El gobierno y la cooperación social: entre la coacción, la razón y la limitación constitucional
Ludwig von Mises
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Ludwig von Mises, en su célebre conferencia Liberty and Property pronunciada en Princeton en 1958, situó al gobierno en una posición paradójica: es, dijo, «esencialmente la negación de la libertad», y sin embargo «la institución humana más beneficiosa». Esa doble formulación resume uno de los dilemas más profundos del pensamiento liberal clásico: el poder político aparece simultáneamente como condición de posibilidad y como amenaza a la cooperación social. La civilización —entendida como coexistencia pacífica y progresiva división del trabajo— requiere cierto grado de coerción institucional; pero el exceso de esa coerción destruye el fundamento racional de la asociación humana: la elección libre.
El gobierno como negación instrumental de la libertad.
Para Mises, el gobierno no es una entidad moralmente buena o mala en sí misma, sino un mecanismo —un aparato de acción violenta— que impone límites a los impulsos antisociales. Allí donde el orden espontáneo de las interacciones libres no basta para impedir la agresión, el gobierno actúa como garantía del marco normativo que posibilita la vida civilizada. Su función es contener la violencia con violencia controlada: “azotar, encarcelar y ahorcar”, en palabras de Mises, no son multas en sí mismos sino medios para proteger la cooperación.
El problema surge cuando el instrumento, necesario pero peligroso, se convierte en fin. La interferencia gubernamental más allá de la protección de la vida, la propiedad y el contrato sustituye la elección individual por la imposición colectiva. En ese punto, la libertad deja de ser el espacio donde los hombres pueden planificar sus vidas por sí mismos y se transforma en una concesión revocable del poder político.
Cooperación social y racionalidad humana
La antropología misesiana parte de la razón como facultad determinante de la conducta humana. En su tratado La acción humana , argumenta que el hombre, al comprobar la mayor productividad de la división del trabajo respecto al aislamiento, elige cooperar. La cooperación no emerge del altruismo, sino de la percepción racional de la ganancia mutua; es, por tanto, un acto de inteligencia práctica.
De esa constatación deriva el paso decisivo hacia la civilización: el reconocimiento de la dependencia recíproca. En la cooperación social surgen sentimientos de simpatía, pertenencia y amistad, pero estos son efectos del orden cooperativo, no su causa. La moral social, en la visión de Mises, es un producto tardío del aprendizaje racional de los beneficios de la colaboración.
El dilema misesiano: razón o coerción
Sin embargo, si el hombre elige cooperar voluntariamente por razones de conveniencia racional, ¿por qué sería necesario un gobierno coercitivo para mantener esa cooperación? La teoría de Mises, llevada a sus últimas consecuencias, parece incurrir en una incompatibilidad interna.
O bien el orden social depende de la razón humana que impulsa la cooperación libre, o bien descansa en el miedo a la fuerza organizada del Estado. Si solo el gobierno puede asegurar la paz, entonces la cooperación no nace de la elección racional, sino de la amenaza: un acto de obediencia, no de voluntariedad. Pero si los hombres son capaces de ponerse de acuerdo para establecer un gobierno —es decir, para delegar en otros el uso legítimo de la violencia— también deberían ser capaces de cooperar sin esa delegación. El contrato político implicaría, paradójicamente, su propia innecesariedad.
En el pensamiento de Mises, la política no resuelve esta contradicción profunda entre libertad y autoridad, sino que se limita a administrar esa contradicción, buscando mantener un equilibrio institucional delicado.
Gobierno, impuestos y libertad económica
Mises reconoce que el gobierno ejerce su función mediante recursos obtenidos por la fuerza: los impuestos. Estos, al no provenir de intercambios voluntarios, constituyen una interferencia directa en la planificación individual de los ciudadanos. Desde una lógica puramente liberal, el nivel óptimo de impuestos sería aquel que tiende a cero, pues cada aumento de la carga fiscal reduce la esfera de la libre acción económica. En consecuencia, cualquier grado de tributación introduce un elemento arbitrario en la economía de mercado, al sustraer fondos que podrían haberse asignado según los mecanismos del intercambio voluntario.
Entre la civilización y la barbarie
Mises concebía la historia humana como una elección constante entre dos caminos: la cooperación racional o la violencia instintiva. El hombre ha elegido la civilización al someter sus impulsos destructivos a las exigencias de la vida social. Pero esa elección nunca está garantizada. “Diariamente pueden proceder a la transvaloración de los valores y preferir la barbarie a la civilización… la violencia a la paz”.
La tensión entre libertad y autoridad refleja, en última instancia, esa ambivalencia originaria. La libertad absoluta se desemboca en el riesgo del caos; la autoridad ilimitada, en la servidumbre.
Coincidencia con Ayn Rand: gobierno mínimo y función garantista
Ayn Rand coincide con Mises en concebir al gobierno legítimo exclusivamente como garantía de los pactos libres entre particulares, perseguidor y sancionador de delincuentes y defensor de los ciudadanos contra enemigos interiores y exteriores. Para ambos, el Estado solo cumple su propósito cuando legisla y actúa bajo normas objetivas, priorizando el derecho a la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la felicidad individual.
La visión “minarquista” compartida por Rand y Mises excluye cualquier función estatal más allá de la justicia y la protección. El gobierno adecuado, para Rand, es simplemente “agente de autodefensa”; para Mises, es un instrumento cuya legitimidad se agota en el marco de la cooperación social voluntaria.
La limitación constitucional como garantía de libertad.
Rand lleva la coincidencia teórica un paso más allá al proponer que la constitución debe estar diseñada para limitar estrictamente el poder del gobierno, asegurando que este nunca ejerza arbitrariamente el monopolio de la violencia ni lo utilice en beneficio de una clase burocrática o gobernante. La constitución, argumenta Rand, no regula la vida de los ciudadanos privados, sino la conducta de los funcionarios estatales: estos sólo pueden actuar donde la ley lo permita expresamente.
Para Rand, la legitimidad y funcionalidad del Estado dependen de leyes objetivas que impidan la discrecionalidad y el privilegio, resguardando el marco de libertades individuales en el que puede desplegarse la cooperación social.
Conclusión: equilibrio entre coacción, razón y límites legales
Mises y Rand sostienen que la civilización moderna requiere de coacción institucional para proteger la libertad, pero solo si el Estado está sometido a límites estrictos y leyes objetivas. La libertad verdadera solo se preserva donde la razón y la cooperación voluntaria dominan, y el Estado se reduce a instrumento impersonal de protección.
La paradoja de la política liberal –libertad garantizada por coerción limitada y controlada– encuentra en la limitación constitucional la mejor respuesta: un gobierno mínimo, sometido a la ley, defensor de la cooperación y los derechos individuales, nunca amo de la sociedad ni beneficiario de privilegios arbitrarios. La grandeza de la civilización reside en custodiar ese delicado equilibrio.
