EL GRAN TIMO DEL INGRESO MÍNIMO VITAL: EL GOBIERNO Y LA OPOSICIÓN NOS TOMAN POR IDIOTAS

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Hay momentos en la historia en que el poder, con una sonrisa beatífica y el disfraz de benefactor, se quita la careta y se revela tal cual es: un depredador insaciable que vive de mantenernos sumisos, pobres y agradecidos por las migajas. Eso es exactamente lo que sucede con el llamado Ingreso Mínimo Vital.

Sí, el Gobierno en pleno, con la complicidad cómplice de una oposición de atrezo, pretende hacernos creer que esta prestación es la panacea universal contra la pobreza, la exclusión y hasta la mala suerte. Como si con un decreto publicado en el Boletín Oficial se pudiera abolir la miseria. Una mentira tan burda que hasta Mark Twain, desde su tumba, nos advierte: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada.”


La tentación del “vivir sin trabajar”

Siempre ha existido una tentación muy humana: la de vivir sin esfuerzo, a costa del prójimo. Algunos lo consiguen gracias a la lotería, otros por herencias inesperadas y los más afortunados… porque forman parte de esa casta de privilegiados que manejan los hilos del poder y se reparten los beneficios del sometimiento colectivo.

Ese sometimiento adopta hoy formas sofisticadas: leyes que nos venden como derechos, programas sociales envueltos en lenguaje buenista, consignas de igualdad que en realidad encubren una operación sistemática de desarme ciudadano. Nos adormecen, nos entretienen, nos distraen, mientras recortan nuestras libertades y nos convierten en dependientes de un Estado clientelar.

No nos engañemos: lo que buscan es una población dócil, maleable, agradecida a sus amos, incluso cuando esos mismos amos son quienes nos empobrecen.


El nuevo orden: neomarxismo de postal y capitalismo de rapiña

Todo este tinglado del Ingreso Mínimo Vital es solo un engranaje más en una maquinaria mucho más grande. Detrás está el nuevo Estado neomarxista de fachada keynesiana o, en el reverso de la misma moneda, el capitalismo monopolístico salvaje camuflado de filantropía.

No hablamos de especulación: basta con escuchar lo que proclamó Klaus Schwab, el sumo sacerdote del Foro Económico Mundial, en Davos en enero de 2020: “El propósito universal de las empresas en la Cuarta Revolución Industrial”. Una frase que parece sacada de un folleto de autoayuda, pero que encierra la verdadera agenda:

  1. Imposición de los Objetivos de Desarrollo de la Agenda 2030 de la ONU.
  2. Cumplimiento servil de los acuerdos de París sobre el clima, no como defensa del planeta, sino como mecanismo de control global.
  3. Una tecnocracia empresarial que vigila, controla y moldea cada aspecto de la vida humana.

¿Y la traca final? El verdadero horizonte de estas élites: control poblacional, reducción demográfica y, a medio plazo, la transhumanización. La desaparición del hombre como lo conocemos.


El Real Decreto 20/2020: la trampa legal del sometimiento

En este marco aparece el Real Decreto 20/2020, de 29 de mayo, que regula el Ingreso Mínimo Vital. Fue aprobado en el Congreso con mayoría absoluta el 10 de junio de 2020. Y, atención: nadie, absolutamente nadie, presentó una enmienda a la totalidad. Ni siquiera a los artículos más polémicos. La farsa fue aceptada por unanimidad silenciosa, como si todos los partidos hubieran firmado un pacto secreto para entregarnos a esta nueva servidumbre.

El diseño del sistema es perverso. Obliga a demostrar la insuficiencia de ingresos para recibir la ayuda, lo cual condena a perpetuar la pobreza. Nadie que aspire a mejorar puede hacerlo sin arriesgarse a perder la limosna. El resultado es un círculo vicioso: paro estructural, caída de salarios, hundimiento de la recaudación, inflación desbocada y más gasto público inasumible.

¿A esto lo llaman justicia social? ¡Es una fábrica de pobres!


Fracasos de ayer, fracasos de hoy

La historia está plagada de experimentos idénticos. Todos fracasaron. Repasemos:

  • El Sistema Speenhamland (1795-1834) en Inglaterra. Se completaban los ingresos de los pobres rurales. Resultado: desincentivo al trabajo, ruina de los salarios, pobreza multiplicada. El informe de la Comisión Real de 1834 lo calificó de catástrofe.
  • Las transferencias condicionadas en América Latina (años 80). Banco Mundial y Banco Interamericano de Desarrollo las impulsaron en más de treinta países. La Comisión Económica para América Latina lo dejó claro tras 16 años: fracaso rotundo, con los pobres igual de pobres y el sistema igual de clientelar.
  • La Estrategia Europea 2020 (2009-2018). Una década perdida. En España, regiones enteras como Andalucía, Extremadura o Canarias vieron crecer la pobreza pese a las ayudas. La Red Europea de Lucha contra la Pobreza lo documentó en 2019: fracaso total.
  • La Estrategia Nacional de Prevención y Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (2019-2023). Una copia cutre de la estrategia europea, atada a la Agenda 2030. Misma receta, mismo veneno, mismo fracaso.
  • El Ingreso Mínimo Vital en España (desde 2020). Prometieron cobertura para más de cuatro millones de familias. En 2025 apenas hay 736.000 familias reconocidas, unos 2,25 millones de personas. Y la Tasa Arope, indicador de riesgo de pobreza, solo bajó del 21 % al 19,7 % en cuatro años. Una caída marginal que confirma lo evidente: es un fiasco monumental.

El fracaso no es error: es estrategia

Ante tantas pruebas, la conclusión es inevitable: no se trata de un fracaso, se trata de un éxito planificado. El objetivo nunca fue erradicar la pobreza, sino mantenerla bajo control, convertirla en una herramienta de poder.

Pobreza dosificada, controlada, administrada con jeringa política. Una pobreza que ata, que domestica, que agradece al verdugo el mendrugo de pan.

Lo saben desde hace siglos. Civilizaciones enteras —los mayas, los nabateos, los pueblos que cayeron por sus propias trampas— nos enseñan que el sometimiento por inanición y dependencia acaba destruyendo sociedades. Hoy la receta es la misma, pero con lenguaje tecnocrático y decorado progresista.


La conclusión que nadie quiere escuchar

Que no nos engañen: el Ingreso Mínimo Vital no es un derecho, es un cepo. Una cadena dorada que perpetúa la pobreza y desactiva la rebeldía. No es solidaridad, es manipulación. No es justicia, es sometimiento.

El gran truco consiste en convencernos de que somos libres mientras dependemos del subsidio del amo. Y todo para que unos pocos —los grandes millonarios filántropos, las multinacionales, los fondos buitres, los políticos vendidos— se queden con todo.

Pero la paciencia de la gente tiene un límite. El engaño puede prolongarse, pero no eternamente. Y cuando ese límite se rompa, quedará claro lo que este artículo lleva denunciando desde el principio:

El Gobierno y la oposición nos toman por idiotas.

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