El Gran Apagón de España, del 28 de abril, bajo la mirada del Mundo: entre el estupor, la risa y el miedo… Lo que aquí no se cuenta.

CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
“Si todo se apaga, ¿qué queda?”
Ésta fue la pregunta que se hizo medio planeta al observar con estupor cómo, en pleno 2025, una nación europea entera se sumía en la oscuridad, sin explicaciones convincentes, y con signos inquietantes de haber sido advertida. España, Portugal y parte del sur de Francia vivieron el 28 de abril uno de los mayores apagones eléctricos de la historia reciente. Lo que comenzó como un fallo técnico pronto se convirtió en un fenómeno geopolítico, mediático y social, seguido con atención desde el extranjero por gobiernos, analistas y ciudadanos que ven en lo ocurrido un posible ensayo general de un colapso mayor.
Un corte sin precedentes y muchas preguntas sin respuesta
A las 12:33 horas del lunes 28 de abril de 2025, España se apagó. Literalmente. Un suceso sin precedentes dejó fuera de servicio la red eléctrica nacional, interrumpió las comunicaciones, detuvo infraestructuras básicas y sumió al país en el desconcierto. Portugal y parte del sur de Francia también se vieron afectados, aunque con menor intensidad y menos duración.
Las versiones oficiales han sido escuetas. El Gobierno español, presidido por Pedro Sánchez, aludió a un “incidente sin precedentes” e informó de la apertura de “líneas de investigación”. Sin embargo, más allá de declaraciones formales, no se ha ofrecido una reconstrucción técnica ni cronológica creíble del colapso. Peor aún, no se ha aclarado qué significa exactamente el mensaje que varias autoridades locales recibieron horas antes del apagón: “Debido a un cero nacional, se ha perdido el suministro eléctrico”.
El término “cero nacional” no figura en ningún glosario oficial de Red Eléctrica Española (REE) ni del Operador del Mercado Ibérico de Energía (OMIE). Su ambigüedad ha dado pie a múltiples interpretaciones: desde un fallo total de sincronización en la red, hasta la activación de un protocolo de emergencia militar o un ciberataque encubierto. Lo que es seguro es que el colapso se preveía, o al menos se temía. Y que, una vez más, nadie avisó a los ciudadanos españoles ni activó protocolos preventivos de emergencia.
Desnudos ante el riesgo: lo que el apagón reveló
Ni defensa civil, ni planes de contingencia: en muchas zonas, ni las policías sabían qué protocolo aplicar. Las llamadas de emergencia colapsaron. Algunas ciudades estuvieron horas sin trenes, semáforos ni comunicaciones móviles.
Hospitales sin respaldo suficiente. Centros sanitarios de referencia quedaron temporalmente fuera de juego. Y eso que fue «solo una bajada de tensión». Imagínese un apagón total.
Infraestructura crítica en manos de la improvisación: aeropuertos, redes ferroviarias, nodos logísticos… Todos expuestos. Y sin nadie al mando.
Silencio cómplice de los grandes medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas… Salvo algunos diarios digitales valientes, la prensa generalista se plegó al guion gubernamental: minimizar, callar, culpar a una «avería externa» y pasar página.
La mirada extranjera: entre el estupor, la risa y el miedo
Desde fuera, el caso español se sigue con una mezcla de asombro, inquietud y condescendencia. Numerosos medios internacionales —desde Le Figaro hasta The Guardian, pasando por Der Spiegel y Politico— han destacado la opacidad gubernamental, la ausencia de explicaciones técnicas claras y la preocupante falta de preparación civil.
Los think tanks energéticos más serios lo han puesto por escrito tras el episodio. España es una isla energética mal conectada, sobreideologizada, sobrerregulada y políticamente inestable. Tiene un sistema eléctrico vulnerable a ciberataques, picos de demanda, errores humanos y descoordinación europea.
Pero sobre todo tiene algo peor: un Gobierno que miente incluso en una emergencia técnica, que prefiere controlar el relato a controlar la red, y que ha transformado la política energética en un juguete ideológico.
Expertos de organismos europeos en seguridad energética han comenzado a hablar abiertamente de la “fragilidad estructural del sistema español”. Algunos informes de la Unión Europea, filtrados desde Bruselas, mencionan expresamente que España carece de redes de respaldo, que su interconexión con el resto de Europa es limitada y que la creciente dependencia de energías renovables sin capacidad de almacenamiento ni planificación de contingencias la convierten en un territorio especialmente expuesto.
Advertencias ignoradas: Austria, 2021 – ¿Premonición o plan?
Lo sucedido en España recuerda inevitablemente a lo ocurrido en Austria en octubre de 2021. La entonces ministra de Defensa, Klaudia Tanner, advirtió públicamente sobre un inminente “gran apagón” que afectaría a Europa antes de 2026. “No es una posibilidad, es una certeza”, dijo tajantemente. El Ejército austriaco, bajo el liderazgo del general Robert Bridger, preparó campañas de concienciación, folletos, vídeos educativos y simulacros a nivel nacional. La consigna: que cada ciudadano tuviera un plan de supervivencia para al menos dos semanas sin electricidad.
Herbert Saurugg, experto en prevención de crisis y exmilitar, lanzó entonces la iniciativa “¡De repente, un apagón!”. Saurugg, aún activo hoy, ha declarado tras el evento español que “esto es exactamente lo que llevamos años advirtiendo. El colapso no es una ficción. Es el síntoma de una estructura energética hipervulnerable y políticamente ciega”.
El propio portavoz del Ejército austriaco, Michael Bauer, recordó en su cuenta de X (Twitter) la campaña de 2021 al ver las noticias de España. “Si nadie está preparado, el Estado tiene que encargarse de todo. Si todos estamos preparados, podemos ayudarnos entre nosotros”.
De la broma viral al síntoma civilizacional
En redes sociales, la etiqueta #EspañaSeApaga se hizo viral. Algunos compartieron imágenes satelitales en las que la Península Ibérica parecía una mancha negra en medio de Europa. Otros ironizaban: “el primer país en alcanzar la neutralidad energética total: cero emisiones… cero electricidad”. Pero tras la broma, se esconde una realidad más inquietante.
La imagen satelital nocturna del 28 de abril de 2025 quedará como una postal brutal de la decadencia española. Mientras el resto de Europa brillaba tenuemente en tonos cálidos desde el espacio, la península ibérica era una mancha de sombra, como si un artista hubiese derramado tinta negra sobre el suroeste continental.
Desde la estación espacial internacional, un astronauta italiano comentó: “¿Y España?”. En la sala de control de la ESA hubo silencio. Nadie sabía si era un fallo de sensores o un fallo de país.
Pero no fue un error óptico. Fue real. España se apagó. No es una metáfora. Fue un hecho.
Se apagaron las luces, los trenes, las señales, los hospitales, los radares, los datos, los semáforos, los bancos, las estaciones. Se apagó la normalidad. Y, lo que es peor, se apagó también la vergüenza.
Porque no hay explicaciones. No hay responsables. No hay plan.
Los informes preliminares europeos hablan de un “evento sistémico no comunicado”, de una posible “desincronización masiva en la red ibérica”, de la “pérdida de equilibrio energético por exceso de generación renovable sin respaldo firme” y de la “ausencia total de procedimientos de contingencia civil”.
Francia ya ha pedido revisar los protocolos conjuntos. Alemania quiere auditar los puntos de conexión de la red continental con la española. Y Portugal, aunque también afectada, ha señalado discretamente que sus sistemas de respaldo funcionaron mejor que los de su vecino.
El gobierno de España, mientras tanto, calla. O peor: miente.
Pedro Sánchez, en su comparecencia exprés desde la Moncloa, no habló de “colapso eléctrico”. Habló de “una breve incidencia técnica con impacto limitado y perfectamente solventado”. No mencionó que algunas ciudades estuvieron casi tres horas sin servicio. Ni que el tráfico aéreo estuvo suspendido. Ni que los trenes se detuvieron en seco. Ni que los teléfonos dejaron de funcionar. Ni que los hospitales entraron en modo emergencia total.
Solo dijo: “Estamos investigando. No hay nada de lo que preocuparse”.
Y ese “nada de lo que preocuparse” fue lo que encendió todas las alarmas… en Europa.
Porque un país que se apaga y finge que no ha pasado nada es más peligroso que uno que reconoce su debilidad.
Lo que se vio desde fuera no fue un apagón.
Fue un síntoma.
Un país en descomposición institucional, que ya no es capaz de gestionar ni la luz.
Un Gobierno que controla el relato, pero no el voltaje.
Una sociedad que, tras apagarse, volvió a encenderse… sin hacer preguntas.
Porque no es solo una cuestión eléctrica. Es un síntoma. Lo que se ha visto desde fuera —y también desde dentro— es que España no solo está mal gestionada: está al borde del colapso civilizacional. Un país sin energía, sin planificación, sin soberanía tecnológica y con un Gobierno más centrado en el control del discurso que en la prevención del desastre.
No fue un accidente: fue una advertencia
Lo ocurrido el 28 de octubre no fue un simple “apagón puntual”. Fue un ensayo general del colapso. El día que Europa entera comprobó que España no está preparada para una gran parón eléctrico, y que sus élites políticas no tienen ni capacidad ni voluntad de afrontar la verdad.
Los informes circulan en Bruselas. Los inversores lo anotan. Las embajadas lo denuncian. Pero aquí seguimos: sin ningún plan de acción, sin vergüenza, y sin que nadie haya dimitido…
Los mensajes de texto premonitorios: ¿Fallo o filtración?
Uno de los elementos más desconcertantes del caso español es el mensaje que varios alcaldes catalanes recibieron en la noche del 27 de abril (el día anterior), alrededor de las 22:38. En él, se les avisaba de una supuesta incidencia eléctrica, aunque en ese momento no existía ningún fallo registrado en la red.
El alcalde de Vilaplana, Josep Bigorra, compartió públicamente el SMS: “Estamos trabajando para restablecer el suministro eléctrico lo antes posible”. Él mismo confirmó que no había ningún corte en curso. La sorpresa fue aún mayor cuando, 14 horas después, el apagón ocurrió y se envió un segundo mensaje: “Debido a un cero nacional, se ha perdido el suministro eléctrico”.
¿Por qué se envió un mensaje preventivo sobre un evento que no había ocurrido aún? ¿Error informático? ¿Ensayo interno? ¿Filtración de un plan encubierto? Algunos expertos en ciberseguridad señalan la posibilidad de que un sistema comprometido enviara alertas prematuras desde los servidores de E-Distribución. Otros, como el analista francés Marc Delcroix, sugieren que “nos encontramos ante la primera manifestación pública de una nueva doctrina de disuasión energética: mostrar poder a través de la interrupción programada”.
La hipótesis del “apagón programado”: de TikTok a la Comisión Europea
En paralelo a los datos objetivos, se ha viralizado un vídeo en TikTok —publicado el 26 de abril— en el que una joven usuaria española advertía de un inminente corte eléctrico “por razones técnicas no explicables públicamente”. El vídeo fue etiquetado como “desinformación” y eliminado, pero ha circulado por canales privados con millones de visualizaciones. A posteriori, muchos lo ven como una señal de que ciertos sectores conocían lo que iba a suceder.
En Bruselas, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pidió explicaciones al gobierno español a través de canales diplomáticos, al tiempo que el Centro de Coordinación de la Respuesta a Emergencias (ERCC) solicitaba datos sobre el impacto y las medidas adoptadas. Fuentes comunitarias reconocen que “España no ha colaborado con el nivel de transparencia exigido por los protocolos europeos”.
Algunas fuentes cercanas al Parlamento Europeo ya han empezado a hablar de la necesidad de “una auditoría energética independiente del sistema ibérico”, que podría ser presentada como resolución no vinculante en Estrasburgo. Incluso se ha planteado reactivar mecanismos de supervisión del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia si se detectan graves deficiencias estructurales no declaradas en los informes nacionales.
Mientras tanto, en redes sociales y foros especializados, crece la teoría de que el apagón fue, al menos en parte, un acto deliberado: ya sea como respuesta a una amenaza exterior, como simulacro encubierto o como operación psicológica para preparar a la población a una futura inestabilidad estructural. Lo único seguro es que España, una vez más, ha mostrado su vulnerabilidad. Y lo ha hecho ante los ojos de todo el planeta.