Del antisemitismo soviético al antisemitismo del sanchismo: la infamia de negar homenaje al “Ángel de Budapest”, Ángel Sanz-Briz, el diplomático español que salvó la vida de más de 5.200 judíos húngaros durante el Holocausto.

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El olvido como forma de infamia

Hay olvidos que no son casuales, sino deliberados; silencios que no nacen del desconocimiento, sino del desprecio.
Hace dos años, el 10 de octubre de 2023, el Congreso de los Diputados de España rechazó —con los votos del PSOE y de sus socios habituales— una proposición presentada por el Partido Popular y Vox para rendir homenaje a Ángel Sanz-Briz, el diplomático español que salvó la vida de más de 5.200 judíos húngaros durante el Holocausto.

Mientras Israel, Hungría y Yad Vashem honran desde hace décadas su nombre, la España del sanchismo, presa de su narcisismo ideológico y de su servilismo a los dogmas del progresismo global, le niega hasta la memoria.

Negar homenaje a Sanz-Briz no es una simple omisión protocolaria: es una vergüenza moral y política. Solo la ignorancia o el antisemitismo —o ambas cosas a la vez— pueden explicar semejante decisión. Porque en esa negativa resuena la vieja letanía de la izquierda comunista contra el pueblo judío: primero desde Moscú, hoy desde Ferraz.


El antisemitismo de la izquierda comunista: de Marx a Stalin

La izquierda ha intentado, durante décadas, borrar su propia genealogía antisemita. Pero la historia no olvida.
Karl Marx, él mismo de ascendencia judía, escribió en La cuestión judía (1843):

“El dinero es el dios celoso de Israel, ante el cual ningún otro dios puede subsistir.”

Aquella frase, revestida de análisis social, contenía el germen de un odio estructural: el judío identificado con el capital, con la usura, con el “parásito burgués”. Fue el primer eslabón de un antisemitismo revolucionario que, con el tiempo, se hizo de Estado.

En la Unión Soviética, bajo Stalin, ese prejuicio alcanzó cotas siniestras. El dictador georgiano, obsesionado con el control absoluto, vio en el sionismo un enemigo interno. En 1952, en su discurso sobre los “cosmopolitas sin raíces”, Stalin denunciaba una “quinta columna judía al servicio del imperialismo norteamericano”.
El llamado “complot de los médicos” (1953) fue la culminación de esa paranoia: decenas de médicos judíos acusados falsamente de conspirar para asesinar a dirigentes soviéticos.

El comunismo, que se proclamaba enemigo del racismo, practicó un antisemitismo sistemático: purgas, censura cultural, prohibición de escuelas hebreas, persecución de rabinos. Como subrayó Alain Besançon en El mal moderno, el antisemitismo soviético no era una desviación, sino una consecuencia lógica del pensamiento totalitario: el odio al individuo libre, al que escapa a la masa.


De Moscú a Ferraz: el antisemitismo reciclado del progresismo español

Aquel antisemitismo de Estado no desapareció con el derrumbe del comunismo: mutó. Se disfrazó de “antisionismo”, de “solidaridad con Palestina”, de “crítica al imperialismo”. Pero el veneno era el mismo.
El discurso progresista actual repite, casi palabra por palabra, la propaganda soviética de los años cincuenta: el judío —ahora “el israelí”— como opresor, militarista, enemigo del pueblo.

En España, el sanchismo ha convertido esa herencia en política oficial. Lo vimos con la adhesión de ministros, alcaldes y diputados a la llamada “flotilla a Gaza”, que, bajo el disfraz de “ayuda humanitaria”, se dedicó más al postureo que a la ayuda efectiva.
No llevaba medicinas ni alimentos, sino cámaras y discursos. Era un crucero ideológico, un acto de propaganda al servicio de Hamás, organización terrorista responsable de masacres, violaciones y secuestros.

El lenguaje se ha degradado hasta el extremo: quienes masacran civiles israelíes son “combatientes de la resistencia”; quienes se defienden, “genocidas”. Se llama “paz” a la destrucción de un Estado y “solidaridad” a la complicidad con el terrorismo.
El antisemitismo ha cambiado de bandera, pero no de odio.


La memoria luminosa de Ángel Sanz-Briz

En el verano de 1944, Ángel Sanz-Briz fue nombrado encargado de negocios de la legación española en Budapest. Poco después, comenzaron las deportaciones masivas de judíos húngaros a Auschwitz. Entonces, este joven diplomático zaragozano decidió actuar.

Ofreció, en nombre del gobierno español, proveer pasaportes a judíos de origen sefardí, amparándose en el decreto de Primo de Rivera de 1924 que concedía la nacionalidad española a los descendientes de los expulsados en 1492.
Recibió permiso para extender esa protección a 200 personas, pero —movido por su conciencia y su fe— amplió por su cuenta el número a 200 familias, y después a centenares más.

Sanz-Briz alquiló once edificios en Budapest, sobre los que izó la bandera española y colocó letreros que los declaraban propiedades extraterritoriales de la legación española. Alojaba allí a cientos de judíos que, de otro modo, habrían sido deportados.
También convenció al delegado de la Cruz Roja para colocar avisos españoles en hospitales, orfanatos y clínicas de maternidad, protegiendo a cuantos pudo bajo el amparo de España.

Entre los miles de salvados se encontraban Enrique y Jaime Vandor, niños refugiados con su madre, Anny Vandor, en una de las “casas españolas” donde Sanz-Briz hacía llegar alimentos.
Gracias a él sobrevivieron, como tantos otros.
Obedeciendo órdenes, Sanz-Briz abandonó Budapest en diciembre de 1944, poco antes de la entrada de las tropas soviéticas. Pero dejó tras de sí una obra de luz en medio de la barbarie.

El 8 de octubre de 1966, Yad Vashem le reconoció como Justo entre las Naciones, el mayor honor que el Estado de Israel concede a los no judíos que arriesgaron su vida para salvar judíos durante el Holocausto.


España contra su propio héroe

Y, sin embargo, el Congreso de los Diputados de la España actual se negó, en octubre de 2023, a rendirle homenaje.
El PSOE votó en contra. También lo hicieron sus aliados de Sumar, ERC y Bildu. La izquierda que aplaude a los enemigos de Israel, que ondea la bandera palestina en las instituciones, fue incapaz de levantar la voz para honrar a un español que salvó miles de vidas judías.

El contraste es abrumador. En Jerusalén, Sanz-Briz tiene una avenida con su nombre. En Budapest, una placa recuerda su gesta. En Madrid, la mayoría parlamentaria que se proclama “antifascista” le negó el reconocimiento.
Porque el sanchismo no soporta la virtud ajena, ni la memoria que desmiente su monopolio moral.


Conclusión: el deber de recordar

Negar homenaje a Sanz-Briz es negar la mejor parte de España: la que actuó por compasión y por deber, sin cálculo ni propaganda.
Es preferir la consigna al heroísmo, el eslogan al sacrificio.
Y es, también, perpetuar —aunque disfrazado de progresismo— el antisemitismo heredado del totalitarismo comunista.

Ángel Sanz-Briz representó lo contrario: el valor cristiano, la dignidad diplomática y la humanidad frente a la barbarie.
Su memoria interpela a una España enferma de olvido, entregada a la impostura moral.
Recordarlo no es un gesto nostálgico: es un acto de justicia, y también de resistencia contra la mentira.
El olvido, en este caso, no es neutral: es complicidad.


Bibliografía comentada

  • Marx, Karl (La cuestión judía, 1843). Análisis del vínculo entre judaísmo y capitalismo; texto fundacional del antisemitismo de izquierda.
  • Besançon, Alain (El mal moderno, 1987). Expone la continuidad ideológica entre el antisemitismo nazi y el soviético.
  • Deutscher, Isaac (El judío no judío, 1968). Testimonio de la contradicción moral del intelectual comunista de origen judío.
  • Figes, Orlando (La revolución rusa, 1996). Documenta el antisemitismo institucional en la URSS.
  • Yad Vashem Archives (Jerusalén, 1966). Reconocimiento oficial a Ángel Sanz-Briz como Justo entre las Naciones.
  • Congreso de los Diputados (España, Diario de Sesiones, 10/10/2023). Debate y votación sobre la proposición de homenaje a Sanz-Briz.

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