Algunas cuestiones, sobre economía y política, acerca de las que deberían reflexionar los cardenales antes de elegir al nuevo Papa, además de dejarse aconsejar por el Espíritu Santo

El libre mercado es un mandato de Dios, la libertad es un acto de fe en Dios y en sus obras: la tradición católica frente al estatismo moderno.

La muerte del Papa Francisco ha suscitado una reacción global, no solo en el ámbito religioso, sino también en los sectores políticos y económicos. Mientras algunos observadores lamentan la pérdida de una figura carismática, otros celebran la oportunidad de repensar los principios fundamentales sobre los cuales debería erigirse la nueva elección papal. En este contexto, resulta urgente una reflexión profunda sobre el papel que la Iglesia Católica ha de desempeñar frente a los nuevos desafíos ideológicos y económicos del siglo XXI.

Uno de estos desafíos es la creciente penetración (también en la Iglesia Católica) de una mezcla de pauperismo y de populismo, con base social-comunista y profundamente intervencionista, que pone en duda los principios de libertad individual y propiedad privada que deben regir en una sociedad verdaderamente justa. Con un enfoque claramente estatista y liberticida, la práctica de dichas ideas suponen una amenaza directa a los valores evangélicos y a la doctrina social de la Iglesia Católica.

La Iglesia debe recordar que el libre mercado no es solo una opción política o económica, sino un mandato divino que se refleja en la defensa de la dignidad humana, la propiedad privada y el respeto por la ley natural. De este modo, más que un fenómeno político aislado, el libre mercado debe entenderse como una expresión de la voluntad de Dios, de acuerdo con las enseñanzas de la Escuela de Salamanca, por ejemplo, y las aportaciones fundamentales de los más importantes pensadores católicos y económicos.


El libre mercado como mandato divino y la Escuela de Salamanca

El libre mercado, tal como se entiende en la economía clásica, no es una creación moderna, sino que tiene sus raíces en la tradición católica. La Escuela de Salamanca, que floreció en el siglo XVI, jugó un papel esencial en la articulación de esta visión económica. Esta corriente intelectual, liderada por figuras como Francisco de Vitoria y Luis de Molina, fusionó la teología católica con los principios de la economía política, adelantándose a los grandes pensadores de la modernidad, como Adam Smith o Friedrich Hayek.

Los salmantinos defendieron la dignidad intrínseca de cada persona, lo que implica necesariamente la protección de su libertad económica. Esta dignidad no puede estar subordinada a ninguna intervención estatal que despoje a los individuos de su capacidad para decidir libremente sobre sus bienes y recursos. La Escuela de Salamanca introdujo el concepto de justo precio, un principio que subraya la importancia de la libertad de mercado en la determinación de los precios, alejándose de las concepciones mercantilistas que defendían la intervención del Estado en la economía. Francisco de Vitoria fue uno de los primeros en reconocer que los individuos tienen un derecho natural a poseer y comerciar bienes sin la injerencia de la autoridad política.

Los salmantinos no solo pusieron las bases para lo que hoy llamamos derechos humanos, sino que también ofrecieron una justificación teológica para la propiedad privada como un derecho sagrado otorgado por Dios. Tomás de Mercado y otros teóricos salmantinos señalaron que el valor de los bienes y el comercio no solo deben basarse en la oferta y la demanda, sino en la justicia divina, que se refleja en las leyes naturales que Dios ha dispuesto para todos los hombres.


El pauperismo y el populismo y su contradicción con la doctrina social católica

El pauperismo, el populismo y otros movimientos similares (como el «peronismo» que profesaba el difunto Jorge Mario Bergoglio), basados en un modelo económico intervencionista, estatista y colectivista, son completamente opuestos a la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la libertad humana y la justicia económica. El pauperismo-populismo (que subyace en las encíclicas del Papa Francisco, con el noble pretexto de proteger a los más desfavorecidos, a los pobres, a quienes están «en la periferia»), con su énfasis en el control estatal de la economía y la redistribución forzada de la riqueza, es, en esencia, una ideología liberticida, que antepone el poder del Estado sobre los derechos individuales, especialmente sobre la propiedad privada.

Este enfoque contrario a la economía de mercado es incompatible con los principios católicos, que enseñan que la libertad es un acto de fe en Dios y en sus obras. Un mercado libre, lejos de ser un “mal necesario”, es una expresión de la voluntad divina, porque permite que los individuos actúen conforme a su naturaleza, que es libre y responsable. De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica establece que el derecho a la propiedad privada debe ser respetado, pues es fundamental para el ejercicio de la libertad personal y la construcción de una comunidad justa. El libre mercado, por tanto, se entiende como un medio para alcanzar la justicia, no como una amenaza para ella.

El estado de bienestar propuesto por el peronismo de Bergoglio y otros movimientos de corte social-comunista, respecto de los cuales el Papa no dudó en mostrar simpatías, está en directa oposición a la doctrina social de la Iglesia, que subraya la subsidiariedad y la solidaridad como principios fundamentales para una organización política y económica justa. En lugar de intervenir de manera coercitiva, el Estado debe limitarse a garantizar las condiciones que permitan a los individuos y las comunidades actuar de acuerdo con la voluntad divina y la ley natural.


La plena actualidad y especial relevancia de la Escuela de Salamanca: lecciones para la Iglesia y el mercado libre

El pensamiento de la Escuela de Salamanca sigue siendo enormemente relevante en la actualidad, sobre todo a la hora de enfrentarse a la creciente globalización estatista y las políticas intervencionistas que pretenden centralizar el poder en manos de organismos internacionales y gobiernos. La libertad económica, tal como la entendió la Escuela de Salamanca, no es solo un principio económico, sino una manifestación de la dignidad humana, y es una defensa directa contra los intentos de control estatal que atentan contra la autonomía de las personas.

El Papa Juan Pablo II reconoció que el libre mercado es un mecanismo eficaz para promover el bienestar humano, siempre y cuando sea regulado por principios morales y éticos. Por ello, el mensaje del libre mercado como mandato divino debe ser defendido no solo en el ámbito económico, sino también como una herramienta moral para construir una sociedad basada en la libertad, la justicia y la dignidad humana.


Conclusión:

La elección del próximo Papa debe ser una oportunidad para que la Iglesia Católica recupere la claridad doctrinal sobre la justicia económica, la propiedad privada y la libertad humana. El libre mercado no es solo una teoría económica moderna, sino una manifestación de la voluntad de Dios, un camino para que los individuos puedan desarrollarse según la ley natural, sin los obstáculos impuestos por un Estado intervencionista.

Es hora de que los cardenales encargados de elegir al nuevo Papa reflexionen sobre estos principios fundamentales, guiados por el Espíritu Santo, pero también por el legado intelectual de la Escuela de Salamanca.

La Iglesia debe ser un faro de libertad en un mundo cada vez más dominado por ideologías totalitarias que buscan destruir los principios fundamentales sobre los que se ha construido la civilización occidental. Recuperar este enfoque doctrinal es más que una necesidad, es una responsabilidad moral para garantizar un futuro en el que la dignidad humana y la libertad prevalezcan.

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