El gran engaño de la democracia realmente existente. La democracia no existe.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

 Son las élites económicas y los grupos organizados de interés, lobbies, los que acaban decidiendo en la política española (o en la de cualquier país occidental), mientras que las iniciativas populares y el ciudadano medio carece completamente de capacidad de influencia en la toma de decisiones.

¿Quién o quiénes nos gobiernan realmente, quién o quiénes legislan, quién o quiénes controlan el poder judicial…?

El sistema político español es un régimen oligárquico y caciquil aunque quienes viven de la política, quienes parasitan de nuestros impuestos, proclamen lo contrario. Sin duda son las élites financieras y sus peones, empleados, los que realmente ejercen el poder. Eso sí, con la supuesta democracia en el que el pueblo soberano decide quién o quiénes gobiernan, esas élites pueden afirmar con absoluta tranquilidad que, sus acciones o inacciones no son de su responsabilidad directa, pues actúan porque así lo ha querido, ordenado, la mayoría que los aupó al poder; así que, están exentos de responsabilidad, pues los verdaderos responsables son los votantes, que actúan sabiamente y ellos son los representantes de la voluntad popular, y… bla, bla, bla. Aí pues, el resultado de las elecciones es lo de menos, el partido al que cada cual vota da exactamente lo mismo, ya que la democracia es en realidad, desde hace muchos años, una forma de asegurar que siempre gobiernen y acaben tomando decisiones los mismos. 

¿Es “democrático” un sistema en el que sus principales instituciones no lo son?

Para empezar, hay que señalar que ningún partido político de los que dicen ser «más representativos» cumple con la ley de partidos y la Constitución Española de 1979…

Como explica Robert Michels, sociólogo y politólogo alemán, especializado en el comportamiento político de las élites intelectuales y especialmente conocido por su libro “Los partidos políticos” en el que describe su «ley de hierro de la oligarquía», se puedeafirmar que en la vida partidaria moderna la oligarquía se complace en presentarse con apariencia democrática, en tanto que la sustancia de la democracia se impregna de elementos oligárquico-caciquiles. Tenemos una oligarquía con apariencia democrática, y por otra parte, una democracia que en realidad es un régimen oligárquico y caciquil.

Al estar dominados por elementos oligárquicos, los partidos presentan a las elecciones unos candidatos que son las élites de esos mismos partidos.

El parlamentarismo empuja a la oligarquización (especialización de faenas, comisiones, etc.), hace que el líder sea imprescindible. El parlamentarismo da cada vez más oportunidades al líder, a los líderes para alejarse de sus electores y por supuesto de sus afiliados/militantes.

Los líderes de las oligarquías diversas se ayudan mutuamente para evitar la competencia de nuevos líderes que pudieran surgir de la sociedad. Los diversos partidos acaban formando una especie de “trust oligárquico”, tal como ocurre con un “trust” en la actividad empresarial, en que varias empresas que producen los mismos productos se unen formando en realidad una sola empresa, que tiende a controlar un sector económico y ejercer en lo posible un poder monopolístico; sea mediante un control en el ámbito horizontal, cuando las empresas producen los mismos bienes o prestan los mismos servicios; o de ámbito vertical cuando las empresas del grupo efectúan actividades complementarias. La dinámica de los actuales partidos políticos también es comparable a los cárteles mafiosos que se reparten territorios y áreas de influencia…

En el actual régimen de «democracia liberal», en la democracia realmente existente lo único que pueden hacer los electores es sustituir a un líder por otro. Por eso los líderes mantienen algún vínculo con los ciudadanos, incluso alianzas contra nuevos líderes. Los viejos líderes apelan a la disciplina, cosa que reduce la libertad de expresión de la masa.

Los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir entre diferentes oligarcas de los diferentes partidos para dirigir la democracia, la “democracia con contenido oligárquico”, o lo que Gaetano Mosca llamó “clase política”. Los ciudadanos corrientes no tienen acceso al ejercicio real de su soberanía, y por lo tanto a participar realmente en la democracia, a participar en la toma de deciones, si no es entrando a formar parte de esta clase.

La siguiente cuestión entonces es, es que, en la prácitica, se trata de una clase cerrada, de acceso restringido.

Michels explica también que sus miembros pueden surgir de los ciudadanos comunes y corrientes en los partidos de amplia base popular, pero al alcanzar el puesto de liderazgo en los partidos, estas personas dejan de pertenecer a su grupo de origen y se elevan por encima de los ciudadanos. Michels lo explicaba así: “Todo poder sigue así un ciclo natural: procede del pueblo y termina levantándose por encima del pueblo”. Se produce así, según Michels, un proceso de “circulación de élites” que ya estudiaron los autores italianos Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, proceso según el cual en un sistema «democrático» las élites que forman parte del poder político se verán refrescadas por la llegada de nuevas personas surgidas de los estratos inferiores, pero que al acceder al poder pasan a convertirse a su vez en élites dejando inevitablemente de pertenecer a los ciudadanos corrientes.

Es decir, la democracia sin élites sería imposible porque, en un sistema de partidos, los que llegan a la situación de poder tomar decisiones lo hacen porque han ascendido dentro de la organización y por ello han alcanzado el estatus de élite separándose de la base. “Los defectos de la democracia residirán en su incapacidad para liberarse de su escoria oligárquica”, escribía Michels.

En casos de crisis política, la lejanía de la llamada “clase política” con respecto al común de los mortales acaba produciendo rechazo en ellos, lo que a veces provoca a su vez el surgimiento de grupos que denuncian a la oligarquía de turno y a la democracia como imperfecta o incluso inexistente porque no se sienten representados. Esos grupos están integrados por una número relativamente pequeño de personas, que son las interesadas en política, y luchan de manera organizada por llegar al poder, adquiriendo a su vez rasgos oligárquicos, y cuando alcanzan el poder lo hacen generalmente mezclándose con la anterior oligarquía hasta confundirse con ella. Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia: los burgueses revolucionarios de finales del S. XVIII a mediados del S. XIX acabaron por formar parte de la élite política mezclados con la antigua nobleza; los socialistas revolucionarios de finales del S.XIX acabaron fundiéndose con la burguesía en el S. XX; y los partidos que han surgido de la actual crisis de legitimidad del sistema democrático, como organizaciones oligárquicas que son, acabarán mezclándose con la actual “clase política” que hoy tanto rechazan.

Es como un tornillo que no deja de girar. Después llegarán otros grupos que denunciarán a los anteriores y los llamarán traidores a los ideales que inspiraron su proyecto de gobierno o su revolución, aspirando a su vez a ocupar el poder, proceso en el que volverán a mezclarse en la élite con el grupo anterior. Y así sucesivamente. Como decía Michels, “es probable que este juego cruel continúe indefinidamente”.

Siguiendo esta dirección se llega inevitablemente a la conclusión de que la democracia está controlada por un grupo de personas que funcionan de manera no democrática.

Robert Michels sugiere que las organizaciones que deseen evitar la oligarquización deben tomar una serie de precauciones:

Deben asegurarse de que las bases se mantienen activas en la organización y de que a los líderes no se les concederá el control absoluto de una administración centralizada. Mientras hay líneas abiertas de comunicación y toma de decisiones compartida entre los dirigentes y las bases, una oligarquía no puede desarrollarse fácilmente. La casi inevitable oligarquización puede ser limitada si se mantiene una libre comunicación entre los líderes y el resto de la organización, así como el compromiso de la toma de decisiones compartida. La solución completa a este problema, sin embargo, que Michels no acaba abordando, necesita de la participación de líderes que verdaderamente viven por el bien de los demás. Estos líderes, con la actitud de un verdadero padre para con todos los miembros, serían capaces de desarrollar estructuras sociales que apoyen la continuación de un buen liderazgo.

Y eso, ¿cómo se hace?

Pues creando una organización que esté dotada de mecanismos a través de los cuales se pueda ejercer “la desconfianza”, mecanismos de fiscalización eficaces, de manera que quienes ostentan el liderazgo sean disuadidos de llevar a cabo acciones de amiguismo, nepotismo y cuestiones similares, o tratar de perpetuarse sine die en el cargo.

Pues sí, que no os engañen, en España todas las agrupaciones políticas con representación en las instituciones, todos los partidos son máquinas electorales creadas con el fin de ganar elecciones, y para ganarlas, sacrifican, renuncian a su democracia interna y procuran que sus finanzas sean lo más opacas posibles. Y es por ello, entre otras cuestiones que entre los ciudadanos que gozan de derechos políticos, el número de los que tienen un interés vital por las cuestiones públicas es insignificante.  Lo que sorprende verdaderamente es que, estando los partidos tan desprestigiados como lo están, llegando al extremo de que mucha gente considera la política como sinónima de corrupción, todavía haya personas que decidan afiliarse a un partido o que se sigan manteniendo como afiliados o cotizantes.

Y, por supuesto, no dejes que te engañen con eslóganes estúpidos como que «tu voto es importante», «haz uso de tu derecho a decidir, vota, tu voto decide…» y palabrería vacua propia de todas las elecciones. La principal mentira es aquella de que hay que «respetar el voto de la mayoría, pues la mayoría siempre tiene razón…»

Millones de moscas comen mierda así que, ya que son mayoría y tienen razón ¡Come mierda!

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