidme retomar el género epistolar que tan buenos réditos me ha dado, aunque ya no me dirija a la ciudadanía enamorada, sino en exclusiva a vosotros, militantes y creyentes del PSOE, mis queridos compañeros y compañeras progresistas y feministas, que estáis decepcionados, dolidos, indignados, desconcertados, tristes. Pobres: vosotros y vosotras sois gente buena a quienes os repugna la falta de ejemplaridad y el machismo; sois víctimas dolientes en estos difíciles momentos y, por supuesto, no sois responsables de nada. “Contad conmigo. Yo cuento con vosotros.” Y, como buen líder, os cuento un cuento para que os durmáis y soñéis tranquilos y felices…
Aseguro que el PSOE es un partido decente, comprometido con el interés general y moralmente superior, porque no estamos a salvo de la infamia de la corrupción pero reaccionamos contundentemente ante ella. O al menos reaccionamos cuando la corrupción es pública e innegable, después de haberla negado consistentemente, después de haber puesto la mano en el fuego por los corruptos, después de haber denunciado que éramos víctimas de campañas de acoso y linchamiento, después de haber insultado y despreciado a los periodistas que informaron sobre ella, la fábrica de bulos y fango de la fachosfera…
Insisto en que mi gobierno es legítimo y critico a la oposición por intentar derribarlo al precio que sea, una derecha malvada que, al parecer, no tiene proyecto político de país y solo quiere destruir y no construir. Denuncio que nos enfrentamos a una operación de demolición moral, por procedimientos que conllevan más peligro para la democracia que aquello que pretenden combatir.
No menciono cómo compré votos para gobernar al precio que sea, a cambio de amnistías y pactos con independentistas y herederos de terroristas que antes aseguré que nunca haría. Yo no miento, ni falto a mi palabra, ni incumplo compromisos, solo cambio de opinión… Tras mis constantes ataques a los jueces y a la prensa tengo la desvergüenza, natural en mí, de afirmar que con mi gobierno las instituciones funcionan, el poder ejecutivo no interfiere en investigaciones que dependen del poder judicial, y la transparencia ha aumentado.
Alabo a los militantes del PSOE, quienes trabajan y colaboran día tras día para construir un país mejor y un mundo más justo, no como los militantes de otros partidos, que o no trabajan o lo hacen para conseguir un país peor y un mundo más injusto.
Digo que la ciudadanía del país es exigente, pero no les permito manifestar sus exigencias mediante la convocatoria de elecciones, no sea que se equivoquen y voten mal. Apelo a la templanza y al debate sereno con quienes quieran sumarse a mí para aportar y mejorar. Soy tan razonable, tan sensato, tan abierto al diálogo y la reflexión: a todo, menos a permitir que los ciudadanos se expresen mediante el voto, que ahora no toca, las elecciones son cada cuatro años y nunca se adelantan.
Aseguro que no hay un sistema podrido cuya reforma haya que abordar políticamente: o no hay podredumbre, o la que hay no es un asunto político aunque implique a ministros, secretarios de organización del PSOE y familiares del presidente del gobierno… Defiendo que la corrupción se combate con mejores medios y las herramientas adecuadas, mientras me niego a dar más medios a la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil e insisto en el control político de una fiscalía a la que quiero dar más poder porque… ¿la fiscalía, de quién depende?
Recuerdo que la oposición tiene a su disposición una herramienta prevista en nuestro ordenamiento, la moción de censura. Por algún motivo no menciono que yo tengo otra, la moción de confianza, quizás adecuada para estos momentos de agitación e incertidumbre….No dejo pasar la ocasión de mencionar a la ultraderecha que presuntamente odio, legitima la violencia y es incompatible con los valores fundamentales de la democracia, el progreso, los derechos y las libertades. No tengo ningún problema con la ultraizquierda en mi gobierno, aunque en el pasado asegurara que me quitarían el sueño si gobernaran, porque ellos son todo amor, paz, sabiduría, progreso, derechos y libertades… Recuerdo lo mucho que hemos conseguido y lo que queda por conseguir con trabajo y políticas públicas justas, modernas y eficaces, de las cuales al parecer solo nosotros somos capaces. Véase por ejemplo lo que hemos conseguido con la vivienda, y lo que nos queda por conseguir. Tengo claro que merece la pena seguir luchando con la misma ilusión y ganas que el primer día: esta vez no necesito tomarme unos días de reflexión. Yo no he venido a ocupar un sillón, pero lo ocupo y me aferro a él para mejorar la vida de la gente, esa gente cuyo voto actual me conviene no conocer.
No perdamos la perspectiva: no prestemos tanta atención a la corrupción, distraigamos al público con otras cosas. Es momento de coherencia, de claridad y de orgullo. Y de ilusión, de mucha ilusión: del concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. Pedro Sánchez es un maestro de la ilusión.
Pido perdón y no dimito, en contra del Pedro Sánchez de hace años cuando estaba en la oposición, esa persona diferente que aseguraba que en política no se pide perdón sino que se dimite…. ¡PEDID AYUDA Y SE OS DARÁ… NADIE SE VA A QUEDAR ATRÁS!…
No puede faltar en este retablo de la política hispana la referencia a los grandes clásicos que, siglos antes, ya retrataron con maestría el esperpento, la hipocresía y la desvergüenza de las élites y sus cortesanos.
Vivimos, queridos compañeros y compañeras progresistas, en una nueva Corte de los Milagros, como la que Valle-Inclán retrató con su mirada despiadada y deformante, donde los milagros no son más que trampas, fingimientos y simulacros. Aquí, como en aquellos barrios marginales de París y en la corte de Isabel II, cada cual interpreta su papel de tullido, ciego o desvalido durante el día, para recuperar milagrosamente la dignidad y la salud cuando cae la noche y se cierra el telón de la representación pública. En nuestra corte, los milagros consisten en transformar la corrupción en virtud, la mentira en relato, el clientelismo en justicia social y la desvergüenza en ejemplo a seguir. Los que hoy se rasgan las vestiduras por la falta de ejemplaridad, mañana, en la intimidad del partido, celebran la astucia y el arte de sobrevivir en la ciénaga política.
No somos sino un Patio de Monipodio, ese corral sevillano que Cervantes nos legó en sus «Novelas ejemplares», donde los pícaros, ladrones y truhanes se organizan con reglas propias, repartiéndose botines y favores, jurando códigos de honor entre pillos y estableciendo una ética de la supervivencia que nada tiene que envidiar a la de la alta política. Aquí, como en nuestro patio, cada cual conoce su papel: el jefe reparte, los fieles aplauden, los críticos son expulsados y los ingenuos, si los hay, pronto aprenden que la verdadera lealtad consiste en mirar para otro lado y repetir el catecismo oficial. La decencia, como en el patio de Monipodio, es solo una palabra hueca, un disfraz para engañar a los incautos y tranquilizar la conciencia de los cómplices.
Pero, sobre todo, vivimos en la representación perpetua del Retablo de las Maravillas. Como en el entremés de Cervantes, dos pícaros (Chanfalla y Chirinos) llegan a la villa prometiendo un espectáculo maravilloso que solo pueden ver los de sangre limpia y legítima. Las autoridades, por miedo al ridículo y a ser tachados de bastardos o conversos, fingen ver lo que no existe: Sansón, toros, ratones, leones y osos colmeneros que solo existen en la imaginación y en la presión social. La función avanza entre exclamaciones de asombro fingido, aplausos impostados y miedo a ser desenmascarados. Nadie se atreve a decir la verdad: que el retablo está vacío, que no hay nada, que todo es una farsa sostenida por el miedo y la conveniencia.
El desenlace final de este entremés, cervantino de El retablo de las maravillas -sin duda de plena actualidad- llega cuando irrumpe en escena un militar —un furrier— que, ajeno a la comedia, exige alojamiento para sus soldados. Al no conocer el supuesto poder del retablo, dice abiertamente que no ve nada. Los timados, para defender su honor, lo acusan de judío converso y lo ridiculizan. Pero el militar, ofendido, reacciona a palos, desatando el caos y poniendo fin al espectáculo. Así, la mentira colectiva se desmorona ante la irrupción de la realidad, y la violencia sustituye a la impostura.
Como en el cuento del rey desnudo (del que se han hecho múltiples versiones), en el retablo de las maravillas de la España actual nadie se atreve a señalar la desnudez del poder, la vacuidad del discurso, la falsedad del relato. Todos fingen ver las maravillas del retablo, todos repiten el cuento, todos temen ser los primeros en decir la verdad y quedar marcados como traidores, bastardos o enemigos del pueblo. Hasta que la irrupción de la realidad, de la verdad sin adornos, deshace el encantamiento y revela la miseria moral de la función.
Y no puede faltar, claro, la referencia a La Celestina, esa obra fundacional de los arrabales, las cloacas, los burdeles y el puterío más refinado y ejemplar que la literatura española haya conocido. Si Valle-Inclán nos legó la Corte de los Milagros y Cervantes el Patio de Monipodio y el Retablo de las Maravillas, Fernando de Rojas nos regaló la cartografía moral de la ciudad baja, donde la virtud es mercancía, el amor es negocio y la astucia, la moneda de curso legal.
En la corte de Su Sanchidad Petrus Golfus Hispánicus, los arrabales no son solo un escenario, sino el alma misma del régimen. Aquí, como en la trastienda de Celestina, se conciertan pactos inconfesables, se trafica con favores y se urden intrigas en la penumbra de los burdeles ideológicos. Los progresistas de nuevo cuño, tan dados a la ejemplaridad y la superioridad moral, no dudan en frecuentar las cloacas y los bajos fondos cuando de conservar el poder se trata. La vieja alcahueta, maestra en el arte de mediar entre deseos prohibidos y conveniencias públicas, tendría hoy un escaño de honor en la ejecutiva del partido, asesorando sobre alianzas, indultos, amnistías y otras transacciones de dudosa legalidad y nula decencia.
La izquierda progresista hispana, tan celosa de su imagen, no duda en practicar el puterío político con la misma desenvoltura que los personajes de Rojas: aquí se compra y se vende lealtad, se trafica con la dignidad ajena y se predica la virtud mientras se practica el vicio. Los burdeles de la vieja Castilla han sido sustituidos por despachos oficiales, pero la lógica es la misma: todo tiene un precio, y la ejemplaridad es solo un reclamo para incautos.
Así, la tragicomedia nacional se completa: la Corte de los Milagros para el fingimiento, el Patio de Monipodio para el reparto del botín, el Retablo de las Maravillas para la farsa colectiva y La Celestina para el arte de medrar en la sombra, entre arrabales, cloacas y burdeles, donde la verdadera política se decide lejos de la luz y de la ley. ¿Qué mejor espejo para la izquierda progresista hispana, tan dada a la prédica pública y al negocio privado, tan experta en conjugar el discurso de la virtud con la práctica del vicio más rentable?
Como colofón a esta epístola, y en homenaje a la sabiduría cervantina que tanto contrasta con el esperpento político de nuestra “Corte de los Milagros”, el “Patio de Monipodio”, el “Retablo de las Maravillas” y la “Celestina” de la política hispana, conviene recordar los consejos que Don Quijote dio a Sancho Panza antes de que éste se hiciera cargo de la ínsula de Barataria. Son palabras que resplandecen como margaritas echadas a los cerdos, pero que, aun así, merecen ser evocadas ante tanto lodazal y burdel institucional:
“Primeramente, ¡oh, hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada.
Mira a quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.
No te hinches como el sapo, que la mayor parte de los hombres suelen ser más de parecer que de ser.
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desdeñes de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a avergonzarte.
Sé humilde con los humildes y prudente con los poderosos.
Procura, Sancho, ser limpio, y córtate las uñas.
Come poco y cena más poco, que la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago.
Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala.
No te dejes llevar de la pasión, que la ira ciega el entendimiento y la justicia.
Si acaso doblares la vara de la justicia, que sea con el peso de la misericordia.
Descubre siempre la verdad, aunque te cueste la vida, porque la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.
Y, sobre todo, Sancho, escucha mucho y habla poco, que en el mucho hablar suele estar el error.”
Estos consejos, que Cervantes pone en boca de su caballero andante, resumen una ética del poder y del servicio público que hoy parece tan lejana como la Ínsula Barataria misma. Ojalá algún día, entre tanto retablo de maravillas, corte de milagros, patio de pícaros y burdel de progresistas ejemplares, alguien recuerde que gobernar es, ante todo, un ejercicio de humildad, de justicia, de verdad y de servicio a los demás.
Y ya para cerrar -siguiendo con la abundante y rica la literatura moral española- traigo a colación el Exemplo XXXII de El conde Lucanor de Don Juan Manuel: Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño.
En este relato, Patronio cuenta al Conde cómo tres pícaros prometen a un rey un paño maravilloso, invisible para todo aquel que no sea hijo legítimo de su padre. El rey, temeroso de ser señalado como ilegítimo, finge ver el paño; lo mismo hacen sus cortesanos, por miedo al ridículo y a perder su posición. Así, la corte entera se entrega a la mentira colectiva, hasta que la farsa se desmorona y todos quedan en evidencia, víctimas de su propia cobardía y vanidad.
La moraleja, en forma de copla, es tan clara como universal:
“A quien te aconseja encubrir de tus amigos, más le gusta engañarte que los higos.”
Es decir, quien te pide que ocultes algo de tus propios amigos, no busca tu bien, sino aprovecharse de tu confianza para engañarte mejor. El poder, rodeado de aduladores y consejeros que exigen secreto y sumisión, termina siendo víctima de su propio círculo de engaño y autoengaño. El paño inexistente es el símbolo perfecto de la mentira institucionalizada, del miedo a la verdad, del precio de la lealtad mal entendida.
Así, esta copla de Don Juan Manuel resuena como advertencia y epitafio en la gran tragicomedia de Su Sanchidad Petrus Golfus Hispánicus: en la corte de los milagros, en el patio de monipodio, ante el retablo de las maravillas, en los burdeles de la Celestina y en la ínsula de Barataria, la mayor amenaza para el poder no viene de fuera, sino de los propios cortesanos que, por miedo o interés, prefieren el engaño a la verdad y la adulación a la honestidad.
Que no se olvide nunca:
A quien te aconseja encubrir de tus amigos, más le gusta engañarte que los higos.
Y así concluye, entre farsas, retablos, arrabales y consejos, la epístola de Su Sanchidad Petrus Golfus Hispánicus, rey de la ilusión, señor de la apariencia y mártir de su propia corte de burladores.