Carta abierta a Marcos de Quinto… Bien, ¿y ahora qué?

Señor Marcos de Quinto,

Le escribo tras la manifestación celebrada ayer en la Plaza de Colón, convocada bajo el lema «Por la dignidad de España». Como tantos otros ciudadanos, he seguido su trayectoria: empresario de éxito, vicepresidente mundial de The Coca-Cola Company, diputado en el Congreso (del cual se marchó casi dando un portazo, profundamente defraudado…) y, ahora, referente de un movimiento que busca regenerar la vida pública española. Su perfil, sin duda, es el de un gestor eficaz, alguien capaz de administrar recursos ajenos con rigor, quizá el “Cirujano de Hierro”, el «Cincinato» que España necesitaría para salir de la terrible situación a la que nos ha conducido el consenso socialdemócrata.

Sin embargo, permítame preguntarle: ¿qué viene después? ¿Qué sentido tiene repetir una y otra vez la misma conducta –manifestarse, gritar, exigir dimisiones– esperando que la próxima vez el resultado sea distinto? Como decía Einstein, eso es de locos.

En España se ha instalado la costumbre de salir a la calle, de hacer ruido, de protestar con pancartas y eslóganes, de ejercer el «derecho constitucional al pataleo». Se ha convertido casi en una moda: senderismo urbano, algarabía, jolgorio… pero, ¿para qué sirve realmente? ¿Qué cambia tras la procesión de voces y pancartas? La historia reciente demuestra que ninguna manifestación, por multitudinaria o ruidosa que sea, ha hecho caer a un gobierno ni ha forzado una dimisión relevante. Los gobernantes, como Pedro Sánchez y sus aliados, permanecen impertérritos ante la protesta callejera, ajenos al clamor que se apaga tan pronto como termina la concentración.

La manifestación de ayer está condenada al olvido, como tantas otras. Pasará al baúl de los recuerdos, sin pena ni gloria, sin consecuencias. Quizá sirvió para que algunos se desahogaran, para reencontrarse con amigos y, después, tomar unas cervezas. Pero, ¿y el lunes, y la próxima semana? ¿Qué queda? ¿Cuánto tardará la gente en olvidar lo vivido el sábado?

Vivimos tiempos en los que muchos piensan que “tomar la calle” es sinónimo de cambiar la realidad. Pero, como en la célebre escena de Forrest Gump, cuando el protagonista deja de correr y la multitud se queda sin rumbo, la protesta sin proyecto acaba en vacío. Salir a la calle, gritar, bloquear vías públicas, más allá del desahogo, no resuelve nada y, además, vulnera los derechos individuales de quienes ven interrumpido su día a día: el comerciante que no puede entregar su mercancía, el padre que no puede llevar a su hijo al hospital, el ciudadano que ve frustrada su libertad de movimiento.

Reconocer el supuesto “derecho” a bloquear calles a unos es abrir la puerta a que todos lo hagan, y eso no es libertad, sino tribalismo, colectivismo gregario. Es la renuncia a la responsabilidad individual, la entrega del destino propio a la masa, al grupo, a la tribu. Protestar así, escudados en el anonimato de la multitud, es síntoma de incapacidad para tomar las riendas de la propia vida.

La regeneración de España no vendrá de la algarabía ni del bloqueo de calles. Como bien sabe usted, las elecciones en una democracia liberal no se ganan procesionando ni vociferando, sino con proyectos sólidos, equipos competentes y acceso a los medios de comunicación para exponer propuestas. Como decía Ayn Rand, “nunca verás a los defensores de la razón y de la ciencia bloqueando las calles, pensando que al usar sus cuerpos para detener el tráfico van a poder resolver algún problema”.

Ahora bien, permítame añadir, señor De Quinto, que la única forma de ilusionar a los españoles decentes es mediante un programa de acción, un verdadero programa de gobierno que parta de un análisis riguroso, honesto, profundo y realista de la situación que actualmente padece España: por qué y cómo hemos llegado hasta aquí, cuáles son nuestras fortalezas y debilidades, y qué riesgos y oportunidades afrontamos en el contexto nacional e internacional actual. Solo así se podrá ofrecérsele a los ciudadanos remedios concretos, un horizonte de esperanza y cambio real.

Ese programa debe contener objetivos claros y precisos, definidos a corto, medio y largo plazo, que no se limiten a la mera gestión del día a día, sino que articulen una visión de país ambiciosa y alcanzable. Para cada objetivo, es imprescindible enunciar los procedimientos concretos que se utilizarán para alcanzarlos, así como los medios humanos y materiales con los que se contará. No basta con proclamar intenciones: hay que detallar el “cómo”, el “quién” y el “con qué”, estableciendo indicadores de seguimiento y mecanismos de evaluación objetiva del avance de cada medida.

Asimismo, un apartado esencial debe estar dedicado a la rendición de cuentas y la lucha contra la corrupción, uno de los males endémicos de nuestra democracia y principal causa de la desconfianza ciudadana. El programa debe explicar cómo se garantizará la transparencia en la gestión pública, cómo se disuadirá, perseguirá y sancionará la corrupción y a los corruptos, y qué mecanismos independientes se pondrán en marcha para fiscalizar la actuación de los responsables políticos y administrativos, desde la creación de registros de lobbies y la protección al denunciante, hasta la reforma de la Fiscalía y la independencia judicial. Solo así se podrá restaurar la credibilidad de las instituciones y devolver a los españoles la confianza en su futuro.

Pero todo esto solo será posible si se aborda, sin complejos ni titubeos, la imprescindible refundación de la Derecha Española Decente. En un contexto europeo y occidental donde la derecha liberal-conservadora renace de sus cenizas y los pueblos reclaman recuperar su soberanía y proteger su identidad y modelo social, España sigue siendo la gran anomalía, varada en mitad de ninguna parte, rehén de elites políticas que se resisten a abandonar el poder. Es urgente superar la fragmentación y los personalismos, y articular un bloque único, amplio y generoso, que agrupe a todos los españoles decentes, capaces y valientes, dispuestos a anteponer el interés general a la perpetuación de oligarquías y cacicazgos partidistas.

La refundación de la derecha no puede limitarse a un simple cambio de siglas o de caras. Debe ser una revolución ética y organizativa, que abra las puertas a la sociedad civil, a los mejores profesionales y gestores, y que establezca mecanismos de control y fiscalización interna para evitar la corrupción y el clientelismo. Solo así podrá ofrecerse un proyecto de nación que ilusione, movilice y devuelva la esperanza a unos españoles hastiados de promesas incumplidas y de políticas de corto vuelo.

Señor De Quinto, si de verdad queremos cambiar España, necesitamos menos ruido y más ideas; menos tribalismo y más responsabilidad individual; menos gestos y retórica vacíos y más proyectos de gobierno. La calle puede ser un desahogo, pero el futuro se decide en las urnas, con propuestas, liderazgo y coraje para defender la libertad individual frente al colectivismo.

¿Y ahora qué? Ahora toca refundar, construir, convencer, liderar. No basta con procesionar, con vocear; tampoco es suficiente con poner «pie en pared»… hay que saber a dónde se quiere llegar y, sobre todo, hay que atreverse a llegar.

Atentamente,

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.

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