Alberto Núñez Feijoo — Ni chicha ni limoná: la «centralidad» del PP y la pantomima democrática española

Usted no es na, ni chicha ni limoná, se la pasa manoseando su dignidad, usted no es na, ni chicha ni limoná, se lo pasa manoseando su dignidad… Arrímese más pa cá… aquí, donde el sol calienta, que usted ya esta acostumbrado a andar dando volteretas,… Usted no es na… — Víctor Jara.

Así podría resumirse la nueva imagen que pretende vender Alberto Núñez Feijoo como líder del Partido Popular: una centralidad neutra, blandengue, “moderada”, sin aristas, sin riesgos, que se autoproclama capaz de atraer al “voto del centro” pero que en el fondo es una forma sutil de invisibilizar la falta de proyecto real y la servidumbre ante el consenso socialdemócrata dominante.

Por mucho que el discurso oficial insista en presentar a España como una democracia consolidada, madura y homologable a los estándares occidentales, lo cierto es que nuestro sistema político arrastra vicios estructurales que amenazan no solo su calidad, sino su propia viabilidad a medio plazo. La erosión institucional, el control partidista de los contrapoderes, la patrimonialización del sector público, la politización de la justicia, la corrupción sistémica y la ausencia de rendición de cuentas configuran un panorama cada vez más inquietante. El Estado de derecho es un armazón formal cada vez más hueco, donde los procedimientos existen, pero son sistemáticamente instrumentalizados en favor de los intereses de la clase política dominante.

En la antigüedad, había reyes. Todos coincidían en odiar al rey porque era rico y estaba bien alimentado, mientras que la mayoría de sus secuaces no lo eran.

Luego se inventó un sistema más eficaz: la democracia. Sus creadores tenían en mente un sistema mediante el cual el pueblo pudiera elegir a su líder entre ellos mismos, obteniendo así un líder que los comprendiera y los representara.

En poco tiempo, aquellos entre el pueblo que querían gobernar encontraron una forma de manipular el nuevo sistema de manera que les permitiera, en efecto, ser reyes, pero hacerlo desde detrás de escena y al mismo tiempo conservando la ilusión de democracia.

La fórmula consiste en crear dos partidos políticos opuestos. Cada uno está liderado por alguien que se presenta como «representante del pueblo».

Luego se presenta a los dos partidos como si tuvieran puntos de vista opuestos sobre la gobernanza. Importa poco cuáles sean las diferencias. De hecho, se pueden plantear diferencias tan oscuras y arbitrarias como, por ejemplo, los derechos de los homosexuales o el aborto, y funcionarán tan bien como cualquier otra diferencia. Lo que importa es que ambos partidos se opongan enérgicamente el uno al otro en los temas declarados, enfureciendo al electorado.

Una vez que cada grupo odia al otro «por principios», todo está en orden. En ese punto, se ha logrado distraer. El electorado ahora cree que, cualesquiera que sean los problemas inventados, son cruciales para la gobernanza ética del país.

Lo más importante es que el electorado realmente cree que su bienestar futuro depende del resultado de las próximas elecciones, es decir, que éste decidirá si su propia opinión sobre los temas prevalecerá.

En una dictadura, los líderes intentan convencer al pueblo de apoyarla alegando que más del 90% del pueblo votó por él. Pero esto es un pensamiento primitivo. Resulta en el mismo sentimiento antilíder que asoló a los reyes.

Es mucho mejor que el pueblo no reconozca quiénes son sus verdaderos gobernantes y se concentre en los candidatos, que son meros actores secundarios y se cambian según sea necesario.

Y, en un país donde la ilusión de democracia se ha refinado, los gobernantes comprenden que las elecciones no deben resultar en una victoria aplastante para un partido u otro. Todo lo contrario. Si se logra organizarlas eficazmente, las mejores elecciones son aquellas que resultan en un empate técnico del 51% al 49%.

Esto garantiza que el 49% no pierda la esperanza; que se sienta frustrado y enojado por su casi derrota, y que redoble sus esfuerzos en las próximas elecciones para lograr la victoria. Y el 51% se enjugará la frente aliviado por haber ganado, pero temerá perder su escasa ventaja la próxima vez.

Ambos partidos deben mantener la esperanza y el miedo. Manténganlos centrados el uno en el otro, odiándose mutuamente, y nunca descubrirán que controlan a ambos candidatos como marionetas. La atención nunca debe centrarse en ustedes, la verdadera clase dirigente.

También es fundamental cambiar de ganador con frecuencia. La situación debería cambiar constantemente de una parte a la otra, permitiendo que cada parte ganadora deje de lado los logros reales de la otra al asumir el control.

Sin embargo, igual de importante, el nuevo partido ganador no anula los logros más opresivos del partido anterior. De esta manera, los únicos logros a largo plazo son el creciente poder del gobierno sobre la población, no los avances para esta.

Y por supuesto, esto, por definición, significa que los verdaderos gobernantes, el grupo perenne de individuos que controlan a quienes son elegidos, expanden continuamente su poder y riqueza a expensas del electorado.

¿Pero qué hay de los propios candidatos? ¿Reconocen que son meros soldados rasos en el juego?

Idealmente, no. En cualquier momento de cualquier sociedad, hay suficientes personas cuyo ego supera sus capacidades. Estas personas son ideales como candidatas, ya que suelen amar la atención, pero cederán fácilmente a los deseos de quienes hicieron posible su candidatura. Ningún candidato en los niveles más altos llega a un cargo sin deber su alma a sus partidarios. Esto garantiza que, a pesar de su bravuconería pública, permanezcan bajo el control de sus superiores.

Lo extraordinario de esta imagen es que es posible que la población descubra la estafa y, sin embargo, siga creyendo que vive en un sistema democrático en el que su voto puede decidir el futuro del país.

Cada vez más, sobre todo en Europa y Norteamérica, los ciudadanos se dan cuenta de que el Estado Profundo gobierna colectivamente los países. Entienden que este grupo de personas, en gran medida invisible, es el verdadero gobernante, pero imaginan vanidosamente que, de alguna manera, los líderes títeres que eligen tienen el poder de lograr una solución.

Una y otra vez, sin importar cuán firmes sean las marionetas en cuanto a que seguirán la voluntad del pueblo y salvarán el día, en todos los casos, las esperanzas de la gente se ven frustradas y la política nacional vuelve a la misma situación de siempre.

En todos los casos, los verdaderos líderes crean los problemas, se aprovechan de ellos, luego presentan al gobierno como la solución a los problemas y luego vuelven a aprovecharse de ellos.

En todos los casos, siempre el electorado paga la cuenta y, en lugar de rebelarse, espera en vano que las próximas elecciones les proporcionen un grupo de marionetas que realmente los liberen del mal.

Lo sorprendente no es que el Estado Profundo viva sólo para sus propios fines, sino que la población reconozca que existe y todavía imagine que es posible cambiar el status quo.

El voto tiene como función, como objetivo, ser el chupete que se introduce periódicamente en la boca del público, cuando este se enfada y debe someterse a los reyes.


La “centralidad” de Feijoo: puro barniz para mantener el consenso socialdemócrata y perpetuar el statu quo

Alberto Núñez Feijoo, con su pose calculada de hombre centrado y moderado, se ha vendido como la tabla de salvación para un Partido Popular carcomido por las luchas internas y el desgaste de la derecha tradicional. Sin embargo, esta pretendida centralidad no es más que una máscara: tras esa imagen aparentemente equilibrada y “ni chicha ni limoná” —como diría la canción de Víctor Jara— se esconde la rendición absoluta al consenso socialdemócrata que domina el tablero político español desde hace décadas.

Esa “centralidad” es, en el fondo, un disfraz para mantener el statu quo. No cuestiona ni desafía la corrupción sistémica, ni la politización del Poder Judicial, ni el clientelismo enquistado en la Administración pública. Por el contrario, alimenta la ambigüedad que permite a los grandes partidos seguir pactando el reparto del poder a espaldas de los ciudadanos, mientras la democracia se va desangrando… centralidad que es, en realidad, una sumisión total al consenso socialdemócrata. Esa alianza tácita, ese “cordón sanitario” que establece que no hay alternativa real a la ortodoxia progresista, no solo en lo social, sino también en lo económico, financiero y territorial. Feijoo se vende como “el centro moderado”, cuando en realidad su programa político reproduce sin cuestionamientos el modelo socialdemócrata, con sus déficits, sus clientelismos y su burocracia inflada.

Feijoo no plantea un cambio real ni una ruptura con las políticas que han llevado a España a la situación precaria en la que se encuentra. Al contrario, su “centro” es, en realidad, un punto de apoyo para mantener intactos los pilares del sistema: la expansión de la deuda pública hasta cifras estratosféricas, cercanas ya al billón de euros, sin una estrategia clara para su reducción ni para estimular un crecimiento económico duradero que pueda garantizar el futuro.

Mientras tanto, España sigue sufriendo una bajísima natalidad que no solo impide el recambio generacional, sino que amenaza la propia perdurabilidad del país. La consecuencia directa: un sistema de pensiones en jaque, con la amenaza real de que los futuros jubilados no puedan acceder a prestaciones dignas. Este déficit demográfico se agrava con la emigración masiva y descontrolada de jóvenes y profesionales cualificados, desesperanzados ante la falta de oportunidades y el desencanto político.

La política social y cultural que acompaña a esta “centralidad” tampoco se queda atrás. La generalización de la “perspectiva de género” en todo el entramado judicial no es un mero capricho, sino una herramienta que ha sido utilizada para promover una persecución sutil pero constante de la familia tradicional, convencional, cristiana. La familia, como primer núcleo y peldaño de la civilización occidental, se ve atacada desde múltiples frentes, erosionando los valores y estructuras que han sido la base de nuestra sociedad durante siglos.

Este proceso forma parte de un proyecto más amplio de transformación social y cultural que tiene como objetivo final desarraigar las identidades nacionales y tradicionales, facilitando la implantación de un modelo globalista y tecnocrático. El “lampedusismo” —esa idea de “cambiar todo para que todo siga igual”— impregna la estrategia política de Feijoo y de una derecha que se ha convertido en simple administradora del sistema dominante, en lugar de auténtica fuerza de oposición.

Feijoo representa con maestría ese principio: aparentar la renovación y la moderación para asegurar que las estructuras de poder y dominación no se toquen. Así, su discurso “renovador” se limita a pequeños ajustes cosméticos, para dar la impresión de cambio, mientras el poder real permanece intacto.

El “lampedusismo” en Feijoo se manifiesta en su retórica vacía, en su falta de propuestas radicales y en la continua renuncia a desafiar el sistema. Prefiere, por ejemplo, no poner en cuestión la financiación autonómica, ni el entramado clientelar de las diputaciones provinciales, ni la corrupción de las grandes ciudades bajo el mando socialista o sus propias siglas. De hecho, muchas veces su “moderación” se traduce en complicidad con ese sistema, porque rompe la dinámica de confrontación necesaria para que haya una verdadera regeneración.

La “centralidad” que defiende Feijoo no es otra cosa que un refugio cómodo para no enfrentarse a los verdaderos problemas del país, para no tocar los intereses reales que sustentan el sistema clientelar y la corrupción sistémica de la que venimos hablando. Es un barniz que busca disimular la falta de proyecto alternativo real, esa ausencia de voluntad para confrontar las dinámicas destructivas del presente.

En definitiva, la “centralidad” de Feijoo es el mecanismo para perpetuar un modelo agotado, en el que el poder real reside en un Estado Profundo que maneja los hilos y a cuyos intereses sirven tanto la izquierda oficial como esta derecha “moderada” que se empeña en venderse como nueva pero no deja de ser vieja por dentro.

La democracia en España sufre una enfermedad terminal

La democracia española sufre una grave enfermedad institucional. Lo que la Constitución establece como Estado moderno y de derecho, en la práctica ha sido sustituido por un Estado clientelar, capturado y patrimonializado por la clase política y sus redes de “clientela”. La corrupción no es un fenómeno aislado, sino el síntoma de una crisis profunda: la ocupación partidista de órganos de control, la falta de independencia judicial y la normalización social de la impunidad.

Desde los años 90, a pesar de la proliferación de leyes “anti-corrupción”, nada ha cambiado sustancialmente. Se mantienen intactos los “alcaldes fuertes” con poderes casi absolutos, la politización de las empresas públicas y la falta de recursos en los órganos de control. La escasa sensibilidad ciudadana y la polarización política impiden la adecuada sanción electoral.

El caso paradigmático es la destrucción interna de agencias antifraude eficaces, como la AVAF de Valencia, que era un modelo europeo de buenas prácticas antes de ser desmantelada desde dentro. Organismos como la Oficina de Conflictos de Intereses carecen de independencia real y de los medios para investigar y sancionar.

La única salida: la presión ciudadana y la exigencia de un cambio radical

No hay otra vía que una revolución desde abajo: exigir transparencia, reclamar independencia judicial, denunciar la corrupción y romper la falsa “centralidad” que permite a la oligarquía política perpetuarse. Hay que desmantelar la red clientelar, blindar las instituciones y garantizar que la democracia deje de ser una fachada para convertirse en un verdadero sistema de rendición de cuentas y justicia.

Cinco propuestas para rescatar la democracia

La alternativa es cirugía o decadencia

España no necesita simples retoques cosméticos, sino una cirugía institucional profunda. Las cinco medidas que exponemos a cntinuación no son maximalismos teóricos, sino exigencias mínimas de cualquier democracia avanzada. Si no se acometen, el proceso de degeneración seguirá su curso natural: erosión de la confianza ciudadana, populismos extremos, captura total de los resortes del Estado, y, finalmente, un autoritarismo de baja intensidad disfrazado de democracia formal.

La alternativa a la regeneración es la descomposición. Y de momento, no parece que ni Sánchez, ni Feijóo, ni la clase política en su conjunto estén dispuestos a afrontar el coste de esa cirugía. El ciudadano español, mientras tanto, seguirá atrapado en un sistema que cada vez representa menos a sus intereses y cada vez más a los de una oligarquía político-burocrática perfectamente instalada.

  1. Independencia judicial real, con selección judicial autónoma y mandatos no politizados.
  2. Blindaje de organismos de control y transparencia, con recursos y autonomía.
  3. Reforma electoral para corregir la desproporcionalidad y eliminar chantajes territoriales.
  4. Profesionalización y despolitización de la Administración pública.
  5. Lucha decidida contra la corrupción estructural, incluyendo protección a denunciantes y limitación de aforamientos.

No es momento para medias tintas ni para reformas cosméticas. La crisis exige una intervención quirúrgica profunda en cinco ejes fundamentales:

1. Independencia y autonomía del Poder Judicial

El Consejo General del Poder Judicial y la Fiscalía General deben liberarse del dominio político. Es imprescindible que los vocales sean elegidos por sus propios pares judiciales a través de concursos públicos transparentes y no por cuotas partidistas. La Fiscalía debe actuar con autonomía real para perseguir la corrupción y los abusos sin presión política.

2. Blindar los organismos de control y transparencia

Los órganos que deben supervisar las Administraciones —Tribunal de Cuentas, Oficinas de Conflicto de Intereses, agencias antifraude— deben contar con recursos suficientes, independencia absoluta y mandatos no renovables. Deben rendir cuentas únicamente al Parlamento y publicar sus informes y sanciones con transparencia plena.

3. Reformar la Ley Electoral para garantizar igualdad y gobernabilidad

Es imprescindible corregir la desproporcionalidad que da un peso desmesurado a minorías nacionalistas y privilegia territorios frente a la igualdad de voto individual. La creación de circunscripciones nacionales compensatorias evitaría la actual distorsión y reduciría el chantaje que bloquea la gobernabilidad.

4. Profesionalizar y despolitizar la Administración pública

La selección de funcionarios debe basarse exclusivamente en el mérito y la capacidad, con mecanismos que impidan el clientelismo y el enchufismo. Los cargos políticos deben limitarse en número y duración, garantizando una administración neutral y eficiente, libre de la presión política partidista.

5. Lucha decidida contra la corrupción estructural

La corrupción es la herida abierta que infecta todo el sistema. Para combatirla hay que proteger eficazmente a los denunciantes con canales anónimos y sistemas de protección robustos. Hay que eliminar aforamientos que ralentizan y paralizan procesos judiciales y reformar la ley del indulto para que no pueda usarse como herramienta de impunidad para corruptos.

La incompatibilidad entre cargos públicos y actividades privadas debe endurecerse, cerrando las “puertas giratorias” y supervisando con rigor las relaciones empresariales.

Finalmente, la sociedad civil debe fortalecerse, independizándose de subvenciones y funcionando con democracia interna y contrapesos reales para exigir la aplicación estricta de la ley.

Bibliografía clave recomendada:

  • Ginsburg, Tom & Melton, James (2019). Judicial Independence in Crisis? — análisis comparado sobre la politización judicial en Europa y América Latina.
  • OECD (2020). Government at a Glance — informe sobre profesionalización y eficiencia del sector público en países OCDE.
  • European Commission for Democracy through Law (Venice Commission) (2021). Opinion on the Independence of the Judiciary — recomendaciones para garantizar la autonomía judicial.
  • Transparency International (2022). Corruption Perceptions Index — diagnóstico global y herramientas para combatir la corrupción estructural.
  • Lijphart, Arend (2012). Patterns of Democracy — teoría sobre sistemas electorales, proporcionalidad y gobernabilidad.

Referencias internacionales relevantes:

  • En países como Alemania y Países Bajos, los vocales del órgano de gobierno judicial son elegidos directamente por los jueces, evitando la interferencia política directa (Ginsburg & Melton, 2019).
  • El modelo portugués de selección de altos cargos en la administración pública (CReSAP) es un referente en Europa para reducir el clientelismo y asegurar meritocracia (OECD, 2020).
  • La Comisión de Venecia ha recomendado explícitamente limitar la influencia parlamentaria en la designación de cargos judiciales para evitar la captura política (Venice Commission, 2021).
  • La Ley Electoral sueca incluye circunscripciones nacionales para corregir posibles desequilibrios, modelo que podría inspirar la reforma española (Lijphart, 2012).
  • La protección de denunciantes (whistleblowers) está reconocida en la directiva europea 2019/1937 y su correcta implementación ha demostrado reducir la corrupción institucional (Transparency International, 2022).

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